"I can resist anything except temptation". Oscar Wilde.

lunes, 30 de junio de 2025

Your reflection

Your reflection:

 

I look at that painting and feel that it’s staring back at me, or maybe it is the exhaustion, or knowing that I cannot find the right shades. Those mirrors around me are closing in, suffocating me within an asymmetrical and fragmented frame, about to rip the universe.

I put a bit of I on that canvas, but when I mix it with confidence and grandeur, I only get a delirium-shaped fear made of stone.

It’s illogical: when I dip my brush in mental strength, I solely paint the blindness of dogma.

When I apply it to emotional responsibility, I get narrow-minded excuses; none of this makes sense.

How could I strive to paint the vibrating colour of empathy to only obtain the darkest hue of judgment on that fabric?

Up to a point, I can intuit that path the paint traces, but if I draw my heart…? It is so strange… it’s a beautiful heart.

Perhaps it is rationality what’s lacking, so with an impeccable wrist movement, my brush goes to the pallette and gets soaked in rationality. I skillfully make the strokes, it cannot be that any other thing gets drawn on that canvas and yet… I can only see paralysis before me.

I try to hide inside an existence containing only myself, an absurd exercise I should have known, like getting tattooed to conceal my own skin, like escaping from my shadow by putting out a candle’s flame in the darkness.

Nonetheless, I hide, cowering inside me. On the outside time passes by as always: taking away what is irrelevant, and leaving what is essential.

Eons after that and still torn between fear and courage, I decide to open my eyes, but everything around stays the same.

Indeed, nothing has happened, maybe because the last thing I drew was paralysis. Perhaps I’m focusing on the wrong place and yet there is nothing else here.

But who is a variant of what and I can’t help but think about it.

I study my reflection in one of those many mirrors that bow before me in impossible angles, and that image seems to be in conflict: its silhouette constantly shifting, glitching between appearances.

It stops, fighting to reboot itself, but trapped and almost static, as if it was still trying to escape.

I stare into those eyes, that are mine.

I’m beginning to see a glimpse of something that terrifies me.

I look away, but where else would I look to? There’s only time here. Time and a myriad of mirrors.

I look at my reflection again, fear’s scent constricts my heart again, but I relax. And keep on observing.

Yes, there are things I don’t like there: mistakes, unlearnt lessons I think I know, there is a night ocean of cowardice.

There’s something I am not telling myself, a truth hidden there, in plain sight.

My reflection get distorted or maybe it gets real again.

The truth is found along with errors. It’s  clear, shinning, and painful.

The reflection is rigid, fragile, and brittle.

And the truth and my mistakes examine me.

Challenges detach themselves from destiny; they choose us and face us, and then we get to decide how we act toward them.

I choose to destroy my self image and liberate the person within it.

I look at that fucking mirror and I shatter it.

Now I know that a good heart is not enough.

Now I undo words’ reality.

My arm bleeds and with this spilled life the colours on my palette start taking shape.

From now on my rage will be a love letter to myself.

Self-righteousness and judgment will be the opposite of understanding and empathy, which will always be side by side with boundaries.

I will walk, never again hiding from my own mistakes.

And friendship will be sacred.

Now I can create my work again while those mirrors around me start to burst.

 

 

 

Your reflection © 2025 by Marta Roussel Perla is licensed under CC BY-NC-ND 4.0 

sábado, 31 de mayo de 2025

Tu reflexión

Tu reflexión:

 

Contemplo la pintura y siento que me devuelve la mirada, o quizás es el agotamiento, o saber que no puedo encontrar los matices adecuados. Los espejos a mi alrededor se cierran sobre mí, ahogándome en un marco asimétrico y fragmentado, a punto de rasgar el universo.

Pongo un poco de yo sobre el lienzo, pero cuando lo mezclo con seguridad y grandeza, sólo consigo un miedo pétreo con forma de delirio.

No tiene lógica: cuando paso mi pincel por la fortaleza mental, únicamente pinto la ceguera del dogma.

Cuando lo aplico en la responsabilidad emocional, obtengo las excusas de la cerrazón, nada de esto tiene sentido.

¿Cómo puede ser querer pintar el vibrante color de la empatía y que las tonalidades más oscuras del juicio sean las que se aprecian en esa tela?

Hasta cierto punto puedo intuir el camino que traza la pintura, ¿pero si pinto mi corazón…? Qué extraño… es un corazón bonito.

Quizás falta racionalidad, así que con un impecable movimiento de muñeca el pincel va a la paleta y se empapa de racionalidad. Realizo los trazos con destreza, no puede ser que cualquier otra cosa se dibuje sobre el lienzo y sin embargo… sólo veo parálisis frente a mí.

Intento esconderme en un existir que sólo me contiene a mí, un ejercicio absurdo tenía que haberlo sabido, como tatuarse para ocultar la piel, como huir de mi sombra apagando la llama de una vela en la oscuridad.

No obstante, me escondo, agazapada en mi interior. Afuera el tiempo pasa como siempre: llevándose lo irrelevante y dejando lo esencial.

Eones más tarde y aún debatiéndome entre el temor y la valentía, decido abrir los ojos, pero todo sigue igual a mi alrededor.

En realidad, nada ha transcurrido, tal vez porque lo último que pinté fue la parálisis. Quizás estoy dirigiendo mi atención al lugar equivocado, y sin embargo, aquí no hay ninguna otra cosa.

Pero quién es una variante de qué y no puedo evitar pensar en ello.

Estudio mi reflejo en uno de tantos espejos que se inclinan ante mí en ángulos imposibles, y esa imagen parece estar en pugna: su silueta cambiando constantemente, sus múltiples apariencias sucediéndose en un glitch.

Se detiene, luchando por reiniciarse, pero atrapado y casi estático, como si aún intentara huir.

Miro a sus ojos, que son los míos.

Comienzo a atisbar algo que me aterra.

Retiro la mirada, ¿pero a qué otro lugar iba a mirar? Aquí sólo hay tiempo. Tiempo y una miríada de espejos.

Miro de nuevo, el rastro del miedo vuelve a constreñir mi corazón, pero me relajo. Y sigo observando.

Sí, ahí hay cosas que no me gustan: errores, lecciones que no he aprendido pero creo saber, hay un océano nocturno de cobardía.

Hay algo que no me estoy relatando a mí misma, hay una verdad oculta ahí, a simple vista.

Mi reflejo se distorsiona, o tal vez vuelve a ser real.

La verdad está en compañía de los errores. Es clara, luminosa y duele.

El reflejo es rígido, frágil y quebradizo.

Y la verdad y mis errores me examinan.

Los desafíos se desprenden del destino, nos eligen y confrontan, y nosotros decidimos cómo actuamos ante ellos.

Yo elijo destruir mi propia imagen y liberar a la persona contenida en ella.

Miro ese puto espejo y lo hago pedazos.

Ahora sé que un buen corazón no es suficiente.

Ahora deshago la realidad de las palabras.

Mi brazo sangra y con esta vida derramada mis colores en la paleta comienzan a tomar forma.

A partir de ahora la rabia será una carta de amor a mí misma.

La autojustificación y el juicio serán lo contrario de la comprensión y la empatía, que deberá ir siempre acompañada del límite.

Caminaré sin esconderme nunca más de mis propios errores.

Y la amistad será sagrada.

Ahora puedo crear mi obra de nuevo mientras los espejos a mi alrededor estallan.

 

 

Tu reflexión © 2025 by Marta Roussel Perla is licensed under CC BY-NC-ND 4.0 

domingo, 2 de marzo de 2025

Quien bien te quiere, te hará llorar

 Quien bien te quiere, te hará llorar:

 

El juez se sentó a la mesa, su comida estaba caliente y su mujer, de pie a su lado, lo miraba. Parecía estar debatiéndose en su interior, sopesando si debía o no volver a insistir en el tema o si ya en aquellos momentos era inútil.

Sabe su señoría que me causa dolor cuando intentamos concebir se aventuró ella, llena de dudas.

No son más que minúsculas heridas, Teófila. Y ya sabes que Dios, nuestro señor, en el Génesis dejó por escrito a través de los profetas “creced y multiplicaos” añadió muy serio. Como mi esposa, te debes a esta nuestra tarea conyugal decía mientras golpeaba insistentemente la superficie de la mesa con el dedo índice.

Su señoría me desprecia, ¿qué puedo hacer para que ponga vuestra merced mi sufrimiento en la balanza de su moral?

Sólo hay una balanza, y ésta es la de nuestro Señor todopoderoso señaló él, con gesto adusto.

Teófila intentó no llorar, eran demasiadas noches acumuladas, ya se había prolongado la situación durante casi dos años.

Es un tormento replicó ella, ahogando un sollozo resignado.

No, es mi derecho zanjó él. No obstante y reparando inevitablemente en su pesar, intentó explicarse. Hay una diferencia entre la ley de los hombres y la ley de Dios: los humanos somos falibles y podemos fácilmente caer en el error al considerar lo que es o no pecado o injusticia. Otros pueblos tienen o tuvieron leyes, como los griegos y los romanos, algunas de ellas abominaciones a los ojos de Dios. Nuestra ley no es sino un reflejo de la ley divina. Tu ignorancia es propia de tu sexo Se calmó levemente y, en un tono más comprensivo, añadió. Ten cuidado con lo que de tus palabras se entiende, mujer, que quien mal pensara podría decir que tratas de acusarme del delito de violación, lo cual es imposible bajo el sagrado sacramento del matrimonio el juez se sonrió ante tal absurda idea.

 

La luz del sol iluminaba aquella calle adoquinada y sinuosa.

Candelaria descansaba a la sombra, apoyada en la pared mientras un muchacho tocaba una guitarra desafinada en la desembocadura de la calle a la plaza, sentado en la escalinata de la iglesia.

Cazadora de monstruos bien pudiera ser un título apropiado para ti propuso Lilim, aquella demonio invisible a ojos de los hombres, resonando dentro de la cabeza de Candelaria.

Mmmm… podría discutir esa elección, aunque me seguirán llamando hidalga, creo yo deliberó, mientras se ponía en marcha. Mas un plan requerimos, Lilim, para que al desenlace de esta aventura siga quedando mi cabeza bien puesta sobre estos hombros.

No nos gustaría que tu precioso cuerpo sufriera ningún daño, cada vello erizado cuando tu latido se enciende vale una vida mortal susurró Lilim, sedienta, ansiando la carne de la humana. He aquí mi propuesta: dado que al señor juez una potestad angelical le guarda, le tenderemos una trampa: abriré tu mente, escondiendo las partes de ella que bien nos interesan, y ocultándome yo Candelaria caminaba, se detenía junto a una puerta y tomaba aire. Todo ocurrirá rápidamente. ¿Preparada?

Preparada Candelaria dio unos toques con un ritmo acordado a la puerta y Teófila abrió, su rostro compungido y lleno de preocupación narraba su historia, mientras recibía a la hidalga.

 

¡¿Qué desfachatez es ésta?! vociferó el juez. ¡¿Viene a sentenciarme quien tiene en su haber la misma hazaña de la que a mí me acusa como si fuese delito?!

Una criatura emergió del juez, opacándolo todo con su luz divina.

¡HE AQUÍ TU VEREDICTO, CONDENA Y TORMENTO! dijo el ángel.

Las potestades eran sencillas, se decía Lilim, siempre iban directas a la mente. Esperaba que Candelaria estuviera aguantando la primera embestida de irrealidad, a partir de ahí, todo sería llevadero.

 

Candelaria había dejado su cuerpo, rígido y temblando ante aquel ángel, en aquella casa de piedra, mientras su mente vagaba y se encontraba en alguna otra realidad.

Espejos y ojos se cruzaban infinitamente, su reflejo la contemplaba intentando liberarse de las cadenas del infinito que, como eslabones, replicaban cada una de sus acciones de forma asíncrona, tal vez un milisegundo más tarde, creando un abanico fuera de compás hecho de sí misma.

Miró a su alrededor y entonces en uno de los planos espejados la vio a ella: con quien había compartido sudor y cuerpo.

Vio cómo ella no quería.

Y se vio a sí misma forzándola con palabras y amenazas pasando por encima del dolor.

Y sintió una punzada en el corazón, atravesando la imagen de quien fue en el pasado, recordando la persona que era cuando no se atrevía a mirarse a los ojos.

Para cambiar nuestro comportamiento, tenemos que cambiar nuestra personalidad, y para cambiar nuestra personalidad, tenemos que cambiar el mundo dijo una voz, la voz de quien fue su víctima.

Candelaria se dio la vuelta y la vio en otro espejo, con una inmensa sonrisa desde el otro lado.

Madame La hidalga hizo una reverencia.

¿Qué tal está Lilim? preguntó aquella dama al notar que la demonio no se encontraba en aquellos lares ¿Y… dónde estamos? quiso saber, interesada.

Lo desconozco admitió la hidalga, posiblemente en el lugar en el que el recuerdo y la imaginación sueñan.

Muy pintoresco.

Creo… comenzó la hidalga, creo que he de pedirte disculpas una vez más.

No es necesario cuando ya está todo hablado le aseguró Madame.

Insisto respondió Candelaria.

Si así lo deseas, entonces no serás la única, pues ahora entiendo que yo misma era el desdén de los cobardes y el delirio del salvador. Había tanto que enderezar, de insultos y castigos preñados de silencio, de dudas empleadas como arma, de lecciones dadas por quien no sabe nada, de buscar valor en el juicio ajeno, escupir el odio por no tener más que miedo y aprender de a poco a ser una nada afilada e hiriente.

Mas nada tiene eso comparación alguna con forzar a otra creatura, las zurras, las burlas, los engaños y humillaciones, o cuando te hacía confesar apetencias inexistentes so pena de un par de golpes, que si Zutana y Mengano te cortejaban… ocultando los celos que me consumían tras las razones que nos hacen juzgar a las personas.

No es necesario que nos arrodillemos mil y una veces por lo mismo. Pensábamos que el buen entender estaba escrito en los libros de los sabios o se encontraba en el espejismo de los justos, y no en el latido de la bondad.

Fue difícil mirarme a los ojos. Fue difícil tener esa conversación dijo la hidalga.

Sin duda, pero como el tiempo posiblemente apremia le recordó Madame, ¿qué menesteres nos ocupan?

Un poderoso juez fuerza a su esposa, que en este punto y ya harta de suplicar por migajas de respeto, anhela paz. ¿Das con alguna estrategia, Madame?

No exactamente se detuvo a pensar unos segundos. Un hombre no puede cambiar si no hay razones para ello, y quien tiene la justicia no está en el error. Mas tengo una propuesta que espero que Lilim pueda llevar a cabo… ¿Le gusta la justicia reparadora en lugar de la retributiva?

En absoluto, mas le gusto yo declaró Candelaria.

Lilim es sin duda tu libertad… Y seguro que la ironía le hace gracia añadió Madame mientras caminaba entre espejos. Lo que vamos a hacer tiene una pizca de crueldad, a falta de un plan más amable para con nuestro juez, pero tal vez sea una segunda oportunidad. Tengamos fe.

La fe salva dijo la hidalga.

 

Candelaria, volviendo de aquel trance, enseguida se llevó a Teófila a otra habitación.

 

Lilim, cubierta de la sangre de aquella potestad celestial destruida, se sonrió al saber del plan.

Y se apareció ante el juez, dando una vuelta lenta alrededor de él, midiéndole con la mirada mientras las membranas de sus alas dejaban pasar algo de los rayos de sol que hacían danzar a las motas de polvo.

De repente aquel cuartucho parecía pequeño y los lujos y ornamentos, poco más que el fondo de una naturaleza muerta sobre lienzo.

Señoría, entiendo que usted no piensa que una violación se pueda producir en el seno del matrimonio, ¿he sido bien informada? al verla el hombre se echó a temblar y no pudo más que quedarse en el sitio, sin que su cuerpo reaccionara más allá del estremecimiento.

No… no soy un monstruo se defendió él, aterrado, murmurando y abrazándose a algún libro de leyes.

Oh, por supuesto que no, en eso estamos de acuerdo convino Lilim. Para usted la justicia está en quién hace qué, y no en qué se hace, un pensamiento propio de quien es tan débil que necesita una jerarquía y una correa Lilim se lamió la sangre del brazo. ¿Sabe?, tengo una teoría: si queremos saber cómo es una persona, hay que examinar cómo actúa dicha persona en su momento de mayor poder sobre otra a la que no entienda como a un igual.

El juez quiso decir algo, pero estaba tan atemorizado que no se atrevió.

Su señoría no es un monstruo, sólo es un hombre con poder. Y piensa que la justicia puede pasar por encima de las vidas de los hombres. Y hay que ver a qué tonterías le dedican algunos su tiempo dijo la demonio, algo hastiada. Hay gente que, mire a donde mire, sólo ve dogma en las ideas. No obstante, señoría, tengo un regalo para vuestra merced sonrió Lilim.

 

Ya puedes pasar susurró Lilim divertida, sólo visible a Candelaria. ¡Ta-dá!

La hidalga abrió la puerta y entró en la habitación contigua con Teófila y vieron ambas a otra mujer, vestida como el juez y extrañamente parecida a él, sólo que en una versión femenina.

¿Paco? se aventuró Teófila, insegura y perpleja.

He visto un demonio murmulló el juez, ¡me ha convertido en mujer!

Creo que voy a tener que pedirte que te vayas de esta casa, que ya no es tuya. No puedes seguir forzándome más él comenzó a sollozar. Te daré dinero y me encargaré de que tengas un trabajo para vivir, mas debes irte y no verme nunca más.

Pero yo te quiero imploró él.

Lo sé y Teófila lo sabía, lamentándose con cada fibra de su ser. Pero me quieres mal.

 

¿Qué te gusta de Madame? quiso saber Lilim, mientras dejaban atrás aquella casa y aquella tarde al atardecer. ¿Su anatomía?

Es llamativa asintió la hidalga, pero hay muchas otras cosas que me gustan de ella.

No la entiendo, Candela. Si alguien te fuerza, destrúyelo.

Ella me perdonó, ¿es eso lo que no entiendes de ella?

¿No teme que la engañen?

Sí, seguramente sí.

Las personas no cambian.

¿Qué ves en mi corazón Lilim? ¿Qué crees que ve ella? A veces, sólo a veces, la gente cambia, aunque tenga que cambiar también el mundo entero.


Quien bien te quiere, te hará llorar © 2025 by Marta Roussel Perla is licensed under CC BY-NC-ND 4.0 

miércoles, 5 de febrero de 2025

Para Katia

 Para Katia:

 

Recuerdas a una persona que aún no conoces,

con el espíritu en calma

quieres comprender,

ver lo importante a través de sus ojos.

Sientes su corazón en tus latidos,

lees su cuerpo, escrito en vibraciones

con las yemas de tus dedos,

aprendes quién es y quién fue,

descubres sus sueños,

respiras su libertad,

y el mundo entero se detiene en su abrazo,

rompes los grilletes de las palabras y el tiempo,

te das de bruces contra sus traumas,

abres heridas y a veces sanas cicatrices,

amas, en definitiva, a otro ser humano.

 

Al carnaval de la vida

vinimos con nuestro propio rostro,

mientras la música adornaba

los segundos que se iban amontonando ante

la ceniza transformándose en ascua,

el ascua prendiéndose en llama,

y el fuego alzando el vuelo

desafiando al destino,

deshaciendo las ataduras

con un grito de batalla,

que se aquieta y se templa,

al fundirse en la sensación

de que volver a casa cabe en sus brazos.


Para Katia © 2024 by Marta Roussel Perla is licensed under CC BY-NC-ND 4.0 

viernes, 1 de noviembre de 2024

La pastilla

 La pastilla:

 

Recuerdo cuando tomé conciencia de que soy un escritor mediocre, recuerdo cuando me di cuenta de por qué, de qué fallaba en mi prosa, qué hacía que lo que escribía siempre estuviera despojado de la chispa de genialidad de quienes construyen mundos y personajes y dilemas capaces de tocarnos el corazón. Yo no sé dar vida a esos momentos que atraviesan el umbral que existe entre la ficción y la memoria, y que se quedan con nosotros al cerrar el libro, acompañándonos ya para siempre con el aroma de los libros viejos.

Estaba entre estas cuatro paredes de dos por dos.

Recuerdo cuando me di cuenta de que lo peor de perder un amigo por alguna clase de disputa no es la tristeza perforando el pecho ni el llanto contenido, sino el inmenso vacío que queda cuando al fin llegamos a la conclusión de que, quien se ha marchado o a quien hemos dejado, nunca va a volver. Que las bromas, los momentos juntos, los desafíos que hemos pasado junto a esa persona ya no son una experiencia activamente compartida, reconstruyéndose con cada nueva experiencia, sino relatos que el tiempo convertirá en hojarasca.

Estaba entre estas cuatro paredes de dos por dos.

Recuerdo el rechazo de las mujeres, hiriente, dándole forma a los personajes que he creado, siempre deseables, pero siempre un poco detestables, albergando expectativas que parecen sacadas de cualquier novela romántica de baratillo que algún perdedor convertirá en película. Afortunadamente, un hombre como yo puede ver con rapidez que esas mujeres, en realidad, no merecen la pena, y que estoy mejor sin cada una de ellas.

Estaba y estoy entre estas cuatro paredes de dos por dos.

Escribo aquí, en este cubículo que parece cerrarse sobre mí.

Recibo una llamada, es mi amigo C.

¿Qué tal andas? pregunta.

Pensando en las tías, que son muy malas, bro.

Ya ves, son un poco zorras, pero, ¿qué quieres que te diga? Están buenas.

Están buenas las tías asiento, ¿tú qué tal?

Nada, te iba a preguntar si te apuntabas a ver el partido.

Claro, tío, allí estaré.

Siempre es agradable tener amigos con los que poder contar.

Miro a mi alrededor.

Hay una pared.

Hay otra pared.

Y otra pared.

Y otra.

Debería haber una puerta por aquí.

¿Dónde está?

A veces siento que me ahogo aquí dentro.

A veces siento que, por más que haga, me ahogo aquí dentro.

Me tomo la pastilla, por si acaso.

¡Mamá! lanzo un grito. ¿Has visto la puerta por aquí?

 

La pastilla © 2024 by Marta Roussel Perla is licensed under CC BY-NC-ND 4.0 

viernes, 1 de marzo de 2024

Las puertas de la vergüenza

Las puertas de la vergüenza:

 

Es difícil expresar, en este contexto, el significado de una puerta que no cierra cuando debe, de una puerta que debería tener una cerradura para la llave que está en tu mano, de una puerta que no encaja ya en su quicio, o de otra que ha sido marcada por quien tiene en su poder todas las respuestas.

Ahí estaba Anna, una niña-araña con nombre humano y demasiado joven contemplando un aspa roja pintada sobre una puerta ante ella.

Sabía lo que quería decir y su madre, al arroparla por las noches la había estado preparando cada noche para esto: huir y buscar refugio.

“Bajo ningún concepto entres en casa, si ves algo así ve a casa de Umma, él te protegerá”.

Pues bien, ésta era la casa de Umma, que como la suya propia también había sido marcada.

Los humanos que aún no le habían dedicado miradas de asco, comenzaban a reparar en ella, suspicaces: llevaba demasiados segundos quieta observando esa puerta. Se puso en movimiento, sin embargo no sabía a dónde ir.

Los humanos reanudaron su ajetreo matinal. Su cerebro le dijo que se tomara unos minutos para llorar, notaba su pecho lleno de dolor y a punto de derrumbarse, esa máscara de serena indiferencia no aguantaría mucho, pero si iba a dejar que el miedo rompiera las grietas del bloqueo emocional, no debía ocurrir en público.

La habían educado para sobreponerse al miedo de las personas de mente estrecha, que embiste a todo cuanto es diferente.

Comenzó a caminar casualmente, sabía que junto al río, cerca del puente de la Basílica de las Estrellas, había una serie de sinuosos callejones poco transitados por gente que solía ocuparse de sus propios asuntos, y a veces del dinero de otros.

¿Se habrían llevado a su madre y a Umma al gueto del norte de la ciudad? ¿Los habrían llevado directamente al campamento de refugiados de Astora? Sabía que nadie volvía de allí. ¿Por qué los humanos habían entrado al barrio de los sastres? Ellos ni siquiera tenían dinero… ¿No era eso lo que buscaban, dinero? ¿Estaría viva su madre? ¿Estaría sufriendo? ¿Estaba ella sola? Quizás era una pregunta estúpida pero la respuesta vino a darle una puñalada de realidad en el corazón. La soledad, la certeza de la soledad, estaba tomando forma y ese rechazo al inhumano que tantas veces había sentido aparecía de nuevo, esta vez inevitable, ubicuo, palpable.

Ella no sabía casi nada de leyes, pero sí sabía que había nuevas leyes que significaban más separación, más violencia y más miedo.

Su vista perdió enfoque, se sentía ajena al mundo, la existencia cubría cada cosa allí a lo lejos…

¿…tás bien? alguien había estado diciendo cosas enfrente de ella.

Miró, un humano en su treintena, ya avanzada, le dirigía una mirada preocupada.

¿Estás bien? repitió él. ¿Te has perdido?

Fue entonces cuando rompió a llorar. Ella no quería, de verdad, pero la tristeza era el caudal de un río destrozando la presa de la supervivencia.

Ella tiritaba, no era frío, sino terror, él la abrazó. Pero Anna había dejado de estar allí de nuevo y tardó largos minutos en volver.

En algún momento se fijó en que la mano de él estaba ante su cara, sosteniendo un trozo de manzana, era para ella, la cogió.

Estaban sentados, mirando a la nada frente a ellos, él a lo concreto, ella a través.

Si una niña puede ser una criminal, sin duda todo está permitido. Se nos habla de una guerra en la que sólo un bando pone muertos y encarcelados bufó él con una sonrisa de incredulidad cínica, recordando la propaganda, después se quedó pensativo un rato, para soltar de pronto. ¿Alguna vez has pensado cuál es el peor insulto?

¿Hijo de puta? se aventuró ella, con la boca llena. Casi aprecía despreocupada.

Es potente, es patriarcal… sopesó él. Pero tal vez traidor sea el peor insulto, porque un traidor es aquél que ha puesto a la venta lo que daba significado a su propia vida.

Eso no se puede hacer dijo Anna.

¿Y eso? quiso saber el hombre.

Si alguien te miente, no quiere decir que seas tonto o que la otra persona sea distinta a lo que fue, espera… no entiendo lo que he dicho… Si alguien te miente… se ha aprovechado de tu… pensó un momento en la palabra adecuada. Tu honestidad. se decidió.

 ¿Te gusta leer?

Sí.

¿Puedes volver a tu casa?

No.

¿Tus padres están vivos?

Mis madres, y no.

¿Tienes a donde ir?

No.

La luz del sol descansaba sobre todas las cosas en aquel atardecer plateado de fines de invierno. Apenas daba calor, pero aun así se sentía como un regalo.

A Anna siempre le había gustado ver las partículas de polvo posándose sobre el escritorio de madera oscura que había al lado de la biblioteca de su casa. Sobre él había una ventana circular y los rayos de sol que se colaban a través eran el lienzo sobre el que se dibujaba el vaivén del espacio en calma.

Recordaba días largos de verano, días de soñar, aburrirse, leer, ver amigos y familia, no hacer nada.

Sus recuerdos zozobraron y se partieron al chocar en el presente.

Y las astillas de la memoria se le incrustaron en todo el cuerpo.

Tenemos que sacarte de aquí dijo él, mientras ella sollozaba de nuevo.

 

Unos minutos más tarde cogieron un tranvía: tenían que alcanzar las murallas de la ciudad y la salida que había sido más segura de cruzar, al menos durante los últimos meses, era la llamada de los mercaderes. Allí los guardias más codiciosos solían pedir un jugoso traslado a fin de custodiar de la forma más diligente posible las puertas, interrogar a los comerciantes, amén de examinar y, en caso de ser necesario, requisar mercancías que razonablemente hayan sido declaradas ilegales. O no hacerlo, por supuesto.

Me llamo Matteo le dijo a Anna cuando se sentaron.

Algunos humanos miraban a la niña-araña con suspicacia. Otros con miedo. Otros abiertamente con asco. Había un denominador común: sin duda, todos coincidían en el hecho de que no conocían a Anna.

Yo soy Anna.

El tranvía se detuvo inesperadamente, en medio de una calle, lejos de cualquier parada.

El conductor, un hombre afable, carraspeó y les invitó a que se bajaran.

No se dijo el por qué, porque lo obvio no hace falta reseñarlo cuando atenta contra las buenas maneras.

Toda esa gente de bien estaba esperando, algunos parecían tener prisa y estar molestos por la escena causada.

Es peligroso que una araña se suba en uno de éstos le sonrió a Anna una señora mayor, con la amabilidad de quien en el fondo está haciendo un favor. Anna la miró con desconfianza, ya conocía la palabra hipocresía.

Anna dijo Matteo mientras la ayudaba a bajarse del vehículo, no hay nada más terrible ni potencialmente cruel que un grupo de gente buena y convencida de que hace lo correcto.

 

Anduvieron durante largos minutos, ya estaban cerca de las murallas de la ciudad, y sin embargo había más oficiales que de costumbre. También los inquisidores habían hecho su aparición.

¡Eh, eh, usted! le gritó alguien a Matteo.

Él se giró, le hablaba un muchacho joven, vestido con esa gabardina negra que llevaban los oficiales. Hubiera aparentado ser una persona sencilla de no ser por el atuendo.

Su expresión de alerta cambió ligeramente, una cierta preocupación difícil de interpretar se abría paso.

Están reuniendo a esas bestias en el barrio de Charna, para evitar mayor degeneración les advirtió, clavando una mirada acerada contra Anna. Vengo con una patrulla miró hacia atrás, unos pasos se aproximaban.

Se dispusieron a correr, pero otros pasos se aproximaban por el otro lado.

A veces la vida es una cuestión de suerte dijo el muchacho, aproximándose a ellos, dispuesto a que la suya fuese buena. Lo siento.

Su patrulla se detuvo al verlos, sopesando la situación, evaluando los acontecimientos con cuidado.

La patrulla que tenían en frente contrastaba con este espíritu analítico: claramente estaban de fiesta y no parecían tener intención de que parara.

Se abrazaban, contaban chistes y se reían, algunos atronadoramente.

Uno de ellos vio a Anna, que trataba de hacerse chiquitita y esconderse tras Matteo. Tenía las patas curvadas hacia dentro, tenía miedo.

Su mirada imploraba paz.

El que la vio se empezó a reír, empezó a desenfundar, la culata apretada, la bala dispuesta.

Matteo, intentó decir algo.

Sólo es una niña… balbució. Seguramente no era inteligente, no era ningún mensaje lleno de astucia diplomática.

Era el oprimido apelando a la veleidosa magnanimidad del opresor.

Pero no había tiempo.

Matteo, tal vez de tener más claridad mental, le hubiese preguntado si creía que matar a una niña pequeña no sería uno de esos errores que cambian el curso de una operación militar, con la convicción que tiene un necio en que cualquier persona tiene a su vez principios o corazón.

Quizás perdió unos segundos vitales en pronunciar su ruego, pero se decidió.

El oficial no se detuvo y apuntó a Anna a la cabeza.

Las manos de Matteo se iluminaron con las llamas de su fuerza.

Era demasiado tarde.

El muchacho que había tratado de advertirles, otro mago, le disparó cerrando el puño una descarga eléctrica en el pecho que lo derribó y lo hizo convulsionar.

Escuchó un tiro.

Un tiro que le robó el sonido al resto del mundo.

Sobre ese estruendo negado fueron emergiendo unas risas de euforia genuina.

Los puñetazos y las patadas se abalanzaron sobre él.

Durante varios minutos.

Cuando se aburrieron también se aseguraron de que no sobreviviera.

No se preocupe, sargento, en seguida se llevarán los cuerpos y no tendrá que ver usted a estas alimañas muertas. Han ensuciado toda la acera.


Las puertas de la vergüenza © 2024 by Marta Roussel Perla is licensed under Attribution-NonCommercial 4.0 International