No, caballeras y caballeros, no se alarmen, mi cerebro es bastante más inteligente que yo.

lunes, 29 de febrero de 2016

Otro relato sobre el suicidio (hay tantos)

Otro relato sobre el suicidio (hay tantos):

            No me encontraba en un edificio abandonado con las paredes desconchadas ni papeles, pedazos de cartón y demás desperdicios asaltando la realidad. No había pintadas, faltaba lo oscuro de la imaginería entre jeringuillas, palizas en la infancia o la justificación que proporciona una enfermedad cruel. Faltaba en definitiva lo sórdido o lo piadoso y sólo quedaba el acto.
Estaba en mi casa.
Estaba en mi cama.
Y nunca me había sentido tan despreciado en mi vida.
Y ese desprecio llenaba mi mundo y lo contaminaba y yo, marioneta y titiritero, me convencía de que lo que merecía la pena –la arena del reloj– se me había escapado de entre los dedos.
Lo cierto sin duda era que yo mismo me repudiaba, si en aquellos instantes no lo hubiera entendido, aparte de una autocompasión conformada, habría cargado con una forma idiota de ceguera. La cobardía podía ser autoconsciente al morir las alabanzas.
Las líneas rojas daban forma a mi brazo, abiertas, mostrándome un interior sin cicatrizar en mi miseria. El color era brillante, vivo y –cuando la belleza ha sido engullida por la locura– hermoso.
Hacía un sol radiante que se llenaba en la sangre, encerrando su fulgor en aquel manar templado y doblegándose ante la paradoja de la elección.
¿Jugando cartas marcadas? –me dice una voz. Una figura sin rostro logra sonreírme a través de lo real.
–He quemado la baraja –respondo.
Pues se va a incendiar tu casa.
–¿Has venido a entretenerme? –interrogo mordaz.
¿Ahora tú me pides cuentas? –responde él.
–¿Quieres que piense que es revelador? Es una reacción.
Debido a una acción: intentas suicidarte, pero te detienes a hablar contigo mismo.
–No creo que sea la reacción que pareces buscar.
¿Y sí la que has encontrado? –inquiere–. ¿Conmiseración autodestructiva y complaciente?
–Si no tienes ninguna oferta, puedes dejarme tranquilo.
La muerte es aburrida –continúa él, muy a mi pesar.
–¿La vida es mejor? –pregunto hastiado.
La vida es interesante.
–El interés es subjetivo. ¿No crees que de pensar eso, no habría tomado este camino?
Puede, pero sigues hablando.
–Hablar es una acción, atribuirle más significado que el corte que cruza mi brazo es arbitrario o tendencioso.
¡Vamos! ¿Eres evasivo con tu subconsciente?
–He personificado a mi subconsciente, ¿qué hay más evasivo que darle el poder de evadirse?
De momento estoy aquí.
–Y ambos sabemos contar.
¿Quieres terminar con esto?
–Por favor.
Y te debates en una contienda dialéctica.
–Que puedo ganar.
Discutes contigo mismo, no tengo más remedio que darte la razón.
–Gracias.
Pero estás haciendo el ridículo.
–No puedo escucharte, el peso del mundo… –yo lloraba en pretérito, creo, aunque las lágrimas no parecían tener peso, ni tacto, ni forma.
¡Sí, esa línea de pensamientos te ha hecho llegar lejos!–responde él sarcástico–. ¿Sabes qué es lo peor? Que sabes que la vida es interesante. Por otro lado, hazlo si crees que debes hacerlo.
–¿Es un intento de psicología inversa? –le digo–. Porque no te tengo por ingenuo.
Tú piensas que la gente debe hacer lo que desea hacer. Yo no puedo ir en contra de esa convicción, es muy fuerte en ti. Por lo tanto, si crees que debes ponerle fin a tu vida, hazlo. Es cierto que has sufrido mucho, pero no te equivoques, el sufrimiento no nos da la razón. Que nos ofendan no hace que estemos en posesión de la verdad, sólo nos muestra la clase de relación que tenemos con nosotros mismos. Y antes de que vuelvas a compadecerte con ese dramatismo que te caracteriza, debes saber que puedes poner un punto y aparte al patetismo, a la cobardía y a la debilidad. Y recuerda que técnicamente no te digo nada que no sepas de antemano.
–Hay cierta valentía en el suicidio.
Como la hay en engañar a otra persona.
–Yo no querría morir bajo las órdenes de otro.
–¿Y pensar que quieres morir bajo tu propio mandato es liberador? Eres valiente sólo en la medida en que no se puede ser más cobarde.
–Tú pretendes menoscabar mi voluntad, yo me mantengo en mis ideas.
No son ideas lo que tienes, es un dogma pétreo y desesperado por imitar la realidad. Enfrentarse a la incertidumbre es lo valiente.
–Lo valiente es la determinación.
La determinación es fanatismo y el fanatismo es un fenómeno simple y sin matices. ¡La duda es interesante! Eres valiente porque vives en un mundo incierto, no porque mueres aferrándote a una fe que, como todo lo rígido, es endeble. Y si realmente creyeras en tus planteamientos, si fueran lo suficientemente sólidos y flexibles, no aparecería en ellos ni la inseguridad ni una postura tan violenta como la muerte.
–Supongo que es razonable hablar así del verdadero fanatismo y no del deseo de poner fin a la existencia de uno. De lo contrario el hecho de intentar suicidarse es lo que nos impediría llevarlo a cabo, porque según tus palabras estoy tratando de hacer algo en lo que no creo y por lo tanto, si lo intento, no lo hago, por definición. Pero tu trazado es capcioso y circular: defiendes al mismo tiempo la incertidumbre como garantía de la certeza y la convicción como aquello que precisamente nos lleva a la duda. Si tratas de llevarme a tu terreno vas a tener que ser más hábil conmigo.
De acuerdo, como veo que no estás familiarizado con el absurdo del sentido de la vida, volveré a empezar y esta vez iré en línea recta, no te me vayas a perder: estás dudando. Y lo sé porque tú lo sabes. ¿Te parece eso lo suficientemente hábil?
–No. Además la duda no implica volverse atrás.
Pero la duda implica duda.
–Estamos volviendo al principio.
Y es ahí donde te equivocas: estás volviendo al principio.
–Siempre he sido un gran procrastinador.
Y sin embargo la muerte no se puede postergar.
–Soy la prueba viviente.
Si vives, no mueres.
–Es otro planteamiento circular.
Quieres suicidarte porque temes la incertidumbre y la incertidumbre es la vida.
–Constatar una evidencia no es algo tan ocurrente como pareces creer.
Tendrás que permitirte albergar ciertas dudas, en todo caso sí es inteligente afrontarla. Pones la decisión en manos de un mundo que te ha decepcionado e incluso de ti mismo te alejas –a través de mí– para negarte la responsabilidad. Sin embargo tu decepción se origina en una mentira y pasa a través de un razonamiento erróneo que utiliza la lógica como la más torpe salvaguarda.
–El mundo es así –acierto a murmurar.
El mundo es así pero tú no lo has aceptado, no puedes actuar en él y estás encerrado en tu mente. Y tu plan de fuga es volar por los aires tu celda contigo dentro. Y… aunque sea por la parte que me toca, deberías replantearte esa estrategia.
–Es otro planteamiento circular, una vez más.
¡Evidentemente!, pero una vez más, eres tú quien está perdiendo el tiempo atrapado entre los límites de… del rudimento ese al que llamas “lenguaje”. Yo no he inventado un amigo imaginario para que me salve de mi propia estupidez. La curiosidad siempre te vencerá, porque tú no estás hecho para tener razón. Al menos ten cierta dignidad y sentido del humor, y dite alguna bravuconada como que detestas tener siempre razón, porque ahora necesitas ser valiente, gilipollas.

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