No, caballeras y caballeros, no se alarmen, mi cerebro es bastante más inteligente que yo.

miércoles, 30 de abril de 2014

Nubes ardiendo

Nubes ardiendo:

Un viento roto y sesgado navegaba por encima del espejo sin fin. El cristal azogado sin embargo sólo podía reflejar el cielo. El resto de colores estaban demasiado lejos, apresados en tiempo remotos.
Los hombres antiguos vieron la luz más tarde, cabalgaban nubes de fuego, pero eran, como nosotros, orgullosos. Y era tal su orgullo que el Miedo, hijo bastardo de las Mentiras se disfrazó de Deseo e hizo con los hombres un pacto eterno…

Un consejo de sabios decidía sobre una colina y bajo la enorme columnata ondulada que habían erigido otros más sabios que ellos en aquel mismo lugar, hacía eras incontables de tiempo. Otros más sabios que ellos, otros que sabían que los hombres caminaban libres entre la tierra y los cielos.
–¡El Miedo nos da un gran poder a cambio de su potencia y plena existencia! –dijo uno, pragmático, golpeando una mesa hecha de una piedra que habría de desaparecer entre las grietas susurrantes del tiempo.
–¿Cómo hacer diferencia de grado de la existencia? –preguntó otro, más dado a cuestiones filosóficas.
–¿Acaso hemos de permitirle anidar en nuestro interior? –inquirió uno preocupado, desconocedor de lo que no se estaba allí debatiendo.
–Nos ha ofrecido adelantarnos al tiempo, la Vigilancia, la Estrategia –declaraba otra sabia que empezaba a vislumbrar lo que suponía pertenecer a la raza de los hombres.
–Nos dará Control y Poder –sugirió entre otras una voz, pensando ya en los demás hombres con temor.
–Podría darnos inspiración para el arte y la consecución de la Belleza –apuntó alguien al fondo, rizando y entrelazando argumentos.
–Yo tengo curiosidad por saber cómo afectaría el Miedo al corazón humano –aportó uno, bastante intrépido, casi científico–, al fin y al cabo, somos fuertes, ¿por qué asumimos que nos dominará, como si fuésemos alguna suerte de criatura sin Consciencia ni Pensamiento? ¿Por qué asumimos que no podemos simplemente relegarlo a un espacio útil, someterlo?
–¿Creéis que el Miedo va a cumplir su palabra? –interrogó una aquí.
–¿Qué ente osaría decir algo y no hacerlo después? –quiso saber otro allí.
–¡Eso es ridículo! –se alzaron unos cuantos.
–¡Es un despropósito! –se levantaron otros tantos.
–¡Una impostura!
–¡Eso es imposible!
–¡Eso es improbable! –adujeron otros algo más cautos.
–Estos hombres –dijo uno más sosegado, calmando al resto, poniéndose de pie y comenzando a caminar alrededor de la inmensa mesa–, estos hombres llamados sabios aún no han querido saber cómo hemos nosotros de propiciar el advenimiento del Miedo, aún no han deseado conocer, imaginar siquiera, en qué consiste nuestra parte del pacto. Yo lo quiero. Aquí hay demasiadas voces, y no creo que todas lleven la sabiduría escrita en sus palabras.
–Cuando una voz se alza sobre las demás, los hombres sabios nos tornamos amos y esclavos –se compadeció una para sí percibiendo con demasiada claridad lo que bajo esas arcadas de piedra estaba pasando, lo que hacía mucho que ya había pasado.
–¿El afán de conocimiento nos tornará en enemigos? –curioseó uno que trataba de divertirse en vano ante la amargura, como si su sonrisa fuera el último rayo de luz del eclipse que sumiría el mundo en tinieblas.
–Tal vez no os hayáis aún dado cuenta de que el Miedo sólo puede caminar de la mano del Odio –se lamentaba uno que había abandonado la mesa–. Tal vez no os hayáis aún percatado de que la decisión ya ha sido tomada, de que el pacto ya ha sido sellado, de que tenemos Miedo. Y se va a regalar con la vida humana en pago, una sola si tenemos suerte, hoy. Habrán de llegar muchas más. Y no moriremos bajo su yugo como desaparece el sol tras el horizonte, sino que discurrirá la muerte por el río de la vida, de principio a fin. El miedo nos hará tristes. El Miedo es un pobre disfraz hecho de harapos, el Sufrimiento es quien se burla de nosotros, porque ya ha vencido. Ya no somos los seres humanos, ahora sólo somos ignorantes incapaces de reparar siquiera en que hemos perdido el poderío que aún decimos tener. Los hombres que había antes de nosotros nunca hubieran sido capaces de darse un nombre a sí mismos…
–Cabalgaremos las nubes de fuego hoy –dijo el pragmático con determinación.
–Necesitamos una mano ejecutora para dar por cumplida nuestra parte del trato –señaló la voz que había hablado de Poder y Control.
–El Miedo sólo nos ha pedido la ruptura del espejo.
–No tenemos piedras aquí –esta vez hablaba quien antes lo hiciera sobre la Vigilancia–, pero sí tenemos un presagio que cumplir, un mensaje que dar.
Se cuenta que alguien dijo algo y que unos brazos aferraron los de aquél que hubo abandonado la mesa. Se cuenta que el espejo entero se hizo añicos bajo el peso de su cuerpo lanzado al vacío. Se dice que entonces el Miedo ganó mucho más de lo que habían estimado los hombres y que éstos, desde aquel día, dejaron de ser antiguos más allá del tiempo.
Relata la lluvia que las nubes dejaron de arder, que las piedras perdieron su poder, que nunca jamás se pudo saber nada de un mar azogado y que los hombres empezaron a murmurar que una vez había habido un espejo infinito como si fuera la hoja de un árbol.
No obstante hoy también tenemos sabios, sabios que conocen lo que cuentan los amaneceres y los atardeceres. Sabios que saben que nunca hubo un espejo, que nunca hubo nada de eso que los hombres dicen ver.

Extracto de “La cosmogonía de Saram”.

lunes, 28 de abril de 2014

En un mundo sin relojes


En un mundo sin relojes:

Más allá del tiempo que se sacude la lluvia
se encuentran los dominios sin dueño
que suenan como cañas huecas y profundas
entre los ecos del mismo silencio.
Yo sólo soy un viajero que camina por las letras,
que no tuvo nacimiento ni muerte,
que envejece siendo el niño que no dejó atrás,
y que abandona lo que fue, contento.
Me gustaría decir que hablo la lengua
que me enseñan tus latidos,
pero desconozco todo de ti:
tu nombre y la danza que le sigue por tu sombra,
la forma de tu ternura al desayunar cada mañana,
el ritmo de tus pasos y la cadencia de tus pensamientos
cuando se asoman a cada instante con curiosidad,
el calor de tu risa, la eternidad surcando tu voz
o cómo miras un atardecer en las olas.
Y yo no puedo esperarte encadenando un encuentro
a los brazos del destino
que nunca se llevó mi aliento.
Y yo no puedo esperarte en un poema quebrado,
ni siquiera en un columpio mientras me balanceo,
desde luego nunca en un combate contra la más pura nada,
pero tampoco en unas líneas manuscritas de sencillez
ni en la añoranza de un deseo inventado.
Por la misma razón que no puedo negar un encuentro
si me muevo errante deshaciendo equinoccios,
dibujando las ramas de los árboles en el cielo
mientras rompo los conceptos contra el vacío.
El calor y la luz no quisieron ser uno,
tampoco querrían ser dos.
Por eso sigo vagando tras escribir la última verdad
y dejarla correr por debajo de los ríos,
sobre la forma de todas las palabras
y entre las fisuras de los sueños.
Y supongo que por todo esto
decido no esperarte,
y elijo recibirte.

sábado, 19 de abril de 2014

Amigas para siempre

Amigas para siempre:

–Joder, hago unas esculturas cojonudas… ¿Está mal que yo lo diga?, porque son cojonudas –decía Sara contemplando sus creaciones. Aunque estaba pensando en estudiar la carrera de química cuando aprobara la selectividad en verano, tenía muy claro que no existía motivo alguno en la Tierra que pudiera llevarle a invertir menos tiempo en sus estudios artísticos, ya tenía una importante cartera de clientes y cobraba más que bien por sus trabajos–. Soy fantástica, coño.
Ester la miraba con recelo, Sara tenía demasiado ego. Demasiado, y eso no podía ser bueno. Hasta el novio de Ester le había dicho que quizás le pasara algo, que aquello no era normal, que su madre le había preguntado una vez que Sara había estado en su casa “¿a esa chica le pasa algo?”, o algo así. Total, que demasiado ego.
–¿Y tú qué tal con tu novio? Está to bueno.
–Sí… además, como siga así va a tener un trabajazo… –dijo Ester sin convicción.
–Y… ¿sigue sin darte sexo? –quiso saber Sara dejando su autocomplacencia de lado.
–Con la excusa de que le tienen que operar…
–¿Sigue dándote largas? –Sara era un cúmulo de incredulidad.
–Sí, con la puta fimosis, a lo tonto llevamos, ¿cuánto?, ¿un año esperando a que le operen? Y dice que no le apetece follar porque se hace heridas.
–¡Vaya putada!
–Es una mierda –convino ella–, y que es un quejica: las heridas son una mariconada.
–Joder… –murmuró Sara.
–Pues sí –dijo Ester–. Yo creo que me pone los cuernos o algo…
–Es que ese chico no te conviene –dijo Sara. A Ester se le pasó por la cabeza la posibilidad de que su amiga pudiera estar celosa, pero la descartó enseguida por absurda–. Joder, qué buena soy, debería estar prohibida –soltó Sara al volver la vista a sus obras.
–No, no me conviene –asintió Ester–. ¿Raúl y tú seguís de follamigos?
–Sí…
–¿Y tú sigues enamorada de él? –inquirió Ester con un leve tono de reproche en su voz.
–Sí –Sara aguardó unos instantes, cavilando algo–. Al menos dice que no le importa, que puede seguir.
–Pues yo estuve hablando el otro día con Raúl sobre si folláramos –soltó Ester.
–¿Y tu novio? –curioseó Sara.
–Que le jodan.
–¡¿Y yo?! –se alarmó Sara, como si de repente le hubiese llegado el resto de información a la cabeza.
–¿Tú qué? –Ester no acababa de comprender el motivo de sus protestas.
–Bueno… yo estoy enamorada de él.
–¿Y qué? –Ester tenía claro que aquél no era un argumento válido.
–Pues… eso –se aventuró Sara dubitativa.
–Eso no te da ningún derecho sobre él. ¡Como si fuera de tu propiedad! –se indignó Ester.
–He estado follando años con él… –intentó defenderse Sara.
–Y nunca te ha hecho caso –concluyó Ester–. No es tuyo. Y si quiero, puedo follármelo. Además, Raúl es un pedazo de pan… es un buenazo.
–Sí… –Sara comenzó a palpar una escultura en busca de posibles imperfecciones–. ¿Sabes?, me siento más guapa cuando estoy contigo, mola –comentó Sara sin pensarlo mucho.
–Raúl es un pedazo de pan –respondió Ester y tuvo la cortesía de no insistir más en el tema.
Por un momento a Sara se le pasó por la cabeza un pensamiento fugaz. Pero fue sólo por un instante, luego desapareció. A fin de cuentas eran amigas.
Y las amigas estaban para apoyarse.

miércoles, 9 de abril de 2014

Marionetas

A Estíbaliz. Que este presente sea tu presente.

Marionetas:

            Era un escenario, de eso estaba segura. La madera de ébano se veía apenas iluminada por una fuente de luz que no conseguía vislumbrar y el telón de terciopelo rojo se acababa de abrir ahí delante, como si ella, una marioneta sobre la que aparecía bordado el número 3, fuese la espectadora de la función. No había butacas hacia atrás, sólo madera. Y hacia adelante sólo madera y el telón perdido en un infinito engendrado por la improbabilidad.
            Los hilos de los que pendía no le dejaban tocar el suelo.
Intentó agacharse pero la resistencia que ejercían parecía ahogarla –esto evidentemente es una forma de hablar–.
            Escuchó unos chasquidos al otro lado del terciopelo, aguzó la vista con los ojos que no tenía y distinguió una figura la cual se adentró en ese claro de luz muerta que circundaba el telón: ante ella se alzaba una marioneta con corazones remendados a modo de parches cubriendo a duras penas su tejido, mostrando zonas deshilachadas y algodón intentando escapar de un cuerpo que ya no era capaz de contener nada. Y sobre su cabeza había dos pequeñas palancas y una diminuta marioneta más, con una fina barra vertical de color negro hecha con cinta americana que la partía en dos. La marioneta partida parecía manejar los movimientos de la remendada llevando las palancas bien hacia delante, bien hacia atrás.
            –Cuesta creer que se pueda manejar a alguien sólo con dos palancas… –murmuró 3.
            Partida comenzó a agitar las palancas y pese a que poco se podía deducir de la cara de hilo que llevaba, 3 se sintió amenazada por el avance a trompicones de Partida y Remendada, y retrocedió unos pasos. No sintiéndose segura, intentó tirar de los hilos que la sostenían en busca de su liberación, pero estos eran fuertes, mucho más de lo que se había figurado.
            –¿Dónde tiene uno las tijeras cuando más las necesita? –se dijo intentando apretujar el temor contra los confines del mundo.
           Remendada se acercó a ella y, con un movimientos de las palancas que hacía Partida, alzó un brazo de la forma más intimidatoria que una marioneta podía permitirse, esgrimiéndolo ante la pobre 3 que lo miraba un pelín asustada, sintiéndose con el cuello a punto de sucumbir ante una máquina de coser que cada vez estaba más cerca.
3 comenzó a agitarse, como atrapada por una tela de araña, tirando y tirando y notó que el hilo de su bracito derecho se partía, dejándolo libre. Y puso cara de nylon, porque de repente podía hacer con él lo que quisiera, podía moverlo hacia arriba, hacia abajo, hacia la izquierda, hacia la derecha, atrás, adelante, en círculos o describiendo cualquier figura que se le ocurriera.
Empezó a pensar que el mundo tal vez no fuera de labor y costuras, que no fuera sólo de terciopelo rojo, empezó a pensar que, si tenía un brazo liberado, sería mucho más fácil ahora ir liberando cada una de sus extremidades apresadas y que, además, cada miembro se vería sin ataduras con mayor facilidad que el anterior.
Sin embargo de repente le asaltó la idea de quedarse allí como una posible alternativa. Sí, con un brazo libre, pero allí. Porque… porque no sabía nada de ningún otro mundo, porque jamás había hecho nada así, porque sólo conocía la oscuridad del escenario y el brazo de Remendada levantándose hacia ella por órdenes de Partida. Y tal vez eso no fuera tan malo.
Miró hacia arriba, sólo veía hilos ascendiendo hacia ninguna parte. Parecía que todo iba a depender de sí misma…
Atravesó la bruma de sus dudas y tiró de su otro brazo. ¿Bruma?, ¿qué es la bruma? Tiró y tiró. Pero debe ser algo, ¿no? Y se liberó. Y se sintió mucho mejor y tuvo la clara impresión de que sabía más. Incluso sabía palabras nuevas:
–No dejes que el miedo de otros sea un látigo restallando sobre ti –se animó, liberando al mundo las nuevas palabras que conocía.
Ya sólo pendía del hilo de su cabeza. Unió los brazos alrededor de él, agarrándolo como bien podía e hizo fuerza.
Ni siquiera fue mucha fuerza.
Ya no tenía que hacer mucha fuerza.