No, caballeras y caballeros, no se alarmen, mi cerebro es bastante más inteligente que yo.

miércoles, 28 de febrero de 2018

La Legión de los gritos


“I am so clever that sometimes I don’t understand a single word of what I am saying”.
OSCAR WILDE.

La Legión de los gritos:

A veces estamos meditando algo y perdemos el hilo de nuestros pensamientos, entonces, reconocemos el sutil rastro de algún concepto que tal vez tiene sentido si llevamos un poco más de ropa, pero nos desorienta un poco no saber exactamente qué estamos pensando o cómo hemos llegado ahí.
Aunque infrecuente, suele ser una situación desagradable: es incómodo encontrarnos en la singular intersección en que las ideas que ya han desaparecido deberían conectar con las que aún están por llegar. Normalmente no pasa de ser un brevísimo instante de confusión en medio del vacío, y, sin embargo, se nos antoja de muy mal gusto porque nos perdemos de vista a nosotros mismos.
Pues bien, de algún modo Kalani vivía en ese brevísimo instante de confusión de forma permanente.
Y es cierto, se perdía de vista a sí misma con facilidad: nunca sabía qué haría después y no se preocupaba mucho por lo que fuera que había pasado un poco antes, básicamente vivía sin esfuerzo en el ahora, y eso a una le hace ganar tiempo.
Rodeada de pensamientos desconcertantes, tanto propios como ajenos, había llegado a la conclusión de que las ideas eran una suerte de chispazo de inspiración: brotaban, no solían tener muy claro que hacían ahí, y desaparecían. El discurso mental era sólo el espacio en que tenían vida. Y no siempre merecía la pena tener acceso al de los demás…
El sonido de una voz la devolvió a la realidad:
–…y así ampliar la alianza comercial que ya tenemos con algunas ciudades de la frontera norte en Okanugan, por no mencionar los libros de la universidad, que están en nuestro poder –Kalani miró algo confundida a aquél hombre. Estaba sentada con las piernas cruzadas sobre un cómodo sillón de cuero, Senescal Piruleta y Snieshka estaban a su lado en un sofá de igual manufactura.
–Parece un buen trato –contestó en un acto reflejo–. Ahora sólo tienes que decirme qué quieres a cambio.
Los pensamientos de su interlocutor aparecieron involuntariamente ante ella: el rastro de intenciones, objetivos y convicción al mezclarse con la sangre.

La gente alrededor, azotada por una tenue ola de miedo e inseguridad, retrocedió un poco, los guardias tragaron saliva, todos estaban confundidos porque no sabían muy bien qué era una bruja, pero no les gustaba nada cómo sonaba aquella palabra ni los rumores a los que se asociaba.
–Tengo una propuesta que hacerte, bruja de Faro –dijo aquél hombre en medio de la calle, haciéndole un gesto con el brazo para que entrara en el edificio de enfrente–. Acompáñame.
El edificio, conservado a duras penas, parecía un templo muy antiguo con imponentes columnas, en su mayoría intactas, elevando un frontón en el que se vislumbraban los restos de tres figuras. Desde fuera no sólo llamaba la atención por su estructura, sino también porque era uno de las pocas construcciones cuyas aceras no estaban cubiertas por montones de escombros o basura. Cuando entraron, Kalani quedó impresionada: el suelo era de mármol, había alfombras desgastadas repletas de motivos sinuosos, puertas de doble hoja, restos de cortinas amarillentas, maderos tapiando un gran agujero en el techo y cuadros oscurecidos de señores que muy posiblemente habían carecido de sentido del humor. Senescal Piruleta iba olfateándolo todo con interés, mientras, miraba de soslayo el bocata que Kalani seguía comiéndose.
–¿Qué opinas de la ciudad? –le preguntó aquel hombre para romper el hielo.
–Parece un sitio fantástico para mendigar por tu vida.
–Afortunadamente se hizo mucho trabajo en su día y, en consecuencia, podemos acoger a mucha gente. Entiendo que en Faro y Okanugan no os agraden nuestras condiciones.
–Esto… ¿tienes nombre? –curioseó Kalani, que no sabía muy bien cómo dirigirse a él.
–Por supuesto, disculpa mis modales: el Gran Jack –Kalani soltó una carcajada, consiguió detenerse, le miró y estalló entre risas de nuevo.
–Perdona… –intentó recuperar la compostura, tardó un poco, resoplando, pero al final, ya muy seria, afirmó–. No pienso llamarte Gran Jack.
–Jack será suficiente –dijo él, intentando disimular su indignación y forzándose a recordar lo que decían que la bruja podía hacer.
–Jack, creo que paso muy fuerte de tu proposición –comentó ella despreocupada.
–Una afirmación algo injusta, aún no has escuchado lo que tengo que ofrecer. Por otro lado… ¿quién es esta niña cubierta de sangre y por qué nos está siguiendo?
–¿Snieshka? Es mi guardaespaldas.
–¿Es la que ha matado a esos dos forasteros en el bar?
–Puedes preguntarle a cualquiera: dos tipos han intentado acribillarla. Por lo visto matar a alguien en defensa propia no es delito en Arriba. Doy mi testimonio, si es necesario.
–¿Has intervenido en el altercado?
–Qué va, tengo una puntería de mierda, le hubiera dado a un gato o algo… Y si lo dices por mis habilidades, mira, no me gusta sacar conclusiones precipitadas, no sé… una niña que lleva una espada por ahí tampoco puede estar muy bien de la cabeza –él pensaba, comprensiblemente, que Kalani le estaba mintiendo aunque, si Kalani hubiera deseado realmente mentirle, habría sido imposible para él discernir la realidad.
–Y esta cría es tu guardaespaldas –quiso asegurarse, incrédulo.
–Bueno, sólo desde hace unos… siete minutos.
–¿En serio pretendes que me crea que ha sobrevivido a un tiroteo?
–Hombre, yo la… ¿Es una pregunta-trampa? –interrogó Kalani, visiblemente extrañada–. La realidad no se molesta en ser verosímil, pero, oye, si aún tienes dudas, puedes preguntarle a Snieshka si está viva o no.
El hombre, miró pensativo a la bruja de Faro.
–¿Y es muda? –Snieshka no se acabó de tomar demasiado bien que hablaran de ella como si no estuviera allí y dijo:
–Soy muy selectiva con aquéllos a los que decido aproximarme: todo el mundo habla a las espaldas de una, pero quien te conoce puede cometer el error de decir alguna verdad.
El Gran Jack las miró perplejo.
–Qué tienes que ofrecer –demandó Kalani.
Giraron una esquina, había un par de guardias vigilando unas escaleras.
–Dadle vuestras armas a Steve, por favor –el Gran Jack señaló a uno de sus hombres.
Kalani le dio su revólver y su cuchillo a ese hombre, el cual tendría su misma edad, diciendo:
–Muchas gracias, Steve. ¿Sabes?, conocí a otro Steve una vez –añadió en tono conversacional–, un tío con buen fondo, mató a su novio de un tiro y me quitó este diente de aquí de un puñetazo… –en ese momento decidió sonreír en una disculpa, dándose cuenta de que a veces debía parar de hablar un poco antes–. Bueno, tú guárdamelas bien, ¿eh?
–¡Muchas gracias! –dijo Snieshka con una sonrisa mientras le entregaba una espada ensangrentada.
Steve, por aquél entonces, ya había visto muchas cosas en su vida, pese a todo, había algo en aquella sonrisa tan cándida que no dejaba de resultar amenazante: tal vez fuera el color rojo empapándolo todo en la pequeña forastera o la locura filtrándose por cada resquicio de la situación. El joven, no obstante, trató de mantener la compostura y cachearlas de manera profesional.

–¿Estás dispuesta a hacerlo? –quiso saber Snieshka, con marcado acento, mientras paseaba sus dedos sobre la superficie del agua, sin cuestionar la decisión, queriendo simplemente conocer a su compañera.
–Necesito los libros y en Okanugan… nos vendrían bien aliados comerciales, espero que a mi gente le parezca una buena idea… porque si no, voy a trabajar casi gratis –comentó Kalani con resignación mientras frotaba su brazo con una esponja áspera. Senescal Piruleta, fuera de la pequeña piscina de agua caliente, se sacudía sonoramente para secarse. Había una ducha al lado que habían utilizado antes de meterse en el agua, la pared estaba llena de diminutas gotas rojas.
–Eres una mujer inteligente –comentó Sniezhana–, los libros sólo pueden empeorar eso.
–La inteligencia mola –comentó Kalani, alegre.
–Jaque mate –la ironía se le escapaba en medio de la seriedad.
–Snieshka, ahora eres mi puta guardaespaldas, me preocupa un poco que bajes la guardia.
–Si crees que te tomo por tonta, tal vez debería empezar a confiar en ti –Kalani puso cara de circunstancias: seguramente la mujer que no crecía jamás tenía razón–. Por otro lado, no suelo fiarme de la gente –le recordó Snieshka.
–Cuando la vida no tiene sentido, la desconfianza es sólo una mentira más –a Kalani aquella reflexión le inspiraba optimismo, a Sniezhana, una mezcla inusual entre desesperanza de fondo e ingenuidad.
–Es un argumento vistoso, maiá daragaia, No obstante la confianza es lo único que puede hacernos sentir decepcionados y, en un mundo como éste, tu confianza será mi arma.
–¿Crees que confiar en los demás es una puta gilipollez?
–Sí –contestó Snieshka–, y probablemente lo expresaría con esas mismas palabras –añadió mordaz.
La mente de Sniezhana se movía a toda velocidad: desgraciadamente había razones cruzándose entre esos vertiginosos pensamientos suyos las cuales asaltaban el cerebro de Kalani con ráfagas de violencia y dolor en una miríada de gritos que no comprendía. Snieshka confiaba en Kalani, al parecer porque era una bruja como ella y porque, desde su punto de vista, si la bruja de Faro deseaba su confianza sólo tenía que robársela. Debajo del cinismo, sin embargo, había una chispa de sinceridad real. Kalani no pudo detenerse a procesar todo aquello con detenimiento, no en medio de una conversación libre.
–¿Estás segura de que venir a Faro para vivir en sociedad es lo que realmente quieres? –inquirió la psíquica.
–Puedo explicarlo: soy estúpida –Kalani se la quedó mirando, indignada–. No creer en la comunidad y desear integrarse en ella puede sonar incoherente, pero la coherencia es para mentes simples –expuso Snieshka–. La estupidez no, la estupidez es para todos.
–Joder, ¿hay algo que no odies?
–No –Sniezhana se dio un segundo para pensar y corregirse–. Bueno, sí, me gusta leer.
–Al menos tenemos algo en común… –Kalani suspiró con un alivio suspicaz, perdiéndose en sí misma–. Leer es una manera cojonuda de perder el tiempo… y es la forma más parecida que tengo de ver los pensamientos de los demás sin meterme en su cabeza.
–Me interesan más los pensamientos de los que pueden matarte mientras duermes.
–Ah… –respondió Kalani sin ocultar su incomodidad–. Oye, ¿y tú duermes? Te juro que pensaba que, con esos poderes tuyos, ni tenías hambre ni nada.
–Duermo cuando tengo sueño o me aburro. ¿Las conversaciones contigo siempre van a la deriva?
–Menos de lo que me gustaría –aseguró Kalani saliendo de la piscina.

Alguna clase de oficial al mando las conducía a través de la ciudad y Kalani vigilaba que Senescal Piruleta no se quedara demasiado rezagado, el trayecto era corto, de modo que iban a pie, a buen paso entre la nieve. Hacía mucho frío y Kalani nunca había visto tanta gente junta en un mismo sitio, ni siquiera en las ciudades de Okanugan y en cierto modo le daba miedo pensar en que la convivencia pudiera ser fruto de la centralización de la violencia en manos del Estado, como si los fuertes debieran someter a los débiles, pero con unas leyes de por medio, para garantizar una desvirtuada concepción del orden y la justicia. Snieshka pensaba que, si tuviera los poderes de Kalani, doblegaría y/o exterminaría a los poderosos, de forma que todo se pareciera un poquito más a su idea de lo que era el asentamiento de Faro. Senescal Piruleta, por su parte, se paró en una calle estrecha, muy transitada y llena de puestos de comida: en uno de ellos se vendía un pollo asado que olía con intensidad y el perro no tenía claro si seguir olisqueando el aire en dirección a la carne ya cocinada o si debía vigilar a las gallinas que estaban ahí al lado, cloqueando ruidosamente en una jaula espaciosa.
Kalani tenía hambre, no tanta hambre como cuando había llegado a la ciudad de Arriba y había vivido momentos controvertidos: cuando tienes mucha hambre, tanta que podrías comerte a una persona, tanta que miras a las personas como si quisieras comerte a una persona y, además, puedes ordenarle a alguien que se meta en un horno y se cueza un rato, es difícil contenerse. Había llegado hasta allí particularmente delgada y demacrada y básicamente se había entregado por entero a su alimentación y sueño. Y por fortuna no se había comido a nadie. No estaba mal: dormir y comer eran dos de las seis actividades a las que más le gustaba dedicarse. Con el paso de los días había cubierto también otras tres: la música, la lectura y la conversación, aunque ésta última de manera más moderada. No obstante aún tenía hambre y el Gran Jack le había proporcionado una especie de salvoconducto de comida durante unos días. Kalani, toda una mujer, había contenido las lágrimas de alegría hasta estar fuera del edificio.
–¿Queréis algo de papeo? Yo invito. –les propuso Kalani, ilusionada, a su pequeña guardaespaldas y a aquel abnegado escolta. Ella aceptó y él se negó a ello, así que pidió algo en un puesto cercano. Los rumores debían volar, porque los tenderos y tenderas miraban a Kalani con aprensión, cuando no miedo. Pese a todo tuvo suerte y la atendió un chaval al que no parecía importarle en absoluto que ella fuera una bruja.
–Señora bruja de Faro –interpeló el muchacho.
–¿Si?
–No te recomiendo ese plato.
–Bah, tampoco voy a palmarla, ¿no? Dicen que es un plato típico de aquí.
–La tradición no siempre es buena –replicó él con franqueza.
–Bueno… para mí es un experimento –le sonrió ella–. Sobreviviré, ¿no? –interrogó preocupada.
–Eso creo –dijo él con una sonrisa entre insegura y admirada.
Kalani se despidió con una carcajada.
Cuando terminaron de comer la psíquica le preguntó a Snieshka:
–¿Estaba rico? Esa mierda tenía buena pinta.
–Estaba rico. ¿Y tu comida? No parecías estar disfrutándola en absoluto.
–¿Cómo te lo diría…? –comenzó Kalani con una sonrisa entusiasta–. No es que me arrepienta de haberlo probado, pero me arrepiento de haberlo comido.
–¿Has podido identificar de qué estaba hecho?
–No mucho… Creo que había dos bandos de cosas que luchaban por apoderarse del pan.
Snieshka liberó las carcajadas que había estado conteniendo.
–En serio –dijo Kalani con vehemencia–, estoy por volver a la tienda y decirle al chavalote que he aprendido la lección: confía en el tío que te sirve la comida.

Pasaron a través de una puerta de metal, habían limpiado la mayoría de la herrumbre. Dentro un par de pequeñas lámparas eléctricas iluminaban la pequeña sala. Cruzaron otra puerta más llegando a una habitación parecida a la anterior.
Un hombre y una mujer armados estaban erguidos custodiando a una mujer encadenada, de rodillas sobre el suelo, su rostro oculto ante la cortina de sus cabellos. Había manchas de sangre en suelo y paredes, pero no en la prisionera, la cual no parecía herida ni presentaba moratones.
Kalani la examinó, concentrada.
–Vuestro delegado, ministro de asuntos internos o lo que coño sea el Gran Jack me dijo que no la habíais torturado –declaró Kalani, sin ocultar su enfado.
–Mentir sin tener el monopolio de la verdad es una pérdida de tiempo imperdonable –agregó Sniezhana con afectación.
–No la hemos golpeado ni forzado –se explicó el hombre armado, visiblemente incómodo ante la mirada azul y penetrante de Kalani.
–Seguimos órdenes –aseveró la mujer armada–. La prisionera es especialmente peligrosa –ella también evitó mirarla a los ojos, cuadrándose ante la bruja de Faro.
Senescal piruleta se acercó a olisquear a la cautiva. La mujer lo acarició con una mano temblorosa.
Mientras tanto, Kalani seguía surcando esa mente desbaratada por la privación de sueño, luz y espacio y que había pasado semanas escuchando los gritos desesperados y estertores de sus compañeros torturados, éstos sí físicamente. Kalani pensaba y percibía cómo el grupo del que esa mujer formaba parte hacía esclavos para los campos de cultivos de lo que parecía ser una ciudad más grande que Arriba. Veía asaltos de reclutamiento a pequeñas aldeas vecinas en las que, aquéllos que eran capaces de exterminar a sus seres queridos, eran aceptados entre las filas de aquel grupo de guerreros. La mujer había escuchado rumores de la Legión de los Gritos de la costa este, y sabía exactamente qué tenía que hacer cuando llegaran a su pequeño poblado. Había acabado con su familia adoptiva ante la mirada despiadada de unos legionarios. Unos meses después había partido hacia el oeste junto a un pequeño destacamento con el fin de encontrar más tierras que someter, tal vez demasiado lejos. Sin embargo la tortura deformaba distancias, localizaciones, algunos rostros y nombres se difuminaban entre el dolor, los discursos y las palabras se habían quebrado en esa mente. Su cabeza estaba a punto de estallar ante ese rompecabezas completamente roto y cansado.
–Putos gilipollas… –murmuró Kalani para luego alzar la voz, llorando–. Si torturáis a vuestros enemigos porque sí, sois una panda de cabrones y, si lo hacéis para sacar información, sois unos putos gilipollas. Esa mujer ya no puede ni pensar. Para obtener información necesitáis una mente fuerte, la tortura no doblega la voluntad, sólo debilita la mente. Un buen trato os daría lo que queréis, siempre y cuando tuvierais algo que ofrecer y una alternativa segura para quien va a hablar. Sé qué creéis: creéis en el poder del más fuerte como un mal menor, también creéis en la justicia, en que los intereses de esta ciudad deben prevalecer, en que salvaréis más vidas de las que quitáis, creéis que estáis ante salvajes y que por eso podéis eliminarlos sin remordimientos o de lo contrario ellos acabarán con vosotros. Pero por lo que yo sé, es peligroso creer en las cosas: ellas nunca se pondrían a creer en ti. Bueno –dijo volviéndose hacia la puerta, animada–, ya podéis decirle al Gran Jack que me pague lo que me debe. Y si quiere información, que aprenda un poco de su trato con la gente, joder.
Snieshka no dijo nada y Senescal Piruleta se volvió hacia la puerta cuando Kalani se aproximó a ellos.
El escolta les abrió la puerta.

–¡¿Te parece justo lo que has visto ahí dentro?! ¡¿Y aquí fuera?! –se quejó Sniezhana en un callejón, a solas. Kalani estaba tocando su armónica a bajo volumen, tranquilamente sentada en unas escaleras cubiertas por un porche y el perro estaba junto a ella como escuchando la música. –¡¿Ty miñá slúshaiesh, Kalani?!
Kalani, algo irritada, dejó la armónica a un lado.
–Snieshka, si esto es un intento de manipulación, no me gusta una puta mierda y me está poniendo nerviosísima. Pero, oye –se atajó a sí misma con alegría–, me gustaría saber lo que opinas de esta situación.
–¡Ejecuta a toda esa gente y apodérate de este lugar! –gritaba la mujer inmortal, llena de rabia, reparando en que, a la hora de tratar con Kalani, no tenía más remedio que trazar una burda línea recta.
–En tu opinión la gente es buena o mala –dedujo Kalani– y los últimos merecen un castigo. Pero la gente no es ni buena ni mala, sólo es gente.
–¿¡A ty mozhesh tak skazat’, ved’ma Maiaká!? ¿¡No me has dicho antes que esa mujer encadenada pertenece a un grupo sumamente violento el cual hace uso de una concienzuda brutalidad como estrategia básica!? ¿¡Y acaso los torturadores son mejores!? ¿¡Y qué hay de la gente de Arriba sometida a los poderosos!? ¡Si en una situación de injusticia dices ser neutral, estás del lado del opresor!  –insistía–. Skazhí, ¿qué otra arma tienen los miserables que detentan el poder sino el miedo?
–El odio –contestó Kalani.