No, caballeras y caballeros, no se alarmen, mi cerebro es bastante más inteligente que yo.

viernes, 1 de mayo de 2020

¡Golpe crítico!


¡Golpe crítico!:

Era a todas luces un tugurio: vómito, herrumbre donde debía haber una vieja estufa, madera enmohecida, orina, roedores luchando contra los parroquianos por la comida y, en general, esa clase de clientela que podría partirle la cara a cualquiera que supiera pronunciar un pentasílabo como “sofisticación”. No es que no supieran leer o escribir, no es que no supieran que, en alguna parte del universo, había gente que usaba palabras mayores que un gruñido; es que cualquier niño de cuatro años aprendía que la agresividad era una forma de manipular a los demás y, cuando esos críos no aprendían ninguna otra herramienta y eran rechazados por ello, decidían que a la larga era una forma eficaz de sobrevivir: al fin y al cabo podían tomar lo que su fuerza les permitiera.
Sí, eran personas peligrosas, sin embargo, una valoración apresurada nos haría perder de vista lo siguiente, en cierto modo comprendían con claridad una de las tres verdades universales: las palabras tenían poder y podían ser peligrosas.
Y aquí es cuando tenemos que detenernos en Heidel, porque ella conocía cada una de esas palabras.
Recordemos que aquél era la clase de tugurio que la gente de bien fingía no reconocer al fondo del pequeño callejón, por ese motivo resultaba extraño que una persona como Heidel se sentara en un rincón oscuro mientras bebía de una jarra de cerveza.
Heidel era una maga de batalla, había estudiado en universidades más grandes que toda aquella ciudadela y sólo las ropas que llevaba valían más que aquel emplazamiento. Tenía un aspecto impecable, majestuoso y totalmente fuera de lugar.
Sin embargo, los cadáveres recientes a su lado, aún humeantes, tal vez habían conseguido transmitir el mensaje de que ese día prefería que no la molestaran.
De todas formas el resto de la clientela casi parecía más preocupada por Shivala, su acompañante una mujer que, a juzgar por su expresión, su gran tamaño, unos tatuajes que rompían la estética o un mandoble que aún tenía manchas de sangre de alguien que no fue lo suficientemente cortés con ella, posiblemente pensaba que este tugurio en cuestión era una especie de restaurante familiar bastante apacible en el que pasar la tarde.
Su expresión era de felicidad, por supuesto, el sitio le parecía agradable y, en líneas generales, le gustaba escuchar a su compañera:
Efectivamente —decía Heidel—, pero me refiero a. ¿por qué un humano desearía inmiscuirse en asuntos de demonios?
—Los humanos suelen forjar pactos con demonios a cambio de poder o los utilizan como esclavos si consiguen encadenarlos con su magia el tiempo suficiente —contestó Shivala—. Por otro lado, los cazadores de demonios tienden a tener carreras bastante cortas dentro del gremio.
—Por eso mismo pregunto. ¿Además, por qué un humano tendría interés en destruir a un demonio particular? Podemos descartar motivos religiosos, supongo… ¿Y por qué contratarnos a nosotras?
—¿Aparte de por nuestra incapacidad para valorar nuestra experiencia laboral o para elegir un trabajo seguro? —inquirió Shivala pensativa—. Está el tema de la reputación.
—¿La nuestra o la suya?
—La suya.
—¿Te importaría extenderte un poco en ese punto?
—Nuestro cliente fracasó al intentar controlar a este demonio.
—¿Estamos trabajando para un nigromante? —preguntó Heidel sorprendida.
—Posiblemente. Para uno bastante estúpido, de hecho.
—¿Por qué estás tan segura?
—Cubría unas cadenas con sus ropajes, pero si escuchabas con atención, oías el tintineo. Cuando un nigromante intenta dominar a un demonio, incluso para conversar tranquilamente acerca de un posible pacto, dado que los demonios no son conocidos por su cordialidad, lleva una cadena, parece algo simbólico, pero es un catalizador. Si el demonio en cuestión no es subyugado, la cadena se une permanentemente al cuerpo del conjurador. Intentar extraerla, incluso con ayuda de magia, no suele acabar bien en mi experiencia.
—Francamente, no lo entiendo —dijo Heidel, confundida—. ¡Nadie es tan idiota como para buscar venganza debido a su propia incompetencia mientras se arma únicamente con ella!
—Eso suena a prejuicios en favor de los nigromantes, Heidel, ¿se trata de algo del gremio de los magos o algo así? ¿Ahora son todos los magos inteligentes de repente? Creo que conozco a los de tu clase bastante mejor que tú.
—¿Qué hay de una… orden de caballeros? —tanteó la maga de batalla—. Los caballeros son básicamente grupos de imbéciles que luchan por el bien sin importar si el bien termina siendo un terrible error.
—Me encanta tu descarnada aproximación a la ética —le aseguró Shivala—, pero nadie hace eso ya, sabes perfectamente que todas las órdenes de caballeros acababan sirviendo a los demonios. Ninguna nación permite caballeros en sus tierras.
—Hay una pregunta que no deja de aparecerse en mi mente: ¿tú cómo sabes tanto de demonios?
—Soy nigromante.
Heidel llevaba un año trabajando con ella y casi se hubiera sentido traicionada por su peligrosa ausencia de perspicacia si no fuera porque estaba demasiado ocupada tratando de entender lo que le decía su amiga.
—Multiclase —le aclaró ella, adelantándose a sus balbuceos de desconcierto y haciendo un gesto explicativo—, ya sabes: bárbara y nigromante. Tú eres maga de batalla, ¿no? Viene a ser más o menos lo mismo.
—¡Yo no levanto muertos! —se defendió ella, herida.
—Y eso sólo te hace menos divertida —indicó Shivala.
—¿Pero a qué te has dedicado estos años, a matar gente, levantarlos de nuevo y volverlos a matar?
Shivala prorrumpió en una carcajada y añadió:
—Eso sería muy poco profesional, ¿verdad? Nah… casi nadie paga por eso.

Emer golpeó a la puerta y a tras unos segundos una nigromante abrió y salió a recibirle. Su cabello despeinado y su tabardo cubriendo sus ropas -que probablemente habían acabado donde estaban de forma apresurada, mientras ella intentaba retomar el aliento-  y su rubor hicieron que su cliente adoptara una actitud marginalmente suspicaz. Ella, dándose cuenta de su mirada indiscreta por el rabillo del ojo, se aclaró sonoramente la garganta.
—Esto… ¿quién…? —empezó ella.
—¿Qué hay de mi mujer? ¿Se encuentra bien? —tras un examen cuidadoso de sus palabras apresuradas y de su expresión, determinó que el hombre parecía preocupado.
—Sí, es decir… No. Está muerta, pero… se le da muy bien—la nigromante se rascó el brazo, evitando mirar a su cliente a los ojos.
—¿Qué?
—Bueno, no se ha perdido todo… ¿aún podemos transformarla en un zombi? —se ofreció ella.
—¿QUÉ? —le impresionó escuchar con tanta claridad aquellas mayúsculas.
—¿Qué? —respondió ella a su vez.
—¡Eso es ilegal!
—Ilegal y tampoco muy higiénico, si no le importa —le aseguró ella—. ¿Yo le… estaba probando? —se aventuró.
—¿Por qué?
—Em… ¡Tenemos un veinte por ciento de descuento para clientes leales! —dijo alegre. —Leales a las buenas maneras y de alineamientos legales, por supuesto. Podemos, no obstante, enviarle sus buenos deseos, mensajes e incluso maldiciones, si ese fuera el caso.
—Pronunciaré unas palabras.
—¿Buenas palabras, supongo?
—¡Helen! ¡Helen! —empezó a gritar él, su voz elevándose al cielo. Después pareció pensarlo por un segundo y comenzó a gritar en dirección al suelo—. ¡Helen! ¿Sabes dónde está nuestro Patrick? Mujer, ese crío es un demonio…
—Lo dudo, señor —dijo la nigromante— y, sí… contactar con los espíritus es un arte que no puede recrearse mediante alaridos a lugares aleatorios. —Porque necesitas algunas calaveras, algunas velas, sobre todo para darle ese aspecto tradicional, y una habitación acogedora en la que comer galletas tras la sesión porque a ella solía darle hambre poco después—. Por favor, vuelva por la tarde y veremos qué se puede hacer.
—¿Amor? —Una voz femenina vino del interior de la casa—. Por favor déjame ocuparme del servicio al cli… Oh…. —Una mujer rubia salió, a juzgar por los símbolos en su túnica blanca era una clériga y a juzgar por ese aliento entrecortado al que daba caza debía de haber estado haciendo alguna clase de ejercicio. Emer no hubiera sabido decir cuál, aun tras considerar ejemplos tales como andar e incluso correr—. Me temo que estamos cerrados momentáneamente, pero le hago saber que los restos de su esposa son tratados con el máximo cuidado de acuerdo con el artículo siete, sección tercera de nuestro contrato. Sabemos que puede ser duro perder a un ser querido y sabemos que no hay palabras pronunciadas por criatura alguna que puedan llevarse con ellas el dolor de un alma en duelo. Desgraciadamente tenemos prohibido evitar el sufrimiento por medio de la magia ya que sólo acarrea un dolor mayor a largo plazo. Debe comprender que tenemos unas fuertes convicciones filosóficas que defender y por ese motivo ofrecemos vales de descuento para cerveza a nuestros clientes —le dio uno a Emer y cerró la puerta.
La nigromante se quedó allí, de pie, algo confusa e intentando sonreír.
Después la clériga abrió la puerta y, riendo, tomó a la despistada nigromante del brazo y se metieron en casa.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Heidel, intrigada, mientras bajaban la calle dejando atrás un arco de piedra que conectaba un pequeño jardín entre las casas, iluminado por los últimos rayos de sol.
—¿Plan? Creo que me tomas por otra persona —contestó Shivala deteniéndose delante de una casa y llamando a la puerta—. ¡Tiff! —vociferó Shivala—. ¡Necesito ayuda! ¡Gratis, si puede ser!
La puerta se abrió, la clériga apareció.
—Hola, Tora, ¿qué tal? ¿Está Tiffany en casa?
—Sí, pasa. Esto… ¿Es de confianza? —preguntó refiriéndose a Heidel.
—Llevo trabajando con ella bastante tiempo y no parece importarle mi capacidad inhumana para meterme en líos —dijo encogiéndose de hombros, después se aproximó a la clériga sin ninguna discreción y le susurró—. En realidad me asusta un poco: está forrada y creo que ha perdido contacto con la realidad… es como una metáfora del poder económico —consiguió musitar.
—La vigilaremos —asintió ella al mismo volumen.
La clériga escuchó el llanto de un bebé a su espalda y se le erizó el vello. Al darse la vuelta, Tiffany estaba sonriéndole sobre un pentagrama, mientras un demonio con la suficiente decencia como para haber adoptado una forma cuasi humana sostenía tiernamente un bebé en brazos que parecía una sombra sobrecogedora, ladrona de luz.
—Hola, Tora, ¿quieres una galleta? —le ofreció el demonio a la clériga, candoroso.
—Nos quedamos al peque esta semana —le dijo Tiffany sonriendo—. Beleth dice que hay mucho trajín últimamente en las dimensiones mazmorra y que el pobrete no está durmiendo bien.
—No me extraña que acabarais teniendo un crío —comentó Tora.
Heidel no comprendía nada de lo que estaba pasando en aquel salón.
—No entiendo nada de lo que está pasando —declaró en consecuencia.
—Vamos a ver —comenzó Shivala, tratando de organizar sus ideas—. Tiff es una poderosa nigromante —Tiff se entretenía haciendo reír al bebé ignorando el resto del mundo—, tal vez no hayas reparado en ello, pero ella no lleva cadenas porque no trata de controlar ni confinar a los demonios que convoca. De hecho, de esa manera se labró una cierta reputación entre los demonios y Beleth, aquí presente —el demonio le saludó con un delicado apretón de manos. Heidel no estaba muy segura de dónde salía aquél otro brazo, pero trató de mantener la compostura— fue convocado por ella. Total, una noche bebieron mucho, hicieron un pacto para traer a un niño muy extraño al mundo y el resultado es el pequeño Abraxas. Pero Tiff estaba a sus cosas y comenzó a salir con Tora —Tora la saludó con una reverencia—, la cual aceptó toda esta rocambolesca historia porque como Tiff hay una entre un millón. Y seguramente porque le gustaba. Además de que tuvieron la idea fantástica de abrir este negocio. Y nosotras estamos aquí porque tal vez sepan a qué demonio trató de conjurar ese imbécil.
—¿Puedo preguntar cómo se llama vuestro imbécil? —preguntó Beleth con curiosidad mientras acunaba a su hijo en brazos.
—Se hace llamar Matt el Poderoso —contestó Shivala.
Tiffany estalló en una carcajada y el demonio y ella intercambiaron una mirada maliciosa.
—¡No! —dijo Shivala intentando contenerse a su vez.
—¡Sí! —respondió la nigromante, esta vez su diversión transformada en una risa cristalina—. Intentó someter nada más y nada menos que a Beleth.
—Hay algo que no entiendo —confesó el demonio—, bueno, en realidad hay muchas cosas que no entiendo, pero voy a intentar limitar mis dudas un poco, ¿qué quiere de mí?
—Quiere vengarse —contestó Heidel.
—¿Quiere vengarse de su ineptitud a través de mí? —dijo incrédulo Beleth.
—Atrevido pero estúpido —añadió Tora.
—En cierto modo… tú eres el símbolo de su incapacidad como nigromante —razonó Tiff—. Aunque, claro, a nivel práctico su incapacidad es suya… —finalizó ensimismada.
—Entonces —continuó Beleth—, ¿me quiere muerto?
—Es mucho mejor que eso —comentó Heidel, ya avergonzada por el peso del contexto.
—Quiere —expuso Shivala—, y cito textualmente, “destruirte”. Nos paga sólo por llevarte hasta él. ¿Qué dices? —le ofreció ella.
—Es que les quería cocinar una tarta a las chicas… —comentó él, azorado.
—¿A nadie le preocupa que, de hecho, pueda tener algún objeto poderoso con el que destruir a un demonio? —inquirió Tora.
—Me gustaría recordar que se hace llamar Matt el Poderoso —intervino Shivala.
—Iremos todos —dijo Tiffany—. No creo que este señor supiera usarlo si es que de alguna manera hubiera podido encontrar ese artefacto, que está totalmente fuera de sus posibilidades económicas o intelectuales, y no creo que en ningún caso lo tenga en su poder, pero el Cráneo de las Sombras es un objeto que sirve para aprisionar a demonios poderosos. Y no voy a dejar que un idiota haga daño a Beleth —dijo abrazándole—, si es que Tora acepta ponerle un par de sellos de protección al peque o algo —añadió—. ¿Tora? ¿Por favor? —Puso cara de cordero degollado.
—Por supuesto, llevar a la clériga y a un bebé demoníaco siempre es la opción sensata —aseveró Tora—. Aun así, espero que me lo recompenses —le susurró juguetona al oído y la nigromante no puedo más que sonreír.
—Espera, ¿con sexo o aventuras? —dijo la nigromante, confundida.
—Con sexo —respondió Tora con paciencia.
—Pues vamos a cobrar nuestro sueldo —les animó Shivala—, lo repartiremos con vosotras, claro, y con nuestro demonio, si es que le interesa el dinero.
—Luego hago la tarta —le dijo Beleth a Tora mientras salían por la puerta, guiñándole un ojo—. Eres la mejor.

Las hojas secas correteaban hacia ellas como pequeños animales, mientras, la brisa
ganaba velocidad a ratos. El otoño había dejado una noche agradable tras un día de sol, aunque corría ese frío tenue pero presente que hacía a la piel pedir abrigo mientras se eriza el vello. El bebé en brazos observaba todo con unos ojos que brillaban como la luz al final del túnel, si la luz de la metáfora no fuera en absoluto reconfortante y si el túnel fuera una pesadilla imperecedera.
Y Beleth y Tiffany lo miraban como si fuese lo más hermoso del mundo.
Shivala y Heidel los guiaban por entre los callejones hasta que llegaron a un modesto parque flanqueado por la fachada de una pequeña iglesia, frente a la que se detuvieron. —Un templo a la diosa Shar, guardiana de los secretos jamás revelados—comentó Tora mientras tejía hechizos para proteger al bebé—, nuestro nigromante ha adoptado una pose dramática que su disposición para humillarse a sí mismo no puede pagar.
Heidel abrió la puerta con un estallido de su magia, las marmóreas baldosas del suelo reflejaban la luz de la luna en una franja iluminada. Después de que entraran, el nigromante, en penumbra y de espaldas, se giró hacia ellos.
Shivala se llevó la palma a la cara ante aquel ridículo espectáculo.
—Volvemos a vernos, Be… ¿Quién demonios es toda esta gente?
—Yo soy Tiffany, vivo en la calle Del Cerezo, en la casa de la puerta azu... —Tora y el Beleth se apresuraron en taparle la boca antes de que siguiera con la retahíla de datos personales totalmente fuera de lugar. Normalmente esos lapsus no le ocurrían a menudo, pero a veces se olvidaba del contexto social más de lo normal. Tiffany seguía murmurando cosas como podía y cuando se liberó siguió como si nada—. Y aquí está Beleth, ese demonio al que quiere usted destruir. Como compañera del gremio quisiera comprobar cómo lleva a cabo el proceso.
—Pero el demonio parece estar aquí por propia voluntad… —dudó Matt.
Heidel se acercó al nigromante, iracunda, poniéndose enfrente de él, cubierta por una capa de fuego de aspecto inestable que parecía alimentarse de su furia.
—Te hemos traído a tu demonio, danos nuestro dinero —exigió ella, sus ojos eran llamas contenidas.
—Perdone —intervino Shivala, haciendo gala de una docilidad que contrastaba con su tamaño y armamento—, hemos cumplido nuestra parte del trato y no voy a poder contener a mi compañera mucho más: piensa que usted no quiere cumplir.
Matt decidió tragar saliva. En algún lugar de su mente una voz no dejaba de decirle que, bien pensado, era al demonio al que alguien debería estar intentando contener.
—No, no, si tengo el dinero y todo… aquí tienes, aquí tienes —consiguió darle, atemorizado y con una mano temblorosa, una bolsa de monedas a esa mujer de aspecto agresivo que llevaba un mandoble por temor a mirar a la maga de batalla que había comenzado a liberar un grito de batalla terrible—. Ya está, os he dado la bolsa, ¿verdad? —suplicó él.
El fuego de Heidel se apagó de inmediato y respondió con una sonrisa radiante y una reverencia. Y Matt el Poderoso no supo encontrar la reacción apropiada a nada de lo ocurrido. Todos se dispusieron a marcharse.
—¡Esperad! —exclamó él—. ¡Beleth es mío! ¡Andariel me ha dado su poder!
—¿Andariel? —quiso saber Tora en un susurro.
—Fue un poderoso archidemonio hace milenios, pero ahora y a juzgar por toda esta situación… mendiga atención, supongo — Beleth se encogió de hombros.
—¡No podéis hacerme esto —se quejó el nigromante—, si no le doy algo a cambio de su favor, aprisionará mi alma! ¿No podéis darme a ese bebé?
En ese momento todos decidieron quedarse, había un sentimiento generalizado de curiosidad por comprobar de qué creativa manera aquel tipo iba a morir.
Beleth y Tiffany se volvieron hacia él, sus ojos eran pura ira.
Hay ocasiones en que hasta el más idiota de los hombres se da cuenta de que esa suerte que de alguna manera le sostenía a través de sus despropósitos se ha esfumado.
—La gente como tú es la razón de que todo el mundo odie a la gente como tú —afirmó Tiffany.
—Tú también eres una nigromante! —se quejó Matt.
Ella lo miró, desconcertada, sin entender.
—Tu vida es una huida hacia adelante apostando tu escasa dignidad en esa ilusión de control que un demonio cuya única virtud es la paciencia te relata mientras intentas en vano comprender dónde estás o por qué eres tan estúpido —señaló Beleth.
—Demasiadas subordinadas, tío —le susurró Shivala.
—Emmm… ¿muchas gracias? —respondió él a bajo volumen—. Que no exista el orden ni el destino, humano, no va a salvarte a ti del tuyo —añadió para dirigirse después a Tiffany—. ¿Haces los honores?
Matt, lleno de rabia, realizó un conjuro, pronunciando una cadena de palabras llenas de un poder que moraba en las dimensiones mazmorra y se liberaba sobre las baldosas de aquella iglesia derramándose de cada letra que salía de sus labios, agrietando el límite de la realidad y, en consecuencia, destruyéndole al tiempo que su piel comenzaba a necrosarse y a deshacerse mientras su propietario aullaba de dolor.
Nuestra compañía de aventureros tardó unos segundos en reaccionar ante esa especie de estudio sobre la perspectiva del cuerpo humano que cubría el suelo de rojo y vísceras allí donde Matt el Poderoso había puesto a prueba su incompetencia por última vez.
—Este anticlímax ha sido muy decepcionante, necesito tarta —aseveró Tiffany.