No, caballeras y caballeros, no se alarmen, mi cerebro es bastante más inteligente que yo.

sábado, 31 de mayo de 2014

El abuelo Tobías

El abuelo Tobías:

            Como ya era verano y apenas quedaban días de colegio nos despertábamos un poco más pronto para ir a desayunar con el abuelo Tobías en vez de tomar el desayuno en casa.
Era mi vecino así que yo cruzaba el huerto y saltaba la tapia que separaba las dos casas trepando por la parra que crecía por allí, y siempre era el primero en llegar. Pero el abuelo Tobías ya lo tenía todo preparado. Y Orejota me recibía ladrando.
El abuelo Tobías llevaba allí desde que papá y mamá eran chicos y era como los pájaros: no molestaba a nadie, salía cuando el cielo estaba claro y sin nubes y se echaba a andar por el pueblo arrastrando su espalda encorvada, y si llovía encendía la chimenea y leía en casa en su mecedora, tapado con una manta y con el viejo Cazacorzos a sus pies, el cual hasta cuando movía el rabo lo hacía lentamente. Orejota, la cría de Cazacorzos, en cambio siempre hacía guardia delante de la puerta y nos saludaba al pasar.
Para desayunar el yayo hervía la leche que le dejaba Maribel en la puerta y se hacía tostadas con nata en verano. En invierno se tomaba un par de bocatas de huevo frito con chorizo. Y le gustaba tallar figuritas de madera. En sus tiempos mozos había sido carpintero y como la vista la tenía bien y el pulso no le temblaba mucho aún, pues aprovechaba.
Aquel día estábamos todos desayunando allí y el abuelo Tobías sonreía, como siempre, y yo me preguntaba si siempre había sido él tan feliz:
–Abuelo Tobías, ¿siempre ha sido usté tan feliz?
–Claro que sí, Ramón, pero el caso es que no siempre me di cuenta.
Creo que la Andrea se encogió de hombros y le dijo sin más:
–¿Y cuándo se dio usté cuenta?
–Creo… –comenzó a decir masajeándose la sien, como si aquello del gesto le ayudase a recordar–. Creo que un día mi madre me pegó un grito por la ventana, yo me acerqué y me preguntó que qué tal estaba, nada inusual.
–¿Y eso fue to? –se quejó el Suso, se le notaba decepcionado.
–Oh, en realidad fue lo que hizo que me propusiera ir al psicólogo –comentó el abuelo Tobías con una candorosa sonrisa.
–¿Al sicólogo? –inquirió el Suso de nuevo–. Mi papá ma dicho… mi papá ma contao que a eso van locos que matan a otros, que les encierran en habitaciones blandurrias con camisas de fuerza y les dan con agua.
El abuelo Tobías no pudo evitar soltar una carcajada y el pequeño Mario se echó a llorar asustado.
–Claro que te dijo eso, sólo que no es del todo cierto. Si tienes un catarro vas al médico; si estás triste durante mucho tiempo, bueno, entonces puedes ir al psicólogo.
El pequeño Mario dejó de llorar, se enjugó los ojos con los puños y escuchó al abuelo Tobías.
–Pero –siguió el abuelo– por aquel entonces ya era muy feliz, y si tomé tal decisión fue porque descubriendo quién era yo, descubrí también que tenía cosas por solucionar, aunque todo era muy extraño.
–¿Muy extraño? –curioseé yo, a ver si el yayo soltaba prenda.
–Muy extraño –repitió mientras se reía–, por decirlo poéticamente “soy” era como una puerta que llevaba a “no-soy”, así que no ocurrió nada. Y lógicamente no había puerta, esto es de sentido común –volvió a reírse.
Todos nos quedamos mirándole, ¡ostras!, ¡sí que era extraño!
–Pero usté está aquí hablando con nosotros –me aventuré.
–Oh, claro, claro que sí. ¿Quién podría decir lo contrario? –pregunta a la manera del teatro. Desde luego que algo no me acababa de cuajar…
–Yayo –dijo la Andrea llamando su atención–, ¿cómo es que se dio usté cuenta de algo que ya pasaba, de que no ocurría nada? –me sentí perdido, pero es que Andrea era la más lista de nosotros. Siempre podía preguntarle cosas luego, explicaba genial.
–Si piensas –dijo el abuelo Tobías– que los hechos a los que me ando refiriendo tuvieron lugar en un momento determinado estarás en un error y si piensas que yo entendí algo estarás en un error.
–¿Entonces nada ni nadie encontró nunca nada?
–Ya ni siquiera importa que las cosas importen –dijo el abuelo–, no hay de qué preocuparse aunque te preocupes –la Andrea sonrió–. Aunque –siguió dirigiéndose a todos nosotros– no soy tan feliz como creéis, ¿sabéis qué hago yo cuando algo me duele? –negamos los chicos con la cabeza–. Sufro –aseguró antes de romper en carcajadas.
–Pero –le dije yo al yayo– usté cambió, ¿no? Es decir que usted sólo puede hablar de esto… lo que sea, después del grito de su madre y to eso –miré algo inseguro a los demás antes de añadir:–, ¿no?
–Verás, todo eso que asumes, todo eso que te permite o te hace preguntarte por un cambio desaparece. No queda nada –responde el abuelo Tobías.
–Pero es muy raro… –dice el Suso, para mí que piensa que el yayo chochea.
–¡Ah! –exclama Andrea entusiasmada–. Es que ni siquiera hay nadie, ¿no? Es… es… –chasqueó los dedos–. Es esto, ¿verdad? –dice chasqueando los dedos una y otra vez encantada–. Vamos, que ni es esto ni es na.
–Eso es –afirmó el abuelo Tobías.
–Y, claro –continúa la Andrea–, no hay forma de entender que yo soy Todo, ¿no? Es decir, no se entiende, sólo es Todo, ¿no?
El abuelito asiente y nos dice con una bondad a la vez plácida y apremiante:
–¡Tenéis que marchar ya, zagales, que no llegáis al colegio!
Y de camino al cole le pregunté a la Andrea:
–¿Cómo haces eso de decir Todo con mayúsculas?
–Como tú.
–Qué va, ¡si yo no puedo! Va, dímelo –insisto–. ¿Cómo se consigue eso?
–No lo puedes conseguir, Ramón, no seas tontico, por Dios. No puedes conseguir tener una cabeza, ¿no?
–Y… ¿entonces?, ¿qué hago?
–Nada de nada.
–¿Nada de nada? –repito yo sin entender.
–¡No te digo na y te lo digo to! –exclama la Andrea para reírse a carcajadas.
Para mí que esa vez no se explicó muy bien.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Huida de Edén

Huida de Edén:

–Han matado a Simon.
–¡No me jodas, no me jodas…! ¡No me jodas! ¿Quién ha…?
–Franky y esos capullos. Le han pegado un tiro entre ceja y ceja.
–¿Pero qué coño ha pasado?
–Simon. Quería largarse y Franky ha decidido que no era buena idea.
–¿Qué?
–Así es como funcionan las cosas aquí, por lo visto.
–¿Pero qué coño me estás contando? Él no ha hecho, en fin… nada, ¿no?
–Sólo quería largarse de aquí, echarle un par de huevos y correr, y… ¡qué coño, tenía un par de huevos!
–¿Han matado al puto amo de Simon sólo porque quería salir?
–¿Y la historia del hombre no ha sido eso? Idiotas que estaban tan cagados de miedo con lo que había por ahí fuera que tomaban el poder y decidían la vida y la muerte de un puñado de paletos. Se puede establecer un cierto paralelismo. A Simon le dijeron que le fueran dando por culo, que, total, se iba a convertir en uno de ellos si es que no le terminaban devorando, ¿no? Y se lo cargaron.
–Bueno… también ha habido ánimo de grandeza y descubrimiento…
–¿Qué?
 –Digo a lo largo de la Historia. Ahí están los Carlomagno o, en un ámbito menos bélico y más creativo, los Da Vinci.
–Da Vinci no me sirve y Carlomagno era tan soplapollas como los demás.
–¿Que Da Vinci no te sirve? ¡Joder, Da Vinci hacía con la realidad entera lo que Shakespeare hacía con las palabras, esos tíos se follaban el mundo y se corrían en su cara!
–Vale, vale, centrémonos y volvamos a lo que ha pasado hará… ¿cuánto?, ¿cinco, diez minutos? Simon está muerto, ¿vale? No va a volver a tomarse un café con nosotras comentando la última revista porno que se ha encontrado por ahí o las páginas mugrientas de Macbeth que tenía el tío ese del taller. Simon estaba hasta los cojones y no se adaptaba a esto. Bastante ha durado aquí seis putas semanas. La gente no cambia, por eso el mundo se va a la mierda y resulta que nosotros seguimos siendo mucho peores que lo que hay más allá de la alambrada. Y Franky y esos subnormales podían no haberlo matado, ¿vale? Podían haber pasado de él y haberle dicho que se jodieran él y su puto viaje, que hiciera lo que quisiera, ¿pero qué más da una bala menos? Y seguramente estarán hablando o hablarán en algún momento (y seguro que lo harán) sobre qué hacer con nosotras, sobre si somos leales a nuestro culo protegido entre alambres de espino o al puto Simon que, permíteme que te lo diga, ahora no tiene muy buena cara. Y además, ¿no llegó a contarte por qué quería darse el piro con tanta prisa? Mierda, te lo iba a contar, claro… ¿No te lo contó?
–Eh…
–A ver, ¿ves muchas vacas por aquí?
–Esto… bueno, sí, bastantes.
–¿Sí?, pues te diré una cosa bien jodida: no son suficientes y no pueden ir matándolas así como así por motivos del más elemental sistema de subsistencia que incluso en un sitio como éste ha de tener lugar. A veces nos hemos comido a peña congelada, joder, por eso Simon prefería irse con los putos bichos come-gente de los cojones... quiero decir con los de fuera, los muertos. Por lo menos allí uno sabe a qué atenerse. Coño, creo que voy a estar sin cagar un día y medio como poco. Me trajo una pierna en conserva, la pierna de un puto niño, antes de decir que se piraba.
–A mí me la suda un poco comer gente, al menos si no han muerto con el propósito de alimentarnos como si fueran soylent green, en plan os matamos y eso… Mira, lo que me jode es que en este terruño a uno le maten por disentir.
–Y Franky y los que mandan se fijarán en nosotras, ¿o tú puedes tener la boca cerrada? ¡Venga… hasta ahora sólo hemos tenido potra!
–¡Vamos a palmar!
–¡Sí, joder! Porque la gente no cambia. Puta Historia.
–Tú eres la que necesita que la gente no cambie para poder seguir siendo tan… cáustica.
–Lo que tú digas, a mí aún me importa comer personas.
–No somos soylent green, ¿verdad?
–No. Pero eso no tiene, bueno… ya sabes… implicaciones: la gente no cambia.
–Gandhi dice que nos convertimos en el cambio que queremos ver.
–Gandhi está muerto. Pero yo necesito a alguien que le sonría a la vida para no volverme loca, ¿sabes?
–¿Gracias?
–Lo digo en serio.
–Está bien, yo también me necesito bastante viva.
–¡Que te jodan, lo decía en serio!
–Ya sabes que yo también, no te me pongas en plan digna. Oye y… gracias por haberme esperado.
–Ya, ya… Coge la mochila, he robado un par de falcatas, munición y provisiones… esto… atún, pasta y mierdas así, nada de brazos en salmuera. Podemos salir por donde la depuradora: en diez minutos hay un cambio de guardia y por allí nunca hay nadie ni cuando tiene que haberlo, ¿entendido?
–Joder… ¡joder!
–Eh, eres mi amiga, hemos pasado por mucha mierda juntas y no te voy a dejar atrás, te quiero y a veces siento no ser lesbiana y poder darte caña, ¿te vale con eso?
–Joder… ¿qué?
–Hala, en marcha.
–Oye, ¡no me gustan todas las tías! ¿Estás familiarizada con el concepto de “criterio”? Es eso que hace que te guste un consolador de veinte centímetros o una tarta de chocolate pero no un libro de García Márquez.
–¡Venga, hombre…! ¿No te gusto yo?
–Bueno… tú sí. Aunque es raro.
–Fantástico, ¡a correr!
–¿Pero qué…?
–Agáchate… no hagas ruido, ¿vale?
–Vale. ¿Qué está haciendo ese tío?
–¿Tú qué crees?
–Ah, coño… Esto… ¿y va a tardar mucho?
–¿Cómo coño voy a saberlo?
–¿No es un sitio un poco raro para hacer eso?
–¿Yo qué sé?
–Pero la gente cambia.
–¿Pero te quieres callar?
–¿Cuándo hemos parado de habl…? Eh, guay, el mendas se va.
–Cojonudo, ya no queda ni el tato. ¿Preparada para salir de este infecto reducto de experimentación alimenticia políticamente incorrecta?
–Esto… ¿has usado siete palabras para describirlo?
–Ya, ya… no se las merece. Arreando.
–¿La puerta está muy dura?
–¿Tú qué crees? Ayúdame, anda. ¡Y no cuentes palabras, joder!, es raro…
–Ya voy… Y has soltado trece, te jodes.
–Vale, así… de puta madre. Hacemos un equipo cojonudo, ¿eh?
–Coj… ¡Dios…!
–¡Corre, corre, corre!
–¿No nos han visto?
–Eso creo…
–¡Pero que están entrando!
–Y nosotras ya estamos fuera.
–¿No hay alambradas…? ¿Pero qué coño ha pasado aquí? Ahí dentro hay familias.
–Y aquí fuera, por lo visto, también... muertas, eso sí. Que les den por culo, ahora es su puto problema, bueno, y antes también lo era. Vámonos de aquí.

miércoles, 7 de mayo de 2014

No tengo palabras


No tengo palabras:

No tengo palabras, tal vez por eso los segundos en tu voz vibran en el idioma de una lluvia que cae sobre el tiempo. Quizás por eso no acabo de entender el por qué mientras el resto de la pregunta se desliza por mis dedos huyendo como arena sobre cristal… porque la respuesta fluye a ambos lados de la interrogación, atravesando un vacío vasto e infinito, y desaparece. Aquí no estoy yo, pero sin embargo hay algo que late y lo llena todo. No tiene nombre, pero lo contemplo absorto y no puedo dejar de pensar en tu alma transformándose en tinta y verso sobre un mundo blanco, liberándote en la creación que te deshace diciéndote. Evoco tus cuatro borradores perdidos en un intento de decir lo que se esfuma en mis labios, y me inclino ante las horas haciéndose un hueco entre una sonrisa sin dueño. Jugando a no caerse, encima de un beso que sabe al atardecer y a chocolate. Y entonces me acuerdo de que elijo relajarme y narrar el relato del mundo, porque no existía en ningún ahora ni nadie ni Norte. Las palabras no podían izar la realidad y enarbolarla como una bandera invisible, la brújula siempre estuvo rota. La clepsidra no sabía contar las horas y la brisa tan sólo acariciaba las líneas que no podían escribirse, ésas que buceaban entre palabras antiguas como piel o cariño, que –por supuesto– tampoco quedaron atrapadas en letra alguna. No tengo credo, soy un reflejo errabundo que comparte el cielo con el cielo mismo, soy que no soy. Si por darme papel lo prefieres, soy un viajero surto que, al recorrer el camino al lado de la causalidad y la casualidad, se ha topado con la dulzura andando sus huellas, preguntándose si no sería acaso que esas huellas no eran suyas y la dulzura sí en la más evidente confusión sin sentido. Deseando con curiosidad otro instante de deseo, de relato siendo que tal vez se hiciera una visita al reloj. Dibujándole una reverencia a la ternura cuando ha vuelto a comprender que no existían nombres ante ella. Y que sólo recordaba el recitar dulce y trémulo inundándolo todo, imaginando momentos enteros a través de un solo gesto.