Sin título:
“La
Reina Roja se había desvanecido en la memoria de Kov, devorado hasta su
significado. En aquellos días nadie recordaba qué querían decir las palabras”.
Recordó Gala el texto que tantas veces habían tenido delante de los ojos. Lo
tenía tan grabado en la mente que era como si lo leyera en voz alta.
Estamos aquí. Y aquí es un
desierto y un furgón desplazándose a toda velocidad mientras deja una estela de
polvo tras de sí sobre la arena.
—¿Recuerdas cuándo perdimos
nuestros derechos? —curioseé.
Ella negó con la cabeza.
—Debió de ser un… montón de
pequeños momentos —comentó, dubitativa—. Recuerdo que a todo el mundo le
pareció bien —afirmó.
—Incluso Sigilo, que llevaban
luchando por la libertad de todos durante años fueron engañados simplemente
azuzándoles para que odiaran a los nigromantes.
—Era fácil odiarnos —concedió
ella—, al menos si no nos conoces a ninguno. Las noticias no paraban de decir
que los nigromantes destruirían la civilización y la gente empezó a creerlo a
pesar de que fuera algo sin sentido alguno, les quitaron la autonomía a los
nigromantes y después de eso fue fácil arrebatársela a cualquier otro pringao.
Los ciudadanos hacen su parte. Y —añadió riéndose— desgraciadamente la
civilización sigue ahí.
—Errr… ¿sabes que vamos a morir?
—pregunté de forma casual.
—Lo intuía: la bolsa en la
cabeza, las esposas, la paliza de bienvenida… —quiso hacer un vago gesto
circular con la mano, por supuesto no fue capaz y sólo consiguió que le
dolieran las muñecas.
—Pero no estamos reaccionando
como personas que vayan a morir en una media hora.
—Puede que sea la despersonalización
o quizás… el tema de los traumatismos craneales —se aventuró ella.
Hacía sólo unas horas las
manifestaciones eran sofocadas y nosotros, detenidos. Destrozaron nuestra base
de operaciones, que a pesar del nombre tan rimbombante no era más que un sótano
con una mesa llena de objetos inútiles por si alguien quería tirarlos todos al
suelo y poner dramáticamente un mapa en su lugar o algo así. Conseguíamos
conectar a mucha gente, pero eso era todo.
Unos minutos más tarde nos
bajaron del furgón a golpes. Gala perdió el conocimiento.
Paredes de hormigón y vallas de
tres metros habían decidido rodearnos, el aire seco nos cerraba la garganta y
al fondo, Kov, al parecer ocupándose de tareas administrativas propias del lugar.
Era difícil ignorarlo dado que se trataba de una criatura innecesariamente alta
y con un número a todas luces excesivo de tentáculos, ojos y apéndices
difíciles de clasificar.
Arrastraron a Gala levantando una
polvareda, guiándonos, junto con otros prisioneros a un edificio.
Una vez dentro nos obligaron a
desnudarnos, conseguí despertar a Gala, de otro modo la hubieran matado allí
mismo.
—Empiezo a pensar que la muerte
se cobra demasiadas vidas —dijo ella en un hilo de voz. La ayudé a desnudarse.
Había otras personas, pero nos
habían despersonalizado a todos.
Todos nos habíamos convertido en el
otro.
Éramos el rostro de nadie, una
opinión en el discurso, una idea que debatir.
Nos pusieron en filas.
Nos dieron una ducha fría, nos
ordenaron que no nos moviéramos y comencé a llorar.
De repente la realidad tomó mi
mente por asalto.
Nos pusimos en filas, nos
pusieron argollas que nos ataban el torso unos a otros, también a los pies,
apenas podíamos caminar.
Habían puesto a Gala justo
delante de mí.
A veces se volvía y me miraba,
apenas sabía dónde estaba, estaba claramente desorientada y no entendía por qué
yo no dejaba de llorar.
Era mejor así.
Tenían un insulto para nosotros,
el insulto sólo quería decir que éramos raros o diferentes.
Y ése era nuestro crimen cuando la
verdad es una e inmutable.
Me pregunté cómo sería la
seguridad de sentir que eras como todos los demás.
Me pregunté cómo sería
deshumanizar a otro y pensar que su muerte era un precio que tú estabas
dispuesto a pagar.
La disonancia cognitiva debía de
ser un abismo insondable de moral.
“Los ciudadanos hacen su parte”,
pensé.
Y sonreí porque en aquel amplio
pasillo en que me encontraba, aparecía escrito en la pared precisamente ese
mantra:
Los ciudadanos hacen su parte.
Salí de mis pensamientos cuando
Vok aplastó todo cuanto había delante de mí.
Gala.
Su sangre. Solo quedaba eso.
No podía sentir mi propio cuerpo,
posiblemente la fuerza del golpe me había afectado a mí también, quizás había
perdido las piernas o tenía un agujero en el pecho, quizás me faltaba algún
brazo.
Tasha era conocida por ser una
poderosa hechicera, una canciller, tirana y jueza de Kov. Ella sola había
conseguido someter a una ciudad entera. Sus crímenes eran los más atroces de la
cruenta historia de nuestro planeta. Todo el mundo conocía su cara.
Quizás estaba delirando, y en
cualquier caso estaba a punto de perder el conocimiento.
Pero la vi en el aire, elevándose
para estar a la altura de Kov y desmembrarlo velozmente con su magia.
Otricidio by Marta Roussel Perla is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International License.
Based on a work at https://martarousselperla.blogspot.com/.