No, caballeras y caballeros, no se alarmen, mi cerebro es bastante más inteligente que yo.

miércoles, 31 de diciembre de 2014

De luces y sombras


Yo diría que el espacio no es lo que medimos, sino con lo cual medimos.

De luces y sombras:

Hablar de ciclos sería faltar a la realidad y, sin embargo, el mundo había sido devorado por la luz casi en su totalidad.
Porque hubo un tiempo en que sólo había trazos: un esbozo de todos los nuncas abrazados a todos los siempres, cuando apenas se habían escindido la luz y la oscuridad. Para ser exactos –y salvando la paradoja mediante el inverosímil recurso de dejarla intacta– ni siquiera existían los significados, la luz era únicamente luz y la oscuridad no era más que oscuridad. Los hombres hacía mucho que se habían marchado o aún no habían llegado, o tal vez fuera que no podían estar ahí por propia voluntad. Negarlo sería en vano: resulta extraño el que dos entes en oposición sean casi la misma cosa, no obstante todo contraste es en realidad un subterfugio aleatorio, una excusa meramente accidental, un relato naciendo.
Seguro que ustedes ya han detectado unos cuantos contrasentidos acumulándose contra su sentido común, sin duda demasiado numerosos para unas líneas tan breves. Siéntanse libres de detener su lectura en este punto, comprensiblemente decepcionados ante la falta de rigor o asidero lógico alguno. Por otro lado pueden –si ése es su deseo– seguir adelante y recordar que en esta historia los significados no tienen lugar y, tal vez, ignorar el absurdo que supone tal afirmación y permanecer en este mundo de luz en que dos figuras sin nombre –a las que llamaremos Tizna y Noche por una cuestión de pragmatismo, sin proponer ulteriores interpretaciones– se alzaron desde el no-ser.
Eran dos sombras de nada en concreto, separadas por la luz ondulante que casi se solidificaba a su alrededor…

Y corrían. No podían estar seguras de qué huían pero lo hacían impulsadas por la certeza de que, de hecho, había un qué del cual huir.
La luz se retorcía tras ellas, como si intentase atraparlas. Tenían que continuar, si bien Tizna, herida, estaba dejando un reguero de sombras tras de sí, sangraba lo que tal vez fuera dolor.
En algún momento indeterminado y perdido más allá de todos los antes, Noche, caminando –tal vez escapando– sobre un puente de puro brillo, había mirado hacia abajo, hacia el mundo transformándose en sendero, y había visto cómo Tizna se enfrentaba a la luz que la traspasaba en su brillar.
Noche tal vez pensase en las respuestas a sus preguntas, en averiguar por qué estaban allí, en saber quién era la otra.
Por eso ahora corrían entre la tierra y el cielo, juntas.
Ustedes habrán considerado ya que no había tierra ni mucho menos cielo si lo único aparentemente existente –además de las propias Tizna y Noche– era la luminosidad que daba forma al mundo. Pero aun de haber sido la tierra, tierra y el cielo, cielo, ¿hubiese habido acaso otro espacio por el cual correr? Sólo formulo esta pregunta porque quizás les aclare –valga la redundancia– lo que supone para unas sombras moverse en un mundo que las niega debido a una división esencial que, al menos en este punto del relato, podría parecernos muy evidente: por un lado la luz y por otro la oscuridad –recuerden– sin significado alguno.
Digresiones aparte, las dos figuras consiguieron escabullirse de ese foco de mundo que las amenazaba mientras Noche pensaba que el resto del espacio debía de ser también una miríada de núcleos ominosos de luz, extrapolándose al infinito. No obstante y de algún modo, dieron con una zona inefable en la que podían detenerse, aunque fuera sólo un rato. Había una fuente de brillo que destacaba sobre el esplendor restante, eso y nadie presente, como un rincón agradable en una ciudad olvidada. No podíamos decir que fuese un paraje inerte, pero las dejaba descansar.
Tizna seguía sangrando y Noche apretó la herida.
“miedo” quería preguntar Noche en un mundo sin idioma ni sonidos.
Tizna dejó de sangrar para sorpresa de Noche ante la palabra que jamás podría ser pronunciada. Y Noche hubiese negado con la cabeza de haber tenido una, porque reconocía la división radical del mundo y empezaba a sentirla desubicada, sin comprender muy bien qué era todo eso. Miró alrededor y curioseó con todo su cuerpo, y se sintió a sí misma abriéndose y vibrando como un rayo de sol atravesando una estancia vacía en alguna otra era.
Sin embargo su atención quedó atrapada cuando las dos lo sintieron con una claridad alarmante de nuevo: tenían que escapar.
El mundo volvía a brillar y a contorsionarse sobre sí mismo. Ellas volvían a correr.
Llegaron a otro lugar sin nombre donde los caminos no distinguían el arriba del abajo y trazaban figuras que no podían ser creadas de ningún modo imaginable.
Tizna reflexionó sobre esa herida que no tenía, atrapándola en su mente como una incógnita que se retuerce y aún duele, como si las huellas pudieran ser seguidas por los pensamientos y no por el viento, el viento que ya no existía o que aún no había nacido. Sin embargo no podía entenderse, sólo podía huir. Tal vez por eso corría, para no tener que encontrarse siendo un precipicio.
Noche se sentía un diminuto punto abocado a la extinción, ¿qué pasaría si se rendía? ¿Si simplemente dejaba de luchar? ¿Y si la lucha implicaba no dejarse ser? ¿Pero no era la pugna su ser? ¿Qué pasaba si de la herida de Tizna no se podía decir nada?
¿Se habían extraviado? ¿Cómo habían llegado hasta allí?
La luz comenzó a resplandecer tan intensa que entre el blanco y el sitio no se veía nada más que brillo, de modo que Tizna y Noche, amedrentadas por su propio recelo, decidieron volver sobre sus pasos con cautela.
Sin embargo no había ningún lugar al cual volver, no había camino y todo lo cercano había quedado, de repente, inalcanzablemente lejos, como si hubiera desaparecido. Y ellas, sin espacio al cual acudir desesperadas, se perdieron de vista entre el fulgor. Intentaban arquearse, estirarse y avanzar en todas las direcciones a la vez con la esperanza de encontrar a su compañera, temiendo que tal vez no fuese posible porque, de alguna manera, el mundo había renunciado a sus dimensiones.
Y ambas se abrieron y tal vez desaparecieron, y, sin haber cambiado en lo más mínimo, se sintieron la una junto a la otra.
Si bien hay quien pensó que tras todo aquello debían ser llamadas Chispa y Tarde. Pero piensen ustedes que el nombre se lo hemos puesto en un principio debido a la más elemental necesidad descriptiva. Y por nada más.
Y además aunque tal vez el mundo fuera ya pura luz, hablar de ciclos sería, indudablemente, faltar a la realidad.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Más allá de las palabras

Miss Carrousel, el final se me hizo tarde. xD

Más allá de las palabras:



Nebulosa –de un tono intenso, como el dibujo del amanecer al trepar por la aurora– es esa silueta que escapa a mis pensamientos, porque darte forma sería soñar la realidad en lugar de atraer al sueño. Las letras se deshacen al intentar decirse y se contemplan unas a otras estrellándose contra el anhelo de lo posible, al otro lado de lo que no se puede cercar. Los segundos no consiguen adelantar al tiempo y las palabras son sólo fragmentos de realidad que nunca se transformarán en carcasa porque el mundo las mantiene en el límite del relato, allí donde callan un silencio sencillo que grita todos los secretos.

Intentar encerrar a alguien en una idea debería estar penado con la decepción, afortunadamente los cerrojos aún no saben atrapar una sonrisa en la forma de sus llaves ni son capaces de susurrar la cadencia de la lluvia cuando respira el otoño. 

A fin de cuentas los grilletes y las alas comparten la almohada cuando se escapan del poema y renuncian a ponerle un nombre a tu voz.

Así pueden escuchar y liberarse, sin quebrarse bajo la grandeza de un solo verso.

Entonces la infinitud resuena como la inmortalidad de las palabras, las cuales nunca fueron mártires a punto de ser fusiladas por la estrechez del significado, sino un movimiento lleno de curiosidad por señalar esa creación que no gobierna el color de tus labios.









viernes, 14 de noviembre de 2014

Buscadores de palabras

“Mientras estamos dormidos en este mundo, estamos despiertos en el otro”.
SALVADOR DALÍ.

Buscadores de palabras:

Me levanté con un terrible pensamiento rondándome junto al despertar: “el mundo hoy está un poco más muerto”. Así de simple, así de crudo. Era un pensamiento seco, como si fuera producto de una erosión inevitable, sólido, inamovible e impenetrable, descorazonadoramente macizo. Un pensamiento que en definitiva ya había caído ante la lámpara de una reflexión infructuosa. La resaca tras una noche de abstinencia.
            Expulsé el humo de mi cigarro, hoy teníamos caso.
El primer paso era siempre el mismo: una búsqueda rutinaria y minuciosa por los diccionarios, porque a veces –sólo a veces– las palabras se habían refugiado en su interior como si fingieran ser cadáveres o criminales –en ocasiones incluso se escondían en lugares que no les correspondían–. Pero, para ser sincero, eso apenas ocurría.
Claro que había que asegurarse, al fin y al cabo somos profesionales de la investigación, el aburrimiento es casi preceptivo.
El caso anterior había sido complicado: sinceridad. Ésa fue la palabra desaparecida, la verdad es que durante aquella semana se notó su ausencia. Por supuesto que había palabras como honestidad o franqueza, pero no eran la pura sinceridad. Teníamos suerte si un pequeño porcentaje de esas palabras desaparecidas u olvidadas eran como oligofrenia: empleada en un contexto específico que delimitaba la búsqueda, divertida, sonora y totalmente incapaz de no llamar la atención. Claro que pedirle a una palabra que se estuviese calladita nunca podía ser algo demasiado inteligente…
Nos montamos en el aerodeslizador con destino a la Planicie de la expresión. El sol quemaba las grietas que se abrían sobre el desierto y los árboles retorcidos y secos se erguían en rebeldía contra el texto.
Y yo no dejaba de pensar en aquella mujer columpiándose sobre los relojes, Elli, que pensativa nos había ofrecido una recompensa exorbitante. Y no dejaba de darle vueltas a sus últimas palabras “el problema es que creo que no es un término como tal, que no es una palabra al uso, pero es…”, se quedó en blanco tras pronunciarlas, bloqueada en medio de una frase que se desvanecía en su génesis. No podía continuar y sus ojos pedían una respuesta. Ella no tenía miedo, sólo estaba confusa, pero a mí había algo en todo aquello que sí me inspiraba un profundo temor. Respeto, decían los ancianos. Yo no usaría esa palabra: el respeto me lo inspira la gente respetable, no las situaciones que me dan escalofríos. Y había algo en todo aquello que no me cuadraba en absoluto.
Aunque durante días no habíamos encontrado nada que pudiera describirse como una pista –siquiera como un indicio–, unos rumores que no resultaron baratos nos susurraron el lugar en el idioma de los óleos anegando la fantasía: la Torre de la golondrina, más allá de la Planicie de la expresión. No me gustaba jugarme la vida por rumores, aunque les hubieran puesto un precio muy alto y aunque ese precio jugara a ser la ilusión de que la información era realmente útil.
Basia conducía, llevaba gafas de sol y una camisa hortera.
–Se dice que la Planicie de la expresión es segura por la noche –comento recordando una partida de billar, unos labios llenos de picardía y un whisky que no me hizo olvidar tantas cosas como me hubiera gustado.
–Se dicen muchas gilipolleces, por eso nosotros buscamos palabras perdidas –me contesta ella sin apartar la vista de la carretera–. Puedo poner música, si quieres –dice mirándome de reojo, sabe que he tenido un mal despertar. Ella siempre lo sabe.
–Muchas gracias, pero lo estoy dejando.
–Intentas darme la razón –me espeta riéndose.
–Falta algo –le aseguro.
–Nunca paras de trabajar –la afirmación se le resquebraja en los labios.
–Se ha roto, lo notas –también en los míos.
–Joder… sí que falta algo –se da algo de tiempo y vuelve a intentarlo–. Nunca paras de trabajar ni en el trabajo… –se esfuerza en decir, pero parte del mensaje se pierde antes de rozar la realidad, desfragmentándose en imposibles. Después ella se queda en silencio, pensativa.
Falta sátira, falta filosofía, ironía y curiosidad. Falta amor y falta vida. Y Basia aguarda cavilando entre posibles como manantiales y escaleras de imposibles que se cruzan por doquier. Y reflexiona porque se muerde el labio y se muerde el labio porque reflexiona.
Llegamos a la Planicie de la expresión, donde moran esos extraños gigantes que arrojan letras a lo lejos –generalmente allí donde haya algo que se parezca a gente–. Un territorio inhóspito, arrasado por letras capitales de un tamaño que a nadie le acaba de convencer –exceptuando por supuesto a los atareados gigantes–. Basia conduce bien y es una maga escribidora, no tenemos de qué temer. Aún no.
Poco a poco los gigantes se van perdiendo en el horizonte de los desiertos y llegamos ante un árbol nudoso y negro como el carbón. Y, sobre todo, llegamos ante una torre, azul y alta como una aguja recortándose contra los soles.
Basia detiene el aerodeslizador. Nos bajamos. Cuando pone un pie sobre la arena la argolla de su muñequera de hierro comienza a vibrar en contacto con los vientos blancos que están por llegar.
–¡Ponte detrás de mí! –me ruge contra el viento, mientras el color blanco va llevándoselo todo, mientras va barriendo el paisaje y va engullendo la realidad–. No son palabras–recita ella mientras crea un círculo sintagmático en cuyo interior estamos a salvo–. No son palabras, son promesas y recuerdos que usamos cuando el camino se esfuma, cuando desconocemos el mundo. Son el círculo al que le robamos el tiempo, el mismo tiempo que sólo devolveremos con nuestra vida –el hechizo que trazan sus manos y sus cánticos nos protege del color blanco. Yo cojo mi pincel y, sobre ese lienzo que es el mundo, murmuro mis plegarias y dibujo y pinto las cosas hasta que éstas, conjuradas, deciden regresar. Y respiro hondo al acabar. Y me digo:
–Hay algo obvio que nos ha faltado desde que comenzamos a investigar –lo saboreo, pero aún no sé qué es.
–Explosivos –señala ella contrariada porque, de nuevo, no logra decir lo que se propone.
Miro la torre y pienso en lo que habrá en su interior… De repente mi cabeza estalla en un aluvión de ideas haciendo equilibrio sobre lo evidente.
–¡Pero qué idiota he sido! ¡Los ojos de Elli no pedían una respuesta, pedían una pregunta!
–¡El puto signo de interrogación! –recuerda Basia llegando a la misma conclusión–. Me cago en la puta… ¡con razón estábamos diciendo cosas sin gracia, ¡yo quería preguntar! –me abraza con alegría, sonríe–. Aunque estamos en el culo del mundo…
–Pero al menos ahora ya sabemos a qué le estamos siguiendo la pista –digo animado.
–Espero que se haya escondido por aquí –dice revisando el aerodeslizador–, en serio. No me apetece nada tener que irme al quinto coño para poder preguntar idioteces. Me sorprende que hayamos podido aceptar siquiera este caso si nadie podía interrogar acerca de nada de nada…
Yo extraigo un sello terminológico de uno de los bolsillos de mi guardapolvo. Si el signo de interrogación está en la torre no tendrá escapatoria, si bien reconozco que es una aberración tomar una palabra por la fuerza y dejarla impresa en un papel, aunque sea temporalmente. Sobre el papel la palabra muere… o al menos entra en un coma profundo que se parece demasiado a la muerte o a la exégesis.
Confieso que ardo en curiosidad por saber qué demonios hizo que la interrogación tuviera que huir. Tenía, por supuesto, numerosos enemigos, fanáticos de todo tipo, contenidos sin ideas, y toda esa calaña que decían defender la libertad para añadir un significativo pero más o menos a la mitad de la frase. No obstante y del mismo modo había importantes grupos de gente que hubieran dado su vida por las preguntas. No creo que tuviera deudas y, sinceramente, dudo mucho que precisamente ella, la interrogación, le hubiese puesto fin a absolutamente nada.
Me enciendo un cigarro.
Mucho antes de exhalar la primera calada ya he decidido guardar el sello terminológico, estoy convencido de que emplearlo sería un grave error.
Siento ganas de romper el papel, pero no lo hago. En cualquier caso hablaré. Me odiaría a mí mismo si no pudiese hablar en este momento. Siempre hemos ido en busca de respuestas. Hoy no. Y me alegro.
Basia y yo nos miramos, nos ofrecemos pasar primero y, tras unos amagos de cortesía abiertos por lo ridículo, entramos en la torre.
Esta vez en busca de preguntas.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Æternodux

A Mole que no sabía arquear las cejas pero bajaba el pelo y a lo feliz que me hizo su amistad.

Æternodux:

            ÆTERNODUX. En cada lívida pared de la habitación puede leerse esa palabra, grabada en un negro intenso. No sé dónde estoy, pero la palabra en cuestión me sugiere inevitablemente una larga cadena de información, connotaciones y sucesivas emociones. Dicen que fue el nombre de una empresa, que tal vez es el nombre del sistema socioeconómico que nos rige… un sistema que entra en una crisis cíclica y aceptable en costes humanos. El término en sí es usado con un significado invariablemente positivo, de hecho es tan empleado que no quiere decir nada en absoluto. Y en cierto modo es apropiado porque no sé dónde estoy y supongo que podríamos decir que la cualidad de lo incierto es la que modela mi presente más inmediato.
            La superficie del techo emite una luz fosforescente muy potente, blanca, que daña mis ojos al alzar la cabeza.
Activo la red, está inhabilitada. Jamás había visto nada igual. Sólo me comunica la presencia de dos personas. ¡Dos personas, nada más! Comienzo a sentirme solo y desgobernado, escupido a un vacío absurdo e irreal. Las paredes de mi estómago se están cerrando y siento la acidez del vómito que se anticipa a mi terror. Me transmito atrapado, sin aire, intento respirar pero me cuesta, apenas puedo… las piernas no responden. Trato de aferrarme a una pared sin aristas ni asideros y acabo deslizándome por ella hasta el suelo y vomito. Las dos personas me miran como un espectáculo tan ajeno que no parece que nos separen siete metros, sino todas las distancias virtuales a la vez. Esas figuras ante mí están quietas y apenas reaccionan ante esa pantomima que es mi cerebro colapsado por una realidad que no puedo manipular. Ni siquiera puedo activar otros entornos, no puedo conversar ni viajar. Por primera vez en mi vida me siento atrapado en este cuerpo. Y siento el terror más absoluto al saberme en una soledad extrema, intensificada si cabe por la presencia de extraños. Y me resulta sórdido y grotesco tener que asistir a una escena que no deseo contemplar. Mis derechos se están fracturando ante el precipicio de las imposibilidades más impensables y mi mente late acorralada, obstinándose bajo la esperanza de futuras reclamaciones.
Intento salir de la habitación, pero la red está confinada a estas seis paredes, como si se tratara de una cárcel para mi mente. No lo entiendo: ni siquiera en una prisión de máxima seguridad puede mutilarse la red. La red es eterna.
Es cierto que hay dos personas ante mí, un hombre asiático, tal vez japonés, y una mujer alta y caucásica, probablemente eslava. Les miro. Me sincronizo con ellos, qué remedio. Sienten miedo y confusión. Seguro que ellos ya se han sincronizado con mis sentimientos. Y seguro que yo siento miedo y confusión.
–Who are you? –pregunto, pero el traductor no se activa, en realidad no quiero hablar con ellos, quiero estar lejos. Retrocedo un par de pasos.
ここはどこだ?閉じ込められたんだ? –interroga el hombre. Huelga decir que no entiendo lo que dice. Está muy quieto. La pared no me deja seguir hacia atrás, pero intento alejarme todo lo que puedo.
–Не знаю почему мы здесь, но надо что-то делать –dice la mujer hablando rápidamente y mirando a todas partes como un ratón en una jaula, como si ya hubiera comprendido que no podrá distanciarse de nosotros dos más allá de los límites de la sala.
Hubo un tiempo en el que había una lengua común que la gente aprendía. Pero ahora necesito salir de aquí. Introduzco la mano en el hueco que dejan los grabados que forman las letras de ÆTERNODUX, no encuentro resorte ni irregularidad alguna. Miro hacia la chica posiblemente eslava y noto cierta determinación a través de los canales emocionales, resolución por sobrecompensación. Intenta saltar en un fútil gesto hacia el techo que, por lo demás y como todos los techos, está demasiado alto. Se cubre los ojos con el brazo para protegerse de ese fulgor fluorescente. Yo continúo palpando la pared, aunque lisa, quizás me dé alguna pista: hemos entrado a esta sala de algún modo.
Paso varios minutos buscando en vano y el mundo que es esta sala y sus ocupantes va perdiendo color, adquiriendo un tono grisáceo, demasiado brillante.
El japonés, deseoso de fingir utilidad, se lanza a explorar el suelo con un afán que roza el ridículo.
No encuentra nada.
Y nos miramos los tres, separados por un abismo de gélida ruptura que, pese a todo, no consigue dejarnos en una zona de confort a ninguno de nosotros. La decepción por triplicado se digitaliza a través de nuestras neuronas mientras la desconfianza se funde con estas paredes que dicen ÆTERNODUX en el más flagrante mutismo.
–And… how long have we been in here? –probablemente no iba a ser una pregunta muy esclarecedora ni aunque pudieran entenderla– ´Cause more than two minutes is enough to be so fucked up –sólo era una constatación de los hechos.
No sé qué hacer, de modo que, –como un inevitable acto reflejo– intento entrar a la red sin resultado. No tenemos ningún mensaje público, yo no tengo ningún mensaje privado y… ¿¡cómo no lo he mirado antes?! ¡Mi historial! ¡Está borrado! No hay rastro que permita contactar con absolutamente nada. No queda rastro de mí y me siento una carcasa muerta y vacía y perpleja, sin más información que estos nuevos registros incomprensibles para mí. El tiempo decide esquivarme en su transcurrir mientras intento asimilar la realidad que se presenta ante mí como una onda distorsionada. La desesperanza lejos del mundo me atraviesa y me siento náufrago en una soledad tan profunda que ni siquiera tiene lugar mi existencia. El japonés y la eslava me miran con una expresión estúpida, naturalmente encierro este último análisis bajo un código que siempre consideré –erróneamente supongo– infranqueable.
El japonés da una palmada para llamar nuestra atención y señala al suelo. Hay dos oquedades esféricas.
種類のドアかもしれん –declara con cierto entusiasmo haciendo un gesto que sugiere pasar a través de algo.
–I don´t know what the hell´s that –respondo desanimado–, but it doesn´t seem to be a damn door.
А зачем такие странные дыры? –se lanza la eslava, con la palma de la mano hacia los agujeros–. В любом случае, поскольку у нам нет доступа к сети, вероятно мы не выживем. Так что... это пиздец.
De repente, su carga emocional me llena como una ola de inefable resolución, me mira y cabecea hacia el japonés.
Y vuelve a mirarme significativamente.
Y dice:
–Ну, все заебало, помоги мне!
La luz del techo, como si se hubiese activado alguna clase de sensor, comienza a parpadear a un ritmo frenético.
Ella barre las piernas del japonés de una patada que sugiere entrenamiento, flexibilidad, violencia… Él cae, ella se pone encima y comienza a golpearle puñetazos, apenas encuentran resistencia, resuenan con una fuerza tremenda, secos, casi ahogados. Coge su cabeza, la estrella contra el suelo una y otra vez. El hombre grita algo incomprensible. Hay sangre en el suelo. Ella hunde sus dedos en sus globos oculares, le arranca los ojos. Sus manos están llenas de sangre. El hombre simplemente grita, pegando unos alaridos espantosos mientras intenta cubrirse las cuencas sanguinolentas con las manos. Comienza a temblar. Luego se para.
La chica introduce los ojos en las pequeñas oquedades y la luz fosforescente se detiene, se establece y baña la habitación en un continuo blanco y purificador que aparece con alivio para mí.
No logro comprender nada de lo que está pasando. No sé lo que estoy viendo, no capto su finalidad ni el posible beneficio y siento verdadera preocupación por mi integridad física.
Una voz robótica y masculina, metálica, inunda la sala hablando en lo que creo que es español.
–El sujeto de pruebas 7-3-5 ha sido eliminado en el entorno B-13. Si usted forma parte de la muestra de nivel 1, aléjese del sujeto de enlace tanto como le sea posible. Si por el contrario usted forma parte de la muestra de nivel 2, por favor, no dude en acercarse al sujeto de enlace.
La mujer y yo nos miramos, aguardando.
El mensaje se traduce. No obstante no entiendo lo que dice.
Pero ella pone cara de circunstancias y la luz comienza a temblar intermitente.
Tengo que pensar, seguro que hay una forma de ponerle fin a todo esto.
Espere, creo que usted tiene el poder de detenerlo.
¿Acaso disfruta usted con esto?
¡Escúcheme, sé que no es la forma más inteligente de conseguirlo!
            ¡Pero pare de leer!
                        ¡Se está acercando!
                                    ¡Pare ahora, por favor!