No, caballeras y caballeros, no se alarmen, mi cerebro es bastante más inteligente que yo.

domingo, 31 de enero de 2016

De lo que le aconteció a la señora Teresa de Cepeda y Ahumada al toparse con una hermosa campesina de nombre Marcela y de la jamás oída aventura que con ellas se topó


“En mi juventud me dirigían tres clases de cumplidos: decían que era inteligente, que era una santa y que era hermosa. En cuanto a hermosa, a la vista está; en cuanto a discreta, nunca me tuve por boba; en cuanto a santa, sólo Dios sabe”.
TERESA DE AHUMADA.

De lo que le aconteció a la señora Teresa de Cepeda y Ahumada al toparse con una hermosa campesina de nombre Marcela y de la jamás oída aventura que con ellas se topó:

Teresa de Cepeda y Ahumada, contando veinticuatro años de edad y saliendo de viaje entre cavilaciones que sólo a su entendimiento eran menester, fue a las tierras de Castilla la Nueva a pasar los días de aquel verano, y estando allí se topó de nuevo con una moza hermosa do las hubiere, si acaso pudiere ser tal encantamiento repetido en una sola vida. Y he aquí que la moza dichosa se le adelantó diciendo:
–Famosa beldad ha sido adornada con mala fortuna, que no hay justicia en el cielo que esconden vuestros ojos que pueda ser escrita o referida sin caer en el poco seso de los hombres que pretenden poner el silencio en palabras y hacer de los ángeles simples mortales, como gustaría yo de hacer por no tener más recurso.
–¿En un espejo gustas de mirarte?
–¡Y bien dicen discreta de vuestra merced, y nadie nada dijo de lisonjera! Pues en empezando tan bien este encuentro, mi señora, no os sorprenda el rubor de mis mejillas cuando viene a hacerse mutismo de mi lengua. Que yo ya no sé hablar más ni decirme agradecida. Y podéis reíros cuanto quisiereis, tanto da, que tan grandes partes son dignas de verse y conocerse.
–Nunca me tuve por boba y a la vista está mi hermosura –convino ella, sus labios un desafío.
Marcela no pudo tener la risa, diamantes sus ojos.
–¿Y por santa? –díjole.
–Sólo Dios sabe.
Y viéronse ambas solazadas por tan casual y estupendo encuentro y decidiéronse en encontrar aposento por juzgar que el campo y el bosque al que Marcela se entregaba andaba estrecho si pasaban otros pies.

–Dicen que entró en vuestro conocimiento el caballero loco, ése al que por nombre decían don Quijote –comentábale Teresa a Marcela.
–¡Y válame Dios si sus vestimentas no estaban locas también!
–¿Y cómo habría de ser que un retal pudiera tener juicio que perder? –se defendió Teresa avasallada por la risa.
–¡No un retal, pero sí una su adarga, lanza y celada, mi señora, que no era celada sino bacín! Mas era buen hombre fuera de majadero y sus palabras secundaron las mías cuando sobre mí decían pesar la muerte de un tal Grisóstomo que, en enamorándose de mí siendo yo de doncellas cerrada…
–¡Ni que fuera un acento!
–Es uno y aborrecible, porque condena a los infiernos, que es donde los fieles han de pagar en sufrimiento la alegría.
–El pecado de la felicidad, Marcela de Villarrubia, es el peor de todos cuantos hay. ¿Empero no serás tú más loca que aquél que refieres de la adarga si dejas la vida en pago de otros?
–A elegir entre la soledad y el Diablo, ya ves.
–¿A dónde se fue mi abolengo agora? –Teresa rio para sosiego de Marcela–. No has de temer, Marcela, de la gracia, o ya me dirás qué tiene mi sangre que echare en falta a la tuya…
–El abolengo que dices está junto a las ropas, me parece a mí, buscando sitio en esa esquina. Mas echa mi cuerpo en falta al tuyo, y por eso digo yo, que echa mi sangre en falta a la tuya.
–Y el entendimiento se ve turbado, porque siento haber encontrado a quien dicen menesterosa y acomete contra el mundo sin miedo.
–A mí que el Santo Oficio nos encuentrará muy culpables de guiar nuestras almas al cielo por caminos prohibidos, con o sin miedo.
–¿Rebelde? ¿Es ése tu nombre?
–Y campesina me digo, es esta mi condición. Libre, en compañía del bosque y con el alma en los arroyos que distantes encuentran el mar, es esta mi naturaleza. Agora desnuda y habiendo desnudado, es esta mi provocación imprevista y sentimiento bravo. Mas campesina nací.
–No puede ser peor que tu condición infame, que eres hija y no señor y cuenta más lo que entre los muslos se halla que el linaje de uno.
–¿Cómo pude no catarlo enantes? Pesia a mí, que ni arrodillarme hía ante los que vienen de mejores padres.
Rieron.
–Rebelde te llamaré pues –resolvió Teresa con una sonrisa.
–Discreta habré de responderte, con un beso de los que aún no se dan –replicó Marcela devorándola.
–Que sea ansímismo donde aún no se dan –díjole la tan principal y pícara dama.
–Están mis manos en peregrinaje buscando ciegas tal paraje.
–¿Sales poeta de súbito?
–Esperad a los versos, mi señora, que os doy por juramento que aún no han llegado.
–¿Versos…? –díjole Teresa riéndole la gracia.
–De los que no saben decirse en palabras, que no quisiera yo retar a la fortuna por tercera o cuarta vez.
Luego en continente tumbáronse juntas y aguardaron unos segundos a que los ojos quemaran todo azogue y bebiéranse en la otra de las pupilas los retratos.
Y desnudas se abrazaron a un beso para tejer en los labios un ocaso que Teresa llevó a cuerpo raso donde el ansia era deseo confeso, gemidos renunciando al regreso al reino de Dios, en piedad escaso, y dibujos de una lengua a su paso por el sexo trémulo, el ritmo ileso. Elevóse santa sobre Marcela en uniendo ardor, sed y castellano con el roce trenzado de otro aliento. Cabalgó su boca picando espuela, se dejó caer, el sabor cercano, y enhebró placer en un solo tiempo. Y llegaron apriesa al olvido de la cruz y el momento, ora dama, ora presa, de un mismo sacramento, temblor, llanto, de olvido testamento.
Y descansaron entre agotados suspiros al acabar, mas no quisiera la plebeya ver en su señora los indicios del sueño, y ansí hízolo saber:
–No, señora, no. No ha menester detenerse por esta noche –solicitó Marcela inquieta.
–¿Propones algo a cambio?
–Habiendo visto que a tu anchura has recorrido atentada y celosa mi cuerpo buscando sitio que tarazar y mimar, y sabiendo yo que no debería alguien ser la medida por donde otro su voluntad mida, creo que debo burlarte contigo como tú bien has hecho conmigo, o bien que esta vez hagamos más juntas de lo hecho tan a furto del prójimo, que he de volverte el recambio, con lo bien que me lo has hecho.
–Esto no es negocio, Marcela, sino arrebato.
–Ni yo campesina ni tú noble, no bajo este techo, así que pongo el cariño por obra, que las manos harán temblar al mismo sol allá donde estuviere. Que me he quedado apenas versando nada y con promesas hueras en los labios. Y mis labios, mi señora, no están sellados sino prestos a cumplir.
–Entonces calla y continúa con los versos…
Mas la poesía de Marcela caminaba en otro lengua de rima blanca, se decía libre yendo muy seguido, arpando el fluir del mismo río, trocando el orden y la letra como el viento surcante los cielos de nuestro mundo, porque era ahogar cada brizna de hierba en un suspiro contenido, era hundirse entre dos piernas y dar saco a las caricias, aferrados sus cabellos por manos que imploraban su cuerpo y su boca, era olvidarse en otro sudor, era no detener la risa, era desvestirse de razones, honras y industrias siendo las alas de todos los búhos y la cadencia de todos los gatos en la escuridad, era ser dos bocas en dos labios, era ir a la parte la una con la otra, era adelantar al mismo tiempo y atajarlo luego en la cruz. Era ser el ritmo salvaje rompiendo en la noche que palpita descompuesta y perdida, para dejarse el alma en los ojos de otro ser humano y volver luego a la vida.
Y con justicia, creo yo, se puede decir que la promesa se convirtió en mirada y resuello y sonrisa.

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