No, caballeras y caballeros, no se alarmen, mi cerebro es bastante más inteligente que yo.

lunes, 30 de junio de 2014

El error de crear un mundo


El error de crear un mundo:

            Las ideas suelen ser más interesantes que las conclusiones: las ideas viven, las conclusiones están atrapadas. Este pensamiento fue el detonante que me llevó a concebir la creación de un mundo con el papel como intermediario. Aclararé que no me refiero a un mundo sobre el papel, una empresa que sería, por lo demás, mundana. Debo remarcar la creación como desarrollo y meta en movimiento de mi ambicioso cometido dado que, ciñéndome a la primera frase que abre este esbozo, no puedo concebir un producto solidificado en lo que está ya realizado. Es decir, no debo concebirlo como acabado ni como futurible mundo acabado, una falacia digna de los hombres: criaturas tan limitadas por sus cortas entendederas que me han impulsado precisamente a esto. No me malinterpreten, no estoy en contra de las incoherencias ni de la irracionalidad, es más, en cualquier caso no estoy a favor de un temible imperio de la Razón cartesiana configurándolo todo –transfigurándolo todo–, siendo su única razón de ser y la única instancia a la que debiera rendir cuentas.
Volviendo al tema que nos ocupa –la creación de un mundo–, el primer campo de trabajo no obstante bien podría haber sido el dibujo de multitud de culturas, cada una ramificándose quizá en multitud de sociedades, reflejadas a su vez en multitud de mentalidades para las cuales deberían existir límites más o menos claros –bajo una apariencia de fronteras difusas–, como si este proyecto no fuese más que una pobre imitación de lo que experimentamos en nuestro planeta. Todo ello, claro, pasando por alto –impensadas– las condiciones biológicas que podrían dar lugar al poco probable aunque no imposible milagro de la vida bajo ésta u otra forma, y otro u otros soles y astros.
Sin embargo yo no estaba acostumbrado a ese proceder sino que, por lo que tenía entendido, debía dejar al proceso desarrollarse por sí mismo. Dado que al principio sólo tenía una intuición muy remota de lo que todo aquello suponía para mi cuerpo, tardé un día en olvidar que el mundo era el mundo, tres días en olvidar todo aquello que me había propuesto y tal vez cinco días en olvidarme de mí mismo, al menos, me esforcé mucho para que esas cosas ocurrieran. Me sentía ser un clavo resistiendo contra el viento.
Lo primero que deberíamos hacer –me dije– es deconstruir la delimitación. No parecía una tarea nada fácil, pero Hume ya había demostrado la falacia que suponía la causalidad y Nietzsche había refutado la volición como causa del movimiento, además, sin ir mucho más lejos John Levy había usado de la intencionalidad como argumento en contra de la diferencia entre el sujeto y el objeto, señalando que el sujeto debe quedar hipostatizado para trabajar con él, funcionando así como un nuevo objeto. Paralelamente se me ocurrió pensar en la cárcel como heterotopía –en los términos que emplearía Foucault– y en la errónea concepción del mundo de aquéllos que poblaban las cárceles de nuestro mundo: encerrados y tratados como si críos fueran, pero sin comprenderse como parte del problema a solucionar, naciendo de la separación entre víctimas y verdugos. Decidí dejar el tema para más adelante, probablemente dar forma a aspectos como éstos me convertiría en una especie de demiurgo y eso, inevitablemente, daría al traste con todo mi plan al suponer un agente separado del universo.
Acerca de la epistemología y las posibles teorías del conocimiento, ¿no serían juegos de niños? ¿Meros ejercicios intelectuales sobre aquello que, al ser observado, es modificado por el observador? ¿Sobre lo que cambia sin cesar? Esto me llevó a considerar una educación práctica y humanista para fomentar la creatividad, totalmente alejada de la estúpida mnemotécnica empleada para medir lo que alguien consideró que era el conocimiento: por supuesto los exámenes en las escuelas estaban descartados.
Por otro lado y para concluir mi obra con acierto, pensé en lo idóneo que sería evitar el solipsismo –jaque mate filosófico donde los haya– y decidí introducir este mundo mío en una pequeña y colorida canica.
Con este gesto sin embargo acabé por disolverlo entre letras, ante una perpleja Incomprensión que se había presentado allí mismo, muy alterada por la urgencia.
–Macho, tú no te has enterado de nada –me dijo fingiendo que se le acababa la paciencia y, a la vez, con una convicción extrañamente inocente.

viernes, 20 de junio de 2014

Red Punk (2ª parte)

Red Punk (2ª parte):

–¿Cómo se llama? –quiso saber Matt esposado y atado a la silla.
–Capitana Ayano Kimura de la Red Punk –contestó ella apagando el cigarro en un cenicero que había sobre la mesa entre ambos. También estaba sentada en una silla.
–Tiene buenos compañeros, capitana Ayano Kimura –el hombre tragó la poca saliva que tenía, habría que darle algo de beber–. Esa chica es excelente disparando con un revólver.
–Apenas falla, pero es aún mejor como artillera.
–¿Cómo me han descubierto? –quiso saber Matt.
–Di por hecho que, dado que es usted un ladrón de guante blanco, todo el mundo asumiría que trataría de ocultarse del modo más difícil de todos: en Mir o en Perséfone, de modo que removerían sus contactos en Perséfone y que los torturarían y encarcelarían en Mir, que habría una pila de datos que revisar e inmuebles que registrar. Pagaban mucho dinero por su cabeza y consideré improbable que hubiera querido arriesgarse a perderse en mundos de los cuales no conocía usted nada ni a nadie. De modo que pensé que iría al sitio más estúpido: su árido hogar, no donde se crió, claro, sino donde nació. En su situación, digamos… precaria, era una posibilidad con cierto potencial. Es muy considerado con la inteligencia de sus adversarios. No así con la suya propia.
–Yo diría, capitana –le restregó la palabra por la cara–, que ha tenido un golpe de suerte –se jactó él. Ayano pensó que era uno de esas personas, de ésas para los cuales los triunfos ajenos dolían.
–Llámelo como le plazca –le dijo ella altiva.
–He robado secretos de estado de Mir, asesinatos políticos y también de civiles que implican no sólo a Perséfone sino a la misma Confederación. ¿Se acuerda del accidente en la central de Verbena? Tengo información para reabrir el caso, rodarán cabezas y puede incluso que alguien se cabree de verdad. Tienen que dejarme en libertad.
–Siéntase libre de corregirme si me equivoco pero usted no es un buen samaritano, ¿no es cierto?
–La información es la base de la vida, la ley de la oferta y la demanda su culminación. ¿Qué puedo decir?, tengo compradores –Matt ensayó una sonrisa radiante, hipócrita, insolente.
–Esa información va a pasar de mano en mano –aseveró Ayano–, de chantajista a chantajista. Deme a mí la información, dígame dónde está, la meteré en el ansible, frecuencia quinientos dieciocho: no habrá nadie que no lo sepa. Le aseguro que yo no creo en los secretos de estado.
–No puedo hacer eso que me pide.
–Por supuesto que no –Ayano se levantó para irse, su paciencia se había agotado.
La puerta de la habitación se deslizó al abrirse.
–Capitana Kimura, usted tiene sus métodos, yo los míos.
Escuchó el zumbido de una pistola de impulsos.
De haber tenido tiempo para ello, se habría preguntado cómo un particular podía haber adquirido esa tecnología cuando el precio en el mercado de uno de esos artefactos era desorbitado y cuando apenas unas pocas unidades en unos pocos ejércitos tenían acceso a ese armamento. Se hubiese vuelto loca intentando averiguar cómo se había liberado estando esposado y habiendo sido registrado. Y probablemente hubiese querido echarle un vistazo al detector de metales con su caja de herramientas a un lado.
Pero no hubo tiempo, sólo ruido.
Escuchó un sonido de alta frecuencia que laceró sus tímpanos. Una fracción de segundo antes de que se hubiera doblegado a él, justo antes de que su expresión se hubiese empezado a contraer llevándose dolorida las manos a los oídos, un instante antes de que todo aquello que no pasó hubiera podido ocurrir, sintió una descarga extrañamente dulce incrustándose en su cuerpo y tomándolo. Y con la descarga sintió un temor paralelo, eléctrico.
Ni siquiera pudo pensar que aquello había sido una estupidez.
Con el cerebro apagado no se puede pensar.

La nave dejaba desfilar imágenes de color rojo sobre una franja holográfica en cada habitación y compartimento, indicando que la capitana Ayano Kimura carecía de constantes vitales: sólo había una línea roja que discurría horizontal sobre un fondo negro a la altura del ojo izquierdo.
Cúbreme –dijo H´lran tras la barra de la cocina americana de la sala de estar armado con una escopeta solitaria entre tantas manos. El Zal´on tenía a su lado a Elden, armada a su vez con un revólver que estaba cargando con balas de plomo blando. H´lran se conectó a la red de cámaras de vigilancia, después parpadeó un par de veces con sus ojos brillantes–. Se dirige al muelle de carga, tiene un arma de impulsos.
–Dale una salida fácil, verde, reconfigura la estructura y que coja la VN-300, que está algo cascada. Quiero que salga, la idea de que pegue un solo tiro aquí dentro con esa cosa es muy loca. Tú déjale salir, voy a petar ese cacharro. Te necesito a los mandos de este trasto, ¿vale? Dame un buen ángulo. No voy a fallar.

–Vamos, grandísimo hijo de puta –decía Elden acomodada en su sillón, la cual no tenía problema alguno en hablar consigo misma en voz alta, observando el espacio al que estaba más que habituada desde la torreta de la nave– ponte a tiro, que te voy a enseñar qué les pasa a los gilipollas que atentan contra la vida de mi capitana y pegan tiros al tuntún con armas jodidas en la puta Red Punk.
La nave viraba. Vio a la VN-300 ante ellos, huía. Aquella vieja lanzadera sólo tenía un cañón delantero, así que, ¿qué más podía hacer ese idiota? De todos modos, ¿qué esperaba ese cretino que iba a pasar? La VN-300 era rápida, pero Red Punk no era una lanzadera de combate, era una nave. Y a esas alturas Elden no tenía reparo alguno en enviarles a Matt a las autoridades de Perséfone en cómodos plazos.
–Joder, este pringao ni siquiera sabe pilotar una nave… –Elden sentía todo el peso del esperpento sobre sí. Pero se soltó de todo como hacía siempre que hacía falta, no es que fuera una especie de decisión, simplemente ocurría. La torreta era una prolongación de su propio cuerpo, dejó de percibir distinciones entre sus manos y el cañón o el misil que albergaba porque ella era y siempre sería el mismo espacio. Ella era la danza vital de todos los soles, moría en todos los planetas y sonreía desde todas las estrellas. Vivía todas las vidas.
Y el tiempo se encontraba bajo su dedo pulgar.
Disparó.

Quince minutos más tarde habían recuperado lo que quedaba de la VN-300 amén del cadáver de Matt Cruz renegrido y parcialmente abrasado. El rifle de impulsos había quedado destruido pero las piezas se podían vender o aprovechar. La extraña biotecnología del cuerpo de Cruz, aunque estuviese dañada con total seguridad, probablemente tuviera algún valor, mucho valor incluso.
Habían llevado su cuerpo a la enfermería, por desgracia apenas había espacio para dos cuerpos.
–¿Este memo creía que no teníamos un sistema de vigilancia aquí dentro? –inquirió Elden que ni siquiera sabía cómo reaccionar ante aquel estado de cosas.
El hombre distorsiona la realidad con su deseo, el deseo de desear, se pierde en un laberinto de ambiciones y miedos hasta que se da cuenta de que todo es un juego. Este hombre sin embargo no entendía nada acerca de los secretos y Ayano lo ha pagado con su vida. Era una buena capitana, la mejor mecánico que he visto nunca y, por encima de todo, mi amiga y habré de llorarla. Pero no te dejes engañar Eldan, quien muere aquí hoy es y no es Ayano Kimura.
Elden le miró, no era momento para decir nada, querría haberle preguntado a qué se refería cuando decía “hombre” o si se encontraba bien. Querría haberle dicho que sufría por la muerte de Ayano, que recordaba su risa. A ratos sentía una alegría triste ante la muerte de ese cabronazo. Pero no era alegría, era el sufrimiento queriendo salir de su cuerpo disfrazado de culpa, seguro que algo así le hubiese dicho H´lran.
–Pues ha dejado de fumar –era estúpido. Eso era lo único que había podido decir: algo estúpido. La realidad reciente le venía demasiado grande. H´lran puso esa extraña expresión: si hubiera tenido boca probablemente habría sonreído un poco, con amargura.
“Qué mierda”, pensó Elden y, finalmente, como si aquel pensamiento le hubiera robado las últimas energías que le pudieran quedar, se echó a llorar, transformando el sufrimiento en unas lágrimas que se reunirían con el universo.
H´lran no dijo nada en su silencio, sólo la abrazó con sus cuatro brazos.
Puto trabajo.

See you, space cowgirl.

lunes, 16 de junio de 2014

La contradicción errante

La contradicción errante:

            Los cuervos de llamas que conjuró mi amiga revolotean en un mundo que no se pierde ni se destruye. Aquí los sentimientos no son consumidos por un arder voraz sino que son avivados. Porque en este lugar sólo hay calor y nada que pueda sucumbir será. Mi viaje me había llevado por las lomas de los tiempos y reconozco que al llegar aquí tuve miedo. Sólo había conocido un fuego que quemaba el papel, que secaba las lágrimas sin destruirlas, dejando intacta la tristeza, que advertía palabras como enemigos, sobornando al cariño con emigrantes del reino de lo posible, donde todo existe y no existe a la vez y el presente se quema en el tiempo.
Lo curioso es que ahora todo es igual que siempre y no dejo de pensar en lo diferente que es todo. Y en el amor que se derrama poderoso lo quiera yo o no, que devora lo que no es mío y lo hace desaparecer, que me quita la careta y me deja un guión idiota y me lanza a un vacío tan absoluto que no tiene explicación, un vacío sin lugar en el que no soy. Un amor infinito al que mis sentimientos no perturban. ¡Así no hay quien se enfade! Contemplo mi espada, le doy las gracias a mi zaino y pienso que usar el hierro es tan absurdo que sólo lo llevo encima porque me gusta reír.
Dicen que estoy loco, que no se puede amar todo, que no se debe vivir como vivo, que tengo que controlarme a pesar de mi serenidad. Ignoran que no todo es para mí, que no creo en el control ni en los caminos.
Yo sonrío. Claro que estoy loco, pero no importa demasiado.
Envaino la espada que uso para ejercitarme, el dorso de la mano resbala por el sudor de la frente, le pego un par de palmadas a mi zaino y tomo impulso para saltar a la silla de montar mientras el cuero me cuenta que se siente con confianza.
Avanzo al paso a través del bosque, siguiendo el sendero pedregoso junto al río.
Mi amiga, la maga, ha transformado la hoguera en la que cocina en fuegos artificiales para entretenerse.
–¡Hoy cocino yo! –me dice sonriendo–. Es increíble, ¿no? ¡Bebemos agua! ¡Y dormimos! –añade sin caber en sí de gozo.
Mi otra amiga está bañándose en el río, jugando con el agua, a veces con suavidad, a veces tirándola por ahí, recordándonos el mundo. Ella no habla tanto, pero sonríe tranquila y me mira. Tiene un hacha de doble filo entre las manos, no la deja nunca aunque opine lo mismo que yo, pero es que su arma le gusta.
–Si no hay enemigos, no hay ataque ni defensa que valga –afirma, enigmática como los meandros y la piedra gris, haciendo un esforzado molinete con sus dos manos que danzan sobre el mango de su hacha con una rapidez admirable.
Nos reímos, claro.
Tres locos, supongo.

lunes, 9 de junio de 2014

Red Punk (1ª parte)

A Carlos. Espero que te guste... ¿un poco?

Red Punk (1ª parte):

            La superficie del planeta era árida, de un tono zarco y con apenas vegetación, el tono ambarino y sucio del cielo se despedía de ellos. La antigua ciudad portuaria se convertiría pronto en una mancha indistinguible en la lejanía. El mismo planeta acabaría desapareciendo en la inmensidad del espacio. Ayano Kimura se ajustó el cinturón de seguridad sobre el asiento del copiloto, concentrada.
–¿Todo listo?
Todo listo, capitana.
La invasión neuronal que suponía la charla en silencio con H´lran hacía mucho que había dejado de ser un impacto contra la mente reticente de Ayano y el Zal´on buceaba a gusto por ella, era como visitar un museo lleno de cosas fascinantes: nada se podía tocar y estaba salpicado de puertas con el letrero de “prohibido el paso”. Dada la experiencia previa de H´lran, consideraba que esas puertas inaccesibles eran parte del drama esencial del ser humano.
Ayano volvió la vista a una de las numerosas pantallas holográficas que tenía a mano, se la acercó con un gesto, sólo veía un asiento vacío.
–Elden, ¿dónde estás? –era una orden con forma de pregunta.
Una chica sonriente apareció agitando un sándwich envasado al vacío al otro lado de la imagen:
–¡Venga! ¡Ahora no me necesitáis para nada, Ayano! Y eso es bueno, ¿no? –respondió con jovialidad Elden.
–Necesitamos que tu culo esté en su sitio y que te abroches el cinturón.
–Culo ubicado y cinturón abrochado, capitana. –respondió Elden, después respiró hondo: no era nada habitual que ella, precisamente ella, pudiera tomarse un descanso durante el despegue. Temía aburrirse, la verdad, así que finalmente decidió hablar un poco con H´lran, aunque sabía que sería algo desconcertante: el mensaje de H´lran aparecería de una pieza en la mente. Cualquier criatura que no perteneciera a su especie debía ir desenvolviéndolo como si fuera… ¿un sándwich envasado al vacío? Tenía hambre. Y se aburría. Se preparó para… para lo que fuera aquello:
–Eh, verde, éste nos ha hecho correr, ¿eh?, tenía ganas de escapar el cabronazo.
El hombre es una criatura cobarde: al tener que enfrentarse a una larga condena corre, niega la responsabilidad y engaña a su mente. Depositáis una enorme confianza en el intelecto e intentando salir de vuestra mente, caváis un agujero lleno de odio. Hay quien contempla el mundo entero desde el interior, pero son rarezas que suscitan envidia y suscitan envidia porque el hombre es cobarde. También hay muchos Zal´no (o Zal´ones para vosotras) que adolecen de un comportamiento pueril ante el dolor, peligroso de cara a sus vecinos, pero nosotros no les encerramos como hacéis vosotros. Os concederé cierta razón pues algunos especímenes humanos parecen haber llegado a un punto de no retorno, perdidos en su angustia e incapaces de recuperar una sensibilidad normal ante la vida que se despliega ante ellos, resultando razonable aunque trágico que la única solución en tales circunstancias sea evitar que hagan daño a la sociedad. No obstante el problema es el mismo en cualquier punto del sistema que lo sostiene: un miedo atroz a lo desconocido. Un miedo estúpido ante el propio miedo.
–Vamos, verde aburrido –masticaba el bocata mientras hablaba–, tú ni siquiera sabes lo que es eso. Tu gente es terriblemente cívica.
El civismo puede ser una poderosa prisión política, puede transformarse en un atentado contra la psique que, violentada, se ve limitada por normas autoimpuestas aparentemente válidas para una vida en sociedad.
–Tú no piensas eso, verde cabrón. Joder, ¡eres un puto... cínico!
¿Cínico? Todo límite es violencia contra el alma.
–No me engañas, juegas a ser cínico no siendo cínico y encima te ríes. Y eso es cínico… creo.
Hay un egoísmo inteligente, Eldan.
–¡Aprende a decir mi nombre de una vez! –le espetó divertida haciendo rebotar la pantalla entre sus manos–. Y de paso explícame cómo nos comunicamos a través de una pantalla, hombre.
Ayano intervino en la conversación:
–Damas y caballeros –anunció con voz de azafata, sin ninguna seriedad–, estamos en el espacio con la gravedad al cinco punto tres, soporte vital en marcha, ansible calibrado y placas en funcionamiento estable. Pueden desabrocharse los cinturones de seguridad, circular libremente por la nave y asegurarse de que nuestro querido Matt sigue de una pieza. No necesito recordarles que nos pagarán menos si parece un collage –después recuperó el tono normal de su voz, decididamente más duro–. Y, por cierto, en mi opinión la persona más inteligente es la que hace feliz a los demás.
–Claro, por eso somos cazarrecompensas… –murmuró Elden mientras se alejaba por un pasillo hasta el calabozo. Ahora sí tenía ganas de echarse al sofá con una cerveza y poner las noticias. De hecho eso es justo lo que hizo previo tedioso zapeo por diversos canales sin apenas interés. No le gustaba conectarse a la red ella misma dentro de la nave, siempre prefería conectar el soporte externo para compartir la experiencia con Ayano y H´lran si pasaban cerca de ella.
La recompensa por Matt Cruz, acusado de presunta estafa, contrabando, robo interplanetario y traición al estado de Novaya Neva en Mir… –comenzaba a decir una reportera de las noticias.
–Esta gente no sabe qué quiere decir “presunto” –se quejó Elden a Ayano que acababa de entrar en la sala de estar.
…asciende hasta a doscientos mil dracmas si es entregado vivo a las autoridades de Perséfone… –continuaban las noticias.
–Cuando digo que podéis ir al calabozo –comenzó Ayano encendiéndose un cigarro–, me refiero a que lo hagas tú –dejó escapar el humo en la sala de estar.
…no obstante desde Mir se ha lanzado la petición por parte del primer ministro de la Alianza Confederada de Mir de que Matt Cruz sea repatriado para ser juzgado en sus fronteras en base a los Acuerdos de La Cascada… –Elden cerró la transmisión de la red y el holograma desapareció.
–Esos hijos de puta de Mir –comenzó Elden a decir– no nos pagarían un duro, ¿verdad? O tendríamos que sobornarles tanto que al final no nos pagarían un duro…
–Si me engañan una vez es culpa suya, si me engañan dos es culpa mía –aclaró Ayano expulsando otra bocanada.
–¿Cuándo pasó eso?
–Hace tiempo, cuando trabajábamos H´lran y yo solos.
–¿No teníais artillero? –dijo la joven impresionada.
–Eran tiempos distintos, Elden –le explicó la capitana–. Los tiros los pegábamos entre callejones, era un trabajo aún peor pagado, perseguíamos a maleantes de poca monta, sólo teníamos una lanzadera de combate en la zona de carga a la que siempre le estaba haciendo apaños con las herramientas para que aguantara un día más… la comida era igual de mala, todo era más… sencillo, supongo –Ayano parecía recordar con buenos ojos aquellos tiempos posiblemente anteriores al nacimiento de la actual artillera.
–Ya –convino Elden recostándose feliz en el sofá y dándole un trago a su lata de cerveza–, a mayor ambición, mayor calibre.
–Iré yo a ver a Matt, ¿de acuerdo? –propuso Ayano dándole un golpecito al sofá–. Sé que hoy has tenido un día especialmente duro.
Ninguno nos esperábamos que ocurriera eso–comentó H´lran al entrar en la habitación. Al escucharle en el interior de su cabeza tan de repente la joven artillera se dio un ligero golpe en la sien.
–Pero estamos vivos, ¿no? –declaró Elden alegre tirándole una lata de cerveza a H´lran que la cogió sin dificultad con una de sus cuatro manos.
–En el espacio –apuntó Ayano.
–Debes ser la única capitana del universo a la que le pone nerviosa la idea de surcar las estrellas y toda esa mandanga –soltó Elden con una sonrisa.
–El espacio es… –Ayano no terminó la frase. Tenía cosas que hacer.

lunes, 2 de junio de 2014

Rema atemático



Rema atemático:

            Es una historia sin palabras
así que juguemos la tarde con ellas,
            huecos que dicen
silencios, significados que
aprendieron a viajar.
            Qué ante el sol sonreída,
            Qué de viento, ser y frío.
Si el fuego sabe nadar la caricia
y el calor de lo no.
¡Verdad, escupe!
Me río, ¿lo intentamos otra vez?