"I can resist anything except temptation". Oscar Wilde.

Iluminación para personas autistas

 Iluminación para personas autistas:

 

Antes de nada: si tienes ansiedad, depresión, trauma... no cojas un libro de autoayuda –ni uno de budismo–, y, por Cthulhu, ve a terapia. Esa es tu misión principal: no te pongas en peligro. Si una vez en terapia sigues queriendo centrarte en esto, bien: podemos seguir.

 

 

Introducción:

 

He who binds to himself a joy
Does the winged life destroy
He who kisses the joy as it flies
Lives in eternity's sunrise

 

William Blake.

 

 

Escribo este libro con la siguiente idea: mientras las personas autistas no necesitamos un camino separado para liberarnos, –tampoco es que haya una forma de llegar a la iluminación para personas autistas y otra para personas no autistas–, algunas puede que sí necesiten explicaciones sobre ciertas frases del budismo. Por ejemplo: “todo es camino y nada es camino”, “sentarse en zazen es sentarse en la iluminación”, “el ojo no puede verse a sí mismo, la mente no puede pensarse a sí misma”... o del taoísmo, como “la virtud superior no es virtud y por eso tiene virtud”. Estas frases se dicen de forma literal y desde la perspectiva de quien ha despertado, y las abordaremos en este libro. Por otro lado, tenemos frases que sí son abiertamente metafóricas y que también pueden ayudar a la liberación.

Ya sean literales o metafóricas estas frases apuntan a lo mismo, de modo que, ¿por qué detenernos aquí? Porque algunas personas autistas y neurodivergentes, así como también algunas personas neurotípicas, pueden encontrar problemas a la hora de entender estas frases y la hora de pensarlas dado que se saltan alegremente la lógica que usamos todos los días. Es normal: dado que es imposible describir con el lenguaje la experiencia de la iluminación, podemos tener problemas a la hora de diferenciar qué se dice como una metáfora y qué no. Tratar de expresar una experiencia que no puede describirse con palabras a través de ellas ya es bastante complicado, la imposibilidad le da un puntito difícil a este tema, y prueba de ello es la infinidad de textos que se han escrito, de charlas que se han dado y de silencio que se ha guardado.

¿Pero por qué esto es importante? Porque si nos aferramos a esta enseñanza por llamarla de alguna manera podemos usarla como algo sagrado: como un libro de auto-ayuda, como un espacio seguro al que acudir cuando estamos tristes, como un amuleto mágico o como una forma de sentirnos superiores a otras personas. Esto nos mantiene en la ilusión de que no estamos ya iluminados. Es aquello, perdonad la metáfora, de confundir el dedo que apunta a la luna con la misma luna, quedándonos pasmados mirando al dedo.

 

Mi único objetivo es que una persona con dificultad para entender las metáforas se quede tan perpleja a la hora de encarar este tema como una persona sin esta dificultad. Pero, a poder ser, no más perpleja de base.

También quería advertiros de que, aunque el libro se llama “Iluminación para autistas”, las palabras que usaré más a menudo para referirme a esa experiencia al tener menos connotaciones morales serán despertar, liberación o la palabra japonesa satori que significa comprensión.

Pero vayamos por partes.

 

 

Autismo:

 

“I am different, not less”.

 

Temple Grandin.

 

“I don’t care who I am. I just am”.

 

Aurora Aksnes.

 

 

¿Qué es el autismo? El autismo es una condición que afecta al neurodesarollo caracterizada por una forma atípica de relacionarse y comunicarse, por patrones de comportamiento repetitivos muchas veces puramente mentales, intereses restringidos y por un cierto repliegue de la mente en sí misma.

Pero esta definición suena quizás demasiado negativa.

Las personas autistas tenemos una condición de vida que nos regala una enorme facilidad para sistematizar información y solemos desarrollar un gran talento en aquello que nos interesa. Aampliamos qué significa ser humanos sólo con nuestra mera existencia, desafiamos la norma y ponemos la diversidad sobre la mesa. Y nunca seremos una versión defectuosa de un reverso neurotípico que no existe, somos perfectamente autistas.

Además, cada persona autista es un mundo: las hay con capacidad verbal, las hay que no son verbales; las hay cuyos temas restringidos son la psicología, la política, las películas de super-héroes y el deporte, dando lugar a alguien en apariencia bastante normativa; las hay muy sociables y buenas socializando y las hay más solitarias, las hay cuyos comportamientos repetitivos son puramente a nivel de discurso interno, las hay muy inteligentes y otras no tanto, las hay con mucha empatía y con menos aunque normalmente las personas autistas son hiperempáticas, pero algunas no saben gestionar ni demostrar su empatía y pueden parecer frías a ojos de los demás; las hay con hiposensibilidades y/o con hipersensibilidades.

Es sin duda una condición llena de contrastes, de picos altos y bajos, y de realidades y mitos.

Mitos hay muchísimos: que no tenemos empatía, todos sufrimos crisis sensoriales o emocionales que desembocan en agresividad o hermetismo los llamados meltdowns y shutdowns en inglés, a todos nos gustan los trenes no conozco a ni una sola persona autista a la que le gusten los trenes, aunque alguna habrá por ahí, digo yo, que si el autismo es una enfermedad, que se puede curar o que lo causan las vacunas, que se presenta más en hombres que en mujeres y toda una importante sarta de chorradas de calado semejante.

 

Las personas autistas son neurodivergentes, así como las personas con TDAH, bipolares, etcétera. Y en contraposición al grupo de personas neurodivergentes tenemos el grupo de personas neurotípicas: las personas cuyo cerebro, más bien estándar, en principio les permite vivir en esta sociedad disfuncional con ciertas dificultades, sí, pero con más gracia, casi como si la hubiesen inventado ellos.

Aunque decir eso es una sobresimplificación, la sociedad es algo que hemos construido pero también que, en cierto modo, nos ha dominado.

Y además no podemos estar demasiado sanos en una sociedad enferma, seamos neurodivergentes o neurotípicos.

 

Y en todo caso tenemos que recordar que todos los seres humanos de este mundo somos parte de la diversidad: neurodivergentes y neurotípicos formamos parte de la neurodiversidad. Diversos somos todos.

 

Hay personas autistas que nunca descubren que lo son, hay otras que tienen miedo de serlo, las hay directamente capacitistas, hay algunas que siempre lo han sabido, aunque lo hayan intentado ocultar; otras personas lo han vivido como cualquier otra peculiaridad de quienes ellas son, para algunas supone una condición incapacitante y llena de problemas, y otras lo disfrutan genuinamente.

Las hay que al descubrir que son autistas sienten una gran liberación, otras encuentran un marco para poder entenderse y entender a los demás, y otras lo llevan tan mal que tienen que recibir terapia, porque de repente se encuentran en un grupo estigmatizado del cual no querían saber nada.

Cada persona autista es diferente, pero a todas nos une que recibimos, procesamos, y enviamos información de forma diferente a las personas neurotípicas, recordemos, aquéllas cuyo funcionamiento cerebral se considera estándar o típico dentro de una sociedad.

En parte esto lo ilustra la teoría de la doble empatía de Damian Milton, que defiende que las personas autistas no es que se comuniquen mal desde el punto de vista neurotípico, sino que se comunican de forma diferente y que su comunicación es efectiva con otras personas autistas. Del mismo modo que una persona autista destaca entre neurotípicos al no entender bien el “idioma” por así decir neurotípico, una persona neurotípica tampoco se comunica bien en un grupo de personas autistas, y destaca al no entender el “idioma” autista.

 

Las personas autistas llaman masking que significa enmascarar en inglés a todo proceso que lleve a camuflarse entre los neurotípicos, incluido hablar su idioma, es decir, comunicarse como lo hacen las personas neurotípicas aunque sea con acento autista. Como decíamos, el masking no sólo se limita a la pura comunicación verbal sino que incluye también emular el comportamiento de las personas neurotípicas o guiarse por sus sus convenciones sociales sin rechistar demasiado.

El proceso de masking suele drenar de energía a la persona autista y se aconseja cautela y auto-conocimiento al ponerlo en práctica, dado que puede requerir auto-cuidados conscientes después de un periodo prolongado haciendo uso de él.

También es cierto que algunas personas autistas en particular si tienen también TDAH pueden dejar de funcionar si dejan de hacer masking y además se sienten agotadas y culpables por no poder hacer lo que piensan que deberían. La culpa de no ser funcional en un mundo que castiga sin clemencia la falta de productividad es absolutamente demoledora. Aunque ahí no tengo ninguna duda: la persona autista no está en un error y no debería sentir esa culpa.

 

Pero volvamos al tema de la doble empatía y pongamos un ejemplo rápido: una persona neurotípica, si le cuentas un problema, te escuchará y te ofrecerá empatía. Las personas con menos empatía y madurez pueden ofrecer soluciones en lugar de escucha cuando no toca, pero por suerte la empatía es una habilidad como cualquier otra y puede ser entrenada.

Aunque no todas las personas autistas hacen esto, muchas –si no han querido o podido trabajar el tema del masking, o no tienen más energía para realizar masking– buscarán empatizar relatando una historia similar. La intención es inocente: “quiero que entiendas que sé por lo que has pasado”.

Sin embargo, si una persona autista hace esto con una persona neurotípica, lo más normal es que sea leída como egoísta por eclipsar la vivencia de la persona neurotípica, que trataba de desahogarse, y además esta última puede sentirse sola, no escuchada y no vista, a pesar de que lo ocurrido se haya hecho con la mejor de las intenciones.

Otra posibilidad es que una persona autista menos inclinada a la afectividad busque dar una solución lógica, de forma que parecerá poco empática o poco madura emocionalmente. Hay personas autistas que no comprenden bien ni sus propios sentimientos ni los ajenos y –con la mejor de las intenciones– dan una solución lógica porque eso es lo que ellos querrían para sí en ese momento, sin entender que a veces la otra persona sólo quiere escucha y no soluciones.

Es importante recordar que hay personas autistas muy empáticas que, por defecto y de forma natural, escucharán a su interlocutor estando presentes en la conversación.

He tenido la suerte de conocer a personas así, neurodivergentes y neurotípicas, y no he dejado de aprender de ellas.

Hay una dimensión de puro amor que nos perdemos si no somos capaces de ver el corazón de los demás. Además, viendo el corazón de los demás, vemos el también nuestro.

Como no somos adivinos, si os hace falta, preguntadle a la otra persona: ¿qué buscas: soluciones o escucha?

Tender puentes entre neurotipos puede ser una gran idea, de forma que todo el mundo pueda acomodarse a quien tiene delante. Sin duda, comprender nuestro auditorio es imprescindible para dar un mensaje y que sea recibido como deseamos. Y por supuesto, nunca esta de más que nos comprendan también a nosotros.

Afortunadamente cada vez más el autismo se va entendiendo desde la perspectiva de las personas autistas y de especialistas en psicología que son autistas, de forma que podamos disipar mitos, tender puentes, y describir el autismo no desde una óptica basada en carencias, sino desde nuestros puntos fuertes.

 

Una forma de hacer esto es no centrándonos sólo en las carencias sino en aquellas habilidades que sí poseemos, y es que tenemos habilidades sociales que pueden ser muy útiles: por ejemplo, la conversación profunda. Podemos por supuesto ser buenos en lo que se llama charla trivial o hablar del tiempo, que es un importante lubricante social, aunque hay gente autista a la que no le gusta, sin embargo destacamos en la conversación profunda, sobre temas que revelan quién es la otra persona. Gracias a esto podemos ser excelentes escuchando a otras personas –si entrenamos nuestra capacidad de escucha–. Además de eso, somos buenos reconociendo patrones en dinámicas sociales. Somos extremadamente leales con nuestros amigos: si yo digo que soy tu amiga, me tendrás ahí para lo que sea absolutamente, a no ser que la amistad se haya roto o que naturalmente nos hayamos distanciado con el tiempo e incluso así, es muy posible que te ayude si me lo pides–. Nuestra comunicación literal también puede ser un punto fuerte en ocasiones: a veces la claridad prima sobre las formas. Personalmente prefiero que nunca falte la empatía ya que la honestidad sin empatía puede fácilmente convertirse en crueldad. En general somos auténticos, genuinos, somos quienes somos, sin muchas capas adicionales. También solemos tener un gran sentido de la justicia, esto no quiere decir que lo que creemos que es correcto sea necesariamente lo correcto y es importante tener la mente abierta para corregirnos a nosotros mismos si es necesario, pero implica que defenderemos con uñas y dientes lo que es justo. Por último, debido a que socializar implica invertir energía, las personas autistas suelen preferir calidad sobre cantidad: en lugar de muchas amistades casuales, solemos tener unos pocos amigos verdaderos. No todas las personas autistas presentan todas estas habilidades, ni mucho menos, pero como habilidades sociales es importante ponerlas sobre la mesa.

 

¿Pero, Marta, por qué me cuentas todo eso? ¿Y por qué te lo preguntas tú a ti misma como si te lo preguntara yo? ¿Y qué tiene que ver nada de esto con el despertar? Siento repetirme pero te lo cuento porque algunas personas autistas –que no todas– tienen problemas a la hora de interpretar metáforas y los textos sobre maestros, el despertar o el nirvana están llenos de ellas.

Aunque en realidad este problema con los textos y las frases no sólo afecta a las personas autistas: mucha gente se queda atrapada en la apariencia misteriosa de lo que se puede decir al respecto de la liberación o el satori.

Hay dos tipos principales de buscadores del despertar: los que piensan que los textos están llenos de maravillas y misterios y leen muchos textos como si fueran algo sagrado, y los que piensan que las palabras ya no significan nada, y se olvidan de que las palabras apuntan tenazmente a la experiencia del despertar.

 

Por nuestra parte, somos autistas, se dice que fuimos chamanes y oráculos en el pasado y desde luego vemos el mundo de una forma especial. Quizás nuestra forma de ver el mundo nos sea de ayuda en este camino.

 

Y esto es un poco aleatorio pero, pese a que este libro no trata de feminismo, me gustaría aclarar algo que me han preguntado varias veces y que tiene que ver con esta idea de que cuando alguien se libera en el satori, su ego –o una buena parte de él– se disuelve: ¿por qué la gente que ha despertado no es no-binaria ni bisexual por defecto, por qué no destruyen el género de forma inmediata?

En particular hay un inmenso machismo en los monasterios budistas que refleja el mundo exterior, ¿pero qué relación hay entre nuestra orientación sexual o nuestra identidad de género y la ausencia de identificación con el ego que ocurre al despertar?

Sin duda cada persona iluminada es diferente: el despertar no hace que dejemos de ser quienes somos, hace que dejemos al personaje que creemos que somos.

Como dice Rita Gross: “si uno no construye un ego a partir del género, aún sabría si es hombre o mujer, gay, heterosexual, bisexual, transgénero, o cualquier otra cosa que se nos ocurra. Pero esas identidades deben ser muy flexibles y llevarse con mucha ligereza. Todo sentimiento de privilegio o privación que se ha desarrollado en torno a la identidad de género, toda rigidez respecto a los roles y comportamientos apropiados para los diversos géneros, debe ser erradicada”.

Y con eso y con todo, seguiremos viviendo durante algunos años en una sociedad patriarcal.

 

Y como curiosidad adicional, David Goren tiene un artículo en The art of autism que se llama Why I think Buddha Shakyamuni was on the autism spectrum en el que argumenta por qué Buda pudo ser autista. Este tipo de conjeturas pueden parecer un poco aventuradas a primera vista pero son siempre entretenidas y además nos permiten ver a la figura del Buda y de su camino de liberación que dio lugar al budismo desde otra perspectiva. Desde luego, es fácil entender por qué el doctor Goren piensa lo que piensa tras leer el artículo.

 

A todo esto, ¿camino de liberación? ¿Para liberarse de qué, vamos a ver?

Para liberarse del sufrimiento.

No del dolor, no de las penurias y vicisitudes de la vida en el sentido que éstas ocurren y seguirán ocurriendo, pero sí de buena parte del sufrimiento que conllevan y de todo su peso, de esas capas de sufrimiento que únicamente ocurren en nuestra mente.

Y para las personas autistas, también implica liberarse del pensamiento desbocado, del sobrepensar u overthinking en inglés al menos en una buena parte, que en general inunda nuestro cerebro a casi cada instante del día. No quiere decir que no podamos volver al pensamiento si lo necesitamos –raro sería que no lo usáramos nunca más, es nuestra forma de procesar información intelectual–, pero podemos reservarlo para cuando es necesario. Y, para seros sincera, a veces volvemos a él aunque no lo necesitemos: somos autistas y seres humanos al fin y al cabo.

Pero podemos estar en calma y en paz antes de que la siguiente cosa buena nos pase, antes de que alcancemos nuestro siguiente logro vital, porque la paz está ya en nosotros.

Ahí es nada.

 

 

Caminos de liberación

 

“Los problemas que permanecen persistentemente irresolubles siempre son sospechosos de ser preguntas planteadas de la manera equivocada”.

 

Alan Watts.

 

 

¿Qué es la liberación?

El estado en el que no hay sufrimiento –con matices– ni sentido del yo.

Y los caminos de liberación nos llevan a este estado –pero vamos a clarificar muchísimo esta afirmación a lo largo de este libro, os lo aseguro, porque ni es exactamente un estado, ni se puede llegar a él como llegamos a una conclusión racional–.

Los caminos de liberación no son ni religión ni filosofía: no tienen dioses, aunque puedan coexistir con religiones, ni tampoco son sistemas organizados de ideas para explicar el mundo a través de la razón.

Los caminos de liberación se centran en la práctica para liberarse de las cadenas del ego y experimentar el mundo tal y como es, sin el sufrimiento de los pensamientos usurpando el lugar de la realidad –eso que se conoce como liberación o nirvana–. Explicaremos ese punto más adelante, dado que puede haber hecho arquear alguna que otra ceja.

Los ejemplos más importantes de caminos de liberación los podemos encontrar en el vedanta advaita de la India, el taoísmo de China o el budismo que se originó en la India y se extendió por Asia, muy conocido en Occidente por la escuela zen que se asentó con fuerza en Japón.

En este libro no me voy a centrar pormenorizadamente en ellos, además no soy ninguna especialista en el tema, sólo pretendo dar una idea muy general del budismo primitivo, el taoísmo y el budismo zen para que tengamos cierto contexto. Para quien no sepa mucho del tema y quiera adentrarse, El Camino del Zen de Alan Watts es un libro muy claro con preciosos toques líricos que se centra sobre todo el zen pero que también toca el hinduismo y el taoísmo. Para los que busquen un perfil más académico, No Dualidad de David Loy es un excelente libro de filosofía sobre los caminos de liberación.

 

En cualquier caso los caminos de liberación no son exclusivos de Asia. De forma más individual sí tenemos constancia de personas que comunicaban las mismas ideas utilizando otras categorías, como William Blake o Eckhart de Hochheim. En otros continentes también existe esta noción, como no puede ser de otra manera.

 

Dice, por ejemplo, el maestro Eckhart de Hochheim:

 

El ojo por el cual veo a Dios es el mismo ojo por el cual Dios me ve. Mi ojo y el ojo de Dios son un solo ojo, una sola mirada, un solo saber y un único amor.

 

Que alberga una idea similar a la del maestro Hakuin cuando dice que:

 

Si te olvidas de ti mismo, te conviertes en el universo.

 

Son frases similares en el sentido de que ambas transmiten la muy extraña idea de que somos dios o el universo, es decir, que de alguna manera somos algo que a priori podríamos asegurar que no somos. Pero además se refieren a “Dios” o al “universo”, en otras palabras, dos formas de expresar la totalidad de las cosas, todo lo que existe.

 

¿Y cómo podría ser posible algo así? ¿Y por qué hay gente que se toma en serio estas cosas? ¿Hay verdad detrás de una contradicción semejante?

Para los que tengáis mascota, ¿os habéis preguntado cómo decide hacer algo vuestro animalito? ¿Cómo es vivir la vida así? Porque las respuestas a todas estas preguntas están más cerca de lo que parece.

Y examinaremos ese tema en este capítulo.

 

Pero hagamos un esfuerzo y centrémonos: desde luego, dentro de los caminos de liberación más famosos está el budismo, cuyo nombre viene de un príncipe de la India que vivió entre los años 563 y 483 a. C. llamado Siddharta Gautama, pero más conocido como Buda. Y la palabra Buda quiere decir ”despertado” en sánscrito.

 

El budismo habla de las cuatro nobles verdades que expuso Buda:

 

La verdad de dukkha (el sufrimiento): el sufrimiento es inherente al mundo.

La verdad de la causa de dukkha: el deseo –en concreto el deseo de aferrarnos a lo impermanente– genera sufrimiento.

La verdad de la extinción de dukkha: eliminar este deseo elimina el sufrimiento.

La verdad del sendero que conduce a la extinción de dukkha: el sendero óctuple, recto entendimiento, recto pensamiento, recto lenguaje, recta acción, recta vida, recto esfuerzo, recta atención y recta concentración.

 

Atendiendo a estas verdades abandonamos el samsara el vagar por el sufrimiento y realizamos el nirvana que se ha traducido en muchos casos como iluminación o despertar. Samsara y nirvana son lo mismo, pero ya volveremos a eso.

Sea como fuere, nos viene bien recordar que el sufrimiento es inherente a la vida humana, que no estamos rotos, que somos rectamente autistas.

 

Pudiera parecer que el camino óctuple es una suerte de código moral, pero en realidad la palabra “recto” en pali sammá también significa “completo, sin fisuras”, y esto es de especial relevancia para entender en qué consiste esta práctica. Pero de momento quedémonos con que no se trata por ejemplo de la acción recta moralmente, sino de la acción completa. Ahondaremos en este punto enseguida, cuando lleguemos al taoísmo.

El budismo primitivo es metódico, organizado y –si no nos paramos mucho a pensarlo– podría parecer que simplemente aboga por lo que entendemos que es una vida monástica. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el apego por lo impermanente provoca sufrimiento y que la única forma de acabar con el sufrimiento es el desapego, sí, pero este desapego no significa renuncia, desinterés, apatía, derrotismo, abnegación, pasividad, indiferencia, deshacerse de tus bienes ni –esto es importantísimo– represión emocional. No va en la dirección de la desconexión, sino todo lo contrario, va en la dirección de la conexión, de la aceptación de lo que es. El desapego así entendido es desapego del resultado. Alan Watts de hecho dice que, si algo nos duele, lloremos. Esto debería ser una obviedad, pero existen personas que se esconden de sus sentimientos o no son conscientes de ellos, también personas que buscan controlarlos, mantenerlos a raya, y a esto lo llaman racionalidad y no miedo. En este contexto, desapegarse de las emociones en ningún caso significa ignorarlas, alejarlas ni controlarlas, así como tampoco significa dejarse llevar por ellas, significa aceptarlas vivirlas plenamente, nos dirán el taoísmo y el zen, y dejarlas marchar.

Las cuatro nobles verdades no quieren decir que toda la vida sea sufrimiento: la vida no es un valle de lágrimas según el budismo. Pero sí que afirman que existe el sufrimiento y que surge de la imposibilidad de asir la existencia con nuestro intelecto, de intentar hacer permanente lo impermanente. No podemos nombrar y fijar el yo más que como abstracción, ni podemos nombrar y fijar nada de lo que está ocurriendo aquí y ahora más que como abstracción. Pero a pesar de eso intentamos atrapar el yo en ideas fantasiosas acerca de quiénes somos.

 

So far, so good. However, Taoism can shed some light on what kind of “rightness” we mean by attention or action, the “right action” or the complete, flawless action we mentioned earlier. Taoism focuses on following the Tao—the Way—while refusing to name it, and here lies one of the key points of the matter:

 

El tao que puede ser expresado

No es el tao permanente.

El nombre que puede ser emitido

No es el nombre permanente.

 

¿Por qué precisamente aquello que describe la liberación no puede ser descrito? ¿Qué ocurre con los nombres? ¿Las categorías están mal?

Ocurre algo fascinante con el lenguaje humano: es una capacidad extraordinaria que nos permite analizar conceptos, nos permite hablar de la realidad, hablar con otras personas y hablar con nosotros mismos. Podemos pensar y pensar nos ha dado unas condiciones de vida hoy en día que fueron impensables para los reyes del pasado, hemos ido a la luna y Terry Pratchett ha existido. Hemos conseguido logros impresionantes. También otras cosas muy absurdas y horribles. Pero hemos conseguido logros impresionantes.

Nuestro cerebro utiliza conceptos para discurrir intelectualmente, en general divididos en categorías gramaticales del lenguaje. No me voy a poner muy filóloga aquí, pero ya a simple vista podemos ver que hay grietas en ellos, podemos ver que en ocasiones fallan.

Tomemos el caso del ornitorrinco. El ornitorrinco es fascinante: no es del todo un mamífero, tampoco es exactamente un ovíparo al uso, pero en alguna categoría tenemos que meter al pobre bicho, así que a mamífero que va.

Tratamos que la realidad quepa en la en nuestras palabras, intentamos que encaje en nuestras palabras, sin embargo, la realidad siempre viene antes que cualquier concepto que podamos pensar.

Nuestras categorías, por más delimitadas y refinadas que estén con permiso del ornitorrinco aquí presente no reflejan en ningún caso la realidad: las categorías, los conceptos, las palabras, son fijos. Tienen un significado estático y convencional, esto es, dado por consenso social. Sin embargo, nada en la realidad es inmutable, todo es cambiante y es en nuestro intento de asir lo fluye que comenzamos a frustrarnos porque, en el fondo, intuimos que no tenemos el control.

Y a las personas autistas, ¡qué poco nos gusta la incertidumbre!

 

Y aunque no es extraño pensar que nuestro lenguaje no pueda transmitir nuestra realidad a otros –sólo puede representarla y comunicarla con carencias– no solemos pensar demasiado en cómo el lenguaje nos falla de la misma manera cuando pensamos la realidad para nosotros mismos.

Tenemos claro que el lenguaje no puede comunicar de forma exacta lo que pensamos a otra persona, entendemos que la otra persona no soy yo y que recibirá lo que le decimos con matices diferentes. Nuestras palabras le llegarán filtradas por quien ella es, por su experiencia, sus sesgos y por cómo ve el mundo, del mismo modo que salen de nuestros labios filtradas por nuestra experiencia, nuestros sesgos y por cómo vemos el mundo. A veces hay una barrera entre la otra persona y nosotros de forma que nuestros intentos de comunicar algo se pueden convertir incluso en un malentendido.

Y si tenemos claro esto, ¿por qué no tenemos tan claro que cuando pensamos –en conversación con nosotros mismos– tampoco pueden las palabras ser la realidad al estar contaminadas por nuestros propios sesgos? Las palabras representan la realidad, pero no son la realidad misma, porque las palabras son fijas y la realidad no.

Bunan decía que la personas ven a los demás según ellos son.

 

Si eres ambicioso, así verás a los demás. Si eres codicioso, creerás que los demás están llenos de deseos.

 

Cuando nos hablamos a nosotros mismos, no somos diferentes, creemos que estamos transmitiendo lo que la realidad es, caemos en la misma trampa sin darnos cuenta. Y esto se debe al lenguaje que estructura nuestros pensamientos.

La conversación en la mente refuerza además la ilusión de que el yo es real, cuando es sólo otro pensamiento más, se trata de una conversación que ocurre para nadie y que la consciencia ve desarrollarse.

Volviendo al lenguaje podemos decir que en general en muchos idiomas tenemos una estructura de sujeto-verbo-objeto, de forma que tendemos a olvidar que sólo existen las acciones y las relaciones, porque la realidad es un proceso que florece y fluye constantemente.

La lengua española tiene verbos impersonales sin sujeto gramatical tales como “llueve” y cuyo objeto directo sonaría redundante, porque no decimos “llueve la lluvia”. Es simplemente eso, el verbo, no necesitamos más y no hay ningún sujeto que llueva. Ocurre algo similar con la frase “hace frío” en la que frío no es lo que habitualmente consideramos un objeto directo ni tampoco un adverbio al uso, sino que es casi parte del verbo mismo, dado que no hay nada que haga el frío ni el frío se hace tampoco.

En inglés tenemos el verbo “it rains”, cuyo sujeto tampoco es nada concreto, sino que parece una necesidad puramente gramatical. Quizás en ocasiones podemos comprender mejor esta idea cuando decimos que un río fluye: el fluir es el río mismo, y si no fluyera, no sería un río.

Confundimos los conceptos con las cosas mismas: la palabra es algo que se dice, se piensa o se escribe, pero no es la cosa a la que se refiere.

 

Los caminos de liberación, incluido el taoísmo, se han hecho preguntas que nos provocan extrañeza, pero que apuntan a la experiencia real del mundo frente a la ilusión de los conceptos y las categorías. Como se pregunta Alan Watts: ¿qué sucede con mi regazo al levantarme? ¿Qué sucede con mi puño cuando abro la mano? ¿Qué sucede con una persona cuando su cuerpo muere?

Estas cuestiones no buscan ninguna clase de respuesta intelectual y se recomienda evitarlas. No se trata por ejemplo de dar cuenta de los procesos que ocurren a nivel muscular u óseo en una mano mientras se abre y se relaja. La pregunta apunta a que los nombres no pueden dar cuenta de que la realidad es verbo y una peculiar relación, es un continuo brotar. El puño y la mano no son dos conceptos fijos, sino que son el mismo verbo, es un evento ocurriendo que el nombre jamás puede capturar. Nombrarlos es perder de vista el evento. La vida es pura actividad pero nuestro pensamiento se mueve a base de conceptos fijos y trata de aferrar la vida en movimiento. Eso es como tratar de detener un río con las manos: es una tarea imposible.

Sólo podemos dejar que el río fluya salvaje.

Al igual que intentamos fijar los eventos de la realidad en palabras, intentamos fijar el evento que somos en nuestra identidad, en la palabra yo o ego. La vida no puede aferrarse a sí misma, como si pudiera detenerse y petrificarse en una idea de la realidad. Y nosotros no podemos mantenernos fijos en un concepto pero lo intentamos sin cesar, lo que precisamente deriva con un peculiar sentido del humor en una enorme frustración, porque somos consciencia activa, no un concepto pasivo que manipular con nuestra mente intelectual e instrumental. Somos puro evento no esa auto-imagen que tenemos de nosotros mismos.

Somos la mente o la consciencia, no la mente intelectual.

No somos la mente puramente intelectual: los procesos de razonamiento que usamos para registrar, clasificar y analizar la realidad. Ésa es una herramienta, un instrumento, es parte de la mente, no nuestra identidad. No somos una idea del yo, da igual qué idea sea ésta.

Somos la consciencia que simplemente ve los eventos pasar.

La consciencia es el espacio abierto en el que los pensamientos surgen, es metáfora incoming el lienzo en el que aparecen, es como el cielo que deja pasar las nubes y los días soleados sin tomarlos, puede ver pasar la más temible tormenta, y seguirá siendo cielo ante, durante y después.

 

No se trata de que nuestro cerebro funcione mal: los conceptos son una poderosísima herramienta a nuestra disposición y de ningún modo hay que renunciar a ellos, simplemente hay que saber lo que son y utilizarlos cuando se debe. Cualquier idea del yo es una idea y por lo tanto no es el yo. El yo es una idea ficticia, que nace del error de identificarnos con la herramienta que analiza la realidad, el yo es un pensamiento –un objeto– y por lo tanto no puede ser el yo real –un sujeto–.

Pero si nos decimos: “no me identifico con la idea del yo”, huimos hacia un escapismo, como si nuestros pensamientos o sentimientos fuesen incorrectos. Y pensamos “no debería pensar esto” o “no debería sentir esto”, cuando ese ejercicio no es sino otra forma de control, de aferrar lo impermanente, y esconde un profundo miedo.

Lo cierto es que cuando finalmente abandonamos el yo la mente se aquieta naturalmente porque ya no tratamos de controlarla: sólo la observamos.

Pensamos sin controlar los pensamientos y cuando queremos controlarlos, eso que busca controlarlos es otro pensamiento.

Sentimos sin controlar los sentimientos y cuando queremos resistirnos a ellos, eso que busca resistirse a ellos es otro sentimiento.

Y tú me dirás: “no, si intento resistirme a mis sentimientos o a mis pensamientos, eso es una decisión”.

 

Y justo aquí damos con otro concepto central del taoísmo que es wu-wei, la no-acción, la acción espontánea pero no meramente impulsiva, la acción sin decisión. En ningún caso es pasividad o no actuar –hasta donde yo sé ningún taoísta se quedó quieto y se dejó morir–, se trata más bien de la acción desde el desapego del resultado, con una mente que recibe pero no retiene.

Un estudiante de tai-chi principiante caerá rápido en la cuenta de que si se resbala y se resiste al resbalón, se dará de bruces contra el suelo, mientras que si se desliza con el movimiento mismo de la caída, recuperará el equilibrio. Esto no quiere decir que se pueda recuperar el equilibrio en todos los casos, pero ilustra esta mentalidad de no resistirse, sino de armonizarse y dejar que la mente siga por su camino sin centrarse en nada en concreto. Sería, por analogía, como emplear la mente del mismo modo en que usamos los ojos cuando no se están centrando en nada en concreto y miran sin esfuerzo o como nuestros oídos captan los sonidos a nuestro alrededor sin esforzarse para ello.

 

Hay que prestar atención también a lo que no es, como decía Ma-Tsu:

 

El cultivo de la vía el Tao carece de toda utilidad para el logro del Tao. Lo único que uno puede hacer es librarse de las impurezas, es decir, de la acción deliberada, de la acción teñida de pensamientos relacionados con la vida y con la muerte. Sólo la mente ordinaria, la mente libre de toda acción intencional, la mente ajena a toda noción de bien y mal, tomar y dar, finito e infinito (…) es capaz de comprender la Verdad, El Tao se expresa en todas nuestras respuestas espontáneas (caminar, permanecer de pie, sentarnos, acostarnos) a las circunstancias de la vida cotidiana.

 

¿Y qué quiere decir Ma-Tsu con esto?

No hay ninguna forma de seguir un camino concreto para seguir el Tao. De hecho, si lo intentas seguir es cuando te desvías. No puedes darte cuenta de que el yo no existe desde el pensamiento, eso es imposible, porque el yo desde el que tratas de descubrirlo es un pensamiento.

Dice Ma-Tsu además que tenemos que librarnos de la “acción deliberada, de la acción teñida de pensamientos relacionados con la vida y la muerte”. Esto no quiere decir no hacer nada ni dejarnos morir de hambre, no es dejar que otros decidan por nosotros, sino que se refiere a la acción desapegada del resultado. Es hacer la acción en sí misma, no porque hay que conseguir tal o cual resultado.

Y tú dirás, ¿me estás vacilando? ¡El principal motivo por el que actúo es precisamente para conseguir un resultado!

Sin duda y, sin embargo, no tenemos ni idea de por qué se produce una decisión.

Si prestamos atención al proceso de la toma de decisiones siempre hay un chispazo emocional que la origina, incluso después de un sesudo análisis de todos los factores y variables que están a nuestro alcance. Simplemente desconocemos el proceso cognitivo de la toma de decisiones: la razón última por la que en un momento dado tomamos una decisión. Y esto nos permite decidir y no paralizarnos en un análisis perpetuo.

 

Volviendo a la acción desapegada del resultado –de la que tanto habla el taoísmo–, ésta es como la acción de la luna reflejándose en el agua: el maestro Dogen de la escuela de budismo zen decía que la luna no se propone ser reflejada y el agua no tiene la intención de mostrar su reflejo, esto sólo sucede y nuestra acción en el mundo no es distinta. Es como un árbol brotando, creciendo y haciéndose grande. El árbol simplemente hace lo que hace: ser un árbol. Si tenéis algún animal viviendo con vosotros veréis que los animales quieren cosas a veces, como comida, y que pueden frustrarse por un momento al no conseguirla, pero eso es todo. Los animales se limitan a ser ellos mismos. Sus acciones no son erráticas, sin sentido ni caprichosas y, no obstante, son espontáneas.

Que sepáis que esto va en totalmente en contra de la doctrina budista tradicional en la que los animales no pueden despertar. En algunas otras tradiciones budistas los animales sí pueden estar iluminados. Yo soy autista y sospecho que por ese motivo defiendo que los animales son todos buda. Y que me quiten lo bailao.

Los budas me refiero ahora a las personas iluminadas o despertadas no dejan de hacer cosas, pero las cosas que hacen no les arrastran y sus acciones no son acciones forzadas. La verdad, al fin y al cabo, no puede forzarse.

Cuando escuchamos algo, no nos proponemos escucharlo; aun cuando comemos, no decidimos mover la boca así o asá, sino que comemos. Quizás queda más claro con la respiración: al respirar, podemos “decidir” respirar, podemos centrarnos en la respiración y hacer que los pulmones se hinchen y deshinchen a nuestro deseo –podemos, efectivamente inhalar y exhalar si queremos, controlando nuestros pulmones–, pero si perdemos la concentración, seguiremos respirando, haciendo esto respiramos y somos respirados. Nuestro corazón late aunque no estemos pensando en él. Al despedirte sin pensar respondes “que tengas un buen día” y lo deseas con todo tu corazón. Y nunca jamás decidimos el momento justo en el que finalmente nos dormimos. Todo esto es wu-wei o no-acción. El Tao está en nuestras acciones espontáneas y sin intención, sin apego por el resultado, en wu-wei; por eso si intentas seguir el camino del Tao sólo te separas de él, porque al intentar seguirlo hay una intención.

Cuanto te olvidas de la respuesta correcta o incorrecta, la respuesta apropiada a cada situación aparece. Es posible que sigamos equivocándonos, pero lo haremos con más gracia.

 

Para seguir el camino del Tao sólo tenemos que estar presentes. No podemos intentar seguir el camino del Tao dado que esto sería una acción con una intención, una acción separada, como si el Tao fuera algo que podemos atrapar ni intentar no seguirlo, en la misma medida en que si intentamos dejar de pensar en algo en realidad estamos aferrándonos a ese pensamiento y alimentándolo. Si te digo: “no pienses en un elefante rosa”, vas a pensar en un elefante rosa y tal vez inmediatamente después trates de convencerte de que no has pensado en el elefante rosa, pero eso nos da igual.

Del mismo modo que la mano no deja ir lo que apresa más que relajándose, la mente no deja ir los pensamientos más que relajándose. El Tao es algo natural y espontáneo, así que podemos pensar erróneamente que no hay nada que hacer y lo mismo nos daría leer sobre Nietzsche o sobre fútbol antes que sobre caminos de liberación.

Sin embargo intuimos que si todos los budas –las personas que han despertado– vienen a decir más o menos las mismas cosas, siendo que cada uno de ellos es una persona diferente, algo sabrán ellos que yo no. Y ahí hay otro error: ellos no saben nada. No saben nada especial, el taoísmo dice que la mente ordinaria es el Tao, es precisamente cuando no tenemos intención de aferrarnos al camino del Tao que el camino del Tao está ante nosotros.

Y, más aún: cuando decimos que los budas no saben nada, no queremos decir que no haya ninguna diferencia entre un buda y una persona que piensa que no es un buda, sino que la liberación no es un conocimiento y, por lo tanto, no se puede saber. Es una experiencia y tratar de conseguirla, irónicamente, nos aleja de ella.

Pero si no tenemos en nuestra mente ningún pensamiento acerca de aferrarnos o no al camino del Tao, éste aparece con claridad.

No hay decisión cuando el presente es lo único que existe sino acción.

Y ocurre algo muy interesante: si el presente es lo único que existe, entonces la noción de que los pensamientos se concatenan en una serie, se rompe. Esa sensación que tenemos de que no dejamos marchar un pensamiento hasta que no nos aferramos al siguiente, se trata de la ilusión que nos impide ver que los pensamientos brotan de uno en uno, emergiendo por sí solos. Cada uno de ellos es su propia causa, y esto explica esa acción espontánea de la que habla el taoísmo, no hay decisiones en el sentido habitual de la palabra, sino una constante adaptación en armonía con todo. Es como ver una película desde ti mismo en la que sólo existe cada instante que se experimenta. Esto no se trata de disociación, no es la actitud de quien evita pensamientos o sentimientos, lo que ocurre no se siente a kilómetros de distancia, sino que todo sucede aquí y ahora, absolutamente conectado.

El pasado y el futuro no existen, aunque existan la memoria y la imaginación. Sólo existe el presente: este pensamiento, si estás pensando; este instante, si estás presente.

 

Y aquí entra en juego esa virtud de la que se hablaba al principio del libro: “la virtud superior no es virtud y por eso tiene virtud”.

Esta virtud no es una virtud moral, sino, como dice Alan Watts, se refiere a la eficacia, a la condición de la persona cuya mente funciona por su cuenta, de forma natural y espontánea.

Y podemos entender la frase de una forma parecida a cuando el psicólogo Jeffrey Meltzer nos dice que si alguien tiene inteligencia emocional, no hace alarde de ello, porque de lo contrario la inteligencia emocional pierde su razón de ser. La inteligencia emocional no puede hacernos sentirnos superiores y si lo hace, pierde su núcleo de empatía y desaparece, convirtiéndose instantáneamente en superioridad moral.

La virtud del taoísmo no es consciente de sí, ni necesita serlo, y precisamente por eso es virtud.

 

¿Y qué ocurre con el zen, qué tiene de especial?

Repasemos rápidamente el contexto histórico con brocha gorda: el budismo primitivo llegó desde la India a China entre los siglos I y II, en China se mezcló con el taoísmo y se desarrolló, llegando a japón en el siglo VI.

El monje budista Boddhidharma trajo de la India la escuela ch’an a China en el siglo VI, la cual se extendió con fuerza.

Dos monjes japoneses traerían el zen a japón: Eisen en el siglo XII llevaría la escuela rinzai al país del sol naciente, esta escuela utiliza el koan una especie de pregunta paradójica para provocar el despertar en el estudiante. Dogen traería en el siglo XIII la escuela soto a tierras niponas, esta escuela busca provocar el despertar a través del zazen –la meditación sentada–.

El budismo zen toma su nombre de la palabra dhyana en hindi que significa meditación, la cual derivó en chino ch’an, y luego en japonés zen. Si bien es cierto que, según nos dice Alan Watts, otras tradiciones budistas hacen la misma o más hincapié en la meditación que el zen, el zen toma del taoísmo la aceptación de las pasiones y la vida ordinaria en oposición a la disciplina de control y casi anulación de las emociones y los sentidos propios de algunas tradiciones de la India, y, como seña distintiva, busca el despertar súbito, entendiendo, al igual que hace el taoísmo, que no existe para ello un camino definido ni pasos concretos y que, por lo tanto, puede ocurrir en cualquier momento.

Esto lo expresa maravillosamente la siguiente historia de La transmisión de la lampara un extenso conjunto de biografías de los patriarcas zen en China–, que dice así:

 

Tao-hsin se encontró con el sabio Fa-yung, que vivía en el templo del monte Niu-T’ou. Fa-yung era un hombre santo al que los pájaros le traían ofrendas. Mientras conversaban, un animal salvaje emitió un rugido tal que hizo saltar a Tao-hsin dando un respingo. Fa-yung comentó:

Veo que aún cargas con ello.

Indudablemente se refería a las pasiones, al miedo de Tao-hsin.

Poco después, en un momento en que no lo veía nadie, Tao-hsin escribió la palabra “buda” en el asiento que Fa-yung acostumbraba a utilizar. Cuando Fa-yung fue a sentarse de nuevo vio la palabra “buda” escrita y titubeó.

Veo dijo Tao-hsin, que aún cargas con ello.

Fa-yung despertó en ese instante y los pájaros nunca jamás volvieron a traerle ofrendas.

 

El zen no quiere tu santidad, quiere que hagas una comida rica para tus invitados y para ti mismo.

Pero no te preocupes, puedo escucharte pensando: ¡espera un momento! Antes has dicho que el zen va de sentarse y también de que no hay un camino, pero sentarse entonces parece un camino. ¡Me estás liando!

Y tienes toda la razón, lo parece.

Y además presenta algunos problemas para nostros.

Por favor, coged con pinzas lo que voy a decir de la meditación, porque mi experiencia es cuando menos limitada.

 

Sentarse en meditación no sólo puede ser muy incómodo para una persona autista que no para de pensar a toda velocidad, nuestros cerebros tienden a registrar una actividad neuronal superior a los de las personas neurotípicas, con un mayor ruido neural. Si lo intentamos es posible que simplemente los pensamientos se sucedan sin parar, sin que reparemos en la consciencia bajo ellos. Y no es necesario vaciar la mente de pensamientos para meditar, hay emociones y pensamientos vagando por ella constantemente, podemos además concentrarnos en nuestra respiración o en los eventos sensoriales, pero aun así puede que nos resulte una experiencia demasiado molesta.

Por otra parte, si tienes trauma, sentarte en meditación puede resultar en que tus recuerdos traumáticos aparezcan con más facilidad. Si eso te ocurre, simplemente no hagas meditación, no es necesario.

Otra cosa que podría pasar es que la meditación fuera exitosa, pero que esto resultara en una mayor vulnerabilidad a la desregulación sensorial al estar más en contacto con tus sentidos, poniéndonos más nerviosos que otra cosa.

Probablemente para las personas autistas, el hiperfoco sea la forma natural de meditar. El hiperfoco es ese estado de concentración que nos permite realizar una tarea durante horas totalmente absortos en ella. Hablaremos un poco más de esto en el último capítulo.

Aunque por supuesto hay personas autistas para las que meditar funciona bien y, si te ayuda en alguna medida, no lo dudes y adelante.

 

Dicho esto, es posible que sentarse en meditación sea también algo en pugna con los valores occidentales de productividad y actividad en pos de lograr una meta. En teoría hasta tus propios pasatiempos tienen que tener valor y, si los puedes monetizar, es que tienes éxito según esta tragedia que es el capitalismo. Además para algunas personas la capacidad de atención se ha visto mermada debido a los estímulos continuos de la vida actual y sentarse sin apenas estímulos durante varios minutos parece una tarea incomprensible. En el capitalismo tendemos a sentirnos mal o quizás culpables si nos sentamos sin hacer nada, ni siquiera para descansar, realmente con el propósito de no hacer nada más que sentarnos. Y la situación no mejora si lo tratamos como un ejercicio para conseguir despertar, para alcanzar el nirvana, porque entonces no es sentarse en meditación y te alejará del despertar.

Recordemos que si intentamos seguir el Tao, lo perdemos.

Sentarse en meditación es sólo sentarse, prestar atención a la realidad que nos rodea.

Prestamos atención a nuestra consciencia viendo pasar los pensamientos, a que ningún pensamiento es quien yo soy.

 

Pero, ¡qué ingrata la perspectiva de sentarse y no pensar en nada!, me dirás.

Las personas autistas no es sólo que nos pasemos el día pensando, es que en el pensamiento, la imaginación y la fantasía está nuestro refugio, en el pensamiento sobrevivimos a un mundo muchas veces hostil que no está hecho para nosotros. Y es que el mundo humano no parece estar hecho para la calma y el desarrollo de la mayoría de humanos que lo habitan.

Pero recuerda, el pensamiento es una herramienta, no es quien eres tú. Y por supuesto que imaginar mundos enteros es un placer, somos autistas y no podemos ser otra cosa.

Si sentarse no es nada más que sentarse prestando atención a nuestra consciencia, sin hacer nada más, entonces eso se puede hacer mediante cualquier otra actividad.

 

Sin embargo es muy posible que la importancia que el zen le da al zazen tenga que ver con que la meditación tiene la enorme ventaja de que se propone principalmente como ya vacía de una meta. Una vez más, si te sientas para iluminarte, te estás equivocando.

Decía Shibayama Zenkei que si uno se sienta a meditar durante diez minutos es, durante diez minutos, Buda.

Aquí hay que ser cautos: Shibayama Zenkei no trata de decir que el despertar ocurre sólo cuando haces zazen y que lo pierdes cuando no lo haces. Lo que trata de decir es que hacer zazen y el despertar son lo mismo, para instigar en nosotros la comprensión de que, efectivamente, hacer zazen y el despertar es lo mismo.

A pesar de que para el budismo la ley de causa y efecto es de suma importancia aunque tratar ese punto excede con mucho el ámbito de este libro, Dogen defiende que la leña ardiendo no se transforma en cenizas. Sólo existe el presente y en este presente las llamas, el calor y la leña ardiendo son lo mismo. Comenta Alan Watts que en la antología de poemas Zenrin Kushuu un verso reza "los árboles dibujan la forma del viento", pero no os equivoquéis, esta belleza de frase no es tan metafórica como parece. Creemos que el calor nos hace sudar y el frío nos hace tiritar, que uno viene a causa del otro, cuando el calor es sudar y el frío es tiritar. Por eso el viento y los árboles que se inclinan ante él son la misma cosa.

Del mismo modo, si realizamos una acción sin ninguna otra intención ulterior en este caso sentarse en meditación somos buda.

Y de ahí que se diga que “sentarse en zazen es sentarse en la iluminación”.

 

Posiblemente ahora estés pensando que nada de esto tiene ningún sentido. Ten en cuenta que lo que los caminos de liberación tratan de hacer es sumergirte en una duda absoluta, precisamente buscan que toda tu cosmovisión se tambalee y se vacíe. Absolutamente todo, cualquier creencia, cualquier concepto, cualquier idea debe caer. Tus razonamientos no pueden llevarte al despertar no importa cuán sofisticados tus pensamientos sean o cuán inteligente seas tú, tu lógica jamás podrá apresarlo sin disolverse en el intento, tu imaginación jamás podrá hacerse una idea de lo que es. Y de eso se trata, de abandonar estos intentos de apresar algo que siempre está contigo.

 

La mayoría de textos zen son conversaciones llamadas mondo de carácter humorístico entre maestros y discípulos en la que los estudiantes despiertan súbitamente, sin caminos intermedios. También pueden ser diálogos en los que aunque el estudiante no despierte, al menos, se le muestra directamente el camino. Hay una anécdota tradicional del zen que dice lo siguiente:

 

Un discúplo le preguntó a su maestro:

¿Cuál es el camino más corto para llegar a la iluminación?

El maestro contestó:

Atención.

El discípulo preguntó de nuevo:

Además de esto, ¿qué se necesita?

Atención Atención.

Ya sé que es lo más importante, sí, pero, ¿qué es lo último, lo que viene después?

Atención, atención, atención.

 

Al despertar no se puede llegar pensando, da exactamente igual lo que uno haga en ese ámbito, de hecho, el pensamiento es un obstáculo. Sólo hay que prestar atención, darnos cuenta de que la atención, la consciencia, está antes del pensamiento, antes de que aparezca cualquier idea sobre el mundo o nosotros mismos. Sobre la experiencia de despertar dijo Tilopa lo que no era:

 

No pensamiento, no reflexión, no análisis, no cultivo, no intención.

 

Y no penséis que está mintiendo al decir eso. No se puede llegar pensando, así que ni lo intentéis, por más tentador que suene.

O intentadlo y agotad todas las posibilidades, ved por vosotros mismos que el pensamiento no puede llevaros a quienes ya sois.

El pensamiento os puede poner trampas, eso sí, como esta insistencia de algunos estudiantes en hacer ver que no sienten ni padecen, como si eso de alguna forma les acercara a la iluminación. En lugar de convivir con sentimientos incómodos o negativos, nos vienen con cantinelas de positividad tóxica y que todo sucede por una razón. En vez de crecer como personas, fingen que están en una suerte de elevación moral. Utilizan los rituales y el incienso para evitar involucrarse con el mundo real y no tener que lidiar con sus sentimientos ni con el conflicto interpersonal. Esta clase de personas busca evitar el dolor a toda costa en lugar de pasar a través de él.

He aquí otra trampa del pensamiento: repetirme "yo no soy la idea de mí mismo". Esto es una abstracción, es un pensamiento más. La dificultad del zen estriba en que es demasiado sencillo. Es gracioso y frustrante a la vez porque no estamos acostumbrados a esa clase de sencillez. No podemos pensar el satori, pero esto no es ninguna clase de carencia. No es necesario pensar absolutamente nada. Y ten cuidado: si piensas que no estás pensando en nada, el chiste se cuenta solo. Así que tómatelo con calma, porque sólo hay que prestar atención a la consciencia que existe antes de los pensamientos y que no tiene nombre.

La mente la consciencia no puede ser al mismo tiempo la mente y la idea que tenemos de ella. No hay forma de perderla porque siempre está ahí, así que no te preocupes demasiado.

 

Esto no implica un fatalismo en el cual no hay despertar de ningún tipo y lo mismo nos da no hacer nada, del mismo modo que la espontaneidad taoísta no implica que mis acciones son erráticas o el mero producto del capricho. Si decidimos es precisamente porque las decisiones ocurren, aunque desconozcamos por qué ocurren en última instancia, porque todo lo que hay, incluidas mis decisiones, ocurre espontáneamente.

De lo que se trata es de que los conceptos vayan perdiendo el peso que les damos.

 

¿Habéis visto ese cuadro tan famoso de una pipa que reza: ceci n'est pas une pipe esto no es una pipa en francés?

Podemos interpretar que ese cuadro dice la verdad porque la representación pictórica de una pipa no es una pipa. Somos literales y aquí eso nos ayuda, pero os voy a presentar un escenario un poco diferente en el que trastocar esa literalidad nuestra. Podemos ir aún más lejos: imaginad que alguien está ante vosotros, alza una pipa y os pregunta qué es ese objeto. Es una pregunta a priori extraña y tal vez algunos de vosotros veáis a través de ella. Quizás otros caigáis en la trampa yo me la comería con patatas y digáis "es una pipa". Pero "pipa" es un sonido y ese objeto que se alza ante vosotros no es un sonido. Si queréis hacer un sonido con una pipa, golpead un libro con ella.

 

Si los conceptos pierden peso, tal vez generen esa sensación de incertidumbre que buscan los caminos de liberación, de que perdemos poco a poco el control.

 

Y sin duda los seres humanos tenemos una relación peculiar de evitación con la incertidumbre, y las personas autistas aún más.

Las personas autistas ensayamos a veces conversaciones en nuestra mente para evitar la incertidumbre. Como no puedes intentar ser espontáneo a la manera del Tao, no te preocupes mucho. Prepara esa conversación espontáneamente y luego ten la conversación real espontáneamente. Habréis notado que esa preparación nos calma y no hace nada más, porque la conversación real es otra cosa. Está bien así. Y si puedes decirte: "no tengo control sobre esto, siento incertidumbre, pero voy a ver qué me depara" está bien también.

No hace falta que salgas de tu mente todo el rato, pero recuerda que esos pensamientos en tu mente son sólo pensamientos y sonríe. Quizás cada vez ensayes menos, quizás no, y no importa.

Hay una historia de un monje zen que estaba llorando por la muerte de un ser querido y otro estudiante se le acercó y le reprochó que un monje mostrara tal apego personal, a lo que el que lloraba respondió: "¡no seas estúpido, lloro porque quiero!". Los monjes zen no tenían por qué dejar de ser humanos normales y corrientes. Como personas autistas es importante recordar que nuestras emociones seguirán ahí no vamos a dejar de ser seres humanos y que habrá desgracias en esta vida que nos dolerán, pero podemos librarnos de la ilusión del ego y del sufrimiento que causan los pensamientos. ¿Y a qué hace referencia el autismo cuando la idea del yo no está ahí? A la experiencia del universo siendo una persona autista, tal y como somos.

 

Como somos muy literales o eso se dice, examinemos esta frase que dice: el ojo no puede verse a sí mismo, la mente no puede pensarse a sí misma.

El ojo no puede verse a sí mismo, está bien, nos sentimos seguros con esta afirmación: si queremos ver nuestros ojos necesitamos contemplar alguna clase de reflejo, ya sea en un espejo, un cristal o un líquido en reposo. El ojo ve las cosas, pero no se ve a sí mismo. Es una frase perfectamente razonable, no puedes usar la lógica para salir de ella porque es pura lógica, sí, señor.

¿Pero qué ocurre cuando decimos que la mente no puede pensarse a sí misma?

Que corremos a pensar en la mente, creamos algo a lo que llamamos mente y tan pichis.

¿Pero cómo podría ser eso la mente?

En la medida en la que creas una idea o un pensamiento de la mente, éste es un objeto separado del sujeto que es la mente la consciencia. Esto es, ese pensamiento de la mente, no es la mente que lo piensa aunque sea una manifestación de la mente porque la mente piensa cosas, vaya.

La mente la consciencia ve los pensamientos pasar del mismo modo que el ojo ve los eventos que puede captar de forma visual sucederse.

Como se ha mencionado antes, la mente no puede ser al mismo tiempo la mente y la idea que tenemos de ella.

Lo mismo pasa con el yo, no puede ser sujeto y objeto a la vez.

Por eso cualquier idea del yo está condenada al fracaso desde el principio y nos hace sufrir, entre otras cosas, comparando quiénes somos aquí y ahora con ideas locas e insostenibles acerca de quiénes somos o quiénes deberíamos ser. Así confundimos el resto de las ideas de las cosas con las cosas mismas dando lugar a un ejercicio imposible y extenuante: intentar inmovilizar la vida en un concepto cuando ésta sólo puede cambiar y transformarse.

Te preguntas “¿cómo puedo yo parar de identificarme a mí misma o a mí mismo con mi ego?”, la respuesta es que no puedes. No hay ningún método para tratar de librarte del ego mediante tu ego: el ego es simplemente el lugar inadecuado desde el que hacerlo. No puedes liberarte de la ilusión del ego desde tu ego, no va a funcionar.

Lo que pasa es que no eres el ego, el ego es una idea, un objeto en la mente, tú eres la consciencia.

Y recuerda: los maestros zen dicen con respecto a la liberación que no puedes adquirirla, pero tampoco puedes perderla.

 

Hay otra clave en todo esto, cuando se nos dice que samsara es nirvana.

Si recordamos bien, el samsara es el vagar por el sufrimiento lo que sería la vida desde la perspectiva de alguien no iluminado y el nirvana es lo que se ha dado en llamar despertar o el cese del sufrimiento la vida desde la perspectiva del buda, del que ha despertado.

La búsqueda del despertar implica que nos ata la ilusión del ego.

El budismo enseña que sin lo alto no existe lo bajo, sin lo bueno no existe lo malo, sin lo grande no existe lo pequeño, sin el ser no existe el no-ser, porque cada concepto requiere de su opuesto para existir y tener sentido. De lo contrario, sería totalmente impensable.

Es decir, no puede existir sólo lo bueno, eso es imposible.

¿Con qué compararías lo bueno para saber si es bueno o no, si no existiera nada malo?

Esto no se trata de una justificación moral de lo malo o de la maldad, sino simplemente de reconocer que lo bueno no puede existir sin lo malo.

Del mismo modo no puede existir samsara si no hay nirvana y cualquier buda lo atestigua, dado que el nirvana no es el fin de samsara, sólo supone cambiar el punto de vista desde nuestra idea del yo desde el ego a la consciencia antes del yo, perpetuamente presente.

Desde el nirvana se dice que todos los seres vivos están iluminados, ¿cómo es esto posible?

No hay dualidad entre samsara y nirvana, no hay otro nivel de consciencia ni trascendencia, no hay nada especial. Y sin embargo es algo.

Tanto nosotros como el resto de seres vivos estamos ya iluminados. Hay quien dice que el ego nos convence de que no estamos iluminados, hay quien dice que somos como actores que han olvidado que estaban interpretando un papel, y hay quien dice que estamos en una prisión cuya llave, candado y barrotes somos nosotros mismos.

No hay ningún otro momento que este momento, no hay forma de separarte de la consciencia, aunque no lo sepas. Quizás lo sabes y quizás no lo sabes, pero siempre fuiste la consciencia eterna, la consciencia que únicamente existe en el ahora. En realidad, no puedes ser otra cosa. Pero si intentas pensar sobre eso, lo pierdes.

 

 

El camino que me tocó a mí

 

“No debo tener miedo. El miedo mata la mente. El miedo es la pequeña muerte que conduce a la destrucción total. Afrontaré mi miedo. Permitiré que pase sobre mí y a través de mí. Y cuando haya pasado giraré mi ojo interior para escrutar su camino. Allá donde haya pasado el miedo ya no habrá nada. Sólo estaré yo”.

 

Letanía contra el miedo de las Bene Gesserit de Dune.

 

“El orgullo no es lo opuesto a la vergüenza, sino su origen. La verdadera humildad es el antídoto para la vergüenza”.

 

Tío Iroh.

 

 

“Ojo-cuidao”: con este capítulo, que empieza fuertecito con alusiones al suicidio y a abusos sexuales. Si lo crees necesario, puedes saltarte los primeros cuatro párrafos.

 

La verdad es que no estamos rotos, la verdad es que lo único que podría estar roto es la máscara del ego, lo que creemos que somos.

Al mismo tiempo también es verdad que hay gente que sufre mucho y que sufrir mucho es peligroso y terrible, y quiero honrar eso.

Vengo de una historia de abusos sexuales en la infancia por parte de mi padre que tuvieron repercusiones en otras relaciones abusivas a lo largo de mi vida, y desencadenaron en un intento de suicidio cuando contaba veintisiete años.

Me convertí en una víctima y lo acepté como mi papel en aquel momento no podía hacer otra cosa, con esto no quiero que ser una víctima sea algo erróneo, hay víctimas en este mundo y su sufrimiento existe. Y lo ideal es que lleguen a sanar con terapia. Desgraciadamente hay gente que piensa acomodadamente que las mujeres violadas se lo merecen o que los pobres son pobres porque quieren. Quiero recordarte que, si eres una víctima, no, no te lo mereces, no es tu culpa, y el universo no conspira en tu contra para que aprendas ninguna lección vital: hay quien muere a manos de sus abusadores o se suicida. Ser una víctima nunca es culpa de la víctima.

Hace años, cuando me encontraba en esas situaciones de abusos, usé el budismo como un talismán para protegerme de mi ansiedad y mi depresión cuando aún no sabía que esas palabras podían aplicárseme a mí. En lugar de conectarme con la realidad, lo usaba para evitarla y evadirme de ella, lo cual es comprensible.

Todo comenzó a cambiar cuando empecé a mirar hacia adentro.

Esta idea suele presentar resistencia, pero a veces ocurre que las personas que sufren hacen sufrir a otros.

Había sido una persona arrogante y, como todas las personas arrogantes, tenía una autoestima baja y un complejo de inferioridad que se hacía acompañar de un paradójico delirio de grandeza o un sentimiento de ser mejor que otras personas. No podía admitir errores. Era beligerante en la conversación y la invadía sin ninguna consideración por mi interlocutor, tratando siempre de demostrar que tenía razón en una insaciable lucha por la validación de los demás desde la dominación intelectual.

Mi empatía era básica: sí, podía sentir tristeza si veía a alguien llorando ante mí o un amplio abanico de emociones relacionadas con la empatía a un nivel superficial; pero si no estaba de acuerdo con las razones para sentirse mal que la otra persona exponía, no validaba sus sentimientos: los discutía. Así de bajita era mi inteligencia emocional. Quería tener razón, como si los sentimientos fueran algo que pensar en lugar de algo que sentir. Y no es que no podamos ni debamos reflexionar sobre ellos, pero si no estamos acostumbrados a los sentimientos podemos perder de vista lo que son. Además, esa empatía básica estaba más bien dirigida a que no me sintiera mal yo ante una situación desagradable a aliviar mi propio malestar y menos relacionada con la búsqueda genuina del bienestar de la otra persona, que era la que sufría.

Recuerdo haber tenido muchas opiniones, y haber hecho muchos juicios con total convicción. En parte era por mi alexitiamia, no estaba en contacto con mis sentimientos, huía de ellos, los racionalizaba o los reprimía. Recuerdo que tenía que pensarlos para discernirlos, tan cerrada estaba a ellos. De verdad creía que la inteligencia, la madurez y la racionalidad era eso. No podía estar más equivocada.

Mi soberbia no dejaba espacio para la empatía ni la inteligencia emocional que naturalmente tenían que nacer de mí, porque si piensas que eres mejor que algunas personas lo cual quiere decir que piensas que eres peor que otras, entonces no puedes practicar la empatía ni la inteligencia emocional apropiadamente.

Al no saber que era autista, desgraciadamente no tuve un marco para entender cómo funcionaba mi cerebro y qué soluciones podían tener algunos de los problemas que una persona como yo enfrenta en un mundo que se mueve en códigos neurotípicos. Además, al principio de mi treintena absolutamente todo el mundo a mi alrededor me respondía que yo no era autista ni por asomo y en los tests de autismo tampoco me llegaba a salir que estuviera dentro del espectro. Pero eso cambiaría rápidamente.

En algún momento mis ansias de tener respuestas fueron más fuertes que mi deseo de ser “normal” y poco a poco empecé a pensar que la normatividad tal vez no era para mí. Gracias a descubrir y aceptar mi autismo empecé a tener un marco de referencia para entenderme y madurar con más facilidad.

De alguna forma llegué a intuir que necesitaba comprender el corazón de los demás y también el mío, porque quien había sido hasta ese momento no era quien quería ser.

Y empecé a usar mi inteligencia, por primera vez, para volver a lo sencillo.

Así que desde los treinta y tres años más o menos me dediqué a desarrollar mi empatía, a abrir mi mente a un montón de ideas sobre las que antes tenía prejuicios y opiniones, y maduré poco a poco. También fue cuando recibí mi diagnóstico de autismo. He leído que a bastante gente autista le pasa esto: hasta que no sabemos y aceptamos que somos autistas, no empezamos a desarrollarnos plenamente. Recuerdo haberme sentido por detrás de mis amigos neurotípicos en términos de madurez, pero nunca lo llevé mal. No obstante, aún pasaría bastante tiempo hasta que mi trauma se curase del todo y hasta que me diera cuenta de que no estaba por delante ni por detrás de nadie.

Hasta abril o mayo de 2025 poco después de mi cuadragésimo cumpleaños mi estrés post-traumático siguió ahí, sin embargo, la vida me empujó a tomar una decisión de profundo amor propio y desde entonces los recuerdos traumáticos se convirtieron en recuerdos bibliográficos, es decir: el trauma se curó completamente cuando lo integré en mi vida y en mi cuerpo. Ocurrió al tomar una decisión que quizás se tomaba desde el amor propio y/o quizás creaba el amor propio en mí. En cualquier caso la decisión y el amor propio fueron la misma cosa. No fue sólo aquella decisión, ni mucho menos, fueron más de diez años de trabajo y desarrollo personal. Sea como fuere, mi estrés post-traumático terminó en primavera. Recuerdo haberle dicho a mi novia: “he subido de nivel, pero como a nivel 20”.

Y un par de meses después entendí que lo que realmente somos, la consciencia, no puede romperse bajo el peso de los pensamientos negativos y no puede quebrarse bajo el trauma que una vez estuvo tan presente en mis recuerdos y mis días. Esto no quiere decir que seamos inmunes al dolor, a la tristeza o a la decepción, sólo quiere decir que los aceptamos y los dejamos marchar, aunque seamos personas muy sensibles y aunque el sentimiento lo inunde todo por un momento. El yo sí puede sufrir océanos de tristeza infinitos bajo el peso del trauma durante años y también puede querer dejar de sufrir por todos los medios.

Recuerdo el momento: era una tarde soleada de julio en Irlanda, yo estaba muy triste y muy enfadada pero de repente todo se calmó. Fue como romper conmigo misma, mi mente turbulenta se aquietó y empezó a reflejarlo todo. Sólo hay consciencia y está ahí todo el tiempo, ¡ha estado siempre ahí! Entendí que un yo no puede despertar, sino que todo despierta a la vez. Sólo había silencio y recuerdo que me daba la sensación de que ese día soleado brillaba más. Aunque todos brillan exactamente igual.

Me di cuenta de que todo permanecía igual y sin embargo algo sutil y esencial había cambiado.

Cualquier cosa que pudiera ver era de alguna manera como mirarse al espejo, como cuando te dices: “soy yo”. Al mismo tiempo entiendo la separación de las cosas desde un punto intelectual, físico y lo que haga falta: no se me ha ido la olla.

Marta no estaba, es decir, el ego no estaba. Yo estaba ahí sigo siendo una persona hasta que se me informe de cualquier cambio en mi estado pero fue como si la historia de Marta hubiera perdido casi toda su fuerza. A partir de ese momento la consciencia, que en realidad siempre ha estado ahí, es lo que permanece, como siempre. El destino y la libertad son conceptos trenzados. Y los juicios y las opiniones parecen chistes. Y sin embargo hay cosas por las que luchar y muchas más por las que reír.

Salgo a la calle y todo es libre, camino y nadie camina mi camino.

Es muy extraño y, a la vez, absolutamente normal.

Es una experiencia, que cuando se intenta expresar con palabras, como podéis ver, no tiene mucho sentido. Y sin embargo, esto no son metáforas, es sólo la limitación del lenguaje.

 

A veces me pregunto, ¿puede una persona traumatizada liberarse cuando el trauma aún no está resuelto? Tal vez sí, pero entonces en su momento de despertar enfrentará el trauma de lleno, o a buena parte del mismo, y eso debe de ser un desafío monumental que no imposible.

Insisto en que el satori no hace que dejemos de ser humanos, si alguien nos pega un puñetazo en la cara, nos duele.

Un camino de liberación no puede por sí mismo llevarnos al satori, pero sí puede proporcionar las condiciones favorables para que éste se manifieste.

Mi camino es sólo mi camino, quizás no le sirva a nadie más, pero, en lugar de sentándome, he llegado aquí a través de la empatía pura y los límites.

Por supuesto no tenía ni idea de qué estaba haciendo, no tenía ninguna intención de llegar a nada y además me había olvidado del budismo. Yo sólo quería curarme, sólo quería desarrollar un estilo de apego seguro, lejos de mi pasado de apego ansioso. Sólo quería tratar bien a la gente y que me trataran bien a mí.

Y tal vez sólo tras haber curado mi trauma, tenía la mente preparada o la valentía suficiente, lo ignoro por completo, pero ése fue mi camino.

 

No hay una relación de causa y efecto, por supuesto, cualquier persona puede liberarse en cualquier momento si renuncia a su ego: si comprende que lo que somos es la consciencia detrás de los pensamientos. Somos aquello que no puede ser pensado, sino que ve pasar los pensamientos como si fuera cualquier otro espectáculo natural, como vemos los árboles meciéndose en la brisa de la tarde.

Es muy importante que esto se entienda y por eso insisto tanto: no puedes llegar al satori como se llega a una conclusión a base de un razonamiento concreto construido con los pensamientos adecuados, no hay pasos intermedios para deshacerse del ego, sólo hay que dar un paso atrás.

No os fiéis de quienes os quieren vender cursillos carísimos para despertar, puede que efectivamente sean budas, puede que no, pero os están timando.

Y si alguien os habla de diferentes planos de consciencia o sueltan la palabra “cuántico” al tuntún, huid.

Dicho esto, a veces ir disolviendo el ego poco a poco, de forma gradual, es lo que necesitamos para ir entendiendo tranquilamente que el ego es una mentira, una particularmente persistente, pero una mentira al fin y al cabo.

Y por si puede ayudaros a vosotras y a vosotros, os dejo por aquí algunas de las cosas que aprendí.

 

Como no soy psicóloga, por favor, confiad en un especialista si queréis ahondar en conocimientos relativos a la empatía y los límites, yo no tengo ni idea de estas cosas más que por experiencia propia y aunque las he sistematizado, mi conocimiento no es académico. E insisto, no llegamos del punto A al punto B a través de tal o cual método. Pensad que es posible que alguien muy deportista despierte a través del deporte, por ejemplo, cada persona tiene su camino.

Otra persona podría llegar a través de la música: la música no necesita letra, y si tiene letra, no necesita que la entiendas, y si la entiendes, eso tiende a hacer la música aún mejor. Transmite emociones automáticamente y a todo el mundo. Habrá quien no le guste el dibujo, el cómic, la pintura, la literatura, la arquitectura, la escultura… ¿pero a quién no le gusta la música? Y además tiene algo que, si bien otras artes también tienen, abre la puerta al despertar: escuchar música no es algo que deseemos que termine, como si hubiera una meta tras la canción, sino que la canción en sí misma y cada segundo que la experimentamos es la meta misma.

Perdón, que me voy por las ramas, ¿por dónde íbamos? ¡Ah, sí: la empatía y la inteligencia emocional!

 

La inteligencia emocional no equivale a ser amables, ni correctos formalmente, ni mucho menos a evitar el conflicto, sino a estar presentes y ser conscientes de nuestras emociones para gestionarlas y de las de los demás para entenderlas aunque en general para eso necesitamos que nos las comuniquen en términos que podamos entender. La inteligencia emocional tiene que ver con qué hacemos cuando alguien se muestra vulnerable y habla de sus emociones con nosotros, cómo sostenemos conversaciones incómodas y tiene que ver precisamente con cómo afrontamos un conflicto sin evitarlo.

La empatía no consiste en pensar qué haría yo si fuera la otra persona, esto es su opuesto, el juicio, y lo explicaré más adelante.

La empatía junto con los límites, al igualarnos absolutamente con todas las demás personas, puede disolver el ego y puede ser un terreno fértil para el satori.

Lo que no tienes que perder de vista es que el ego es esa historia que nos contamos a nosotros mismos, es el juicio y las comparaciones que hacemos en relación con esa historia.

La empatía nos nivela por abajo: hace que nadie pueda estar por debajo de nosotros.

Los límites nos nivelan por arriba: hacen que nadie pueda estar por encima de nosotros.

 

Donde he podido practicar la empatía con más facilidad y de forma más consciente ha sido en el contexto de la amistad. Sé que la amistad puede ser un terreno complicado para muchas personas autistas, las habilidades sociales que requiere son complicadas y a veces, aun teniéndolas, no encontramos a gente con esa capacidad para la empatía que es necesaria para cultivar una buena amistad. Eso sin mencionar que en ocasiones cultivar amistades en la adultez es francamente difícil por múltiples razones, un desafío a la altura de Takeshi’s Castle o Dark Souls. Si estás leyendo esto y no tienes amigos o no tienes muchos amigos, ten paciencia y mira directamente al corazón de las personas con tu mente abierta a recibir lo que el destino traiga. Pero si éstas son palabras vacías para ti, busca ayuda profesional si crees que la necesitas: un especialista puede ofrecerte herramientas para afrontar la situación desde diversos ángulos. Y recuerda que no tienes por qué leer el siguiente párrafo si es un tema que te provoca dolor.

 

Los amigos son tesoros, son el sol brillante en el cielo y son amor, esto es, los amigos son personas preciadas que tenemos la suerte de tener. Los amigos son relación pura no tenemos amigos para conseguir nada más que su amistad y con ellos intercambiamos partes abstractas: ellos tienen un pedazo de nosotros que cuidan y respetan, y nosotros guardamos un pedazo de ellos que cuidamos en cada conversación, en cada abrazo, en cada momento que pasamos con ellos y cada vez que les decimos que les queremos. No creo que haya ningún éxito individual que pueda compararse a experiencias compartidas de felicidad, de apoyo, o de presencia en momentos difíciles con nuestros seres queridos.

La amistad crece cuando pedimos ayuda y los amigos están ahí. Los amigos simplemente están ahí aunque a veces no puedan estarlo y la amistad se hace más fuerte también cuando se afrontan problemas conjuntamente, incluidos problemas que atañen a la relación. Quien dice amigos, dice también familia o parejas, que no hay una distancia tan enorme entre unos y otras: todas estas relaciones se fundamentan en el amor.

 

Sin embargo, no todo el mundo puede afrontar el conflicto con determinación y entereza.

Una persona emocionalmente inmadura no puede solucionar problemas emocionales complejos ni lo desea, ya que piensa que las relaciones deberían ser fáciles porque así funcionaban cuando éramos pequeños. Si a alguien inmaduro le dices: “me has hecho daño”, esta persona se pondrá a la defensiva inmediatamente: te pondrá excusas, te dará una disculpa incompleta a modo de estrategia de huida hacia adelante para evitar la conversación sobre el conflicto esto es, sin uno o varios de los cuatro elementos que toda disculpa genuina tiene, los veremos más adelante, o, por ejemplo, tratará de culparte diciendo que tú eres el problema porque eres demasiado para ella, a saber, demasiado sensible, demasiado dramática, demasiado exagerada, etcétera, de este modo es la persona que te ha dañado la que evalúa tu dolor, robándote a ti la capacidad de evaluar tu propio dolor. Nada de esto ocurre por malicia ni forma parte de ningún plan maligno de dominación mundial, es sólo inmadurez y es perfectamente normal. Otro ejemplo: una persona inmadura puede prometerte que cambiará deseándolo genuinamente y no hacerlo, no necesariamente porque no quiera, sino porque ni siquiera sepa cómo cambiar. También puede culpabilizarse, diciéndote que siempre se equivoca o que no hace nada bien, generando esa paradójica situación en la que tú tienes que reconfortar a quien te ha dañado y que no deja de ser una forma de eludir la responsabilidad. O puede decirte que ella “no es responsable de tus sentimientos” cuando te hace daño para evitar la responsabilidad aunque normalmente sólo las personas más manipuladoras y/o más inmaduras llegan tan lejos como para decir esa frase. Y es imprescindible tener cuidado con estas cosas porque insistir en cualquiera de esos patrones es el camino del abuso.

Las personas emocionalmente inmaduras no pueden afrontar el conflicto a través de una conversación honesta y valiente con nosotros porque no pueden tener una conversación honesta y valiente consigo mismos.

Y ya sabemos que, como dice el Dr. John Gottman las relaciones mueren en las conversaciones que no tienen lugar. Y creo que lo mismo ocurre con la relación con uno mismo.

Por contra, una persona madura a la que le dices: “me has hecho daño” se acercará desde la humildad, la empatía y la curiosidad pudiendo responderte “ayúdame a entenderlo, tus sentimientos me importan, ¿puedes explicarme cómo te he hecho daño?” o tal vez “me preocupa el impacto que pueden tener mis acciones sobre ti aunque no haya querido hacerte daño, ¿podemos tener una conversación acerca de esto?”.

 

Una persona inmadura piensa que una mala acción la convierte en una mala persona, piensa que reconocer una mala acción supone un ataque a quien ella es, a la imagen que tiene de sí misma, y por eso debe protegerse y convencerse de que no ha hecho nada malo. Su ego está anclado a la idea de tener razón, a estar en lo correcto, a ser una buena persona. Así, siente vergüenza en lugar de culpa. La vergüenza atañe a quienes somos, mientras que la culpa, se refiere sólo a nuestras acciones. Poniendo el foco en las acciones, podemos cambiarlas con facilidad y así nos transformamos nosotros mismos. Si pusiéramos el foco en nosotros mismos como seres defectuosos o rotos, el cambio aparecería ante nosotros como una tarea colosal, tal vez imposible. Una persona madura puede sentir culpa pasajera, la justa para que salte la chispa del cambio.

 

Y es que existe una creencia profundamente falsa, persistente e impropiamente simplificadora de que las personas son buenas o malas. Esta creencia mutila inevitablemente nuestra empatía. Todo el mundo es bueno porque todo el mundo piensa que está haciendo el bien o que está en el bando de lo correcto. De hecho, el gran problema de los malos actos y los abusos es que en general tienen una justificación moral: a peor el acto, más épica la justificación moral salvo, tal vez y sólo tal vez, excepciones muy específicas como ocurre con algunos psicópatas o personas con empatía limitada. Esto no quiere decir que en esta vida no haya perfectos cretinos que se regodeen en su miseria, simplemente que esas personas no son exactamente malas personas.

Ser bueno no significa hacer siempre las cosas bien. Por eso en muchas ocasiones hacemos daño a otras personas sin querer, podemos incluso tener conductas abusivas sin querer. Quienes abusan no son monstruos, son personas que no saben cómo romper sus patrones de comportamiento. Pero saber esto no quiere decir que nos debamos quedar en una situación de abuso, hay que marcharse de ahí a toda velocidad. Y, aunque no haya abusos que es una palabra muy fuerte, si alguien te trata mal, tú se lo dices, pero esa persona piensa que sus acciones no deberían tener consecuencias ni venir acompañadas de ningún intento de reparación, vete. Sé que duele, pero vete.

Por supuesto, también hay gente que necesita tiempo para gestionar sus sentimientos y reaccionar apropiadamente a una situación, esta gente puede tardar más en reaccionar, pero no te preocupes, a poco que se conozcan a sí mismos te lo dirán de antemano y entonces podrás darles un poco de tiempo.

Las personas maduras cometen errores y cometerán errores, la diferencia es que los afrontan mirando hacia adentro, siendo conscientes de sí mismos. Una persona inmadura mirará hacia fuera, buscando a alguien a quien culpar. Lo cierto es que no podemos tener una empatía fuerte hasta que entendemos que las personas tienen buen corazón, aunque tener un buen corazón no sea suficiente.

 

No sé si habéis visto Malditos Bastardos, una película de Tarantino en la que el actor Christoph Waltz interpreta a un coronel nazi llamado Hans Landa de forma soberbia: es un personaje que se ríe y disfruta de la vida, se toma muy en serio su trabajo, a la vez es gracioso y muy inteligente. También es un personaje aterrador, su trabajo consiste en cazar judíos recordemos, es nazi y hace cosas horribles. En esa peli hay muchos personajes que hacen cosas horribles en ambos bandos, pero ninguno es como Hans Landa. En una entrevista le preguntaron a Christoph Waltz cómo había podido interpretar a alguien tan malvado. Christoph Waltz quedó muy confundido por esta pregunta y el entrevistador tuvo que repetirla, a lo que él contestó, sorprendido, que Hans Landa no era malvado. Christoph Waltz entendía perfectamente que todo el mundo piensa que está haciendo lo correcto, todo el mundo se ve a sí mismo en el bando correcto y nadie piensa de sí mismo que es malo. Si comprendemos esto no sólo intelectualmente, si lo internalizamos completamente, las interacciones que tenemos con los demás se transforman.

Si no habéis visto esa película, no puedo dejar de recomendarla. Así como no puedo dejar de recomendar que nos posicionemos sin ambages ni medias tintas contra cualquier genocidio del mundo. No podemos estar en contra del genocidio de judíos durante la segunda guerra mundial y no estar en contra del genocidio palestino o del congoleño.

Si escucháis a David Saavedra, veréis que insiste en muchas ideas muy interesantes acerca de la radicalización, siendo una de ellas que una persona radicalizada lo es porque quiere mejorar el mundo, y porque está convencida de que está haciendo lo correcto, lo bueno y lo justo. Mientras haya un “ellos/malos” y un “nosotros/buenos”, la empatía no puede ir muy lejos.

 

Volviendo al tema del arte de pedir una disculpa, una persona madura conoce los cuatro elementos de una disculpa si no de forma sistemática, sí de forma intuitiva, que serían los siguientes:

1. Lo siento por (inserte usted aquí la cosa por la que se disculpa).

2. Te he hecho sentir (mencione usted aquí los sentimientos de la persona agraviada).

3. Voy a hacer esto y lo otro para cambiarlo (donde “esto y lo otro” significan un plan de acción acorde con la situación).

4. Seguir el plan, que para eso se ha propuesto. Al fin y al cabo, la mejor disculpa es un cambio de actitud.

Estos elementos requieren de habilidades que una persona inmadura no posee o no en grandes cantidades: capacidad para la auto-crítica, para la empatía y para la reparación. Una buena disculpa significa dejar las cadenas del ego de lado, requiere de una conversación posterior, necesita de la capacidad de enfrentar el conflicto y estar presentes. Una disculpa genuina inicia una conversación en lugar de terminarla y es la puerta a la madurez emocional.

 

Aviso para mi lector o lectora autista: ¿alguna vez te han dicho que pones excusas cuando vas a disculparte y das explicaciones? Para las personas neurotípicas y también para algunas personas autistas como esta servidora, las explicaciones funcionan como excusas en el contexto de una disculpa. Esto ocurre no porque las explicaciones sean algo malo en sí, no lo son, sino por el contexto y el tema de la conversación. ¿Cuál es el tema de la conversación? ¿Es tu error desde tu punto de vista? No exactamente: cuando nos estamos disculpando, el foco de la interacción debe recaer en cuál es la acción errónea, en el impacto en la otra persona y en el plan para la reparación. El foco no está en nosotros ni en el porqué de nuestra acción a no ser que explícitamente se nos pida una explicación o que hables con otra persona autista que entienda este punto de la misma manera que tú. De  lo contrario es mucho mejor no dar una explicación, ya que sonará como una excusa.

 

Cometer errores es totalmente normal dentro de unos límites, así como herir a nuestros seres queridos de cuando en cuando tanto más en una relación de pareja. Lo que ya sí es más polémico es no hacerse cargo de estos errores, no ser capaces de hacerse responsables de ellos y no repararlos. Pero aún así enfadarse con una persona que nos hace daño y no desea o no puede repararlo, aunque comprensible, puede ser un callejón sin salida. Si tienes empatía, puedes comprender que esa persona no puede hacer nada diferente. Y si sabes poner límites, sabes que eso es algo que no debes aceptar.

 

Hay personas tan inmaduras que piensan que la madurez está en guardar formas correctas, la seriedad, evitar conflictos o en reprimir los sentimientos: “si los niños expresas sus sentimientos sin control y se dice que son inmaduros, será por eso que son inmaduros” piensa la persona inmadura. El error es evidente: expresar sentimientos no es lo mismo que hacerlo sin control, de modo que reprimir nuestros sentimientos negativos es simplemente tomar el camino opuesto.

No sé si habéis visto Avatar: The Last Airbender pero el tío Iroh era tenido como un payaso inmaduro por buena parte de las filas del ejército de su nación debido a su actitud calmada, poco centrada en asuntos “importantes”, su poca seriedad y su disposición a jugar cuando se le presentaba la ocasión. Sin embargo era el personaje más sabio porque la madurez tiene que ver con el auto-conocimiento, la empatía y la inteligencia emocional. Una persona realmente madura no quiere tener razón, quiere entender y sabe mirar hacia adentro.

Una persona sin inteligencia emocional ve un conflicto y quiere tener razón y ganar la discusión: el conflicto se transforma en una lucha contra el otro. Una persona con inteligencia emocional ve un conflicto como una oportunidad de unirse con la otra persona y construir un frente común para superar el problema.

 

Y si somos personas inmaduras, no pasa nada, nada se quema, y las cosas van despacio y con buena letra, no hay de qué preocuparse. Hay personas que nunca maduran especialmente las que se creen maduras y en ese caso, cabe preguntarse: “¿qué tipo de persona quiero ser?”. Para crecer sólo necesitamos reconocer nuestros errores. Podemos practicar auto-crítica, empatía o reparación, cualidades que forman parte de la inteligencia emocional. Hay que entender que son habilidades, no atributos mágicos que una persona tiene y otra no, y como habilidades que son, pueden ser entrenadas en la vida y/o en terapia: no hay que preocuparse.

Quizás la palabra “inteligencia" es lo que nos confunde: solemos pensar en la inteligencia como algo fijo e inmutable, esto no es del todo así ni siquiera para la inteligencia lógica, pero en cualquier caso, la inteligencia emocional es una habilidad y, como tal, puede ser entrenada.

Además, las personas autistas solemos empezar a madurar en nuestra década de los treinta, no de los veinte aunque madurar es algo para toda la vida, de forma que tenemos que tomarnos un poco más de tiempo para estas cosas, con compasión hacia nosotros mismos, no hay prisa. Es importante que nos aceptemos y nos queramos.

Perdonarnos a nosotros mismos tiende a ser más difícil que perdonar a otros porque recordamos cada error que cometemos, ahora bien, no hay necesidad de torturarnos con el pasado o escondernos de él. Debemos tener compasión por nosotros mismos, de la misma forma que sentimos compasión hacia los demás. Los errores son la puerta a la lección que teníamos que aprender.

Y si tu corazón ha cambiado realmente, no eres ya quien cometió el error. La sabiduría no consiste en no cometer errores siempre los cometeremos sino en no permanecer en los patrones malsanos que los causan.

También es importante recordar, una vez más, que la empatía debe aprenderse junto con la habilidad de poner límites.

Tener mucha empatía sin la habilidad de poner límites puede ser devastador.

 

La habilidad para poner límites es clave, dado que cuando hay empatía sin límites, podemos querer empatizar incluso cuando la otra persona nos hace daño pero no quiere solventar nada, quedando indefensos ante quien, desgraciadamente y queriéndolo o no, nos está tratando mal. Debemos ser capaces de decir “no”, aunque sintamos empatía.

Pero, escucha, ¿poner límites no alejará a personas de nosotros? Sin duda: alejará a personas que de entrada no deberían estar ahí. Te mereces tener relaciones saludables del tipo que sea con gente que pone el mismo cuidado en estar presente y escuchar tus sentimientos que pones tú en prestar atención a tus palabras y hacerles sentir queridos. Y te mereces esto aquí y ahora, no te quedes en una relación en la que no te tratan bien por el potencial que pueda tener. Las personas que desean entendernos nos entenderán y quienes no, se formarán sus ideas sobre nosotros basadas en quien ellos son y lo que necesitan, como siempre ha sido y siempre será.

 

Además de esto, cabe mencionar el fenómeno del contagio emocional: podemos contagiarnos de las emociones de otras personas, lo que significa que en ocasiones el peso de las emociones ajenas provocará que no podamos sostener las emociones negativas de otra persona. Si esto nos sucede, tenemos que decirlo con asertividad y empatía, dejar esa conversación y cuidarnos a nosotros mismos. No podemos cuidar de los demás si no cuidamos de nosotros mismos, de lo contrario quedaremos exhaustos. Piensa que los límites son la empatía que les dedicas a los demás, sólo que dirigida hacia ti mismo y hacia ti misma.

 

Normalmente las personas autistas tenemos traumas, y esto hace que suframos y hagamos sufrir a otros, por eso es importante desarrollar amor propio: una persona con buena autoestima no desea dañar a otros aun sin querer ni desea que la dañen. Tampoco desea sentirse por encima de nadie, ni mucho menos por debajo. Tenemos que prestar atención porque podemos caer, como cualquier persona, en conductas abusivas como el castigo del silencio o el gaslighting, aunque sea sutil como cuando le decimos a alguien que está exagerando, que es una forma de gaslighting muy común pero no por ello deja de ser una conducta emocionalmente abusiva.

El amor a uno mismo tiene que ser más fuerte que el deseo de ser amado, así evitamos que otros nos traten mal y tratar mal a otros, y si nos equivocamos, podemos tomar nota, pedir perdón y aprender. La empatía hacia los demás tiene que ser un antídoto contra nuestros propios juicios y opiniones.

 

Como decía en otro punto de este capítulo, la empatía es lo opuesto al juicio. El juicio se pregunta: “¿qué haría yo si fuera la otra persona?” o  “¿qué sentiría yo si fuera la otra persona?”, y piensa que eso es empatía. Además, el juicio está tan limitado que tiene que estar de acuerdo con las razones de la otra persona y si no, no siente empatía una empatía muy básica, por otra parte. El juicio no puede ir más allá, nunca puede tocar el corazón de otra persona y conectar, sino que necesita sentir que tiene razón, que de alguna forma controla la situación porque sabe qué es lo correcto. Por eso una persona moralista ante una situación de conflicto interpersonal tendrá respuestas cerradas.

La empatía se pregunta: “¿qué significa ser la otra persona, de dónde vienen sus reacciones, sus sentimientos, su comportamiento?”. La empatía busca conexión, no control. Por eso una persona empática ante una situación de conflicto interpersonal  hará preguntas y querrá comprender, incluso aunque no entienda o no esté de acuerdo con las razones de la otra persona.

Ilustraré este punto con una anécdota que me ocurrió con mi novia, alguien que es como si el brillo sobre las olas en un día de verano se hubiera hecho persona,  es explico la metáfora como un precioso espectáculo natural que, para captar en todo su esplendor, sólo puede experimentarse.

Mi novia y yo íbamos a cenar a un restaurante con una amiga de ella, debíamos llegar a tiempo porque teníamos una reserva que rápidamente nos retirarían de lo contrario. Ese día llegué al aeropuerto de Madrid según lo previsto, pero era hora punta y había un atasco terrible, cuando llegué su casa y comprobamos la disponibilidad de los taxis, simplemente no había manera de que llegáramos a tiempo.

Mi novia es disca es discapacitada como yo y tuvo en aquel momento un ataque de ansiedad a cuenta de nuestra imposibilidad de conservar la reserva, que nos impidió salir de casa. Insisto, es fácil confundir el juicio con la empatía: creemos que la empatía es considerar qué haríamos en la posición de otra persona. Esto es sin duda lo opuesto a la empatía real, que es considerar a las personas y sus sentimientos emanando naturalmente como lo que son y en su contexto. La vida mental de una persona es la que es y sus sentimientos, estemos de acuerdo o no con ellos y con su razón de ser, deben ser validados. Esto es, no tenemos por qué estar de acuerdo con la situación para validar los sentimientos de la otra persona.

El juicio dice: “yo habría llamado al restaurante para intentar cambiar la reserva, no hay motivo para este ataque de ansiedad”, “podríamos haber ido a un restaurante diferente o cenar en casa con la amiga” o en algunos casos “¡ya se me ha jodido la noche!”. El juicio nos atrapa en nuestra perspectiva, nos exige tener razón y nos dice que si la otra persona no “tiene razón” al sentir lo que siente, no podemos sentir empatía. Nos impide comprender el corazón de la otra persona, nos impide comprender qué está pasando. La empatía busca conexión y dice: “te entiendo, te veo, estoy presente, cuenta conmigo, estoy aquí para ti, ¿qué necesitas?”.

La empatía junto con los límites nos permite acceder a relaciones interpersonales más profundas, más sanas y más ricas.

Así que cabe preguntarse: ¿operamos desde el juicio o desde la empatía?

 

Como todas somos o hemos sido inmaduras, es importante no alimentar ningún sentimiento de superioridad que sólo podría indicar que nos falta trabajo por hacer y recordar que tiene sentido que las personas inmaduras sientan que no pueden admitir sus errores: vivimos en una sociedad que los penaliza de lleno. Cuando somos niños y hacemos algo mal, se nos castiga tanto en casa como en el colegio. Si somos adultos y cometemos demasiados errores en el trabajo, podemos ser despedidos. Si cometemos ciertos errores en sociedad, podemos recibir multas o incluso acabar en la cárcel.

La sociedad en su conjunto no ve el error como una oportunidad de crecimiento aunque haya discursos que sí van en esa dirección sino como algo de lo que desembarazarse sin que nos vean demasiado, como si fuéramos mafiosos deshaciéndonos de un cadáver. No obstante, el error es la única llave al crecimiento personal, no existe ninguna otra.

Nunca encontraremos una persona madura que no haya sido antes inmadura, al fin y al cabo la necedad de ayer es la sabiduría de hoy. Por eso las personas que no son capaces de admitir sus errores, tampoco pueden desarrollarse, y al atar su ego al tener razón, se atacan a sí mismas con su propio orgullo porque se roban a sí mismas la oportunidad de aprender. Justamente al evadir la responsabilidad y huir del dolor que supone aceptar que han hecho algo malo pierden la oportunidad de crecer, aunque ya sabemos cómo es la vida: si no quieres aprender, te pone frente a tu error las veces que haga falta bajo formas distintas, hasta que empieces a unir los puntos. Al fin y al cabo, el orgullo y la arrogancia que nos impide admitir un error es la esencia de la tragedia griega, condenándonos a repetirlo una y otra vez. Sin hacernos responsables no podemos conectar con los demás ni con nosotros mismos. Las personas inmaduras, al buscar protegerse, se mutilan a sí mismas.

 

Y es que nos han enseñado a ser fuertes e independientes, pero esta enseñanza tiene más que ver con aparentar fortaleza que con tenerla: no podemos tener confianza plena en nosotros mismos todo el tiempo, no podemos ser fuertes todo el rato, eso no tiene sentido. Hay momentos en los que dudar es esencial, hay momentos en los que llorar nos libera, y casi siempre necesitamos la ayuda o la intervención de alguien para hacer cosas a lo largo del día, estamos increíblemente lejos de ser independientes. Es en nuestra vulnerabilidad que encontramos nuestra fuerza, es precisamente al aceptar lo que somos que podemos conectar con lo que otras personas son. No admitir nuestros errores nos atrapa en la ilusión de control y nos impide crecer y aprender. Querer tener razón dependiendo del contexto puede ser una ilusión muy extraña, cuando dejamos ir esta ilusión, nos abrimos a posibilidades que ni siquiera habíamos considerado, renunciamos al control sobre eventos, personas o resultados. Un control que nunca hemos tenido por otra parte, que no tiene que ver con el amor, sino con el miedo.

Y la inmadurez está llena de miedo, es importante recordarlo para entender el corazón de los demás sin juzgar.

El miedo, por supuesto, es bueno y necesario cuando una amenaza real nos puede poner en peligro, pero puede ser un obstáculo cuando nos impide crecer.

 

Y tal y como tiene sentido que las personas inmaduras no puedan admitir sus errores, también tiene sentido que las personas inmaduras no tengan demasiada capacidad de auto-crítica tampoco. Si lo pensáis bien desde que somos pequeños vamos desarrollando mecanismos de defensa que nos sirven para sortear situaciones difíciles en ocasiones muy difíciles. Dado que cuando somos niños pequeños no sabemos nada de psicología, habitualmente estos mecanismos de defensa no son particularmente saludables a fin de cuentas vamos con lo puesto, pero funcionan.

Crecemos y a esto le llamamos nuestra personalidad, les cogemos cariño a estos mecanismos, creamos una identidad alrededor de ellos y, aunque en un principio pudieran haber sido una muralla eficaz a la hora de mantener lo que nos dañaba fuera, con el tiempo comienzan a dejar de ser efectivos: se transforman en paredes que te retienen dentro y te aíslan de los demás, y olvidas que esa máscara con la que te presentas al mundo es sólo una herramienta que te puedes quitar. Al cargar con esos mecanismos de defensa, de alguna manera estamos viviendo en el pasado en lugar de vivir en el presente, algo parecido pasa con el trauma. Es totalmente normal y comprensible, pero como el presente es lo único que existe, cargar con estos mecanismos del pasado crea una tensión innecesaria.

 

Conviene no confundir esto con el aislamiento social que algunas personas autistas padecen por su forma de ser. Aquí nos referimos exclusivamente a los mecanismos de defensa psicológicos ante la adversidad, y al concepto que tenemos de nuestra identidad.

 

El caso es que si nos preguntaran quiénes somos, no para interrogarnos por nuestro nombre, sino esperando una respuesta sincera y completa a esa pregunta, iríamos a nuestro pasado a recoger la respuesta.

Desde que nacemos se ponen sobre nosotros expectativas y se nos da un papel que desempeñar: la niña o el niño obediente, el buen estudiante, la fumeta, el malote, esa persona que saca buenas notas sin estudiar y que luego encima no está segura de si le ha ido bien en el examen, la profesional, el emprendedor, la líder, el padre o la madre, la que le gusta la filatelia, el que quiere viajar, la que quiere cumplir cierta meta personal, el funcionario, el camarero, el jefe de marketing. De hecho algunas personas incluso dan un valor y cierto nivel de respeto particular a estas etiquetas, particularmente a las profesionales, así hay gente muy cutre en esta vida para la que el jefe de una empresa es más importante que un limpiador y merece más respeto. Las etiquetas por supuesto se mezclan y varían dependiendo del contexto, puesto que una madre puede ser también una hermana, una buena amiga o una trabajadora diligente.

Hay muchísimas etiquetas que, incluso la gente que dice rechazar las etiquetas, se pone o le son impuestas. De esta forma quiénes somos se trata de una historia enhebrada a través de recuerdos, un relato cuidadosamente editado que nos contamos a nosotros mismos. Como dice Alan Watts en El camino del zen: según esta ficción yo no soy lo que hago y lo que soy en este momento, sino una idea fija y anclada en el pasado.

La tragedia ocurre cuando, de este modo, nos identificamos con algo que ya no existe antes de con lo que de hecho soy ahora mismo, en este instante.

Y al final acabamos cargando y protegiendo la etiqueta más grande y pesada de todas: la auto-imagen, el ego, la máscara que olvidas que puedes quitarte y que confundes contigo. Lo siento por la metáfora, pero ha sido aprobada por el comité de lectoras con problemas para entender metáforas.

Por eso, no creas que defender y proteger tu auto-imagen implica defender y proteger quien eres realmente.

 

Todo este capítulo relativo a la psicología que he podido aprender a través de los años y que he ido viendo en los canales de Youtube de Therapy to the Point un canal extremadamente preciso y conciso sobre psicología que además utiliza a menudo conceptos como ego y estar presente, Jimmy on Relationships un genio del humor y las relaciones interpersonales, Dr. Kim Sage muy interesante porque es autista y ha superado el apego evitativo o Bea Sánchez o mamavaliente.es, una gran divulgadora, esta vez en español, y también autista quizás pueda ayudaros.

 

Siempre podemos recordar que parte de nuestra historia puede ser reescrita, si no en un instante a través de la atención y consciencia de saber que el yo no existe, al menos a través de la terapia: saber que la idea que tenemos del yo es maleable, nos puede ayudar a entender que es sólo un concepto y que, como tal, no es quienes somos realmente.

Quiero recordar aquí, y esto es esencial, que cambiar o mejorar como personas no son requisitos para alcanzar el satori en ningún caso Y, aunque en mi opinión sí pueden propiciar las condiciones en las que puede darse, también pueden convertirse en un tremendo obstáculo para despertar si el ego empieza a identificarse con la mejora personal como más metas a seguir y éxitos a conquistar.

 

Cambiar no es fácil, implica mirar hacia adentro y señalar aquello de nosotros mismos que no nos gusta, partes de nosotros que en general queremos ocultar. Descubrir patrones debajo de nuestros comportamientos y preguntarnos por qué están ahí. Y descubrir que muchas veces esa voz en nuestra cabeza que nos critica, ni siquiera somos nosotros, son las ideas que otra gente ha implantado en nosotros sobre cómo deberían ser las cosas, sobre cómo deberíamos ser.

Y cambiar no sólo es difícil, también es doloroso, porque conlleva saber que hemos hecho cosas malas que no queremos repetir, a veces se trata incluso de comportamientos abusivos. Pero la compasión por nosotros mismos es imprescindible durante este proceso, compasión también hacia esas partes de nosotros mismos que no nos gustan. Para cambiar nuestro comportamiento, tenemos que cambiar nuestra personalidad, y para cambiar nuestra personalidad, tenemos que cambiar el mundo, esto es, cómo vemos el mundo, lo que hace que tengamos unos patrones de comportamientos y no otros.

Cambiar además es doloroso porque tenemos que deshacernos metafóricamente de partes de nosotros mismos, que aunque hayamos llegado a la conclusión de que no nos gustan o que no son sanas, siguen siendo parte de nuestra historia, de lo que nos explica.

Por extraño que parezca, creo que cambiar es un buen camino para llegar a deshacernos del ego por completo porque vamos comprobando poco a poco que no es un concepto fijo. En realidad no lo necesitamos y, si no está ahí, nada se rompe y la vida no desciende en un caos sin control.

La inmadurez emocional nos ata al ego, mientras que la madurez emocional puede crear un buen espacio para que el satori surja al introducirnos en el ámbito de la empatía plena también hacia nosotros mismos a través de los límites.

 

Sin embargo, cambiar para una persona autista puede significar seguir un camino un poquito diferente. Tal y como dice Yolanda Mind Master, ocurre que muchas personas autistas no pueden usar las mismas técnicas que en psicología utilizan las personas neurotípicas para desarrollar amor propio y, si las usan, empeoran la autoestima.

Si nos dicen que aceptemos cumplidos, necesitaremos primero evidencia de los mismos; si nos dicen que pensemos en positivo, necesitaremos primero regulación sensorial; si nos dicen aquello de que hablarte en positivo funciona; buscaremos datos concretos, no generalidades.

En mi caso no he tenido este problema concreto y he podido usar técnicas diseñadas para personas neurotípicas, pero si veis que no funcionan u os hacen sentir peor, visitad a un psicólogo especializado en autismo.

 

Para evitar el sufrimiento innecesario, no debemos escapar del sentimiento de tristeza, dolor o enfado, ni de los pensamientos negativos, en una forma extrema ése es el mecanismo de defensa de las personas con apego evitativo, y no funciona demasiado bien: eso a lo que nos resisitimos siempre persiste y vuelve porque nunca llegamos a procesarlo. Tampoco debemos aferrarnos al dolor como si el sacrificio pudiera redimirnos y darnos sentido, y el amor no fuera algo que recibir sino algo que debemos ganarnos, tal y como les ocurre a las personas con apego ansioso. Los estilos de apego son curiosos: dan cuenta de nuestra crianza, sintentizan ese discurso interno que nos ha sido dado, esa historia que después nos contamos a nosotros mismos acerca de nosotros mismos. "Prefiero abandonarme antes de que me abandonen", dice el apego ansioso. "Prefiero abandonar a otros antes de que me abandonen", dice el apego evitativo. "Quiero una relación sana y horizontal", dice el apego seguro.

Los sentimientos existen para ser sentidos. Sí, podemos analizarlos y pensar sobre ellos a veces es muy sensato hacerlo y lo recomiendo, pero los sentimientos existen en primer lugar para ser sentidos y no sentirlos en toda su plenitud y procesarlos es un error de comprensión. Los pensamientos negativos tienden a venir con algún sentimiento de dolor y es crucial ponerle nombre a ese sentimiento. Debemos procesar el dolor, estar presentes con las sensaciones corporales que conlleva. Nos damos cuenta de que podemos llorar de tristeza o de rabia, pero también de alegría; de que la emoción del entusiasmo y la ansiedad parecen provocar sensaciones físicas similares como el aumento del ritmo cardíaco. Nos damos cuenta de que lo que hay en nuestro cuerpo existe y toma forma y de que el pensamiento que le acompaña tiene o no tiene correlato real más allá de la experiencia de nuestro cuerpo.

Por ejemplo: si resulta que un día nos persigue un tigre de bengala por una autovía o nos van a deshauciar, el cuerpo hará muy bien en enviarnos señales de miedo, pero si el futuro nos causa ansiedad debido a alguna cosa que puede pasar o no, tenemos el poder de detenernos y darnos cuenta de que fuera de nuestros pensamientos no hay nada más que la experiencia sensorial, pero nada en la realidad que nos deba dar miedo. Y una vez procesado y observado el sentimiento, podemos soltarlo. Para soltarlo, podemos o bien dejarlo pasar naturalmente el tiempo que corresponda, o bien dirigir nuestra atención a nuestro cuerpo, a nuestra respiración, a nuestra presencia, al entorno. No se trata de huir de los sentimientos, todo lo contrario, se trata de estar presente, de aceptarlos completa y profundamente, para que pasen a través de nosotros y dejarlos ir. Y después actuar.

Por ejemplo, si sentimos enfado, esto es una carta de amor hacia nosotros mismos: nuestro cuerpo nos está diciendo que no deberíamos aceptar la situación que tenemos delante. Y esto no quiere decir necesariamente que dirijamos nuestro enfado hacia otra persona y nos enfademos con ella, pero sí que actuemos para cambiar la situación.

Si le prestáis atención a la rabia o a la ira, veréis que si la dirigimos contra otra persona, la empatía por esa persona queda bloqueada. Por eso es importante no actuar demasiado rápido cuando estamos enfadados, sino descubrir qué nos enfada y centrarnos en eso en concreto.

Lo mismo podemos hacer con los pensamientos: podemos nombrarlos y decirnos “ésta es la historia de que no soy suficiente de nuevo” o “ésta es la historia en la que soy una carga para los demás”. Pero es importante no resistirnos a ellos, o de lo contrario tomarán fuerza. De modo que los aceptamos, los invitamos a casa, los nombramos, y después podemos dejarlos marchar con más facilidad.

 

Una buena parte de nuestro sufrimiento que no todo consiste en que o bien no podemos sentarnos con nuestro dolor, e intentamos evitarlo provocando muchos más problemas; o bien nos aferramos a él, de forma que no se marcha cuando debe. En ambos casos el ego está ahí, buscando identificarse o bien con la evitación y la represión, como si eso fuera algo saludable o racional; o bien buscando identificarse con el dolor mismo que apresamos, en el que nos sumergimos y nos ahogamos, como si eso pudiera darnos el valor que pensamos que no tenemos, y que también da una poderosa sensación de identidad torturada.

Hay formas más sanas de procesar nuestras emociones y discurso mental.

Observa los sentimientos, desentraña los pensamientos que les acompañan.

Observa los pensamientos, desentraña los sentimientos que les acompañan.

Somos autistas, la mayoría de nosotros seguiremos teniendo problemas sensoriales más intensos o menos intensos, y seguiremos teniendo el poder del pensamiento a nuestro alcance, pero comprende que pretender rechazar lo malo para aferrarnos a lo bueno es una comedia ridícula.

Entiende bien que esto no implica quedarte junto a lo que te daña, pero desde luego no deberías cargar con ello cuando ya no está ahí desmadejar el trauma ya es otra historia y en general requiere su tiempo.

 

IMPORTANTE: como digo al principio de este libro, si tienes ansiedad, depresión, trauma... no cojas un libro de autoayuda –ni uno de budismo–, y, por Cthulhu, ve a terapia. Esa es tu misión principal: no te pongas en peligro. Si una vez en terapia sigues queriendo centrarte en esto, bien: podemos seguir.

 

Por otro lado, recuerda que a cada momento puedes liberarte del sufrimiento, desarrollarte como persona no es en sí un camino de liberación, no necesitas absolutamente nada para liberarte, eres perfecta y perfecto tal y como eres. En realidad, la trampa es pensar que lo que experimentamos de alguna forma debería ser de otra manera. Pero ya somos suficientes, no necesitamos nada más, aquí y ahora puede suceder. Deja de exigirte tanto. En tu interior hay una luz que nada puede apagar, pase lo que pase. Esto de cultivar empatía y límites y el crecimiento personal es una mini-gesta, una side-quest, una misión secundaria que, sí, puede ser beneficiosa en la medida en la que diluye el ego.  

El satori no tiene nada que ver con mejorarse a uno mismo, sino con recordar quiénes somos.

Pero, insisto, si tienes estrés post-traumático, depresión o ansiedad, la misión principal es que vayas a terapia.

 

Y tú me dirás que muy bien, muy bonito, recordarnos a nosotros mismos, sí, ¿pero de qué va realmente todo eso del satori?

 

 

El satori:

 

Qué hermoso. Es diferente a como me lo imaginaba.

Pase lo que pase, no creo que debamos tener miedo.

 

El prisionero. Outer Wilds.

 

Tan sólo cuando no tengas cosa alguna en la mente, ni mente alguna en las cosas, estarás disponible.

 

Te-shan.

 

Abro este último capítulo con esta cita de Te-shan, un monje zen de la China del siglo IX que dice que el despertar llega cuando no tenemos “cosa alguna en la mente” esto es, que no estamos atrapados en la ilusión de que los pensamientos y la realidad son lo mismo ni tenemos “mente alguna en las cosas” no vemos las cosas como algo sobre lo que proyectar nuestros objetivos personales, haciendo referencia al wu-wei del taoísmo: la acción desapegada del resultado. Es una cita que me encanta por su simpleza, lirismo y precisión. Te-shan nos impele a liberarnos del ego, a dejar caer la máscara.

 

Al principio del libro proponía el enunciado nada es camino, todo es camino” como una de las que teníamos que resolver. La frase, aparentemente contradictoria, se refiere a que “nada es camino” en el sentido de que no hay un camino fijo, no hay una suerte de instrucciones o pasos fijos a seguir que nos lleven con seguridad al satori. Los caminos de liberación buscan crear condiciones que favorezcan la aparición del satori y los maestros pueden señalar el satori, pero no pueden hacer más.

La parte que dice “todo es camino” es un poco más difícil de entender porque al no haber métodos fijos, cualquier cosa podría ser una puerta de entrada.

Esta puerta es una puerta sin puerta, como decía el compendio de koans llamado Wumenguan en japonés Mumonkan compilados por Wumen Huikai:

 

El gran sendero no tiene puertas.

Miles de rutas llevan a él.

Cuando uno entra por esta puerta sin puerta

camina libremente entre el cielo y la tierra.

 

Afortunadamente, la puerta sin puerta puede abrirse con cualquier experiencia así que tampoco hay que ir muy lejos.

 

Al respecto de que no hay un camino fijo para alcanzar el satori Daisetz Teitaro Suzuki dice lo siguiente:

 

El ejercicio en dhyana zazen puede ser sin duda un paso importante hacia el despertar, pero el zen no considera que sea el único camino hacia aquella experiencia que constituye el fin último de toda vida budista.

 

Quizás aquello de la puerta sin puerta os ha dejado un poco picuetos pero recordad lo que dijimos acerca de que el samsara es el nirvana al final del capítulo segundo: Caminos de liberación. No trascendemos la realidad, sino que estamos presentes, nos hacemos uno con ella.

 

El satori es una experiencia y los conceptos son obstáculos para comunicarla, entenderla o experimentarla. Cualquiera puede aprender las palabras que se usan para expresarla. También se puede aprender hasta cierto punto el tipo de respuestas que resultan, digamos, aceptables a la pregunta “¿qué es el satori?”. El tipo de comunicación se puede imitar, los mondo se pueden memorizar, los textos se pueden aprender. De hecho es normal que hasta cierto punto haya una comprensión puramente intelectual de la enseñanza como si fuera filosofía, por supuesto, pero el satori es la experiencia real ante la cual los conceptos no tienen nada que decir, es la consciencia siendo.

A este respecto hay una historia tradicional zen que dice así:

 

Un día Tesshu, un famoso samurai y devoto estudiante de zen fue al maestro Dokuon y le dijo con aire triunfante que pensaba que todo estaba vacío, que no hay tú o yo, etcétera. El maestro, que había estado escuchando en silencio, súbitamente le pegó un golpe en la cabeza a Tesshu con su pipa de tabaco.

El samurai, iracundo, habría matado al maestro allí mismo, pero Dokuon le dijo:

Por lo visto al vacío no le cuesta nada enfadarse, ¿no?

Con una sonrisa forzada, Tesshu se marchó de la habitación.

 

Pero si ésta es una historia sobre el satori que no se tuvo, he aquí una sobre el satori que sí se tuvo:

 

El que a la postre sería el segundo patriarca del zen le pidió, desesperado, a Boddhidaharma:

Por favor, pacifica mi mente.

Tráemela y la pacificaré respondió Boddhidharma.

Tras haberla buscado, me ha sido imposible encontrarla.

Acabo de pacificar tu mente para ti.

La mente del segundo patriarca se abrió y éste alcanzó la iluminación.

 

Y si existen los trabalenguas, como alguien dijo por ahí, el satori es un trabacerebros.

El yo discute, se pregunta “si soy paz, ¿por qué albergo ansiedad?”, “si los budas dicen que ya he despertado, ¿por qué busco el despertar?”, “si estoy ilumnado, ¿por qué no siento que esté iluminado?”. El yo siempre está aferrándose a las cosas, aferrándose a sí mismo, precisamente porque es una idea tan tozuda que quiere ser permanente.

Y por sorprendente que parezca el yo no es más que eso: una idea.

Estamos tan acostumbrados a pensar cosas que queremos pensar la consciencia, como si fuese algo separado de lo que somos, cuando es precisamente lo que somos.

Podemos pensar nuestro cuerpo, podemos pensar el yo, podemos pensar nuestro cerebro como un órgano separado… pero no podemos pensar la consciencia que ve los pensamientos.

La consciencia ve las cosas pasar, no puede aferrarse a ellas.

La consciencia no puede verse a sí misma.

O como se decía en otra parte del libro: la mente no puede pensarse a sí misma.

Y si tú me dices que puedes pensar la mente, yo te digo que eso es una idea de la mente, está separada, es incompleta al ser estática y rígida, y por supuesto no es la mente, la mente está examinando esa idea y no puede separase de sí misma en ningún momento.

Por eso el satori es algo en lo que te relajas y disuelves el ego no siempre se disuelve completamente, pero tampoco es necesario, del mismo modo que el sueño te encuentra si no opones resistencia a él.

 

No estoy haciendo aquí un alegato a favor del anti-intelectualismo, abandonar el conocimiento o dejar de lado la lógica para siempre. Me encanta aprender casi siempre estoy estudiando algo, me encantan tanto la lógica como el conocimiento, sólo que no son ámbitos que puedan ayudar a experimentar el satori en el sentido de que el satori no es una conclusión racional. Pensar sobre el cerebro como ha hecho la psicología o la neurobiología nos ha proporcionado importantísimas herramientas sin las cuales ni siquiera podría escribir este libro tal y como lo he hecho. Y además por supuesto que puede haber pensamiento sin ego porque después del satori seguimos pensando. Y pensar puede ser un placer como cuando jugamos al The Witness o cuando descubrimos cómo traducir una idea complicada en palabras sencillas.

Es más, creo que en algún momento la psicología y los caminos de liberación convergerán en algún punto dando lugar a algo emocionante, y esto irá más allá de que la psicología los estudie y los vaya a estudiar con interés.

 

El satori tampoco es nada del ámbito de la moral: cuando nos dice que todo es como debería ser, no se trata de un juicio moral. Quizás no nos impele a mejorar el mundo, pero eso tampoco quiere decir que no haya horrores contra los que luchar.

Como decíamos, el despertar budista no implica que el dolor y la desgracia no puedan atravesarte con intensidad. Pero no pueden hacerte sufrir de la misma manera porque cuando el sentimiento se va, se va y si vuelve, vuelve, pero tú no estás, sólo la consciencia permanece el ego no está o, como poco, ha sido revelado como una ilusión.

Si te pegas un golpe el dolor puede permanecer unos segundos o unos minutos, si pierdes a un ser querido, el dolor no durará un segundo.

Y, piénsalo, si tenemos un problema de desregulación sensorial, mientras el estresor que la provoca permanezca ahí, no dejaremos de sentir la desregulación sensorial.

Además, con toda seguridad, a veces sobrepensaremos haremos overthinking un poco porque sí. Pero si te asaltan pensamientos a lo loco, cabe preguntarse, como dice Alan Watts: ¿si no lo puedes evitar, lo estás haciendo aposta? Hasta eso es espontaneo.

Si somos budas, seremos budas autistas.

La gente tiene unas ideas extrañísimas acerca de la iluminación, hablan de historias de monjes que nunca dejan de ser felices, de santos que son puro amor perpetuamente, como si Yantou Quanhuo no hubiese gritado de dolor al ser asesinado por bandidos y Lin-chi no soltara un feroz rugido antes de su muerte.

Shi Heng Yi o Pamela Weiss han pasado por momentos difíciles en su vida, sin huir de ellos.

Dice Mingyur Rinpoche que:

 

La naturaleza de buda se puede resumir en una sola palabra: coraje, en particular el coraje para ser lo que somos, aquí y ahora, con todas nuestras dudas e incertidumbres.

 

Y también nos cuenta Soko Morinaga Roshi lo siguiente:

 

Tal y como lo veo en estos días la tristeza, el pesar y el dolor no han desaparecido en absoluto. Cada día trae felicidad y dolor, sin embargo, no son problemas.

 

Y no son problemas a resolver, sino sentimientos a experimentar.

Desde la perspectiva del trauma esto es casi imposible: los sentimientos son demasiado poderosos, nos anclan al pasado. Desde el trauma yo misma me hubiese preguntado, indignada: ¡¿cómo, que hay que sentir más aún?! Y lo cierto es que no exactamente, en el trauma experimentamos el dolor tal y como fue en el pasado como si estuviera presente aquí y ahora, pero sumado a muchas otras capas de dolor: dolor por lo que pasó, dolor por no haberlo podido evitar, dolor si sentimos que de alguna forma fue culpa nuestra, dolor porque no podemos superarlo, dolor porque sentimos el mismo dolor años después, dolor porque nuestro cuerpo recuerda y revive el pasado. Lo curioso es que en el satori, aunque los sentimeintos se sienten plenamente… son sólo sentimientos y no golpean con la misma fuerza que el trauma porque no tienen todas esas capas adicionales cuando la trampa del yo está desactivada.

Como dice el budismo: el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional.

Somos autistas, aquí no queremos el escapismo de los “budas de piedra”: monjes que anestesiaban su dolor a través de la disciplina y la represión emocional y a esa evasión la llamaban iluminación. Aquí queremos sentir cada sentimiento completamente, intensamente, profundamente con todo nuestro corazón y después dejarlo marchar sin identificarnos con él ni aferrarnos a él.

 

Hay una anécdota muy reveladora que dice lo siguiente:

 

En China, una anciana mantenía a un monje desde hacía más de veinte años. Le había construido una pequeña choza y le alimentaba mientras él se dedicaba a la meditación. Finalmente le intrigó saber qué progresos había hecho el monje en todo aquel tiempo.

A fin de averiguarlo, obtuvo la ayuda de una muchacha ardiente de deseo.

Ve y abrázale le dijo, y entonces pregúntale de repente. ¿Y ahora, qué?

La muchacha visitó al monje y, sin más, se puso a acariciarle y preguntó qué iba a hacer al respecto.

En invierno, un árbol viejo crece en una roca fría replicó el monje, un tanto poéticamente. En ninguna parte hay calor.

La muchacha regresó y relató a la anciana lo que el monje le había dicho.

¡Y pensar que he dado de comer a ese tipo durante veinte años! exclamó la anciana, airada. No ha mostrado ninguna consideración hacia tu necesidad, ninguna disposición a explicar tu estado. No tenía que haber respondido a la pasión, pero por lo menos debería haber evidenciado cierta compasión.

Enseguida fue a la choza del monje y le prendió fuego.

 

No podemos sentir empatía si no estamos en contacto directo con nuestras emociones, y este pobre monje no mostró ninguna empatía ni curiosidad por la joven, es decir: no había entendido nada. ¿Cómo vas a estar conectado con el universo entero si ni siquiera sientes conexión con la persona que tienes al lado? Quien sigue el camino no será un buda de piedra.

 

Además, algunas personas pretenden usar los caminos de liberación para quedar exentas de responsabilidad, para decirse que ellas no han hecho nada malo, que no existe el ego y que, por lo tanto, no hay nadie que haga nada, no hay hacedor. Y así, van por el mundo dañando a otros sin sentirse culpables y, si sientes dolor, eso es culpa tuya, que no sabes una puta mierda del camino del Tao. Estas personas han caído en una trampa del ego que las retiene atrapadas en la ilusión del yo, un yo con un halo de una sabiduría retorcida e inhumana. Y es que se convencen de que esa crueldad disociada contiene alguna clase de sabiduría. Si se me pregunta, diría que son otro tipo de budas de piedra: han hecho del despertar un concepto y han convertido al Buda en alguien que ha trascendido el mundo en lugar de estar presente en él. Son desgraciados que interpretan el papel de lo que creen que es un iluminado o quizás han llegado al satori y el ego se ha apropiado de él, tomando una nueva identidad, una nueva máscara: la del iluminado.

 

Quiero haceros una advertencia, que aunque no tiene que ver con los budas de piedra, sí es otra trampa del ego. Hace muchos años, quería alcanzar el satori como otra razón más para sentirme especial, para sentirme por encima de los demás, y estos deseos nacían del miedo de no ser suficiente. Sin embargo, como dicen los maestros, el satori es exactamente lo contrario: no te hará sentir especial ni por encima de nadie.

Sawaki Kodo a este respecto decía:

 

No importa cuántos años lleves sentado en la práctica del zazen. Nunca te convertirás en nada especial.

 

Si lo que buscas es validación, algún tipo de superioridad o reconocimiento, aquí no hay nada. Si es que te tienes que reír…

Si lo que buscas es sentirte cada vez mejor y mejor hasta llegar a un estado de paz perpetua, me temo que eso es sólo otra trampa del ego.

El satori hará que tus sentimientos sean como olas en el océano, sin duda nos relaja, pero no hace que el dolor desaparezca aunque desaparezca el sufrimiento.

Disolver el yo y sus ilusiones puede ser un proceso doloroso por eso creo que es bueno ir deshaciéndolo con la empatía y proporcionarnos un cerebro muy plástico y abierto a nuevas ideas. Sólo hay una cosa que vas a necesitar: valentía. Y desgraciadamente no todo el mundo quiere ver quién es, sin filtros. Cuando te atreves a soltar, todo se transforma, pero el satori nunca es lo que imaginas.

El satori sólo te ofrece la verdad, nada más.

Y no hace falta deshacer el ego completamente para despertar, eso no es necesario ni tampoco suele ocurrir: normalmente queda algo de trabajo después de despertar y para eso el libro El final de tu mundo, escrito por Adyashanti, puede ser de una ayuda incalculable. Tiene sentido: al fin y al cabo hablamos de toda una vida en la que el ego ha estado creyéndose el rey del mambo. Este libro es imprescindible porque habla de una serie de procesos que suelen ocurrir tras la iluminación y que pueden ser muy confusos. En los primeros momentos semanas, meses o años podemos “perder” el despertar, volver al ego, y después despertar del ego en ciclos sucesivos de “perder el satori” y volver al satori. Y, sí, el ego es fuerte pero nuestro cerebro es plástico.

Una vez el satori ocurre, puedes pensar que has cometido un tremendo error, ¿por qué va y viene? No es un error: no puedes volver atrás del todo, no puedes volver a la prisión del ego completamente. Ese libro de Adya es una importante aclaración sobre todo lo que ocurre tras el satori que no he podido encontrar todavía en otros textos más allá de las diez estampas del pastoreo del buey de Guo'an Shiyuan en japonés, Kakuan.

Si has despertado y el ego vuelve a atraparte, relájate, no le des poder porque ya has visto que es una farsa. Calma, no huyas de los pensamientos o sentimientos negativos, no intentes quedarte en el refugio de la iluminación, no te digas “ah, sólo es identificación, no importan”. Relájate. Míralos por lo que son, acéptalos e investígalos, el dolor arroja luz sobre lo que aún queda por sanar. A estas alturas ya sabes de sobra que, si huyes de algo, lo alimentas, y volverá de nuevo bajo otra forma. Si te resistes, persiste.

 

Y si estáis pensando, ¿no prometía el budismo liberarnos del sufrimiento? Hay un relato que creo que expresa perfectamente el sufrimiento del que estamos hablando:

 

Tanzan y Ekido caminaban por un sendero lleno de barro. Llovía persistentemente. Al doblar un recodo, se encontraron de frente con una hermosa joven vestida con un kimono de seda, la cual no se atrevía a cruzar el camino por miedo a embarrarse.

Ven aquí, muchacha dijo Tanzan, y tomándola en sus brazos, la pasó limpiamente al otro lado a través del barro.

Ekido no dijo ni una palabra. Al caer la noche los dos amigos encontraron alojamiento en un monasterio. Entonces Ekido no pudo contenerse más.

Se supone que nosotros los monjes debemos mantenernos alejados de las mujeres recriminó a Tanzan, especialmente si son jóvenes y bonitas. No hacerlo así es peligroso. ¿Cómo pudiste llevar a aquella muchacha entre tus brazos?

Dejé a la chica en el camino replicó Tanzan. ¿Aún sigues llevándola?

 

Esta historia es maravillosa porque no trata acerca de una gran tristeza o depresión, sino de algo casi trivial por comparación: una norma rota.

Sin embargo el sufrimiento de Ekido está ahí cuando no debería porque ha sentido rechazo y vergüenza y se está aferrando a esos sentimientos. Detrás, por supuesto, viene el juicio del moralista reforzando la idea del yo, justificándose. Estos sentimientos negativos se convierten para Ekido en un problema a arreglar en lugar de sentimientos que sentir sin más. Al resistirse al dolor, Ekido se resiste a dejar que éste siga su camino.

 

Volviendo al satori, como hemos dicho, no hay instrucciones específicas, no hay tampoco un camino particular, la iluminación budista no puede alcanzarla un yo porque no hay nada que alcanzar y porque no hay ningún yo que pueda alcanzarla, y sin embargo, hay satori.

El despertar no es una conclusión a la que llegas si tienes los pensamientos correctos y los enlazas a través del razonamiento adecuado, tienes que entender que no hay un yo que pueda iluminarse en primer lugar, que el yo es una ficción.

Y somos autistas, partimos con una clara ventaja: ya sabemos que muchas cosas que la gente adscribe al yo son una ficción o impuestas por convención social, como un papel que tenemos que interpretar. Ya sabemos que las etiquetas no terminan de responder a la realidad de la experiencia. Estos elementos componen una máscara y podemos quitarnos esta máscara que usamos para funcionar en sociedad.

Nos queda solamente entender que el yo por completo la historia que nos contamos acerca de nosotros mismos es una máscara también, eso es todo.

Una vez más, la ausencia del yo como el eje central que vertebra quiénes somos no implica que te deje de gustar el chocolate, que de repente te atraigan sexualmente los mapaches o que no sientas calma en un abrazo, seguirás siendo un ser humano.

El yo es la historia que te cuentas de ti mismo y de ti misma, es eso que intentas retener en una idea.

Desgraciadamente, el satori es una experiencia que no se puede comunicar. Si tenéis la sensación de que siempre parece que se queda algo absolutamente clave sin decir o explicar, tenéis razón. Lo poco que podemos decir del satori que pueda ayudar a quien piensa que está en su busca es, más bien, lo que no es.

Y siento repetir la cita de Tilopa, pero dijo al respecto del satori: no pensamiento, no reflexión, no análisis, no cultivo, no intención.

Alan Watts decía que cualquier libro sobre zen es como una novela de misterio a la que le falta el último capítulo.

Y es que el satori está en silencio: el yo se ha aquietado y en ausencia del yo todo nos llena.

 

El silencio no es únicamente la ausencia de sonido sino el espacio en el que el sonido se produce.

Somos perfectos no por lo que conseguimos sino porque existimos. Cuando estamos en silencio y no estamos acostumbrados a él los pensamientos desean volver desesperadamente para llenarlo. Pero si nos relajamos en el silencio veremos que nuestras preocupaciones, nuestras penas, el siguiente logro que nos hemos propuesto, la siguiente meta que perseguimos o el siguiente plan que hemos trazado comienzan a ser un poco menos urgentes. Y si seguimos relajándonos descubrimos algo debajo de todo que se mantiene constante e inamovible. Es desde ahí que podemos ver cómo la vida realmente es no como nos la imaginamos, podemos ver cómo se revela en cada momento, cómo va brotando. Y podemos ver los pensamientos volver y los sentimientos agitándose y aquietándose.

 

El viento sopla, la lluvia cae o el sol aparece entre las nubes en un espectáculo increíble. Ese silencio hace que lo ordinario se vuelva extraordinario. Cuando piensas, la realidad entera se transforma en tus pensamientos, por supuesto, pero no hace falta pensar todo el rato.

En esta vida nos enseñan a llenar ese silencio con charleta y palabras sin cesar, con juicios, pensamientos y opiniones y qué listos somos si tenemos sesudas opiniones sobre cada cosa, con distracciones hasta el infinito. Raramente hay gente con la que podemos estar en silencio y disfrutar del paisaje.

 

Rumi, un teólogo y místico persa, decía: el silencio es el idioma de Dios, todo lo demás es una mala traducción.

Las palabras son incompletas porque nunca son la cosa que representan sino la representación de la cosa, eso es precisamente lo que las convierte en valiosas herramientas. Pero el silencio es el silencio: es la comunicación directa del silencio, por paradójico que parezca.

 

A veces las personas autistas se quedan en silencio porque les cuesta traducirse a sí mismas para que otras personas las entiendan. A veces simplemente no sabemos llevar una idea o una intuición al mundo de la palabra. Esto puede ser frustrante cuando necesitamos expresar algo y no sabemos cómo hacerlo. Pero también nos muestra la carencia de las palabras como forma de comunicación.

 

Pensamos que el silencio está vacío, pero el silencio “habla” si le dejamos: en realidad está lleno de eventos. Por supuesto el silencio revela también nuestra soledad, nuestros miedos, todas esas heridas de las que tratamos de huir, y todas esas máscaras que nos ponemos para que el mundo no sepa nada de nuestro dolor. Y el dolor nos muestra lo que queremos esconder. Pero esto es un regalo: al ver lo que queremos esconder, podemos curarlo. El silencio no busca amedentrarte sólo es silencio, pero en él puedes liberarte. No eres tus sentimientos, ni tus miedos, ni tus máscaras: eres la misma vida que el silencio te muestra. No hay nada más que conseguir.

 

El silencio también es el espacio fértil en el que la creatividad surge. Al fin y al cabo la inspiración llega a nosotros cuando nuestra cabeza está libre, no podemos forzar un estado mental en el que la inspiración aparezca, aunque sí podemos crear las condiciones más propicias para ello. El satori es exactamente igual en ese sentido.

 

Recuerdo que a veces pensaba un poco en broma y un poco en serio: voy a dejar que mi cerebro haga esto, que es muy inteligente. Mi cabeza tiene una buena capacidad para enlazar elementos lógicamente y desentrañar patrones, así que me contaba un chiste en el que mi cerebro llevaba a cabo veloces razonamientos y yo aguardaba como una espectadora. No me daba cuenta de que estaba confiando ya entonces en este silencio tan peculiar. No me daba cuenta de que el satori estaba ahí en ese chiste, esperándome a mí, esperando a que me diera cuenta de que el silencio era quien soy realmente ¡con todo lo que hablo!.

 

Despertamos de la ilusión del yo, no se trata de una experiencia personal porque lo que sucede es que el despertar despierta del yo.

El problema, claro está, es que cuando escuchamos esto la mente intelectual se hace una idea de lo que debe de ser el satori, y entonces volvemos a ciclo de la búsqueda del satori.

Cualquier cosa que pienses que es, no es.

Y es que con el satori pasa algo que es una completa locura: aunque lo experimentes, no puedes imaginarlo. Es el espacio en el que la imaginación ocurre.

 

Quizás has llegado hasta aquí a través del análisis, de observarte a ti mismo, de mejorar como persona, pero ninguna de esas cosas te ayudarán. Ahora, aquí, tienes que abandonar el análisis, tus opiniones sobre las cosas y tus ideas de mejora personal.

 

Hay gente que siente terror ante el satori: se siente como si estuviera mirando al abismo, como si al saltar fuera a desaparecer. Si quieres la verdad, ¡salta! ¡Sólo puedes caer en quien tú eres! ¡Eso tiene que estar blandito a la fuerza!

 

Propongo un juego, deja de pensar, simplemente para, aunque sea por un segundo. En este punto te pregunto, ¿quién eres tú? ¡No, no pienses, que eso es trampa! Empieza de nuevo, relájate, para de pensar, deja que la calma se abra paso entre dos pensamientos, quédate en ese silencio. Y te pregunto, ¿quién eres tú? En este momento, tú eres la consciencia abierta.

 

Para las personas autistas hay otra forma de jugar a este juego: pensad en lo que ocurre en hiperfoco.

El hiperfoco es ese estado de concentración que nos permite realizar una tarea durante horas mientras estamos totalmente absortos en ella.

En hiperfoco nos olvidamos de notros mismos, no estamos, lo único que está es la tarea. Si alguien nos preguntara quiénes somos cuando estamos en hiperfoco, la tarea o la tarea haciéndose serían respuestas perfectamente aceptables. Ésa es la realidad de la consciencia.

El satori es igual sólo que en lugar de absoluta concentración hay absoluta relajación, aunque quizás sean lo mismo. Y en cualquier caso podemos volver al hiperfoco centrado en una tarea cuando sea necesario.

Somos autistas, usar el hiperfoco o el overthinking es quienes somos. Y muy posiblemente el hiperfoco sea nuestra forma natural de meditación: ¿entras en hiperfoco haciendo deporte? Haz deporte. ¿Entras en hiperfoco dibujando? Entonces dibuja. Recuerda que el ego no tiene espacio cuando el hiperfoco ocupa toda la realidad. Si te preguntas quién eres tú, tú eres la consciencia en la que el hiperfoco tiene lugar.

Esto no es exclusivo de las personas autistas, el psicólogo Mihály Csíkszentmihályi es muy conocido por el concepto del flow flujo, que es nuestro hiperfoco. Pero nosotros, por algún motivo que alguien habrá estudiado, somos mucho más propensos a entrar en este modo flow que las personas neurotípicas. Y, desde luego, si alguna persona neurotípica entra en flow a menudo, la invito a realizar el mismo experimento.

 

Para todas las personas autistas o no este juego peculiar ocurre por ejemplo durante los primeros dos o tres segundos al observar un paisaje de ésos que te roba el aliento, cuando escuchas una canción por primera vez y te hace llorar, cuando ves un cuadro cautivador o tal vez experimentas profunda alegría o dolor por algo que te pasa u ocurre a tu alrededor. Hay unos breves instantes en los que simplemente experimentas, no piensas nada, no hay ningún comentario por tu parte, no hay nada más. Pero tan pronto como te das cuenta de que no hay nada más, te pones a pensar. Y si intentas volver ahí, lo sientes como arena escapándose entre las manos.

“¡Ains, casi lo tenía!”, te dices.

Lo que pasa es que estás tratando de atrapar la consciencia, estás intentando buscar al observador, como si pudieras salir de tu espacio y verte a ti mismo.

Tienes que soltar.

No puedes tener eso, porque ese juego no te pertenece.

Nadie puede tener eso.

El yo tiene miedo porque piensa “si dejo de controlar las cosas con mis pensamientos, ¿quién mantendrá todo unido?”. Pero la realidad no se desbarata ni se deshace porque no podamos controlarla. La mente intelectual ésa que intenta atrapar el satori en un razonamiento teme lo que no comprende y relajarse en el satori es inherentemente incomprensible porque no es nada que se mueva en el ámbito de las cosas que pueden comprenderse el ámbito intelectual, sino en el ámbito de las cosas que pueden experimentarse: como el amor o el paisaje que te quita el aliento.

Así que reposa en tu consciencia.

Eres el espacio en el que la experiencia tiene lugar, no lo experimentado.

Eres la visión que no puede verse a sí misma.

Eres la consciencia, siempre.

Y en algún momento abandonas los inútiles intentos de atraparte y comprendes que no eres un pensamiento y que el satori tampoco es un pensamiento, que no está separado de ti y nunca lo estuvo y, por supuesto, no está separado de nada ni de nadie.

Sólo tienes que mirar hacia adentro.

Éste es el viaje de regreso a casa.

Eres la persona que estabas esperando, eres lo que estabas esperando.

Un sentimiento de amor y calma te inunda, diferente a todo lo demás.

Entonces todo es claro.

Cuando piensas, sólo piensas.

Cuando miras, sólo miras.

Cuando caminas, sólo caminas.

Y la tranquilidad y la quietud se van, y la tranquilidad y la quietud vuelven…

Y miras a los lados y allá donde poses tu mirada, todo es libre.

Lo que duele, duele. Lo que calma, calma.

Tus sentimientos vagan por tu corazón, libres de cualquier ilusión de control.

Tus pensamientos vagan por tu mente, libres de cualquier ilusión de control.

Y miras a los lados y allá donde poses tu mirada eres libre.

 

Posiblemente no sé quién eres, no sé qué haces y no sé nada de ti, pero eres un persona perfecta y te quiero.

 

Tal vez pienses que eres una persona experimentando el mundo y el universo, y sin embargo eres el universo teniendo la experiencia de ser una persona. El universo se experimenta a sí mismo como persona a través de ti.

 

Me gustaría cerrar este libro con una frase de Maezumi Roshi y como es mi libro, lo haré que dice lo siguiente:

 

Confía en ti, no en quien piensas que eres sino en quien realmente eres.


    Iluminación para personas autistas  © 2025 by Marta Roussel Perla is licensed under Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International. To view a copy of this license, visit https://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/


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