Satori:
Nunca sospeché que despertar sería así.
Ni siquiera pensaba que ocurriría, pero pasó hace un par de semanas, encontrándome yo muy triste, y muy fuerte, y también muy, muy enfadada.
Y me decía: “¡¡¡cómo alguien puede querer defender tanto su auto imagen como para no hacerse responsable cuando hace daño a otra persona!!!”. Y sí, me lo decía con tres signos de exclamación.
Soy autista y necesito comprender para encontrar calma. Espero que no se os pase por alto el gran sentido del humor que hay en todo esto.
En medio de ese enfado entendí que no podemos saber lo que piensa otra persona, sólo podemos saber lo que creemos que piensa otra persona. De modo que creamos una versión negativa de esa persona para pensar cosas negativas acerca de nosotros mismos. Y además, como hemos creado una versión negativa de otra persona, los que juzgamos somos nosotros, y no al revés.
Enfadarse con quien no puede reconocer sus errores ni hacerse responsable de ellos es absurdo. Eso es como enfadarse con una ola por romper demasiado pronto, o por no hacerlo.
Y además, ¿quién no ha estado ahí, defendiendo la ilusión del yo con uñas a dientes? ¿Llevando el yo como si fuese una pesada armadura? El orgullo y la arrogancia que nos impide admitir un error es la esencia de la tragedia griega, condenándonos a repetirlo una y otra vez. Sin hacernos responsables no podemos ver el corazón de los demás latiendo.
Pero yo seguía furiosa, y en medio de esa furia que pensaba: “quién sería tan iluso como para aferrarse a la ficción de su auto imagen”, algo más allá de la calma me golpeó.
Mi mente, habitualmente un tumultuoso manantial de puro pensamiento desbocado (que no eficiente), se calmó, su superficie se aquietó y, como un espejo, comenzó a reflejarlo todo.
En realidad nada se añadió, sólo hubo algo que quitarse: esa pesada armadura.
Del mismo modo que el ojo no puede verse a sí mismo, la mente no puede verse a sí misma. Nunca me había dado cuenta de lo literal que era esa frase.
¡Y yo que pensaba que estaba llena de misterios!
No existe el yo, sólo el universo siendo consciente de sí mismo, viendo los pensamientos y sintiendo las emociones pasar libremente. Es como el cielo que ve pasar las nubes, las tempestades y los días soleados. El cielo no dice: “la nieve está mal”.
El universo se extiende en todas direcciones y lo llena todo.
El fuego no puede intentar calentar, simplemente calienta.
No hay nada que separe una gota en el océano del oleaje, la oscuridad abisal, la vida y la luz de las estrellas en la noche.
Sin embargo hemos confundido las categorías con las cosas mismas.
Somos verbos creyendo que somos nombres, y en cierto sentido es adorable.
En esta ilusión creemos que somos nuestra auto imagen.
Y no es malo tener una máscara, no tiene por qué, a veces es útil.
Pero es importante recordar que somos un poema recitado, somos una canción adornado el tiempo, un ritmo especial vibrando, un calor que cada persona y cada cosa tiene, somos un misterio abierto y cambiante como el río que fluye.
No hemos venido al mundo, sino que brotamos de él y somos el mundo.
Ni siquiera pensaba que ocurriría, pero pasó hace un par de semanas, encontrándome yo muy triste, y muy fuerte, y también muy, muy enfadada.
Y me decía: “¡¡¡cómo alguien puede querer defender tanto su auto imagen como para no hacerse responsable cuando hace daño a otra persona!!!”. Y sí, me lo decía con tres signos de exclamación.
Soy autista y necesito comprender para encontrar calma. Espero que no se os pase por alto el gran sentido del humor que hay en todo esto.
En medio de ese enfado entendí que no podemos saber lo que piensa otra persona, sólo podemos saber lo que creemos que piensa otra persona. De modo que creamos una versión negativa de esa persona para pensar cosas negativas acerca de nosotros mismos. Y además, como hemos creado una versión negativa de otra persona, los que juzgamos somos nosotros, y no al revés.
Enfadarse con quien no puede reconocer sus errores ni hacerse responsable de ellos es absurdo. Eso es como enfadarse con una ola por romper demasiado pronto, o por no hacerlo.
Y además, ¿quién no ha estado ahí, defendiendo la ilusión del yo con uñas a dientes? ¿Llevando el yo como si fuese una pesada armadura? El orgullo y la arrogancia que nos impide admitir un error es la esencia de la tragedia griega, condenándonos a repetirlo una y otra vez. Sin hacernos responsables no podemos ver el corazón de los demás latiendo.
Pero yo seguía furiosa, y en medio de esa furia que pensaba: “quién sería tan iluso como para aferrarse a la ficción de su auto imagen”, algo más allá de la calma me golpeó.
Mi mente, habitualmente un tumultuoso manantial de puro pensamiento desbocado (que no eficiente), se calmó, su superficie se aquietó y, como un espejo, comenzó a reflejarlo todo.
En realidad nada se añadió, sólo hubo algo que quitarse: esa pesada armadura.
Del mismo modo que el ojo no puede verse a sí mismo, la mente no puede verse a sí misma. Nunca me había dado cuenta de lo literal que era esa frase.
¡Y yo que pensaba que estaba llena de misterios!
No existe el yo, sólo el universo siendo consciente de sí mismo, viendo los pensamientos y sintiendo las emociones pasar libremente. Es como el cielo que ve pasar las nubes, las tempestades y los días soleados. El cielo no dice: “la nieve está mal”.
El universo se extiende en todas direcciones y lo llena todo.
El fuego no puede intentar calentar, simplemente calienta.
No hay nada que separe una gota en el océano del oleaje, la oscuridad abisal, la vida y la luz de las estrellas en la noche.
Sin embargo hemos confundido las categorías con las cosas mismas.
Somos verbos creyendo que somos nombres, y en cierto sentido es adorable.
En esta ilusión creemos que somos nuestra auto imagen.
Y no es malo tener una máscara, no tiene por qué, a veces es útil.
Pero es importante recordar que somos un poema recitado, somos una canción adornado el tiempo, un ritmo especial vibrando, un calor que cada persona y cada cosa tiene, somos un misterio abierto y cambiante como el río que fluye.
No hemos venido al mundo, sino que brotamos de él y somos el mundo.
Estamos hechos a imagen y semejanza de la verdad misma: somos un signo de interrogación.
El satori es algo en lo que te relajas y disuelves, del mismo modo que el sueño te encuentra si no opones resistencia a él.
Pierdes la forma fija que te dabas en la ilusión del control y cada uno de tus sentidos es un puente que te une a todas las cosas.
Y deja de haber distinción entre yo y todo lo demás porque sólo perdura la relación entre los elementos del cosmos, aunque algunos de esos elementos sigan preguntándose qué hacen aquí.
La verdad es que todo es como es cualquier otro día.
La experiencia es la misma, no siéndolo.
Piensas que el despertar va a ser la adquisición de algún nivel de consciencia superior, con trompetas celestiales celebrando lo que has conseguido.
¡Qué locura! La locura del yo intentando controlar y controlarse.
La quietud y el silencio te acompañan, y deja de haber nada que alcanzar ni nada que pueda alcanzarlo.
¡Qué locura! La locura del yo intentando controlar y controlarse.
La quietud y el silencio te acompañan, y deja de haber nada que alcanzar ni nada que pueda alcanzarlo.
Y en cualquier caso todo es muy gracioso.
Así que no hay que tomárselo demasiado en serio.
Así que no hay que tomárselo demasiado en serio.
Satori © 2025 by Marta Roussel Perla is licensed under Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International. To view a copy of this license, visit https://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/