No, caballeras y caballeros, no se alarmen, mi cerebro es bastante más inteligente que yo.

domingo, 1 de noviembre de 2020

La guerrera al otro lado

 La guerrera al otro lado:

 

Tal vez hubo mundos.

Pero a este lado del espejo sólo hay trauma.

Aunque nosotras podamos ser el reflejo de algo más, eso no se me escapa.

 

Soy una de las hijas y me pregunto si en esta pesadilla de nadie mis acciones tienen algún sentido. ¿Soy la causa o la consecuencia de lo que pasa al otro lado? Filosofía en un yermo de olvido y sangre que no se detiene ante mis pesares. Sé que tuve un nombre y un tiempo, pero quizás sólo eran los restos de memoria de otra persona. Aquí recorro los pasillos del desconcierto, el miedo acecha y la poca luz que poseo sólo me hace pensar que la oscuridad que me rodea siempre ha llegado ahí antes.

El miedo trata de atenazarme, pero en mi mano hay una espada y lo desafío diciendo:

Eres mi miedo le miro a los ojos, adelante.

Y viene hacia mí y en un abrazo uno de los dos consigue devorar al otro. Al principio nunca consigo discernir quien queda en pie.

No sé si soy un recuerdo, una promesa o el ahora imparable.

Pero sé por qué miramos al miedo a los ojos.

Y a éste lo he hecho mío. Lo he atado a mi alma. Al menos si no ha logrado engañarme. Porque este miedo no es mío, como aquí nada lo es, de modo que tendré cuidado: la posesión es una mentira que tiende a cambiar los papeles con facilidad. Cortaré el lazo de este miedo y pasará a través de mí.

Y, haciendo esto, desaparece tras el velo que separa cada realidad.

Me doy la vuelta: raramente viene el terror solo, suele acompañarse de recuerdos a olvidar, de gritos que logran rasgar el límite entre la realidad y lo irreal, de aullidos desgarrados que consiguen romper y llegar al otro lado.

En nuestra lucha por hacerlos desaparecer a veces mis hermanas mueren, a veces yo muero. No tengo nombre pero renazco en paz. Me gusta la esperanza, sin embargo sólo soy una decisión irreflexiva, soy el puro sentimiento de rebeldía que lucha por desaprender, por hacer maleable un conocimiento petrificado en el orgullo. Supongo que me libero entre paradojas y eso me da fuerza.

Camino atenta mientras estas ruinas me miran pasar.

Restos de espejos flotan a mi alrededor, este pasillo parece respirar y cambiar de forma ante cada uno de mis pasos. Las paredes sangran. Al menos parecen estar prestando atención en silencio. No sé por qué lo sé, pero lo sé. Y prefiero que me insulten y me despedacen y me amenacen entre alaridos y que me susurren mis errores y me los escupan antes de que finjan que no estoy ahí, antes de que las palabras que no se dicen me hagan desaparecer. No sé qué trauma enfrento, no sé de quién, si es que hay criaturas para este dolor. Pero giro una esquina y lo veo.

El trauma ruge, aterrado. Está maniatado y sufre mientras unos filos se deslizan ante él, gravitando amenazantes, cortando el tejido del universo.

Ah… lo reconozco.

Tiene miedo.

Porque no sabe quién soy. Porque no sabe quién es bajo la hoja de la calma.

La separación es la vaina de la que extraigo mi hoja.

Y mi caza comienza.

Lo persigo, corriendo entre bifurcaciones.

Se esconde tras la duda, mi certeza la corta por la mitad. Me lleva a una eternidad estática y exhausta de lágrimas, sin promesas, sin ningún después. Sus garras, como reproches, consiguen atenazarme, si bien conjuro mi luz y mi espada comienza a danzar en mi puño mientras cerceno los juicios y los castigos de quien está en guerra consigo. Porque quien está en guerra consigo mismo sólo puede caer derrotado y es ésa paradójicamente su liberación, siempre y cuando sea vista desde el ángulo apropiado.

El trauma deja de plantar batalla y cae, como una estalactita. Parece un hilo de dolor ante mí, sólo eso. Y mi hoja la separa en dos.

Ya no hay más derrota.

De momento…

En este lado del espejo se oyen gritos.

Siempre se oyen gritos.

 

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