No, caballeras y caballeros, no se alarmen, mi cerebro es bastante más inteligente que yo.

lunes, 31 de marzo de 2014

Sentada delante de casa

Sentada delante de casa:

            Mi nombre es Irena Sobczak y hoy, como cada día, he ido al trabajo leyendo un libro, después del trabajo he ido al gimnasio y luego, tras un tiempo de esparcimiento con mis amigos y mi mejor amigo –que casualmente es mi novio–, he ido al parque de enfrente de casa a sentarme después de dar un paseo por la Uniwersytet Marii Curie-Skłodowskiej.
Y me he sentado mientras el sol de verano atardecía dorado entre los árboles y las nubes jugaban entre rayos y sombras en lo alto, o eso me ha parecido a mí, que soy un poco así. Olía el perfume a flores del estío, escuchaba el piar de los pájaros y las risas de los niños y los ancianos, y todo eso. Era agradable.
Debo aclarar que yo no hago absolutamente nada especial cuando me siento, es más, nunca he ido al parque a sentarme como una costumbre. Deberíamos decir más bien que me he sentado en el parque porque sí y he disfrutado de la vida. ¡Algo rarísimo! Tenéis razón, os estaba tomando el pelo: en realidad esto tampoco es nada especial o, al menos, no difiere en nada de cualquier otra cosa que hago en mi vida.
Hoy hemos tenido un buen atardecer, uno muy feliz. Claro que, ¿acaso hay atardeceres malos? Lo habéis adivinado, soy una cursi, ¿será porque no soy muy lista? ¡Vamos, no seré muy lista, pero esto sí que es humor inteligente!
Cuando me he ido a levantar he visto a una vecina y la he observado con curiosidad. Es una señora anciana que ha estado soltera toda su vida, ¿hay gente a la que ver a un soltero le parece raro? Bueno, en cualquier caso su actitud siempre ha sido despreciable: insultando a los demás, deseándoles cosas terribles… Siempre vigila lo que sucede en el portal y cuando alguien sale a la calle, se asoma por la ventana y le sigue con la mirada. Y en mi opinión es casi una paradoja: cree que controla porque vigila, pero vigila porque no controla. Es una persona manipuladora, sin embargo  cuando la gente a la que manipula llega a una determinada edad se deja de juegos, no aceptan sus triquiñuelas y así empieza el rechazo hacia la vecina que no hace sino reforzar su postura para luchar contra él, un círculo viciosillo. Por supuesto ella siempre tiene la razón y, por más injustas que sean sus palabras, se ampara en unos supuestos derechos de lo más universales para cometer cualquier injusticia. En la práctica se reducen a que no le hagan a ella lo que ella hace a los demás. Es gracioso. Creo que ha puesto, ¿cuántas serán?, unas treinta y pico denuncias entre todo el vecindario: llamó incluso a la policía diciendo que unos vecinos fabricaban droga en casa. No se da cuenta de que, llegados a cierto punto, no se trata de que ella tenga mejores o peores argumentos –no tiene argumentos en absoluto–, se trata de que hace daño a los demás y que eso no se debería argumentar. Y les hace daño porque se hace daño, porque se mueve por el mundo así. No siento lástima por ella, creo que ella ha decidido vivir la vida como mejor ha sabido hacer, pero sí siento compasión. Sufre y no sabe amar, aunque yo alguna vez me he reído cuando ha venido a casa con sus quejas surrealistas –aunque, por supuesto, jamás me reí de ella–, la verdad es que no me gustaría estar en su piel. Tiene mucho miedo, pero tampoco es la única persona que conozco llena de negatividad en su interior, ni es tampoco la única persona que opina que un argumento presuntamente apoyado en la moral le exime a uno de responsabilidad moral, ¡venga, no me digáis que no es una risa! Es triste, pero… sí, lo siento, es triste, pero reírse es un deber hacia la realidad.
Y lo cierto es que ella está ahí y actúa así y, en el fondo, no hay nada que añadir ni restarle a eso. Si quisiera otra cosa, habría hecho algo distinto.
Yo llevo el cambio dentro y no creo que el mundo sea un sitio en el que uno deba tener miedo, y aunque he tenido momentos de pasarlo muy mal nunca he considerado que el miedo pudiera solucionar nada.
Creo muchas cosas, como por ejemplo que es mi responsabilidad ser feliz o que la gente común es la gente especial… porque nadie es especial. Tiene truqui. ¿Os dije ya que soy tan cursi que casi da asco? Pero, ¡eh, es divertido!
Siempre me he preguntado por las vidas de otras personas –sobre todo cuando voy en autobús– y siempre he visto a la gente y he creído que ésa es la gente más interesante y misteriosa.
Por eso cuando miro a mi vecina, lo hago llena de curiosidad…
Tiene que ser agotador pensar como ella, ¿qué es lo que le lleva a alguien a olvidarse así?
Esa mujer tiene tan poco que ni siquiera puede compartir este magnífico atardecer.
Y es un atardecer que me ha quedado fetén.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Intentarlo

Dibujaré sonrisas en los cristales cuando llueva.

Intentarlo:

            Entre cadáveres de promesas rotas, quizás entre los restos de una daga afilada como todo lo ajeno, tal vez con una venda en los ojos como cristales rotos, se había criado el miedo.
Aún era pequeño, pero entendía que la realidad era un espejo fracturado al que uno podía asomarse, del que no cabía sino esperar una visita llena de odio. Los múltiples reinos del mundo apenas eran más que escondrijos para la palabra alrededor de los cuales él caminaba, allí donde moraba el aséptico vacío de la ignorancia.
Ante la soledad se entretenía él creando sombras de amos y esclavos, cautivo de su propio juego que discurría como una tela de araña de conceptos dibujándose bajo su pesar. Nadie iba nunca a visitarlo, o al menos él no era capaz de ver a nadie.
Creció ante una encrucijada –postes de madera y dirección–, la cual nacía de la misma paradoja de su corazón: todo cambio, todo afuera, todo otro, era sin duda el pavor que se acurrucaba en su interior robándoles los latidos a los extraviados. Pocas cosas le atemorizaban tanto como seguir siendo él mismo, encadenado a los dominios de todo lo que no era él, de todo lo que temía, de todo lo que no quería sino dejarle unas cicatrices que alimentaran su terror. Necesitaba quedarse allí, porque si se escapaba aunque fuera sólo un segundo, ¿no significaría el fin de una existencia desgraciada pero que era todo cuanto poseía? ¿Cómo podía huir hacia la fuente de su destrucción? ¿Cómo podía atravesar un océano de inevitable dolor sin saber siquiera si existía otra orilla en la que la esperanza pudiera recordar y soñar? Dudaba mientras le encadenaba las manos al tiempo, atándolas con mucha fuerza al pasado, amordazando cada instante con días de tristeza, anticipando temeroso nuevas noches, con el silencio –padre e hijo de la desconfianza– acallando unas palabras que no se atreven a nacer. Y tal era su necedad que era incapaz de verse a sí mismo, de comprobar cómo su oscuridad le consumía y robaba la luz.
Lo más curioso de esta historia es que el miedo sólo quería la sencilla ternura que mora en los abrazos, pero todo cuanto hacía no era sino obliterar la posibilidad, porque todo cuanto hacía se asentaba en la mentira.
No obstante un día alguien se olvidó algo, o quizás era la realidad que brillaba igual que todos los días, el caso es que el mundo entero crujió como si realmente creyese que estaba duro.
            Y –si no me equivoco– algo se dio cuenta de que no era alguien y que las decisiones sólo eran decisiones.
            Y donde estuvo el miedo quedó únicamente el mundo sin punto de vista y, a la vez, con todos los puntos de fuga contenidos en todas partes. Desde ese momento nunca hubo necesidad de coger nada prestado –porque nunca había existido nada que demandara algo, ni mucho menos cosas que pudieran darse–.
Todo quedó liberado, perdiendo el control al que la violencia le sometía.
El miedo se presentó a partir de entonces sólo cada vez que nacía –ni un segundo antes– y desapareció cada vez que moría –ni un instante después–, sin deducirse ni evitarse. De alguna forma –y aunque siempre sería igual a sí mismo– ya no era miedo, era más bien algo que abría todos los límites; era la otra cara del intento, el reverso de la prueba, el dorso del avance, el camino en el camino.
Era el motivo para intentarlo.
          Y era hermoso porque nunca había sido de otra manera.

jueves, 6 de marzo de 2014

La sabiduría idiota

La sabiduría idiota:

            Antes decía que los problemas no existían. A pesar de que fuera cierto, no podía estar más equivocado.


Melomanía y amistad

Melomanía y amistad:

            –¿Qué es eso? Alguna mariconada de Chopin.
–¡Es Debussy, pringao!