No, caballeras y caballeros, no se alarmen, mi cerebro es bastante más inteligente que yo.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Buscadores de palabras

“Mientras estamos dormidos en este mundo, estamos despiertos en el otro”.
SALVADOR DALÍ.

Buscadores de palabras:

Me levanté con un terrible pensamiento rondándome junto al despertar: “el mundo hoy está un poco más muerto”. Así de simple, así de crudo. Era un pensamiento seco, como si fuera producto de una erosión inevitable, sólido, inamovible e impenetrable, descorazonadoramente macizo. Un pensamiento que en definitiva ya había caído ante la lámpara de una reflexión infructuosa. La resaca tras una noche de abstinencia.
            Expulsé el humo de mi cigarro, hoy teníamos caso.
El primer paso era siempre el mismo: una búsqueda rutinaria y minuciosa por los diccionarios, porque a veces –sólo a veces– las palabras se habían refugiado en su interior como si fingieran ser cadáveres o criminales –en ocasiones incluso se escondían en lugares que no les correspondían–. Pero, para ser sincero, eso apenas ocurría.
Claro que había que asegurarse, al fin y al cabo somos profesionales de la investigación, el aburrimiento es casi preceptivo.
El caso anterior había sido complicado: sinceridad. Ésa fue la palabra desaparecida, la verdad es que durante aquella semana se notó su ausencia. Por supuesto que había palabras como honestidad o franqueza, pero no eran la pura sinceridad. Teníamos suerte si un pequeño porcentaje de esas palabras desaparecidas u olvidadas eran como oligofrenia: empleada en un contexto específico que delimitaba la búsqueda, divertida, sonora y totalmente incapaz de no llamar la atención. Claro que pedirle a una palabra que se estuviese calladita nunca podía ser algo demasiado inteligente…
Nos montamos en el aerodeslizador con destino a la Planicie de la expresión. El sol quemaba las grietas que se abrían sobre el desierto y los árboles retorcidos y secos se erguían en rebeldía contra el texto.
Y yo no dejaba de pensar en aquella mujer columpiándose sobre los relojes, Elli, que pensativa nos había ofrecido una recompensa exorbitante. Y no dejaba de darle vueltas a sus últimas palabras “el problema es que creo que no es un término como tal, que no es una palabra al uso, pero es…”, se quedó en blanco tras pronunciarlas, bloqueada en medio de una frase que se desvanecía en su génesis. No podía continuar y sus ojos pedían una respuesta. Ella no tenía miedo, sólo estaba confusa, pero a mí había algo en todo aquello que sí me inspiraba un profundo temor. Respeto, decían los ancianos. Yo no usaría esa palabra: el respeto me lo inspira la gente respetable, no las situaciones que me dan escalofríos. Y había algo en todo aquello que no me cuadraba en absoluto.
Aunque durante días no habíamos encontrado nada que pudiera describirse como una pista –siquiera como un indicio–, unos rumores que no resultaron baratos nos susurraron el lugar en el idioma de los óleos anegando la fantasía: la Torre de la golondrina, más allá de la Planicie de la expresión. No me gustaba jugarme la vida por rumores, aunque les hubieran puesto un precio muy alto y aunque ese precio jugara a ser la ilusión de que la información era realmente útil.
Basia conducía, llevaba gafas de sol y una camisa hortera.
–Se dice que la Planicie de la expresión es segura por la noche –comento recordando una partida de billar, unos labios llenos de picardía y un whisky que no me hizo olvidar tantas cosas como me hubiera gustado.
–Se dicen muchas gilipolleces, por eso nosotros buscamos palabras perdidas –me contesta ella sin apartar la vista de la carretera–. Puedo poner música, si quieres –dice mirándome de reojo, sabe que he tenido un mal despertar. Ella siempre lo sabe.
–Muchas gracias, pero lo estoy dejando.
–Intentas darme la razón –me espeta riéndose.
–Falta algo –le aseguro.
–Nunca paras de trabajar –la afirmación se le resquebraja en los labios.
–Se ha roto, lo notas –también en los míos.
–Joder… sí que falta algo –se da algo de tiempo y vuelve a intentarlo–. Nunca paras de trabajar ni en el trabajo… –se esfuerza en decir, pero parte del mensaje se pierde antes de rozar la realidad, desfragmentándose en imposibles. Después ella se queda en silencio, pensativa.
Falta sátira, falta filosofía, ironía y curiosidad. Falta amor y falta vida. Y Basia aguarda cavilando entre posibles como manantiales y escaleras de imposibles que se cruzan por doquier. Y reflexiona porque se muerde el labio y se muerde el labio porque reflexiona.
Llegamos a la Planicie de la expresión, donde moran esos extraños gigantes que arrojan letras a lo lejos –generalmente allí donde haya algo que se parezca a gente–. Un territorio inhóspito, arrasado por letras capitales de un tamaño que a nadie le acaba de convencer –exceptuando por supuesto a los atareados gigantes–. Basia conduce bien y es una maga escribidora, no tenemos de qué temer. Aún no.
Poco a poco los gigantes se van perdiendo en el horizonte de los desiertos y llegamos ante un árbol nudoso y negro como el carbón. Y, sobre todo, llegamos ante una torre, azul y alta como una aguja recortándose contra los soles.
Basia detiene el aerodeslizador. Nos bajamos. Cuando pone un pie sobre la arena la argolla de su muñequera de hierro comienza a vibrar en contacto con los vientos blancos que están por llegar.
–¡Ponte detrás de mí! –me ruge contra el viento, mientras el color blanco va llevándoselo todo, mientras va barriendo el paisaje y va engullendo la realidad–. No son palabras–recita ella mientras crea un círculo sintagmático en cuyo interior estamos a salvo–. No son palabras, son promesas y recuerdos que usamos cuando el camino se esfuma, cuando desconocemos el mundo. Son el círculo al que le robamos el tiempo, el mismo tiempo que sólo devolveremos con nuestra vida –el hechizo que trazan sus manos y sus cánticos nos protege del color blanco. Yo cojo mi pincel y, sobre ese lienzo que es el mundo, murmuro mis plegarias y dibujo y pinto las cosas hasta que éstas, conjuradas, deciden regresar. Y respiro hondo al acabar. Y me digo:
–Hay algo obvio que nos ha faltado desde que comenzamos a investigar –lo saboreo, pero aún no sé qué es.
–Explosivos –señala ella contrariada porque, de nuevo, no logra decir lo que se propone.
Miro la torre y pienso en lo que habrá en su interior… De repente mi cabeza estalla en un aluvión de ideas haciendo equilibrio sobre lo evidente.
–¡Pero qué idiota he sido! ¡Los ojos de Elli no pedían una respuesta, pedían una pregunta!
–¡El puto signo de interrogación! –recuerda Basia llegando a la misma conclusión–. Me cago en la puta… ¡con razón estábamos diciendo cosas sin gracia, ¡yo quería preguntar! –me abraza con alegría, sonríe–. Aunque estamos en el culo del mundo…
–Pero al menos ahora ya sabemos a qué le estamos siguiendo la pista –digo animado.
–Espero que se haya escondido por aquí –dice revisando el aerodeslizador–, en serio. No me apetece nada tener que irme al quinto coño para poder preguntar idioteces. Me sorprende que hayamos podido aceptar siquiera este caso si nadie podía interrogar acerca de nada de nada…
Yo extraigo un sello terminológico de uno de los bolsillos de mi guardapolvo. Si el signo de interrogación está en la torre no tendrá escapatoria, si bien reconozco que es una aberración tomar una palabra por la fuerza y dejarla impresa en un papel, aunque sea temporalmente. Sobre el papel la palabra muere… o al menos entra en un coma profundo que se parece demasiado a la muerte o a la exégesis.
Confieso que ardo en curiosidad por saber qué demonios hizo que la interrogación tuviera que huir. Tenía, por supuesto, numerosos enemigos, fanáticos de todo tipo, contenidos sin ideas, y toda esa calaña que decían defender la libertad para añadir un significativo pero más o menos a la mitad de la frase. No obstante y del mismo modo había importantes grupos de gente que hubieran dado su vida por las preguntas. No creo que tuviera deudas y, sinceramente, dudo mucho que precisamente ella, la interrogación, le hubiese puesto fin a absolutamente nada.
Me enciendo un cigarro.
Mucho antes de exhalar la primera calada ya he decidido guardar el sello terminológico, estoy convencido de que emplearlo sería un grave error.
Siento ganas de romper el papel, pero no lo hago. En cualquier caso hablaré. Me odiaría a mí mismo si no pudiese hablar en este momento. Siempre hemos ido en busca de respuestas. Hoy no. Y me alegro.
Basia y yo nos miramos, nos ofrecemos pasar primero y, tras unos amagos de cortesía abiertos por lo ridículo, entramos en la torre.
Esta vez en busca de preguntas.

5 comentarios:

  1. Un texto excelente, Jorge, me gustó muchísimo. Muy poético, además.
    Si se la sabe usar la ciencia ficción da para tocar cualquier tema, no sólo sobre viajes intergalácticos o en el tiempo o los infaltables robots y la inteligencia artificial.
    Da para filosofar sobre las palabras perdidas y la búsqueda de las preguntas, que parecen haber sido olvidadas. Lo que me remite a que hoy en día la gente hace infinidad de preguntas, el 99 % banales. Las grandes preguntas, las trascendentes, parecen haberse ocultado o se esfumaron de la memoria colectiva. Espero que estén en la torre azul y que Basia y el relator, las traigan de vuelta.
    Un fuerte abrazo.

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    1. Hola, Mirella, muchas gracias. La verdad es que el otro día estaba leyendo que tanto Platón como Aristóteles se quejaban de que los jóvenes estaban perdiendo los valores, que ya no hacían caso de los mayores, que cuánto había cambiado todo. Lo de siempre. Pero creo que estamos en una época de lo más interesante, abierta a un renacimiento o algo así, estamos en cualquier caso en un nacimiento tecnológico y creo que en general el nivel de civilización del mundo (paz y cultura) está mejor que nunca. Por supuesto, queda muchísimo por hacer porque vivimos en un mundo ridículamente injusto, pero probablemente menos que ayer. Las grandes preguntas se rigen por un cánon, es convencional lo que es grande y es pequeño. No me malinterpretes, creo que hay mucha gente bastante superficial, pero por otro lado es bastante complicado hacerse las preguntas correctas, si es que existen las preguntas correctas. La banalidad quizás sea una constante en nuestro modo de vida, pero en cierto sentido tenemos suerte de poder preguntarnos cosas como que "si le hago una mamada a mi novio, ¿puedo quedarme embarazada?" una pregunta aterradora sin duda (no por la pregunta, que en la ignorancia me parece de lo más legítima, sino porque nadie se lo haya explicado antes lo cual sí es peligroso), pero uno podría pensar que no está tan mal si conseideramos que hace unos milenios nuestra única preocupación era sobrevivir a las enfermedades y a los predadores. Estoy dando bandazos, no sé muy bien por qué, yo apoyo el progreso y la culturización, pero también defiendo el hecho de que haya preguntas ya es todo un éxito y en ese sentido Basia y el detective-relator traen la interrogación sin metersa ya en su contenido. Porque la interrogación viva es magia pura según lo veo.
      Perdona, me he embrollado yo solito.
      ¡Un abrazote, Mirella! ^_^

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  2. Me he dado cuenta de que has utilizado más adjetivos que de costumbre (¡me encanta!). Son mi parte favorita de la gramática.
    Me ha gustado mucho el rollo detectivesco que le has dado. No me acaba de llamar la palabra oligofrenia (siempre estoy influenciada por el significado, es inevitable). Pero sí que es cierto que me parece una palabra muy peculiar. Ni siquiera el corrector del ordenador me la reconoce porque me acaba de aparecer en rojo cuando la escribí. Por otro lado... sinceridad. ¿Cuál crees que es la diferencia entre sinceridad y otros muchos sinónimos que existen, como los que has mencionado? Yo añadiría (con salvedades) lealtad. La lealtad no podría existir sin sinceridad, ¿o sí?
    Las palabras en la vida real, no pierden su esencia sobre el papel. No es tan simple como decir que quedan inmortalizadas (o al menos hasta que desapareciese el trozo de papel). Sino más bien que somos nosotros los que las hacemos eternas al decirlas o escribirlas. Parte de nosotros viaja con los trazos escritos, y quedan más vivas que nunca. Hacemos nuestras las palabras. Y cada matiz es diferente. Mi "oligofrenia" no tiene la misma esencia que la tuya. ¿Has visto cómo me está afectando el curso de grafopsicología? Ni te asustes jaja.
    ¿Y qué pasa con las preguntas? Buscamos respuestas, buscamos soluciones, sin pararnos a pensar que tal vez están en las propias preguntas, que las preguntas son en sí mismas las respuestas a nuestras inquietudes. Y preguntarnos no de qué color es el cielo, sino por qué me pregunto eso; sino de qué color creo yo que es. Y al final lo único que tenemos es un cajón con mil preguntas y ninguna respuesta. Y las preguntas, claro, se ríen en nuestra cara. Bua, no me entiendo ni yo.
    ¿Al final, qué preguntas encontraron?
    Creo que se te daría bien escribir algo del estilo de los viajes en el tiempo o el efecto mariposa.
    Un besito, Roussel :)

    Miss Carrousel

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    1. Los adjetivos son un arte que más me vale pulir, por otro lado a mí me encantan los verbos.
      Pues yo creo que la sinceridad tiene un núcleo de bondad pura, de naturaleza incondicional que el resto de sinónimos no alcanzan, a ver, que estoy escribiendo un poco sin pensar y a lo loco, seguro que una buena respuesta requiere cierto detenimiento y hoy, vuelvo a estar pillado de tiempo (mira que es raro).
      La lealtad puede ser un mero contrato, puede deberse a cierto interés. No creo que suela ser el caso, la lealtad por definición es inquebrantable y creo que la sinceridad debería participar en ella para que fuera verdadera lealtad, la más natural y la más sencilla.
      Me alegro de verte tan grafóloga, pero no me refiero a que mueran porque pierdan su esencia como palabras, ni creo que haya un significado objetivo y absoluto que deba ser preservado, lo que me parece más bien es que la experiencia real es inefable, las palabras no dan cuenta de ella. Al quedar escritas o dichas, hay comunicación, pero la realidad no se fragmenta y las palabras sí que la dividen (en palabras), en realidad es un juego más que otra cosa. Nada del otro mundo. Di fuego e imaginarás fuego y múltiples ideas relacionadas, si vas al fuego, lo vivirás.
      Y me parece muy agudo lo que dices y estoy del todo de acuerdo, muchas veces las preguntas son las respuestas. Te has puesto muy filosófica... me gusta, cuando no te entiendes ni tú está muy bien.
      Encontraron la pregunta vacía de contenido, la pregunta, la pregunta... xD
      Algo así como ?.
      Pues de viajes en el tiempo acabo de escribir un relatillo precisamente, luego te lo explico, aunque es sólo un relatillo muy absurdo y del efecto mariposa... no sé, es el rollo ese de what if... igual podría darle caña, aunque suele interesarme más lo que es que lo que puede ser.
      ¡Un abrazote, miss Carrousel! ^_^

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    2. Igual por eso nos llevamos tan bien; tú eres de verbos y yo de adjetivos.
      En el comentario de la nueva entrada te comento un poco lo de la sinceridad; ya he comprendido lo que tratabas de decirme. La sinceridad es más pura, sí, más intangible quizás que el resto (bueno, es obvio que todas son inmateriales, pero coloco a la sinceridad en un escalón más allá). Es como la razón de ser de las demás, que aunque puedan existir sin ella, no tiene sentido hablar de lealtad sin los tintes de la sinceridad. Es lo que intentabas explicarme, ¿no?
      A lo de las palabras nada que añadir; interpretación incorrecta por mi parte.
      Bueno, dada nuestra confianza, me permito el lujo de retarte a que escribas algo sobre ese What if... si te apetece, claro. Con calma.
      Y ya te comento en el mail que se me ha ocurrido una idea en la que me gustaría contar contigo :)

      Miss Carrousel

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