No, caballeras y caballeros, no se alarmen, mi cerebro es bastante más inteligente que yo.

jueves, 1 de septiembre de 2022

Sin título:

Sin título:

 

            La Reina Roja se había desvanecido en la memoria de Kov, devorado hasta su significado. En aquellos días nadie recordaba qué querían decir las palabras”. Recordó Gala el texto que tantas veces habían tenido delante de los ojos. Lo tenía tan grabado en la mente que era como si lo leyera en voz alta.

Estamos aquí. Y aquí es un desierto y un furgón desplazándose a toda velocidad mientras deja una estela de polvo tras de sí sobre la arena.

—¿Recuerdas cuándo perdimos nuestros derechos? —curioseé.

Ella negó con la cabeza.

—Debió de ser un… montón de pequeños momentos —comentó, dubitativa—. Recuerdo que a todo el mundo le pareció bien —afirmó.

—Incluso Sigilo, que llevaban luchando por la libertad de todos durante años fueron engañados simplemente azuzándoles para que odiaran a los nigromantes.

—Era fácil odiarnos —concedió ella—, al menos si no nos conoces a ninguno. Las noticias no paraban de decir que los nigromantes destruirían la civilización y la gente empezó a creerlo a pesar de que fuera algo sin sentido alguno, les quitaron la autonomía a los nigromantes y después de eso fue fácil arrebatársela a cualquier otro pringao. Los ciudadanos hacen su parte. Y —añadió riéndose— desgraciadamente la civilización sigue ahí.

—Errr… ¿sabes que vamos a morir? —pregunté de forma casual.

—Lo intuía: la bolsa en la cabeza, las esposas, la paliza de bienvenida… —quiso hacer un vago gesto circular con la mano, por supuesto no fue capaz y sólo consiguió que le dolieran las muñecas.

—Pero no estamos reaccionando como personas que vayan a morir en una media hora.

—Puede que sea la despersonalización o quizás… el tema de los traumatismos craneales —se aventuró ella.

 

Hacía sólo unas horas las manifestaciones eran sofocadas y nosotros, detenidos. Destrozaron nuestra base de operaciones, que a pesar del nombre tan rimbombante no era más que un sótano con una mesa llena de objetos inútiles por si alguien quería tirarlos todos al suelo y poner dramáticamente un mapa en su lugar o algo así. Conseguíamos conectar a mucha gente, pero eso era todo.

 

Unos minutos más tarde nos bajaron del furgón a golpes. Gala perdió el conocimiento.

Paredes de hormigón y vallas de tres metros habían decidido rodearnos, el aire seco nos cerraba la garganta y al fondo, Kov, al parecer ocupándose de tareas administrativas propias del lugar. Era difícil ignorarlo dado que se trataba de una criatura innecesariamente alta y con un número a todas luces excesivo de tentáculos, ojos y apéndices difíciles de clasificar.

Arrastraron a Gala levantando una polvareda, guiándonos, junto con otros prisioneros a un edificio.

Una vez dentro nos obligaron a desnudarnos, conseguí despertar a Gala, de otro modo la hubieran matado allí mismo.

—Empiezo a pensar que la muerte se cobra demasiadas vidas —dijo ella en un hilo de voz. La ayudé a desnudarse.

Había otras personas, pero nos habían despersonalizado a todos.

Todos nos habíamos convertido en el otro.

Éramos el rostro de nadie, una opinión en el discurso, una idea que debatir.

Nos pusieron en filas.

Nos dieron una ducha fría, nos ordenaron que no nos moviéramos y comencé a llorar.

De repente la realidad tomó mi mente por asalto.

Nos pusimos en filas, nos pusieron argollas que nos ataban el torso unos a otros, también a los pies, apenas podíamos caminar.

Habían puesto a Gala justo delante de mí.

A veces se volvía y me miraba, apenas sabía dónde estaba, estaba claramente desorientada y no entendía por qué yo no dejaba de llorar.

Era mejor así.

Tenían un insulto para nosotros, el insulto sólo quería decir que éramos raros o diferentes.

Y ése era nuestro crimen cuando la verdad es una e inmutable.

Me pregunté cómo sería la seguridad de sentir que eras como todos los demás.

Me pregunté cómo sería deshumanizar a otro y pensar que su muerte era un precio que tú estabas dispuesto a pagar.

La disonancia cognitiva debía de ser un abismo insondable de moral.

“Los ciudadanos hacen su parte”, pensé.

Y sonreí porque en aquel amplio pasillo en que me encontraba, aparecía escrito en la pared precisamente ese mantra:

Los ciudadanos hacen su parte.

Salí de mis pensamientos cuando Vok aplastó todo cuanto había delante de mí.

Gala.

Su sangre. Solo quedaba eso.

No podía sentir mi propio cuerpo, posiblemente la fuerza del golpe me había afectado a mí también, quizás había perdido las piernas o tenía un agujero en el pecho, quizás me faltaba algún brazo.

 

Tasha era conocida por ser una poderosa hechicera, una canciller, tirana y jueza de Kov. Ella sola había conseguido someter a una ciudad entera. Sus crímenes eran los más atroces de la cruenta historia de nuestro planeta. Todo el mundo conocía su cara.

Quizás estaba delirando, y en cualquier caso estaba a punto de perder el conocimiento.

Pero la vi en el aire, elevándose para estar a la altura de Kov y desmembrarlo velozmente con su magia.

 


 

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domingo, 1 de mayo de 2022

Mood Indigo

 Mood Indigo:

 


          

Aprovecharé mi posición como escritor de éxito para comenzar a narrar una vivencia que muy posiblemente pueda encontrar al lector haciéndose un par de preguntas al final del texto. Se trata de algo que podría ser mundano pero que, como cada lectura literaria, tiene un elemento crucial que distingue la experiencia narrada de todas las demás, siendo este elemento no otro que la fealdad de una mujer.

Noto su inquietud, lector, preguntándose usted por qué clase de fealdad se trata y en ese sentido he de decir, sin ánimo de decepcionarle, que no es más que es mera fealdad física. Lo especial del caso es que se concentra toda ella en el rostro de una sola mujer, a la que llamaremos S* a fin de proteger su identidad.

Conocí a S* en una suerte de cita doble que había organizado un amigo para mí (y para él y su novia de entonces, por supuesto). La historia es como sigue: la mujer que en primer lugar debía acompañarme no se podría presentar al encuentro a causa de una emergencia y mi amigo trató de encontrar sin éxito a una sustituta apropiada para que, lógicamente, viniera en su lugar. Si bien, esta mujer era la última de su lista y, por supuesto, mi amigo se disculpó de todo corazón conmigo tras la cita.

Sin duda he de hablar de ella, de modo que pueda usted entenderme, querido lector (tal vez lectora, si es que ha podido aguantar su crispación y ha conseguido llegar hasta aquí). Describamos pues su fealdad, aunque va a ser difícil ilustrar sólo mediante palabras la asombrosa imperfección de su rostro, que aunque había de ser forzosamente fruto del azar, llevaba a pensar inevitablemente en el esmero que la casualidad ponía en conseguir que cada pieza del puzle estuviera tan fuera de lugar y, no obstante, encajara de tal forma que llegaba a verse en esa cara una cierta armonía o, al menos, la perversión de la misma. Era un monumento a todo lo horrendo del mundo en términos estéticos sin que, a la vez, se apreciara ninguna clase de malformación de origen genético o enfermedad. Era una obra maestra de todo lo que no debía ser estéticamente posible en un ser humano.

Pero, comprenda, querido lector, que no lleva este relato el título de una canción de jazz por nada, sino como prueba de lo que nos unió aquella noche. Sepa usted que además de la trágica apariencia externa de esta mujer había en ella una personalidad magnética, pues raramente la vida nos maldice dos veces seguidas, siendo ella además una persona que disfrutaba del jazz, algo muy difícil de observar entre las nuevas generaciones. Y quizás cabe detenerse en ese hecho porque de entre todas las formas de arte es posiblemente la música la más perfecta: no hace falta entender el idioma en que la letra de tal o cual canción ha sido compuesta, ni que una canción tenga letra siquiera, la música consigue ir más allá, transpasando el umbral de inteligibilidad de nuestro pobre lenguaje, diseñado para comunicar a otro ser humano dónde estaba la comida y dónde no los depredadores, dejando atrás nuestras terribles limitaciones y llegando a la profundidad nuestra alma.

Como le comentaba al principio de este relato, si los hombres y mujeres no pueden tener amistades genuinas, debido indudablemente al componente sexual que siempre atará a un hombre y una mujer que conversen demasiado y lleguen a congeniar en la misma frecuencia de ideas e ingenio, sepan ustedes que ese día conseguí una amiga que todavía aún conservo, habida cuenta de que S* era tan fea que mi mujer, ya cuando me casé, se reía de cualquier consideración sobre el adulterio. Pero queda así claro que, quizás por una vez, un hombre y una mujer pudieron ser amigos, e incluso buenos amigos.

Y sepan disculparme algunos de ustedes: éste no es un relato que busque hacer enfadar al lector (ni a la lectora, si es que alguna mujer ha seguido leyendo hasta el final). Y si en cualquier caso encontrara usted en sí mismo enojo, siéntase libre de hacer con él lo que le plazca, ya sabemos que la rabia es útil cuando se emplea en el momento adecuado.

Y mientras suena Fontainebleau Forest en mi tocadiscos, me despidiré de ustedes. No olviden brindar por la fealdad, que por métodos inciertos también nos descubre el alma.

 


 

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jueves, 31 de marzo de 2022

Verso blanco

 Verso blanco:

Caen las máscaras,
los cerrojos y los espejos rotos.
En calma, sabiendo
que pensamos demasiado,
que lloramos demasiado,
que reímos demasiado,
sentimos demasiado.
Las promesas se derrumban,
allí donde la escucha nace,
dejando un camino de realidad que andamos.
Tu piel late bajo mis dedos,
tu deseo es una palabra que puedo recorrer,
tu alma está escrita en lengua para ciegos.
Hay tanto que dejar de ver para poder contemplarla,
tanto peso muerto de ideas pasadas,
de errores,
experiencia dada la vuelta y vaciada.
En el tejido de tus victorias se trenza mi admiración,
mientras nos susurran secretos:
el amor no se dice, se hace.
Tras desafiar al mundo con tu solo ser,
tranquila me tienes descansando
en un abrazo compartido
con quienes hemos construido nuestro reflejo
más allá de los espejos. Ya no hay máscaras.
Sólo queda una tríada llena de poder.


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martes, 1 de febrero de 2022

Black Widow

 Black Widow:

 


            He had always been a daydreamer, maybe because this world looked like a broken and dusty reflecion of a promise that never came true. There must be something else. How could this be everything it was?

            Death swifted accross the fog, those corpses were staring beyond the void, standing still, as though they were banners warning not to go one step further.

He looked up: the death body of another warrior stood on the grass, covered in blood and without one arm, seemed to be gazing right at the other side of reality.

It was the work of who, as rumours claimed, were the most powerful necromancer since the Academy foundation: the one called Black Widow. How could they even think of defeating him?

“Why are they not moving?” his partner demanded.

Einar managed to get out from the spider web of his thoughts, confused.

Stench hit him, returning him back to his surroundings.

His partner Heike was observing those living dead through the dense mist, fresh corpses showing terrible wounds. One with no legs, another with ruptured tendons, another one with a whole on his chest so big one could see through. All those corpses belonged to the Death Church warriors, all of them clad in the order armour and attires. Some of them even holding their weapons.

“Be careful, Einar,” Heike said, stopping him with her arm. “I don’t understand why are they not attacking us, quite possibly it’s some kind of trap, more intelligent than my ‘hit them until they don’t hit you’ protocol.”

“I don’t think it’s a trap, it looks rather like some kind of dissuasive measure…” he commented bemused, “Do you think it’s the Black Widow?” he added in a dubious tone.

“Do not low your guard” she commanded, taking her battle axe with both hands, “I don’t want to end up like our sisters” she said, speaking about the warrior corpses.

Einar held his twin swords tight, he was scared.

Heike looked at him, she was also terrified. She didn’t show it though, but Einar had been with his partner for too long to not know that when Heike was worried, she repeated some kind of high murmur as if she was some kind of feral beast. And now she didn’t stop with her whispering.

“Do you see the house?” she asked.

“Wait here, I will go round it”

Heike saw how Einar was engulfed by the mist. She had some living dead at her back, making clicking noises and guttural noises that were not reassuring at all.

After some seconds, Einar came back from the other side.

“The windows are too narrow and there’s no other entrance” he muttered.
“Shit,” she replied at the same volume.

He sneaked towards the house, she followed him. Einar hold the door firmly and opened it slowly, avoiding any creaking sound.

He saw some sacks leaning on the wooden wall, plough tools, a loft with haystacks on it and a door to another room.

And on that other room there was a little girl, possibly she was seven years old.

She was reading a heavy book, sitting next to a candlelit table.

“They always come in more numbers…” she sighed to herself. She left the book aside, the girl looked exhausted and on the verge of crying.

Einar, who had always been especially sensitive to it, felt magic fluctuating about, it was so intense he could perceive it clearly as tentacles waving around that little girl.

“It cannot be,” he managed to say.

“If you cross this door, you will die. Please leave,” she begged.

“Is that girl the Black Widow?” Heike probed in bewilderment.

“I think the girl is right, we should go,” the warrior said.

“There’re two of us, what chances does she has of defeating us?” his partner complained.

“Well, about that… I think that entrance crowded by corpses is the most eloquent garden I know, Heike.”

“We have come here to investigate our sisters’ disappearance,” she remembered him.

“And we have found the culprit,” Einar insisted, taking Heike by her arm. “We can go now.”

“Please,” the little girl implored. “I don’t want to have more nightmares…” She sobbed.

“The Black Widow has killed how many? Fourteen, fifteen warriors?” she blurted out. “She’s a monster!” Heike sentenced, full of anger.

She violently broke free from her partner’s grasp and crossed the door. Einar barely had time to shout.

When she went through the threshold, her axe and armour got torn open and disintegrated upon contact with the magic field the necromancress had summoned. Her body exploded in a rain of blood.

The little girl was bitterly crying.

She cried like someone at the edge of her truces, with her trauma learning how to scream.

She cried like someone who doesn’t understand why still has to bear on her shoulders the heavy weight of so much pain.

She cried like someone who wants to stop living, not because she wanted to die, but because she wanted to put an end to her suffering.

She cried like someone with all her reflections at war.

“Why do you do this to me?” she asked, baffled, with a thin voice.

“I will say I have put you to death” Einar decided. “That will give you time until rumours get kindled again. Try to hide and go to the north, I know there are wise people over there that can heal the day and night bad dream” he added, not knowing what to do, but knowing such gesture was naïve at its best. He left.

Some hours later, by night, he understood what had happened during that day and cried for the two, thinking he would cry for days.

Perhaps considering this world as though it was some kind of simplistic battlefield prevented people from seeing humanity in who’s different. And considering somebody could be a correct human being, prevented people from seeing difference in humanity.

Maybe that’s why the world is the way it is, he thought, because there are men like me.

He went to the north.

 


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lunes, 3 de enero de 2022

La viuda negra

 La viuda negra:

 


           Siempre había sido un soñador, quizás porque el mundo parecía el reflejo roto y polvoriento de promesas que parecían no llegar. Tenía que haber algo más. ¿Cómo podía ser esto todo cuanto había?

            La muerte se abría paso entre la niebla, los cadáveres contemplaban más allá de la nada, de pie e inmóviles como estandartes advirtiéndoles de que no debían dar un paso más.

Él levantó la vista: el cuerpo de otra guerrera se erguía sobre la hierba, ensangrentado, le faltaba un brazo y parecía mirar con sus ojos muertos al otro lado de la realidad.

Era obra del que parecía ser, según decían los rumores, el más poderoso hechicero desde la fundación de la Academia de nigromantes: ése que se había ganado del nombre de Viuda Negra. ¿Cómo podían ellos siquiera pensar en derrotarle?

—¿Por qué no hacen nada? —demandó su compañera.

Einar, por su parte, salió de la telaraña de sus pensamientos, confundido.

El hedor le golpeó, devolviéndole a su alrededor.

Su compañera Heike contemplaba esos muertos vivientes a través de la espesa niebla, cadáveres frescos con heridas terribles, uno sin piernas, otro con tendones desjarretados, otro con una herida en el pecho de tal magnitud que podía verse a través. Todos esos cuerpos pertenecían a las guerreras de la Iglesia de la Muerte, todos llevaban la armadura y atavíos de la orden. Algunos incluso seguían empuñando sus armas.

—Ten cuidado, Einar —le dijo Heike, deteniéndole con su brazo—. No entiendo por qué no atacan, probablemente sea alguna clase de trampa más inteligente que mi protocolo habitual de “golpear a la cosa hasta que la cosa deja de golpearte a ti”.

—No creo que sea una trampa, parece más bien una medida disuasoria… comentó Einar, extrañado—. ¿Crees que es la Viuda Negra? —añadió, dubitativo.

—No bajes la guardia —le ordenó ella, empuñando su hacha de doble filo —. No quiero acabar como nuestras hermanas.

Einar se aferró a sus espadas gemelas, tenía miedo.

Heike le miró, ella también estaba aterrada. No lo mostraba con claridad, pero llevaba el suficiente tiempo a su lado como para saber que cuando Heike estaba preocupada repetía una especie de murmullo agudo como si fuera algún animal salvaje. Y ahora no paraba de susurrarlo.

—¿Ves la casa? —interrogó Heike.

—Espera aquí, voy a rodearla.

Heike vio cómo Einar desaparecía en la bruma. Tenía a los muertos vivientes a su espalda, chasqueando de vez en cuando o liberando algún ocasional farfulleo gutural muy poco tranquilizador.

Tras unos segundos Einar regresó por el otro lado.

—Las ventanas son demasiado pequeñas y no hay ninguna otra entrada —susurró.

—Mierda —respondió ella al mismo volumen.

Él se acercó sigilosamente a la casa, ella le siguió. Agarró la puerta firmemente y la abrió despacio, evitando como pudo que crujiera.

Vio unos sacos apoyados en la pared de madera, herramientas para el arado, un altillo lleno montones de paja y una puerta que daba a otra estancia.

Y en esa otra habitación había una niña pequeña de unos siete años.

Leía un libro pesado sentada junto a una mesa, alumbrada por unas velas.

—Siempre vienen más… —murmuró para sí. Dejó el libro a su lado, parecía exhausta y a punto de llorar.

Einar, que siempre había sido especialmente sensible a ella, notaba la magia fluctuando alrededor, era tan intensa que la percibía con claridad como tentáculos agitándose alrededor de esa niña.

—No puede ser —consiguió decir Einar.

—Si cruzáis a esa puerta, moriréis. Marchaos, por favor —suplicó ella.

—¿Esa niña es la Viuda Negra? —interrogó Heike, perpleja.

—Creo que la niña tiene razón: deberíamos irnos —dijo el guerrero.

—¿Somos dos, qué posibilidades tiene una cría de derrotarnos? —se indignó su compañera.

—Bueno, respecto a eso… creo que la entrada llena de cadáveres de ahí fuera es el jardín más elocuente que conozco, Heike.

—Hemos venido aquí a investigar la desaparición de nuestras hermanas —le recordó Heike.

—Y ya hemos encontrado la causa —insistió Einar, agarrándola del brazo—, podemos irnos.

—Por favor —imploró la niña—. No quiero tener más pesadillas… —sollozaba.

—La Viuda Negra ha matado a… ¿cuántas guerreras? ¿Catorce, quince? —le espetó Heike a su compañero—. ¡Es un monstruo! —sentenció, llena de ira.

Heike se desasió de la mano de su compañero violentamente y cruzó la puerta a la otra habitación. A Einar apenas le dio tiempo a gritar.

Al cruzar el umbral su piel, su armadura y su hacha se desgarraron y desintegraron al contacto con la energía mágica que había invocado la nigromante. Su cuerpo estalló en una lluvia de sangre.

Y la niña lloraba desconsoladamente.

Lloraba como llora alguien al filo de sus treguas, con el trauma aprendiendo a gritar.

Lloraba como llora quien no entiende por qué tiene que continuar cargando con el peso de tanto dolor.

Lloraba como quien quiere acabar de vivir, no porque quiera morir, sino porque quiere terminar de sufrir.

Lloraba como llora alguien con todos sus reflejos en guerra.

—¿Por qué me hacéis esto? —preguntaba la niña, desconcertada, en un hilo de voz.

—Diré que te he dado muerte —resolvió Einar—, te dará tiempo hasta que se reaviven los rumores, intenta mantenerte oculta y ve al norte, sé que allí hay sabios que curan las pesadillas del día y la noche —añadió, sin saber qué hacer, en un gesto que en retrospectiva era un poco ingenuo, y se marchó de allí.

Cuando unas horas más tarde comprendió en la noche lo que había pasado aquel día lloró por las dos, supuso que lloraría durante días.

Quizás entender el mundo como una batalla maniquea es lo que impedía ver la humanidad en la diferencia. Y pensar que alguien podía ser un ser humano correcto impedía ver la diferencia en la humanidad.

Quizás por eso el mundo es como es, pensó, porque hay hombres como yo.

Tenía que soñar mucho más lejos.

Se dirigió al norte.

 


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