No, caballeras y caballeros, no se alarmen, mi cerebro es bastante más inteligente que yo.

sábado, 10 de marzo de 2012

Capitalismo afectivo


Capitalismo afectivo:

–Te propongo –comenzó él– una relación de sexo sin compromisos, de follamigos. Ya somos amigos, ¿verdad? Sencillamente echamos un polvo de vez en cuando y punto, sin sentimientos ni resentimientos, ¿qué te parece?
Su amiga sonrió intentando disimular el ligero temblor que recorría su cuerpo, que le llenaba de felicidad y que hacía palpitar su pecho rebosante de alegría pura. Estaba ilusionada. Ambos sabían que ella estaba enamorada y ella veía en aquella situación una ventaja potencial: quizás podría conquistarle, y si no, al menos disfrutaría de él. Como poco gozaría más de lo que podía hacer como mera amiga. Y ella deseaba con todo su corazón tener una relación con él… una relación… la que fuera, pero que no se limitara a la de sencilla amistad sin garantía alguna, sin apenas caricias, sin ese calor...
            Él contemplaba el asunto como un acuerdo beneficioso. Eran amigos sí, ¿pero acaso tenía que preocuparse él por sus sentimientos? Es decir, ¿no era mayorcita a sus veintiún años ella como para saber lo que se hacía? Por otro lado ella no podría reprocharle nada si jugaba con las cartas por encima de la mesa.
Sus sentimientos eran cosa suya, él sólo era su amigo, ¿qué daño podía hacer? Además ella también quería y consentía.
La gente que opinaba que un amigo, sólo por el hecho de ser un amigo, merecía una atención especial ignoraba el hecho de que cada persona es libre de elegir su camino y éste siempre había sido un punto de crucial relevancia.
Ella, por supuesto, iba a sufrir, tanto que quizás algún día pensara que un amigo jamás debería haberse aprovechado de su evidentemente privilegiada posición para obtener sexo a cambio, bueno, ni sexo ni nada. Tal vez llegara a pensar que eso no había sido amistad sino mercantilismo y que no había habido respeto alguno, que sólo la había estaba usando y que las personas no tenían demasiado valor real para él. Quizás llegara a pensar que aquel comportamiento era ruin y mezquino, propio de alguien sin escrúpulos, de alguien que en definitiva no podía ser una buena persona.
Que eso nunca fue un amigo.
Tal vez.
Para no forzarse a ver su grado de responsabilidad siempre era conveniente juzgar a los demás con la severidad con la que no se miraría a sí misma.
Quizás, por el contrario, podría amilanarse y acostumbrarse al dolor, con una pequeña retribución periódica, suficiente para aguantar a ratos el sufrimiento de un amor no correspondido, de una amistad vacía. Tal vez soportara años, hasta que, o bien encontrara él a otra persona, o bien encontrara ella una salida basada en una fuerza de voluntad de la que, desgraciadamente, en aquellos momentos carecía. El amor le robaba la percepción y ella no se quería lo suficiente como para querer entender la realidad.
Él opinaba que sin duda lo pasarían bien juntos, ¿y acaso no era eso la amistad, compartir buenos ratos el uno con el otro, sin preocuparse por lo que pudiera pasar? Tenía ganas de gozar de ella, aunque sabía perfectamente que jamás la amaría. Ella le caía bien, pero no le gustaba en absoluto, no más de lo estrictamente necesario para tener sexo con ella, en definitiva.
Y lo cierto es que, independientemente de las reflexiones en las que cada uno se ocupaba, la realidad no cambió.
–Me parece bien –contestó finalmente.
El ser humano se convirtió en algo un poco más frívolo en toda su miserable grandeza y egoísmo.
No obstante este contrato cumple con todos los requisitos y estatutos legales.
Firmado por un corazón lleno y otro corazón vacío.
Dos víctimas del sistema.

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