No, caballeras y caballeros, no se alarmen, mi cerebro es bastante más inteligente que yo.

sábado, 31 de agosto de 2013

Memorias de antes de nacer

Memorias de antes de nacer:

            Aquí se está calentito, la verdad.
Uy, perdón, vayamos por partes: estoy en un útero.
            Y soy un niño tan pequeño que aún no he nacido.
Pero aún antes de nacer tengo una historia y creo que no está mal. Yo diría incluso que tengo mucha más historia, mucho antes de ésta.
Papá era cobarde y la voz suave de mamá dice que papá, antes de hacerlo con ella y concebirme a mí, antes de que viniera la cigüeña, estuvo con una puta. Papá estaba casado con mamá por la Iglesia, pero creo que eso no le importó mucho. Y contrajo una enfermedad que se llama gonorrea.
La gonorrea es una enfermedad de transmisión sexual provocada por la bacteria Neisseria gonorrhoeae o gonococo según la Wikipedia.
La Wikipedia es una enciclopedia de internet que aún no existe, pero existirá unos cuantos años después de que yo haya nacido.
En estos días, mientras yo aguardo acogido en un vientre repleto de comodidades, mi mamá y mi papá se contentan con leer la Gran Enciclopedia Larousse, que no está mal para los tiempos que corren, aunque se quedará desfasada, ya lo verán. Yugoslavia ya no será lo que es.
Pero volvamos a la gonorrea. A mí el nombre me recuerda a Sodoma y Gomorra, y lo de gonococo me suena a comecocos. Bueno, aún no, claro.
Comecocos… waka, waka, waka.
La gonorrea en el feto –y desgraciadamente yo soy uno de ésos, un feto– puede causar ceguera durante el parto y la muerte o aborto durante el embarazo, supongo que si entonces causara ceguera, no sería muy importante…
Pero la verdad es que yo aquí no sé si veo nada. Bueno, seamos sinceros, tampoco puedo tener pensamientos conscientes, articular lenguaje y ni mucho menos relatar historias, ¿qué se han creído ustedes?
¡Si ni siquiera sé cuántos soy! Por lo que a mí respecta yo podría ser gemelos o trillizos, u octillizos como los de Apu.
Apu es el tendero indio –de la India– de Los Simpsons, una serie de dibujos cuyas primeras diez temporadas son magistrales. La verdad es que la serie tampoco existe aún pero no le queda tanto como a la Wikipedia.
Regresando al interior del vientre materno nos volvemos a encontrar conmigo. Y yo tengo miedito, porque puedo morir. Y mamá sabe que el embarazo no va bien, lo supo desde el primer momento. No sabe por qué lo sabe. Pero sabe que lo sabe, porque es una madre, ha tenido más hijos y, sobre todo, ha prestado atención a lo esencial. Y ha interrogado a papá porque se hizo pruebas y el médico se lo dijo, le dijo: “tiene usted gonorrea”. Porque cuando yo estaba por nacer aún se llamaba a la gente de usted en el ambulatorio independientemente de la edad que uno tuviera. Esperen, ¿qué estaba diciendo? Ah, sí, que tengo miedo.
Y mamá también tiene miedo.
Y papá le dijo que la habría cogido en la ducha –hablo de la enfermedad–. Y mamá pensó que “este hombre es tonto”. Luego pensó “y lo peor es que cree que yo soy tonta, aunque lo peor es que eso no es ni mucho menos lo peor, ojalá”.
Y a pesar de que aquí se esté calentito, el cuerpo de mamá quiere expulsarme. Quiere enviarme ahí fuera muerto… Porque éste no es un buen año para nacer de veinticinco semanas. Uno se muere sin remedio. Cuando haya móviles con internet y libros electrónicos dará igual, pero ahora no. Uno se muere. Y, porque no puedo, pero si no, diría que no quiero morir. Aunque, ahora que lo pienso, ¿seguro que el cuerpo de mamá quiere desprenderse de mí? ¿Y no será al contrario? ¿No será que su cuerpo y su corazón y su amor y su mente son como una misma cosa que está desafiando a la enfermedad? Porque yo soy una manifestación de la realidad o algo así, y, ¡eh, estoy aquí dentro!
Pero si logro nacer seré –probablemente– ciego. De ser así no sabré qué son los colores y la gente me preguntará qué veo y yo les diré cualquier cosa porque no sabré qué dicen. Y ellos me preguntarán si veo negro y yo les diré que “estaría bien eso de ver el color negro pero es que no lo entiendo”, “pero tienes que ver algo”, ésa es la gente.
La gente es un poco lenta –o rápida en exceso– cuando hay demasiada junta.
Pero voy a morir. Así que no va a pasar nada de eso.
No lo digo por decir, lo dicen los médicos. Esto es lo que se llama un argumento de autoridad.
Mi papá es un irresponsable. Mamá ha aprendido que siempre lo fue, pero antes, aunque él hacía las mismas cosas, ella no era capaz de verlo. Me pregunto… si vivo, ¿lograré detectar esa clase de cosas en los demás y en mí mismo? La verdad es que en este preciso momento no sé qué implican, pero suena importante.
De repente me calmo. Mi madre está recordando sus propias fuerzas. Porque ella siempre lucha, porque ella siempre supera, porque ella siempre vence, porque ella siempre ha podido con todo. Porque siempre ha hecho lo que tenía que hacer, hasta sus últimas consecuencias y si no, ha sabido rectificar. Y ella sabe que me quiere. Y que esta vez tampoco se va a rendir. Luchará por mí, siempre. Aunque papá dice que sus hijos no tienen ningún problema. Pero mamá sabe lo que hay. Y lucha. Creo que no podría luchar si mintiera como papá, aunque eso es demasiado complicado…
Siento hablar tan apresuradamente, pero es que hay bastante movimiento fuera de aquí: mamá lleva unas horas sufriendo un dolor insoportable en un hospital, los médicos le dicen que está abortando. Papá no está. A mí el tiempo se me pasa volando. Tal vez porque no comprendo nada.
Y ahora saldré. Vivo o muerto. Como en los carteles de esas pelis del oeste en los que aparece un tío feo con bigote y muchos símbolos del dólar.
Será como jugar a cara o cruz, supongo. A simple vista podría parecer que no estoy en lo que podríamos llamar una posición favorable, sin embargo tengo la energía y la valentía de mi madre de mi lado, reproduciéndose en mi corazón.
No es soberbia pero yo apostaría por mí mismo.
Si pierdo tampoco me voy a enterar…
Bueno, ni si gano.
Pero entonces me reiré y seré un milagro.
Y un día veré las series que me gustan en una televisión de ésas de pantalla plana súper grandes. Y comeré nocilla. Y haré otras cosas que no sonarán tan triviales, claro. Pero también podré hacer cosas de las llamadas “triviales” y eso tiene su valor.
Y un día hasta puede que llegue a cuestionármelo Todo.
Quizás mientras como nocilla.

lunes, 19 de agosto de 2013

Sólo una frase

Sólo una frase:

De pie –ante la belleza de la realidad– estaba a punto de darse cuenta de que siempre había creído en la sencillez de la magia.

viernes, 9 de agosto de 2013

¿Quieres una birra?

“Tenemos una niña a la que, a veces, digo –también con alegría–: no sirves para nada”. JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO.

¿Quieres una birra?:

Me follo a Ana.
Me follo a Sara.
Me follo a Estefanía. A ésta hay que pagarle.
Me follo a Alba.
        Alba me mira, le digo que podemos volver, que he cambiado, que ya no soy el hombre que era, que no volveré a engañarla. Me dice que no me cree, así que contraataco. Le digo que fue culpa suya, que no debería ser tan severa, que no debería hacer según qué cosas. Ella me dice que me meta mi chantaje emocional por el culo, si es que el karma no me lo ha destrozado ya. Que no quiere volver a verme. Me voy.
El humo de un cigarro sobrevuela la calle.
La boquilla se enciende.
Se apaga.
Despierto.
Mis hijas me sonríen a la hora de cenar, yo les digo que el karma es una tontería de los putos chinos, que si existiera el karma la gente mala debería morirse, ¿y no estaban ahí los multimillonarios apestosos, pudriéndose entre millones, y los dictadores y esa gente?
El tubo fosforescente del baño parpadea por la mañana, como la advertencia de la estupidez de la vida, de pensar sobre la vida. Parpadea intermitentemente, con un zumbido. Parpadea más que de costumbre, y finalmente se funde. Porque eso es nuestra vida, joder, fundirnos trágicamente, olvidados, solos… sustituidos por otra fuente de luz que también se va a apagar.
Quedo con Sonia.
Tengo unas hijas preciosas, le digo a ella.
Nunca confiéis en nadie, les digo a ellas.
Se portan bien, y a veces aprueban todas las asignaturas, le digo a ella.
La gente es esencialmente hija de puta, les digo a ellas, pero vosotras sois mis colegas, ¿no? No soy mal padre y les dejo acostarse tarde, bueno, tampoco demasiado, que no soy mal padre.
Sonia desaparece.
“¿Quieres follar?”, me pregunta Silvia. “Yo quiero”, me dice, hay una dulce impaciencia en su voz, es una voz de… de… de guarra. Tendré que darle lo que está deseando.
Me emborracho con Juan y con Sergio, hablamos de mujeres, de cómo son.
“Nadie me ha follado como tú”, me dice Ana un día al encontrármela por la calle, y claro, me dan ganas de tirármela, porque no hay nada mejor que se le pueda decir a un hombre. La respuesta a todo es exactamente esa bendita frase.
Tengo que encargarme de mis hijas, y lo hago cada día. Y eso que me gustaría estar en el bar o yendo con mis amigos de marcha… algo que no fuera estar tan pendiente de ellas…
“¡Todos los hombres sois iguales!”, me suelta Lucía, la mayor de mis hijas. Algún hijoputa la habrá dejado o algo así. Cierra la puerta de un portazo y se encierra en su habitación. “¿Quieres una birra?”, le pregunto, no responde. Yo voy a por una.
Abro el frigo.
No sé ni para qué viene a decirme esa mierda.
Cierro el frigo con el sonido del portazo amortiguado.
Vanesa, la pequeña, es más inocente aunque su nombre sea una horterada que le impuso la irresponsable de su madre. Abro la lata, suena ese siseo burbujeante escapando a toda prisa. Doy un sorbo. De todas formas Vanesa ya empieza a preguntar y claro, ¿cómo voy a mentirle? La vida es una puta mierda y se lo digo.
Me emborracho con Juan, otra vez. Lucía estará de fiesta por ahí enrollándose con algún gilipollas que espero que no traiga a casa. Detesto oír a otras personas follando cuando yo no tengo el gusto. Vanesa se habrá ido a ver la tele, seguro. Le doy un sorbo al whisky mientras se lo explico a Juan. Yo creo que no se duerme a su hora ni de coña, seguro que se levanta, enciende el televisor y cuando oye la puerta lo apaga y se va corriendo a la cama. Es demasiado lista.
Saludo a Pablo por la calle. El muy cabrón no me devuelve el saludo. ¿Quién se habrá creído que es?
“Un puto gilipollas, eso es lo que eres” me espeta mi hija Lucía, a saber por qué… “Hay padres solteros que saben qué significa ser padres”, continúa, “¿tener hijas que te insultan?”, le respondo, ella se va a dar una vuelta.
Vanesa me pregunta qué le pasa a su hermana “tendrá la regla”, le digo. ¿Yo qué sé qué le pasa? Dios, me dieron una niña contestataria sin un puto manual de instrucciones… es injusto, joder. Y encima si me descuido, Vanesa empieza a pintar las putas paredes con un rotulador o lo primero que pilla… Pero en vez de vigilar las paredes le digo: “No confíes en nadie, Vanesa, la vida no es como en las películas, a los malos no se les ve venir de lejos ni nada, los tíos te van a engañar por otra con mejor culo y no vas a ser una estrella de rock, te lo aseguro. Y te lo digo porque te quiero, no quiero que te lleves más hostias de lo debido, ¿me oyes?”. Ella asiente obediente.

–¿Alguien ha visto mi móvil?, no encuentro mi móvil –se produce un silencio incómodo hasta que Javier vuelve a lanzar su pobremente soterrada acusación al aire–. ¿Mi móvil? Lo había dejado aquí. ¿Nadie lo ha tocado?
–No lo he visto –finalmente me veo forzado a responder.
–Tú nunca ves nada, cariño, no sé ni para qué pregunto.
–¿Qué pasa, papá? –dice Raúl sin apenas interés, mirándonos a ambos vagamente, dejando en nuestra mano decidir a quién se dirige.
–No sé dónde está el móvil –le responde Javier–, seguro que alguien me lo ha cogido.
–Lo he visto encima de la mesa hace un momento –indica Raúl.
–Vale, ahí está.
Nos metemos en el coche, me detengo unos instantes pensando en algunas cosas relativas a la exposición que tengo organizada para hoy, repasando mentalmente cada punto, como si necesitase un impulso para…
–Manuel –me interpela él malhumorado–, ¿vas a arrancar hoy? –su tono de voz me hace sentir como un idiota. Pero arranco.
–No me hables así, por favor –siento la tensión carcomiéndome, ¿mis piernas se estremecen con un temblor? Sólo son palabras…
Pero él se sorprende, ¿cuándo me he atrevido yo a decirle no ya lo que siento, que no he sido capaz; sino simplemente “no” a algo?
–¿Así, cómo? –me inquiere muy erguido, casi tenso, clavándome al asiento del conductor con una mirada que trato de contener más allá de la periferia de la mía–. ¿Qué pasa, tengo que soportar consejos de un tío que me puso los cuernos, es eso? –lo hice y juré no hacer nada parecido jamás… fue horrible, la estúpida respuesta que comúnmente se conoce como un ataque de cuernos, y él me lo recuerda, como si fuera casto y puro, cuando tiene la menor ocasión. No sé si es una ironía o un absurdo o…–. ¿Así, cómo, Manuel? –insiste.
Me quedo callado durante unos instantes sintiéndome culpable, ni siquiera me veo con fuerza para decirle que no hablemos de eso delante de Raúl.
La culpa…
La culpa es como LSD en mi cerebro –aunque yo no sé cómo es el LSD en el cerebro de nadie–, el caso es que va transfigurándolo todo. Pero en vez de tener una experiencia mística de ésas que te acercan a Dios, a Buda o al puto mundo del Mago de Oz, tengo un mal viaje. En fin, siempre es un mal viaje. Como el de cada mañana al trabajo, más o menos.
–Olvídalo… –dice él reteniéndolo en la memoria–. Raúl, pórtate bien en el cole –le pide con una sonrisa radiante.
Raúl está cada vez más… apagado. AYER LE PEGÓ A UN NIÑO. Por lo visto no fue exactamente una pelea sino más bien una agresión bastante unilateral. Nos llamaron del colegio. Tengo que hablar con él… ¿Por qué demonios ha hecho algo así? No es mal chico, recuerdo cuando era un poco más pequeño y pasábamos horas jugando en el parque al columpio, al balancín y esas cosas… Es un chico muy bueno. ¿Por qué le habrá pegado a otra persona?
Se cierra la puerta, el coche vuelve a ponerse en marcha con un ronroneo. El magnánimo silencio de Javier no dura mucho, en seguida vuelve a saltar con el tema:
–Manuel, no eres nadie para hablar de moralidad. ¿Quién te crees que eres? Tú también lo hiciste –me recrimina, afortunadamente ahora a solas.
–Tienes razón –me rindo, como siempre.
Está bien, pronto le dejaré en el trabajo, tal vez hoy no salga del coche gritando. Gritándome. Tampoco es que grite en general. Me grita a mí.