No, caballeras y caballeros, no se alarmen, mi cerebro es bastante más inteligente que yo.

domingo, 31 de agosto de 2014

La historia de Bjorn

La historia de Bjorn:

–Vivimos en las ruinas de una civilización –declaró Bjorn.
Vivían en las ruinas de una civilización. Moraban entre los vestigios que seguían el camino de lo que pudo ser. Además, en aquel preciso momento estaban resguardados por los muros de una antigua catedral de proporciones colosales y semiderruida, de forma que aquel enunciado adquiría un cariz significativamente gráfico.
Su interlocutora le miraba fijamente, hacía tiempo para que él siguiese hablando y aprovechaba para comerse el filete que tenía delante.
–Debió de resultar majestuosa –comentó Bjorn, dejando la piedra de amolar de su compañera a un lado para coger el asa de la jarra de cerveza que compartían.
–¿Qué? –quiso saber ella parpadeando, hablando con la boca llena e intentando espantar a un par de moscas muy ambiciosas que se habían propuesto secuestrar su filete. Una se posó en la mesa, cerca de Bjorn, pero estaba tan pegajosa su superficie de bebidas derramadas que éste no estaba dispuesto a intentar exterminarla con una palmada.
–Esta catedral –repitió él lamiéndose la espuma de los labios, describiendo un pequeño arco con la mano de la jarra–. Debió de ser… impresionante.
Aún lo era: aunque agrietada, sin apenas vidrio en las vidrieras y con medio tejado derrumbado, contenía en su interior un pequeño asentamiento humano. Las casas aprovechaban las paredes de piedra como apoyo para las restantes de madera y los techos de paja y turba contenían las aguas cuando llovía. Había un pozo y tenían un terreno cercado contiguo al ala oeste, a salvo de monstruos y demás depredadores.
Pero ella, Nara, no entendía nada de las construcciones humanas y, a juzgar por algunos episodios de su vida, las construcciones humanas tampoco la entendían a ella.
En cuanto a la gente, hablar de recelo hubiera sido eufemístico, casi todos la miraban con odio y desde luego nadie trataba de ocultar su desconfianza. Si su compañero no hubiera sido humano, la habrían violado y matado. Quién sabe si en ese orden. Tenía unos rasgos angulosos, casi afilados, era bajita y anormalmente delgada, y tenía unas enormes orejas puntiagudas que le caían a ambos lados de la cabeza. Ella consideraba que no era una chica agraciada, pero a Bjorn –y a casi cualquier persona– le resultaba irresistible.
A Nara le encantaba de él que fuera alto y atractivo. Y le gustaba perderse contemplando esas ojeras que, por alguna razón, relacionaba con un tipo estudioso. Y sus ojos marrones tan… humanos. Aunque, al igual que él, concebía el físico como un mero adorno.
Las antorchas iluminaban la noche y el hedor de sangre rancia invadía el recinto. Hacía un par de semanas que entre los dos habían cazado a un Bicéfalo escamado –a cambio de una recompensa demasiado baja para sus estándares habituales– y los restos del cuerpo inservibles se descomponían sobre la tierra en barbecho, al otro lado de los contrafuertes. Aun así, el olor llegaba hasta ellos saturándolos. Por otra parte ponerse a comer al lado tanto de la taberna como de la carnicería, con la mezcla de aromas que aquello suponía, tampoco había resultado ser una buena decisión. No podían asegurarlo, pero probablemente se encontraban en una especie de epicentro de pestilencia.
–Tío, ¿cómo conseguiste averiguar quién había matado al señor Harmack? –quiso saber Nara sin quitarle la vista a su pareja de espadas, una medida que, rodeada de gente poco élfica, siempre era conveniente revisar.
–Encontré su cabeza.
–Ah –asintió ella.
Bjorn era un nigromante y podía, por ejemplo, hablar con cadáveres, además de fabricarlos y/o animarlos de muy diversas maneras. La nigromancia como tal era una rama de la magia controvertida cuando menos y a cualquier adepto podía costarle la vida por los más diversos motivos… aunque uno bastante frecuente era el nutrido grupo de intersección que existía entre la gente con prejuicios bien definidos y la gente con acceso a horcas y antorchas.
–Pero ya sabes que los cadáveres, estrictamente hablando, en fin… no hablan –siguió Bjorn. Los muertos sólo eran capaces de comunicar los últimos minutos de vida, por supuesto sin emplear las cuerdas vocales; no parecía que hubiese almas de ningún tipo tras las palabras de humo dibujadas en el aire–. ¿Y tú cómo conseguiste pillarlos a los cinco? ¿Es que fueron de uno en uno? –indagó él entre risas.
–La verdad es que no eran los cuchillos más afilados del cajón, ¡y menos en el bosque!, puse una trampa en el camino y… ¡cayeron dos! –lo recordaba riéndose–. Menos mal que no tuve que matar a ninguno, habría sido… Además una elfa… Yo vuelvo a cazar monstruos, nada de gente –anunció acurrucándose sobre el regazo de  Bjorn.
–Pensaba proponértelo –dijo distraídamente–. Con los monstruos uno sabe a qué atenerse –añadió contemplándola con un infinito cariño en los ojos.
–Cuéntame una historia, anda –le pidió ella acaramelándose–, las conversaciones de estos paletos me dan escalofríos.
Y es que los lugareños comentaban alternativamente rumores procedentes de lugares remotos y extraños:
–¿Pero qué dices? ¡Todo el mundo sabe que los reyes son buenos!
–Pero éste es un impostor.
–Ah, coño, un impostor….
–Ya andaba yo pensando…
–Si es que… no te fíes de gente con ojeras, que lo digo yo siempre.
Bjorn se volvió hacia Nara con cierta preocupación:
–¿Sabrán que el corazón atómico de la mayoría de los monstruos se colapsa al reaccionar con un campo de neutrinos apropiadamente canalizado a través de un báculo como éste? –dio un par de toquecitos en el suelo con el bastón.
–Ya salió el doctor “Pedanto” –se rio ella–. No creo que sepan lo que es la Universidad de Oxenholm ni en qué dirección se encuentra, ni creo que sepan cómo se deletrea la palabra “Oxenholm” –dijo fingiendo extenuación–. Bueno… ni la palabra “universidad”. ¡Y tú dices que vivimos en los restos de una civilización! –se indignó Nara entre ironías.
–¡Y es verdad! –se quejó él siguiéndole el juego.
–No, son los restos de tucivilización. Los elfos nos haremos abrigos con vuestras pieles: Antropología de las subespecies dos. ¡Toma ya!
–Qué pedagógico –él dio otro sorbo de cerveza.
–Didáctico incluso –la sonrisa de Nara era contagiosa.
–Ya no hacéis eso, ¿verdad?
–Hombre… –la elfa se encogió de hombros titubeando– todo es ponerse –finalizó con determinación–. Al menos hasta que dejéis de llamarnos “subespecies”. –aclaró riéndose–. Oye, ¿no me ibas a contar una historia? –quiso saber su sonrisa–. Y déjame la cerveza, que te la acabas tú toda, gordaco. ¿Nadie te ha dicho que compartir es vivir, joder? –cogió la jarra de entre sus manos, con una suavidad a la que Bjorn pensaba que afortunadamente jamás se acostumbraría.
–¿Puedo contarte, en vez de una historia, el esbozo de lo que trato de escribir?
–¡¿Que sabes escribir?! ¡No jodas! –soltó simulando sorpresa y llevándose las manos a la cabeza.
–Mira que no te lo cuento –le amenazó él.
–Mira que no te lo cuento –repitió ella modulando la voz infantilmente.
–Pues quiero escribir una historia empleando un lenguaje, digamos… arcaizante que trate de dos personajes y un destino intermitentemente trenzado…
–Pues quiero ser un pedante que escribe cosas pedantes y bla, bla, bla, pedantería, bla, bla… –se burló ella de nuevo, esta vez agravando la voz.
Él guardó silencio obstinado: intentaba parecer alguien que podría estar dispuesto a cumplir su amenaza y, sobre todo, a no reírse.
–Perdooooona…. –se disculpó la elfa sonriendo.
–Vale, pero me abrazas tú ahora.
–¡Vale! –le envolvió animada con sus brazos–. La verdad es que me he resultado casi cansina a mí misma –hizo presión con sus pechos en la espalda de él de forma exagerada, casi teatral, y ambos se rieron.
–Quería –comenzó a decir el hechicero– contar la historia de dos personajes que hacen el amor. Basada en nosotros dos, claro.
–Entonces es porno del bueno y eso me gusta, Bjorn, pero, ¡venga, tío! –le espetó entretenida–. Nos pasan un montón de… de… movidas alucinantes y todo eso. ¿Te acuerdas del monstruo de Olacile?, era enorme –le recordó– o… ¡de nuestro asalto al campamento del valle Dolina! –exclamó emocionada.
–¿Asalto? –repitió recordándolo entre risas–, ¡anda coño!
–Bueno, ¿y de ese par de idiotas que intentaron secuestrarme? Vale, esa no es una historia demasiado buena, pero… –bajó el tono y comenzó a susurrar–, pero matamos a un jodido dragón, tío. No nos pagaron y toda esa mierda…
–La verdad es que fue una seria putada –convino él.
–Sí, pero lo matamos porque más vale maña que fuerza. No te niego que me das una cantidad y calidad de orgasmos épica, pero –él posó el dedo índice en los labios de ella– boddiad edcdibid…
–Puedo escribir esas cosas más tarde si me apetece, ¿no?
–Bueno, mirado así… –sopesó la situación arqueando una ceja–. ¿Ella puede tener barriguita? Me encantan las mujeres con barriguita, puedes apoyar la cabeza y está blandito. Los elfos somos plumas en perpetua caída.
–Vale –concedió el nigromante.
–Dime algo de lo que se te haya ocurrido, va.
–Sólo tengo una ligera idea: que el acto revista una forma ritualizada y, ya sabes, que terminen a la vez como es costumbre –ella asintió, eso también le gustaba–. Aparte tengo conceptos en la cabeza –comenzó a explicarse moviendo las manos en círculos–: trazos, ideas y frases sueltas… –hizo memoria–. “Y perdido más allá del placer, de la ternura y la comunión, me abrazo a tu cuerpo trémulo sobre el nacimiento de un gemido, surcando un tú y un yo que no somos nunca más, desapareciendo tras el velo del tiempo, porque nunca hubo dos almas donde hubo un amor” y “los orgasmos resbalan por tu garganta intentando trepar a tus labios, desesperados”.
–Es precioso –musitó Nara con las palabras perdidas de los sueños–, lo que escribes… es precioso.
–Gracias.
–Le hannon –repuso ella a su vez.
–¡No me des las gracias, hombre! –se quejó ruborizado.
–¡Claro que sí!, está guapísimo. Pero tienes que hablar de tu pene –aseveró su compañera señalándole.
–Ya lo tenía pensado…
Contemplaron la noche, en silencio, sólo por un momento.
–Parecemos gilipollas –resolvió él entre risas.
–Me encanta poder ser todo lo gilipollas que quiera contigo –ella sonreía y le abrazaba con más fuerza–. Gilipollas hasta el infinito –su mano describió una recta sin fin.
–Hasta el infinito más uno –siguió él.
–¿Hasta el infinito… más… dos? –se aventuró ella.
–¡Anda, flipá, eso no vale! –protestó él divertido.
–¡Entonces hasta el infinito al cubo!
–Mira, pues ahí me ha pillao.
–Qué pasao –dijo ella riéndose, junto a él.
–¿Pasao yo? –bufó Bjorn.
Sonrieron.
–¿Sabes qué? –dijo Bjorn apoyándose un poco en ella–, admiro la forma que tienes de luchar.
–Le hannon. Creo que al hacer el amor se puede hacer lo mismo: ser efectivo en aras de la vagancia. No digo que sea la opción más perfecta ni que uno no pueda deshacerse en florituras, que eso no es tan fácilmente cuantificable ni en términos de vaguedad ni en términos de vagancia y además suele apetecer –le aseguró Nara–, pero me gusta hacer las cosas así. En realidad intento dar lo mejor de mí misma y me concentro mucho para ser el movimiento justo. No somos distintos en absoluto. Por eso me gustas. Y si no, me gustarías por cualquier otra cosa.
–¿Y decidirías, dependiendo de la cosa, esto de estar conmigo y tal?
–Sí, nadie es perfecto. Yo no lo apruebo todo.
–Entonces me consientes mucho –bromeó él.
–Yo no te consiento nada –bromeó ella.
–Tienes razón, no hay salvados.
–Ni salvadores –añadió Nara.
Respiraron hondo, disfrutando de la noche.
–¿No crees que la gente se rallará? –quiso saber la elfa de pronto–. Es decir… en realidad no pasa nada, ¿no? En el sentido de que no hay inicio, nudo y desenlace en tu historia. Porque, bueno… porque no hay historia.
–Pero lo cierto es que sí que está pasando algo: el mundo que podría estar desquiciado vibra apacible siendo, en la eternidad del momento, la felicidad de dos personas, dos personas que se aman y, sobre todo, que lo pasan bien amándose.
–Me gusta –Nara se relajó aún más–. ¿Pero los escritores no escriben sobre la tristeza, la soledad y cosas así como para rajarse las venas? Ya sabes… fracaso, denuncia social, monstruos híper-desarrollados tanto figurados como literales, inteligencia frustrada y todo ese rollo.
–Podría ser… ¿Cómo voy yo a saberlo? –inquirió él mordaz.
–Buena pregunta –se rieron.
Se miraron.
Se besaron.
–Historias en las que no pasa nada… –murmuró Nara mientras miraba las estrellas.

jueves, 14 de agosto de 2014

Creo que saben a qué me refiero

“I think sometimes people really require the satisfaction of closure”.
DIABLO CODY.

Creo que saben a qué me refiero:

            –¿Abuela, te vas a morir? –quiso saber la pequeña Clara, que le había pedido a sus papás unos minutos a solas con su abuela, la cual estaba conectada a un respirador mediante tubitos en la nariz, vestida toda de blanco como una poderosa hechicera junto a la cama del hospital, observando por la terraza el sol del mediodía.
            –Claro que sí –respondió ella con una sonrisa.
Clara era pequeña –qué duda cabía– pero, por vicisitudes de la vida, ya había visto a más gente morir. A veces esa gente llegaba a sonreír, muy al final. Pero su abuela siempre había sonreído con esa desbordante sinceridad, durante toda su vida, así que se fiaba mucho más de sus palabras que de las de cualquier otro adulto.
–Mamá dice que irás al Cielo. ¿Eso existe?
–No, hijita mía, no. Pero tu madre no quiere que tengas miedo ni que sufras, y eso no es del todo bueno.
–Ya decía yo… –dijo Clara algo decepcionada, no tanto por eso del Cielo (lo cual, de todos modos, le parecía muy poco plausible) como por el hecho de que en cierto modo eso que le decía su mamá de que la magia no existía, era un poquito más cierto.
–¿Te gustaría que existiese el Cielo? –curioseó su abuelita sonriéndola como siempre.
–No… no es eso… es que… –se inclinó a un lado y a otro, haciendo tiempo porque pensaba que quizás iba a decir algo tonto. Y su abuela, que la conocía bien, la animó un poco:
–Nunca jamás dirás nada por lo que debas sentirte tonta, Clara.
Y Clara se decidió, no sin un poquito de vergüenza:
–Es que mamá dice que la magia no existe… y a lo mejor el Cielo era un sitio mágico… ¿no?
–Ah… pero la magia existe, Clara –le alentó su abuela.
–¿Ah, sí? –le costaba desconfiar de ella, lógicamente, pero los adultos siempre parecían saber muchas cosas de color gris y ocultarlas casi todas.
–Creo que sabes a qué me refiero… –Clara la miró entre expectante y extrañada–. ¿Alguna vez te has detenido a escuchar a esos músicos que uno encuentra por la calle, como el cuarteto de cuerda de la Fnac de Callao? Unos virtuosos que tocaban piezas del calibre de Primavera (te diría alguna pieza más pero no recuerdo bien cuáles entraban dentro de su repertorio y no me gustaría mentirte) –le dijo esbozando una sonrisa muy amplia y bondadosa–. En esos momentos (conciertos improvisados en subterráneos de Moscú, coros a capellaentre las estaciones del metro de Nueva York) aparece el mismo sentimiento que nos invade con el rasgueo sincero de cualquier guitarra, por más modestos que sean estilo, melodía o ejecución. En esos momentos resultaría extremadamente difícil no ser los intérpretes de la canción o la canción misma, resultaría nimio esforzarse por no convertirse en cada una de las gotas de lluvia de otoño que puedan caer o en cada ráfaga de viento o de calor que llegara a nosotros. Sería absurdo pretender, no sólo que no somos uno más del público, sino que somos el público y el entorno entero. Además, cuando esta unión ocurre, nada está fuera de lugar y todo lo aparente (y su posible distinción) ha desaparecido. Y si intento reparar en algo concreto como si yo estuviera aquí y lo demás allí, eso, inevitablemente, se pierde por ahí. ¿Y sabes qué, Clara? A eso le llamo yo magia. Sobre todo porque, si lo piensas bien, así es cada momento de tu vida.
–¡Es verdad! –exclamó Clara encantada–. Pero… ¿qué quiere decir “nimio”? Creo que lo sé pero… es por asegurarme.
La abuelita soltó una carcajada.
–Que no vale para nada. Me gusta –declaró su abuela y Clara la miró interrogativamente–: sabes muchas palabras.
–Sí, y ahora también sé qué es la magia –soltó la niña alegre.
–Y además haces caso de lo esencial, me gusta, Clara –sonreía, cómo no.
–¿Y si me pongo muy triste cuando tú no estés y… y me quedo así? –inquirió Clara tras unos brevísimos instantes de reflexión, pronunciando cada palabra con cierto temor.
–Cuando me vaya, te dolerá como a todos nosotros nos duele la muerte, pero el dolor pasará si no te apropias de él. Lo único que debes hacer es dejarlo libre para que, cuando se quiera ir, se vaya. Sólo tienes que acordarte de que la magia pura que tú eres carece de límites, eso y aprender. Aprender de todo lo que te pasa. Así nunca te harás vieja, aunque crezcas. ¿Lo harás?
–¡Claro! –acordó Clara abrazándola y sonriéndola como un espejo.
Los papás de Clara entraron solemnes y la niña exclamó:
–¡Soy la magia! ¡Soy un kraken del mar!