No, caballeras y caballeros, no se alarmen, mi cerebro es bastante más inteligente que yo.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Pura energía

Pura energía:

Las palabras iban y venían, fluctuaban formando un continuo a mi alrededor, un tejido que me atrapaba en una imposición ensartándome con nombres, nombres infinitos en número y longitud, ofrendas a mi núcleo más profundo que deseaba poder aferrarse a algo estático: alfileres para sujetar otro alfiler.
El sistema se asfixiaba en su complejidad, más allá los sucesos tenían lugar por encima de todo cuanto se abría a mis ojos.
El espacio podía resultar desolador cuando sólo se veían satélites inhóspitos, nebulosas y cometas a la deriva, y yo deseaba algo más, otro espacio dentro del espacio, como si quisiera sentirme sintiéndome desolado, maniatado en una tragedia de perspectivas observándome desde mi propio pulsar.
Mis compañeros me preguntaron si deseaba ayuda. Les dije que sí, me transmitieron algo que se parecía a hundirse en un suelo blando y que, al tiempo, era como caer por el vacío de una órbita planetaria para después amanecer como lo hacían las estrellas, como un fulgor súbito recortándose contra el horizonte de la negrura. Y me dijeron que obstruyera la transmisión e interrumpiera la señal, porque la suavidad era lo mismo que la dureza.
¿Nuestra raza quería decir algo, tenía un propósito acaso?
Pura energía, libre, pero confinada dentro de mis propios límites –autoimpuestos–.
Para nuestra especie esto era el paso a la adultez, dejar de huir hacia adelante para caer al vacío. Era desconcertante pensar en los eones de tiempo, en las civilizaciones abriéndose unas sobre otras, naciendo y desapareciendo mientras nosotros permanecíamos y tratábamos de comunicarnos con ellas, tal vez para seguir aprendiendo a través de las llanuras dimensionales que nunca poseyeron pasado o futuro alguno. Y es que aprender no era una misión, tan sólo un hecho.
Yo por supuesto era demasiado joven –incluso para muchas especies apenas longevas– y aún no entendía la magnitud de los océanos dimensionales. Pero de algún modo la sabiduría de mis antepasados estaba encerrada en mí, entrelazando todas las posibilidades en un único punto en el tiempo que no podía ser liberado bajo ningún deseo.
Ahora había una guerra interestelar, algunos querían utilizarnos. Algunos de los nuestros se dejaban utilizar, mera inquisición por el deseo –algo que no dejaba de atraernos por su profundidad–, quizás afán solamente, ansiando vivir mientras los mundos caían para volver a alzarse de nuevo. Las consecuencias eran la unión en medio de una red neuronal que funcionaba en un único instante y nunca más, y que por ese mismo motivo, no podía desaparecer.
Decían los ancestros que una vez fuimos perseguidos y diezmados bajo el nombre de “distorsión”, decían que hubo verdades que nos señalaban y nos llamaban mentira.
Y yo me encontraba en mi mazmorra de palabras, totalmente inventada, totalmente ajena salvo por un punto que rozaba la tangente de la realidad, agarrándose a su asidero para confirmar todo el artificio creado, la prisión buscando su propia justificación. Era tan obvio que parecía un juego sin objeto, como las piezas de un rompecabezas sin diseño alguno que, evidentemente, nunca coincidirán unas con otras. La fuerza de poco servía.
Fuimos de carne, pero renunciamos ella. Ni siquiera me interesa saber qué pudo ocurrir, probablemente fue un accidente, el cuerpo físico es una faceta de la energía que nunca debería ser desdeñada.
Pero nosotros cambiamos, también hubo una guerra, algunas especies surgieron, otras perecieron. Nosotros… somos. El cambio es interesante, y el juicio se alza sobre una balanza que quiso cortar el viento con el nudo del miedo. Por eso nosotros elegimos esto, no dejo de considerar esa decisión como irrelevante.
No moramos ajenos al dolor o a la pérdida, al amor o a la alegría. Ni siquiera escapamos del ciclo de vida y muerte. ¿Y por qué escapar? ¿De qué? ¿Para qué? ¿Hacia dónde?
Opté por viajar, me estaba contando una historia rota sobre el anhelo. Y no era lo que estaba buscando.
Fui a la luz, pero sólo hallé oscuridad.
Ansiaba ver la verdad, pero cada cosa era una mentira.
Repetía lo que me habían dicho en una frecuencia que se atragantaba de estática.
Quise sentir felicidad y sólo me sentí sintiéndome ser feliz, como la ilusión de la división de los conceptos adueñándose del mundo.
Cuando trataba de encontrarme, sólo era capaz de percibir aquello que había a mi alrededor, sin centro alguno.
Cuando quise descubrir qué era el odio, todo quedaba en paz.
Cuando me esforcé en la traición a los demás, me desperté sobre la lealtad a mí mismo,
Y sin embargo no podría decir que hubiera un polo sur y un polo norte en los planetas, no podría decir que lo contrario del frío era el calor. Sólo podría sentirlo como energía, en mi corazón, dilatándose incesante dentro de mí.
Tal vez estaba haciendo las preguntas equivocadas.
Tal vez estaba haciendo las preguntas correctas al ente erróneo.
Tal vez estaba situándome en el ángulo equivocado.
Tal vez estaba situándome, cuando no hay ningún lugar.
Tal vez estaba esperando, cuando las respuestas y las preguntas habían dejado de discutir.
Huir de algo, buscar algo, ¿era ésa la trampa? ¿Era ésa la comedia que los antiguos interpretaban?
Sólo ajeno al tiempo me tropezaba con el tiempo como si fuera un espectáculo.
Las palabras que no me dejaban salir de mí mismo, me ponían nombres, nombres a los que confiaba yo toda la realidad. Nombres vacíos, signos que representaban soles, partículas, experiencias. No había símbolos para decir tales cosas. Los símbolos sólo se decían a sí mismos. ¿Tal vez por eso podían ser la misma realidad? Al igual que sucedía con la bondad y la maldad, las palabras y su opuesto eran otra ilusión. No había causas ni efectos, sólo instantes, y lo bueno y lo malo era un cristal pudriéndose sin atmósfera en la cual ser.
Una nave espacial me envió una señal de ayuda.
Me dirigí a ellos, no sabían lo que era yo –ni yo lo que eran ellos–, pero me pidieron energía. Si el universo fuese algo fragmentado, yo les di un fragmento de algo que no sentía sino parte de mi propio ser para que continuaran su viaje y repararan su nave. Me equivoqué: Me reverenciaron y aunque oraban para agradecerme el rescate –no sin cierto temor a una represalia que escapaba a mi inteligencia y se incrustaba en mi estupidez–, muy pocas veces escuché las gracias que les doy a mis semejantes. Aprendí mucho: era fácil querer ver lo que uno quería ver, por eso nos intrigaba el deseo, indagar en nuestro interior se estaba empezando a convertir en olvidarlo.
Todo me resultaba atractivo y yo atraía a todas las cosas. El movimiento estaba ahí, dando vueltas sobre sí mismo en un juego rotacional.
Pensar que la mentira era una red vasta cuyos nexos tenían algo que aportar y que, por el contrario, la verdad era una luz que lo irradiaba todo, no podía sino ser otra mentira. Obviamente en ese planteamiento fallaba la base. Si hay verdad, ésta tiene que ser idéntica a la mentira. En un momento dado reparé en que cada cosa que llegaba a mi percepción, irradiaba esa luz. Luego no pude evitar darme cuenta de lo absurdo que era pensar que algo llegaba a mí como si estuviera viajando.
Era un imán para los cuerpos, y a la vez me agrietaba sin parar y sin destino.
Las paredes de mi prisión se combaban ante mi duda, no podían soportar el peso de lo que no era ninguna aserción, de lo que, aunque se lo propusiera, no podía decir nada acerca de nada. Sólo podía reír.
Liberé las palabras que me tenían cautivo, pasé de ser un relato a no ser, o tal vez a serlo todo, no es que pudiera comprenderlo en términos lógicos.
Las palabras por su parte se posaron sobre las cosas porque ésa era su naturaleza. Eran un fino velo, transparente ahora. Eran libres para ser lo que siempre habían sido.

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