Frecuencia sutil:
Las palabras fueron apareciendo, trazo a trazo, una a una, poco a poco, sin orden pero sin llegar a hundirse en lo casual:
No puedo ser quien eres.
No puedo ser quien eres.
No puedo ser quien eres.
No puedo ser quien eres.
No puedoser quien eres.
No puedo serquien eres.
No puedo ser quien eres.
No puedoser quien eres.
El mensaje centelleó y apareció completo:
No puedo ser quien eres.
Después la frase se escabulló tras la frontera que iba desplegándose entre el encriptado y los mundos infinitos.
¿Era real?
Un dolor seco vació mis pulmones, la angustia surcaba los restos de una letra que me habían grabado en los genes. Yo era un fantasma atrapado en el recuerdo de alguien que no me dejaba marchar, que me exigía más que al viento, que se vengaba clavándose un puñal en la espalda. Y me iba de mi propio sueño porque era tan fuerte su miedo y tan débil su corazón, que ni siquiera podía lamentarme. Alguien: alguien: alguien. Los pedazos de coherencia estaban afilados, el camino a casa era un suelo de cristales rotos por el que había que cruzar descalzo. Ella había creado un paisaje que romper mientras yo miraba. Quería retenerme allí, quería etiquetar mis besos, sitiar su cama, gobernar las sábanas. Porque sabía que yo era ella desde el otro lado, dos criaturas predadoras de gemidos, capaces de recitar cada recuerdo guardado en la curva del tacto, capaces de ondularnos como un solo continuo, capaces de fusionarnos en nuestra luz y oscuridad, de hablar sin acudir a los circuitos de la mente, sin lanzar ideas contra el océano del pensamiento, sólo con el corazón, sólo con la mirada. Sabíamos que los labios dicen más que las palabras, que si las manos hacen lenguaje, jamás supimos decir nada que no fuera movimiento. Nunca teníamos frío y siempre teníamos sed. Y la desesperación se hundía en una espiral de orgasmos cuando ignorábamos lo que era el tiempo y medíamos la tierra en los rincones de nuestros cuerpos y las ganas de un mordisco. Lamíamos cicatrices sin cerrar, desafiándonos.
Me desperté sobresaltada, el sol me recibía.
Y me recosté sudando, casi más cansada que cuando me fui a dormir. Al otro lado de la ventana el color verde brillaba bajo el azul.
El mensaje volvió a mi cabeza: “no puedo ser quien eres”, el remitente era desconocido. Obviamente era el detonante del sueño pero, ¿por qué ese mensaje en concreto había conducido a ese sueño en concreto?
Las paredes de mi habitación pulsaban llenas de dudas y decidí caminar y activar la casa. Necesitaba comer algo y, tal vez, hablar con alguien.
Después abandoné la idea.
Sólo había sido un sueño.
Quizás no un mal sueño, pero un sueño.
Fingiría que no había pasado y que ese extraño mensaje nunca había llegado.
Así no tendría que rendirme cuentas. Los problemas les ocurrían a otras personas y no existían en el fondo, ¿verdad? ¿Por qué iba a afectarme algo así?
¿Y quién era tan estúpido como para perseguir sus sueños?
Las mentiras que nos decimos a nosotros mismos para continuar no podrán detenernos.
¿O tal vez debería detenerme aquí?
Tal vez… debería ser sincera.
Ante ese pensamiento los segundos en el reloj se quebraron como si fueran una invención rígida en medio de la nada.
Y quizás fue en ese preciso instante cuando decidí ayudarme y bucear en las ideas de algún amigo: mi reflejo asentía al mismo tiempo que yo, sin embargo necesitaba verdades incómodas y no afirmaciones complacientes.
Supongo que a fin de cuentas no había abandonado la idea…
Y fue agradable comprobar que aún podía sorprenderme a mí misma en mi propia mente.
De repente todo en mí se detuvo.
Y sonreí cuando entendí el mensaje, después lo dejé marchar.
“No puedo ser quien eres”. Qué fácil.
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