No, caballeras y caballeros, no se alarmen, mi cerebro es bastante más inteligente que yo.

domingo, 1 de mayo de 2022

Mood Indigo

 Mood Indigo:

 


          

Aprovecharé mi posición como escritor de éxito para comenzar a narrar una vivencia que muy posiblemente pueda encontrar al lector haciéndose un par de preguntas al final del texto. Se trata de algo que podría ser mundano pero que, como cada lectura literaria, tiene un elemento crucial que distingue la experiencia narrada de todas las demás, siendo este elemento no otro que la fealdad de una mujer.

Noto su inquietud, lector, preguntándose usted por qué clase de fealdad se trata y en ese sentido he de decir, sin ánimo de decepcionarle, que no es más que es mera fealdad física. Lo especial del caso es que se concentra toda ella en el rostro de una sola mujer, a la que llamaremos S* a fin de proteger su identidad.

Conocí a S* en una suerte de cita doble que había organizado un amigo para mí (y para él y su novia de entonces, por supuesto). La historia es como sigue: la mujer que en primer lugar debía acompañarme no se podría presentar al encuentro a causa de una emergencia y mi amigo trató de encontrar sin éxito a una sustituta apropiada para que, lógicamente, viniera en su lugar. Si bien, esta mujer era la última de su lista y, por supuesto, mi amigo se disculpó de todo corazón conmigo tras la cita.

Sin duda he de hablar de ella, de modo que pueda usted entenderme, querido lector (tal vez lectora, si es que ha podido aguantar su crispación y ha conseguido llegar hasta aquí). Describamos pues su fealdad, aunque va a ser difícil ilustrar sólo mediante palabras la asombrosa imperfección de su rostro, que aunque había de ser forzosamente fruto del azar, llevaba a pensar inevitablemente en el esmero que la casualidad ponía en conseguir que cada pieza del puzle estuviera tan fuera de lugar y, no obstante, encajara de tal forma que llegaba a verse en esa cara una cierta armonía o, al menos, la perversión de la misma. Era un monumento a todo lo horrendo del mundo en términos estéticos sin que, a la vez, se apreciara ninguna clase de malformación de origen genético o enfermedad. Era una obra maestra de todo lo que no debía ser estéticamente posible en un ser humano.

Pero, comprenda, querido lector, que no lleva este relato el título de una canción de jazz por nada, sino como prueba de lo que nos unió aquella noche. Sepa usted que además de la trágica apariencia externa de esta mujer había en ella una personalidad magnética, pues raramente la vida nos maldice dos veces seguidas, siendo ella además una persona que disfrutaba del jazz, algo muy difícil de observar entre las nuevas generaciones. Y quizás cabe detenerse en ese hecho porque de entre todas las formas de arte es posiblemente la música la más perfecta: no hace falta entender el idioma en que la letra de tal o cual canción ha sido compuesta, ni que una canción tenga letra siquiera, la música consigue ir más allá, transpasando el umbral de inteligibilidad de nuestro pobre lenguaje, diseñado para comunicar a otro ser humano dónde estaba la comida y dónde no los depredadores, dejando atrás nuestras terribles limitaciones y llegando a la profundidad nuestra alma.

Como le comentaba al principio de este relato, si los hombres y mujeres no pueden tener amistades genuinas, debido indudablemente al componente sexual que siempre atará a un hombre y una mujer que conversen demasiado y lleguen a congeniar en la misma frecuencia de ideas e ingenio, sepan ustedes que ese día conseguí una amiga que todavía aún conservo, habida cuenta de que S* era tan fea que mi mujer, ya cuando me casé, se reía de cualquier consideración sobre el adulterio. Pero queda así claro que, quizás por una vez, un hombre y una mujer pudieron ser amigos, e incluso buenos amigos.

Y sepan disculparme algunos de ustedes: éste no es un relato que busque hacer enfadar al lector (ni a la lectora, si es que alguna mujer ha seguido leyendo hasta el final). Y si en cualquier caso encontrara usted en sí mismo enojo, siéntase libre de hacer con él lo que le plazca, ya sabemos que la rabia es útil cuando se emplea en el momento adecuado.

Y mientras suena Fontainebleau Forest en mi tocadiscos, me despidiré de ustedes. No olviden brindar por la fealdad, que por métodos inciertos también nos descubre el alma.

 


 

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