No, caballeras y caballeros, no se alarmen, mi cerebro es bastante más inteligente que yo.

viernes, 17 de marzo de 2023

Otricidio

“Imagination is only intelligence having fun. A healthy mind knows how to switch between worlds, and which one you need to eat and sleep in”.

TERRY PRATCHETT


Otricidio:

 

            Los mundos eran como cristales rotos, resquebrajados y borrosos que durante la noche formaran un espejo perfecto. Era entonces cuando deslizarse entre ellos era posible y era entonces cuando los héroes daban caza a temidos monstruos, fieras y demonios, cruzando más allá del límite de la realidad.

La noche era la puerta y la magia era la llave.

 

—No deberías estar aquí, es peligroso —aseveró Alma, trepando por encima de las almenas con sus ocho patas de araña, ajustándose las correas de su cota de cuero.

Tilman, un pequeño y rechoncho niño humano de trece años, se abrazaba a sus piernas, cabizbajo, con papeles alrededor llenos de dibujos y líneas escritas. La miró, tratando de contener sus lágrimas.

Ella cubrió rápidamente la distancia entre ellos y lo abrazó con fuerza.

—Llora, Til, tus lágrimas significan que la abuela era importante y hay que honrar su memoria dejando al dolor manar del corazón.

Ella también se dejó soltar la carga y unos minutos más tarde, ya ambos secándose las lágrimas, le dijo:

—¿Quieres enseñarme qué le has escrito?

            Él dejó escapar una sonrisa avergonzada entre el rubor y comentó, un poco a la defensiva, que aún no sabía en realidad de qué género iba a ser la historia, ni qué iba a ocurrir exactamente, ni cómo iba a tener aquello relación con la abuela o qué aspectos de ella debería homenajear siquiera, de modo que comenzaron a hablar acerca de la vida y la muerte, de los recuerdos y la imaginación.

 

            Markus avanzaba agotado, la espalda había comenzado a dolerle hace unos minutos y había empezado a jadear hacía unos segundos.

            —¿Quieres descansar? —preguntó Hilda, agotada, apoyando todo el peso de su cuerpo en su bastón y sin tratar de ocultar su propio cansancio. Era mucho más joven que él, pero también era una persona acostumbrada a usar conjuros para organizar su escritorio o atarse los cordones.

—Sí —dijo él arrojado su pesada mochila al suelo—, aún estoy intentando entender cómo una mujer araña ha “estado aterrorizando” la aldea sin que haya ningún herido ni absolutamente ningún desperfecto.

—Son peligrosas —dijo Hilda mirándole de soslayo—. Lo sabes de sobra, también lo son los magos.

—Sí, pero la guerra ha acabado, hemos ganado y tenemos a la mayoría de esos monstruos confinados en los campos —alegó Markus—, no tiene sentido…

—Es nuestro deber salvar y purificar sus almas —dijo Victor, su voz ya daba tantos escalofríos como la de cualquier arconte aun siendo él tan joven como Hilda—, debemos ayudarles, alejarles de ese sendero degenerado y acercarles al camino de los justos. Nuestros dioses conocen una compasión sin límites.

A Markus no se le escapaba que la pureza del camino de los justos estaba adoquinada con los cuerpos de todos aquellos cuya salvación consistía en, básicamente, estar muertos.

 

—El último año ni siquiera era ella —decía Tilman—, o… sí —siguió, pensativo y extrañado—, pero… muchas veces no era ella, no sabía quién era nadie y me pregunto si… ¿sabía ella misma quién era… ella?

—Has usado demasiados pronombres, Til, me he perdido un poco —le confesó Alma—. Yo creo que sí sabía quién era y aunque no nos reconociera ya al final, aunque no supiera inmediatamente nuestros nombres o quiénes éramos, sí sabía que éramos un lugar seguro, que podía confiar en todos nosotros, eso no lo había olvidado. Nunca tenía miedo cuando estábamos con ella. Además, podemos recordarla por todos los años en los que sus historias nos hacían reír toda la noche.

—A lo mejor el relato podría consistir en ella viajando a un lugar especial, donde estamos todos, donde se siente bien… Aunque supongo que tendría que haber algo de acción: quizás podría no recordar qué lugar era y todo está convertido en piedra y cubierto de niebla y ella tiene que hablar con extrañas criaturas, resolviendo acertijos y venciendo a enemigos a base de inteligencia y rapidez mental. ¿Crees que es una buena idea? —quiso saber Tilman.

—Cualquier idea es buena siempre que se desarrolle bien —asintió ella. Todo el mundo dice que los adolescentes tenemos demasiada seguridad en lo que decimos y, mira, no me lo parece, y quizás me equivoco porque parece ser por lo visto que sólo por carecer de experiencia ya no puedo pontificar nada, un total absurdo, muchas frases categóricas las ha dicho gente que obviamente ni siquiera estaba sobria, yo qué sé, pero creo que cualquier idea es buena para un relato siempre que se desarrolle bien —le respondió la chica-araña.

—¿Sí? ¿Qué opinas de unos calzoncillos malvados como concepto? —la retó Tilman.

—Olvida lo que he dicho.

—Lo único malo es que, para escribir cosas verdaderamente inteligentes, sin hacer trampas, uno tiene que ser tan inteligente como sus personajes y eso me obligaría a darle caña a mi imaginación escribiendo, es un círculo vicioso, Alma.

—¿Darle caña a tu imaginación? —curioseó ella.

—Dicen que aprendes mejor cuando te diviertes y la creatividad hace que la inteligencia se divierta. Lo he leído —aseveró él con rotundidad.

—Bien visto.

 

—¿Es aquí? —inquirió Marukus.

Se detuvieron ante las ruinas de una torre solitaria sobre una colina, cubiertas por la maleza.

—Aquí hay un portal —dijo Hilda— cubre la atalaya por completo y puedo activarlo.

Unas escaleras de caracol en muy mal estado, semi derruidas, se aferraban al presente como podían, tratando de escalar los tres pisos en los que se dividía la torre.

—¿Crees —comenzó Hilda a decir— que podemos cubrir más terreno si cada uno vamos a un piso diferente?

—¿Y con qué iba el inquisidor a defenderse, con su firme sentido de la moral?

—Participé en la guerra de Kerala —puntualizó Victor—. La guerra nos descubre, nos quita la máscara que tenemos que llevar puesta en sociedad. Nos libera.

—Lo cual es interesante porque hay quien dice que Kerala, lejos de ser una guerra, fue una masacre —comentó Markus.

—Sólo un hombre bueno es capaz de sacrificar quien es, en qué cree, para hacer lo correcto —respondió el inquisidor.

—La justicia no es más que relato disfrazado de moral —dijo Markus a su vez.

—Por eso lo correcto debe ir un paso por delante de la justicia —zanjó Victor.

—Me preocupa que puedan escapar —dijo la cazadora de magos, intentando volver sobre la conversación.

—Prefiero que esta misión se salde sin ninguna baja —aseguró Markus.

—Y sin embargo no puedes desobedecerme —Victor ensayó la sonrisa dulce de quien detenta la autoridad y sabe que puede castigar a otros a su discreción. Hilda y Markus se giraron hacia él—. Nos separaremos: Markus, sube al tercer piso, Hilda, ve al segundo, cuando tengamos nuestras posiciones aseguradas, abre el portal y envíanos al otro lado.

Hilda y Markus se fueron a despedir en el segundo piso.

—¿Realmente piensas que esto no tiene sentido? —quiso saber la cazadora de magos.

—Nunca he sido el cuchillo más afilado del cajón, pero tal y como yo lo veo todos esos monstruos han sido expulsados a otro plano de existencia, se les culpó de romper el espejo a pesar de que no tenían otra salida que huir, refugiarse y sellar el camino por el que escapaban. Y aunque aquí los hemos exterminado o enviamos a los que quedan a los campos, aún se les culpa de los males de este mundo y cruzamos entre planos para seguir con la matanza. Y si se les culpa de los males de este mundo, pero ellos ya no son un agente de cambio en él, hay alguien que sí es culpable y que nunca será juzgado. Seguro que esto es tan simplista como confundir legalidad y justicia, seguro que todo lo que ocurre se debe a muchas causas que no logro entender, de las que nadie me ha hablado.

—Eres un cazador de demonios, ¿por qué no te limitas a serlo? Eres bueno haciéndolo —dijo ella, intentando no parecer altiva, realmente pensaba que era un comentario positivo. Pero él no lo entendió de ese modo:

—Porque entonces podría creerme inteligente mientras me dedico a asesinar magos, siendo yo un mago y sin preguntarme qué pasará conmigo cuando todos esos hechiceros que tengo que matar se acaben —le reprochó él.

—Estamos desmantelando un sistema de poder opresivo, tal vez no recuerdas los pogromos de la época Norvell.

—¿Alguna vez has ojeado en un libro de historia qué clase de gente lleva a cabo pogromos? ¿Nunca has estado en los campos de concentración, verdad? —interrogó él, cortante—. Supongo que el mundo es mucho mejor ahora —respondió con cinismo mientras se marchaba irritado en su ascenso por las escaleras. Últimamente entendía cada vez menos las cosas, y desde luego no comprendía que alguien se aliase con un poder que en última instancia le iba a destruir. ¿Pero qué sabía él? Sabía que estaba furioso y sabía que la ira es una carta de amor a uno mismo ante la injusticia.

Sólo un tipo de humano podía castigar a otra criatura para vencer en la lucha del bien contra el mal. Markus se preguntaba dónde demonios quedaba esa lucha y, sobre todo, dónde demonios se encontraba él en esa lucha.

—¡Ya estoy en posición! —gritó Markus desenvainando su espada, con su escudo en ristre.

—¡Abro el portal! —respondió Hilda.

 

—Mierda —masculló Markus arrojando su espada al suelo, negando con la cabeza en silencio y dándose por vencido. El portal se cerró a sus espaldas. Ante él sólo había un par de críos, uno de ellos, humano.

Alma había desenvainado dos espadas, con una expresión de desafío genuina pero algo avergonzada, ahora sin embargo dudaba.

Hilda subió por las escaleras, preparando alguna clase de hechizo de fuego.

No obstante, el hechizo se desvaneció de entre sus manos.

—¡No puede ser! —exclamó frustrada, tras intentarlo de nuevo un par de veces. Trató de utilizar otros conjuros, pero no había magia en su interior y llegó a ella la incomprensión y con la incomprensión, el miedo.

Una ola de calma se llevó todo su temor.

—Lo siento —se lamentó Tilman, mientras pagaba el precio por usar su poder y la sangre comenzaba a manar de la herida que comenzaba a cruzar su ojo derecho, dejándolo tuerto, y una cicatriz comenzaba justo después a cubrir el desgarro—, no me gusta meterme en la mente de la gente.

—¿Recuperaré mi magia? —quiso saber Hilda aterrorizada, desplomándose en el suelo.

—No, lo siento mucho —sentenció Tilman.

—Vámonos de aquí, Hilda —pidió Markus envainando su espada después de recogerla.

Se escucharon unos pasos ascendiendo pausadamente por los escalones de piedra, Alma se apresuró a cubrir la apertura que daba paso a las escaleras con su tela.

—¿Cuántos sois? —interrogó, apresurada, la chica-araña.

—Hay un inquisidor —consiguió decir Hilda en un hilo de voz, parecía a punto de romperse. Se sentía ya rota en cualquier caso, una parte importante de lo que era, que daba forma a quien era, su misma esencia, su propósito, había desaparecido.

—Cuida de ella —le dijo Alma a Markus.

Tilman activó el portal, que volvió a abrirse, separando la torre en dos mitades.

—No creo que Victor cruce el portal sin haberos dado muerte —aclaró Markus, ayudando a Hilda a que se apoyara en él para dirigirse al portal.

—Entonces podemos abandonarle aquí —concluyó Alma, asomándose por las almenas—. Seguramente tiene la tela a un lado y al otro el portal, o si no estará atrapado entre dos portales. Esto… ¿No tendrá fuego? —quiso saber pensativa.

En respuesta a su pregunta escuchó el sonido de alguna clase de frasco de cristal haciéndose añicos e inmediatamente su tela de araña comenzó a arder.

—Markus, conoces la pena impuesta por traición —le recordó Victor con una voz en perfecta calma—, pero aún puedo ser magnánimo. Debemos erradicar al monstruo, arrancar de él al humano —exclamó.

Dos espadas atravesaron su tórax, Alma había cubierto con suma rapidez la distancia que le separaba con el inquisidor. Extrajo de él las hojas ensangrentadas e intentó no mirar a ese cadáver que golpeaba secamente contra el suelo de piedra machado de rojo.

—Se conoce que sabía pelear contra gente desarmada —afirmó Markus con aire casual—. Lo siento —dijo después, tras pensarlo unos instantes, haciendo un gesto vago como si quisiera señalar a todo cuanto les rodeaba.

Hilda y Markus cruzaron el portal.

A cada lado del mismo sólo había supervivientes llenos de heridas.

—Deberían empezar a vivir un poco —señaló Tilman—. Nos dejaría vivir a nosotros.

—Debe de ser terrible superar la adolescencia y aún así pensar que hay gente que nace en la especie equivocada o de la forma equivocada, y que deben ser castigados por ello. Lo malo de ese razonamiento es que, por supuesto, si buscas bien, siempre hay alguien que es lo suficientemente diferente por un lado y que, por otro, también se puede ahorcar de un árbol.

 


 


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Otricidio by Marta Roussel Perla is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International License.
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