"I can resist anything except temptation". Oscar Wilde.

miércoles, 1 de octubre de 2025

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Las tardes de Tikal las tejía la brisa y el calor acariciando su cuerpo, mientras su bastón apoyaba el mundo ante ella y en todas direcciones.

Tikal había crecido, como los árboles, y las arrugas que se empezaban a dibujar en su rostro aprendían a dejar ver la forma de su alma.

Se dispuso a cruzar un puente y el río bajo él se detuvo mientras el puente comenzaba a fluir.

Tikal unió sus manos para hacer una barrera que de ningún modo habría podido detener ese fluir y se rió a carcajadas mientras el puente se le escapaba entre los dedos como el agua.

–Dicen que es usted la Guardiana del Agua –dijo una voz masculina a sus espaldas.

–¡Qué nombre tan raro…! –exclamó Tikal, sonriendo–. El agua sabe guardarse bien solita, sólo… va por ahí. A veces destroza cosas –aseveró, pensativa–. ¿Necesitas algo?

–Quiero alcanzar la sabiduría –dijo aquel joven, haciendo una reverencia.

–Eso es muy fácil: sólo tienes que equivocarte.

–Hay personas que se equivocan mucho y nunca dejan de repetir los mismos errores –protestó el muchacho.

–¿Cuál es tu nombre, cielo? –le dijo Tikal.

–Nieve.

–Es buen nombre –Tikal le saludó dándole la mano–. Debes entender que esas personas que se equivocan mucho, en realidad, no se equivocan. Sólo los que nos equivocamos podemos ser sabios, los que no, sólo pueden ser ciclos. Su miedo es más fuerte que su curiosidad. Y, además, en esta vida hay espacio y tiempo para todo, nada permanece.

–¿Pero no querría que esa gente que se equivoca aprendiera? –se aventuró el joven.

–Sólo quien no entiende el mundo querría que todos los días fueran soleados –dijo ella de una forma un tanto poética.

–¿No siente compasión por ellos? –inquirió él, incrédulo y furioso.

Tikal se aproximó a él, con calidez.

–¿Podrías arreglar algo que no sabes que se ha roto? –le preguntó ella, comprensiva.

–¡Pero yo sí sé lo que está roto! –se quejó el muchacho.

–Pero no podrías arreglar lo que no sabes roto, así que ten compasión por ti y por los demás –Tikal puso una mano en su hombro–. No juzgues: juzgar nos lleva a no sentir empatía por lo que no podemos comprender.

–¿Y si alguien que quiero se equivoca y no lo quiere ver?

–Entonces, antes de entender el miedo profundo de quien se equivoca y no lo quiere ver, entiende el miedo profundo que te hace querer controlar a quien se equivoca y no lo quiere ver. La empatía…

–Tu sabiduría es una estafa –le espetó el joven, interrumpiéndola con esa furia con una nota de rencor propia de quienes han sido decepcionados.

–Eso es, como poco, semáticamente discutible –aseveró ella–. Pero tienes razón, al fin y al cabo lo único que hago es no resistirme a la vida, sino fluir con ella.

–¿Y dejas que la gente que quieres se haga daño a sí misma?

–Sólo si resulta que he visto un ciclo que ellos no y no me quieren escuchar –aclaró ella con calma–. Yo no puedo ir por ahí dándole lecciones de vida a nadie. No tengo grandes respuestas: la verdad es un signo de interrogación, nada más –se disculpó.

–Decían que eras una sabia –dijo él, frustrado.

–La sabiduría está en todas partes, señor Nieve, lamento con todo mi ser no ser lo que se había imaginado –se despidió Tikal, con una sentida reverencia, de corazón a corazón.

Tikal usó su convicción como un tobogán para deslizarse sobre las nubes, entre rastros de luces naranjas, rosas y verdes.

Los errores no llevan a la sabiduría: la sabiduría son los errores vistos desde el otro lado.

La caricia de los soles sabían a chocolate y la risa de Tikal lo inundaba todo.

Se reía pensando en que alguien dijera que ella podía ser una sabia, le hacía muchísima gracia. Aunque… ¡Espera, quizás era sabia, como los árboles, los ríos o las ardillas…!

Luego recordó que una vez se enamoró de alguien mucho más joven que ella y su maestro la animó a declararse.

Su maestro –el viejo Yayotal– digamos que intuía que aquello no iba a funcionar y Tikal reconoció lo obvio: era inmadura, no estaba preparada para una relación romántica de verdad, una relación difícil, con conversaciones incómodas, que no fuera sólo diversión y comer helado, y por eso se había fijado en alguien que no podía exigirle o darle profundidad emocional.

Tikal sufrió mucho, porque no era ella de reprimir sus sentimientos y había estado intensamente enamorada, pero le agradeció a su maestro que la animara a declararse, que depositara su confianza en ella, porque así pudo enfrentarse a la realidad de su propia inmadurez.

El amor no era nada malo, pero su miedo a no ser suficiente era un error de perspectiva.

Tikal era valiente: quería un mundo honesto, un mundo que cuidara de ella, por eso trataba de ser sincera y empática.

A veces se preguntaba qué sería de esa pobre gente tan formal que pensaba que la madurez era reprimir sus sentimientos, creyendo que así los sentimientos no volverían. Esa gente atrapada por el pasado, en cautiverio a base de errores que, como Nieve, no podían ver.

Eso de querer ser una adulta seria no era para Tikal.

Y, además, su corazón no podía romperse: era como una pompa de aire que intentabas meter en el agua y siempre salía a flote, pese a todos tus esfuerzos.

Tikal, navegando las dudas y la decisión, llegó al Árbol de los Dioses sin Nombre, inmenso como el mundo mismo, bajo el cual un abismo descendía.

Yayotal, anciano y encorvado, la esperaba paciente tocando con su flauta de madera una música que se detenía en el tiempo para contemplarlo.

–Bonita melodía –dijo Tikal.

–Gracias, aunque buena parte del mérito es de la melodía –se inclinó Yayotal ante ella–. ¿Cómo te sientes hoy?

–Bien, he conocido a un idiota con un nombre precioso –sonrió–. Intentaba atrapar el viento con sus manos –se explicó, extrañada–. Pero no te inclines, hombre, que ya estás muy mayor.

–Creo que la verdad no es para todo el mundo –respondió Yayotal.

–No podemos ir por ahí esperando de otros lo que no pueden darse a sí mismos –comentó Tikal–. Aunque nunca sabes cuándo un ciclo se va a volver sabio.

Pompas de jabón flotaban alrededor, algunas rompiéndose, otras dejándose llevar por el viento.

Mientras tanto el silencio se abrió paso.

  

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