No, caballeras y caballeros, no se alarmen, mi cerebro es bastante más inteligente que yo.

martes, 31 de octubre de 2017

Mi silencio


Carve away the rotten flesh
It’s time to burn
Strip away the dirty lies
Expose the ugly truth…
ARCH ENEMY

Mi silencio:

            Cuando era pequeña en la casa de papá sólo había una cama.
Y es que los padres pueden dormir con sus hijas mientras no sean el mío.
Casa pequeña, comida barata y ropa prestada o heredada: la vida de mamá era el paraíso entre semana.
Pero en casa de papá podía hacer cualquier cosa, no había normas. Beber coca-cola, comprar chucherías y acostarme tarde entre piruletas y gominolas.
Y sólo había una cama.
No había nanas ni cuentos. No había historias antes de dormir y las hadas sólo existían en los dibujos y en los libros, en los libros, en los libros.
Sólo había una cama para esperar a que el sueño llegara con las bragas apretadas en las manos. Y mi mente era mi refugio, era el lugar al que volver para pasar las horas, igual que en el colegio, mi mente era mi santuario, donde los niños no me señalaban con el dedo. El dedo de papá.
Y los niños se reían y me dejaban sola. Sola cada hora, cada día y cada año. Sola con gente sola.
Con papá siempre me quedaba muda, tal vez por eso ahora tengo voz y no sirve, tal vez por eso hablo pero las palabras no se distinguen del silencio.
Tuve un novio y una breve enfermedad que no llegó a abrirme los ojos. Le decía que no cuando íbamos a la cama, le decía que me dolía, que esperara unos meses a que se pasara aquel achaque, que parara por favor. Sólo iban a ser unos meses, nada más. Pero al parecer eso no importaba.
Me dolía y a él no le importaba, él no quería esperar a que me curara. Y al final acababa abriendo las piernas: por amor o algo así. ¿Era eso una violación? ¿Nunca me han violado porque siempre me he sentido entre la espada y la pared, porque nunca he podido decir que no con la firmeza suficiente? ¿Decir “no” no tiene la fuerza suficiente? ¿Acaso es eso decir que sí?
Me pregunto si mis palabras saben hacer ruido…
Recuerdo que una vez me contaron que el hermano de alguien forzaba a su sobrina de seis años, me puse pálida, me estremecí deseando escapar, vomitar, desaparecer. Los castigados no importan, no son personas: son juguetes rotos para los monstruos. Y los monstruos tampoco son personas para aquellos que los señalan. Y es fácil subestimar la ironía de la situación.
Yo también soy un monstruo.
Me masturbo y vuelvo a ser demasiado pequeña y los hombres abusan de mí, me arañan, me muerden, me pegan, me penetran y me violan en el santuario de mi mente mientras mis piernas lloran terror y deseo.
Y los titulares de los periódicos me provocan vergüenza, porque mi cuerpo me imagina en medio del dolor y se enciende, y no tengo modo alguno de acabar con esto.
El otro día estaba con mis amigas en el parque y una niña pequeña me sonrió, se subió la falda y me enseñó su ropa interior.
Y no sé leer si eso es inocencia o el abuso de una familia desgraciada, porque no pertenezco a este mundo, ¿puedo confiar en que no pasa nada? Ella parecía feliz y yo nunca lo fui a su edad. ¿Sé algo de la felicidad?
Mi santuario se ha derrumbado y no recuerdo cómo volver a construirlo. En una esquina entre sus ruinas, ése es mi lugar, sentada y aferrándome a mí misma, escondiendo la tristeza en la cabeza. En un paisaje tétrico tejido por la culpa de ser una mujer en este siglo y el terror a la oscuridad. El terror primitivo al que nos acogemos todos al final, el que esconde las pesadillas que tengo cada noche de cada día de mi vida.
Ustedes quieren criaturas terribles, terribles culpables, inhumanos y dignos de las historias de terror más sórdidas y repugnantes. Alguien a quien acusar.
Pues bien, en esta historia el monstruo soy yo.
Porque no se puede engendrar con una pesadilla sin parir una abominación.
Ustedes no lo entienden, me miran y ven a una víctima. Y piensan que yo sólo podría ser un verdugo si hubiese abusado a mi vez de alguna otra persona, y piensan que algún otro debe ser señalado con el dedo.
El odio sólo es un amor equivocado al igual que la esperanza sólo es el miedo visto desde el otro lado.
Y por eso mi santuario caído es el monstruo mismo: está en el lado equivocado.
Solemos separar víctimas de verdugos porque queremos revelar a los monstruos del cuento. El sufrimiento nos aterroriza y nos gusta pensar en el bien y el mal allí donde sólo hay gente corriente y vidas cotidianas. No queremos dirigir la mirada a la causa, a la esencia de los monstruos. Nos avergüenza. Y por eso les dejamos morir en prisiones, relatos y leyendas negras. No hay solución si no hay problema.
Mientras, en mi santuario la ausencia de sonido hace daño en los oídos y la soledad crepita bajo la piel. El mutismo allí resuena como un grito que marca todo mi cuerpo y el pensamiento es una cadena que me retiene y ahoga contra el pasado.
Sí, solemos separar víctimas de verdugos.
Pero esas palabras son sólo silencio.
Mi silencio.