No, caballeras y caballeros, no se alarmen, mi cerebro es bastante más inteligente que yo.

viernes, 1 de noviembre de 2024

La pastilla

 La pastilla:

 

Recuerdo cuando tomé conciencia de que soy un escritor mediocre, recuerdo cuando me di cuenta de por qué, de qué fallaba en mi prosa, qué hacía que lo que escribía siempre estuviera despojado de la chispa de genialidad de quienes construyen mundos y personajes y dilemas capaces de tocarnos el corazón. Yo no sé dar vida a esos momentos que atraviesan el umbral que existe entre la ficción y la memoria, y que se quedan con nosotros al cerrar el libro, acompañándonos ya para siempre con el aroma de los libros viejos.

Estaba entre estas cuatro paredes de dos por dos.

Recuerdo cuando me di cuenta de que lo peor de perder un amigo por alguna clase de disputa no es la tristeza perforando el pecho ni el llanto contenido, sino el inmenso vacío que queda cuando al fin llegamos a la conclusión de que, quien se ha marchado o a quien hemos dejado, nunca va a volver. Que las bromas, los momentos juntos, los desafíos que hemos pasado junto a esa persona ya no son una experiencia activamente compartida, reconstruyéndose con cada nueva experiencia, sino relatos que el tiempo convertirá en hojarasca.

Estaba entre estas cuatro paredes de dos por dos.

Recuerdo el rechazo de las mujeres, hiriente, dándole forma a los personajes que he creado, siempre deseables, pero siempre un poco detestables, albergando expectativas que parecen sacadas de cualquier novela romántica de baratillo que algún perdedor convertirá en película. Afortunadamente, un hombre como yo puede ver con rapidez que esas mujeres, en realidad, no merecen la pena, y que estoy mejor sin cada una de ellas.

Estaba y estoy entre estas cuatro paredes de dos por dos.

Escribo aquí, en este cubículo que parece cerrarse sobre mí.

Recibo una llamada, es mi amigo C.

¿Qué tal andas? pregunta.

Pensando en las tías, que son muy malas, bro.

Ya ves, son un poco zorras, pero, ¿qué quieres que te diga? Están buenas.

Están buenas las tías asiento, ¿tú qué tal?

Nada, te iba a preguntar si te apuntabas a ver el partido.

Claro, tío, allí estaré.

Siempre es agradable tener amigos con los que poder contar.

Miro a mi alrededor.

Hay una pared.

Hay otra pared.

Y otra pared.

Y otra.

Debería haber una puerta por aquí.

¿Dónde está?

A veces siento que me ahogo aquí dentro.

A veces siento que, por más que haga, me ahogo aquí dentro.

Me tomo la pastilla, por si acaso.

¡Mamá! lanzo un grito. ¿Has visto la puerta por aquí?

 

La pastilla © 2024 by Marta Roussel Perla is licensed under CC BY-NC-ND 4.0 

viernes, 1 de marzo de 2024

Las puertas de la vergüenza

Las puertas de la vergüenza:

 

Es difícil expresar, en este contexto, el significado de una puerta que no cierra cuando debe, de una puerta que debería tener una cerradura para la llave que está en tu mano, de una puerta que no encaja ya en su quicio, o de otra que ha sido marcada por quien tiene en su poder todas las respuestas.

Ahí estaba Anna, una niña-araña con nombre humano y demasiado joven contemplando un aspa roja pintada sobre una puerta ante ella.

Sabía lo que quería decir y su madre, al arroparla por las noches la había estado preparando cada noche para esto: huir y buscar refugio.

“Bajo ningún concepto entres en casa, si ves algo así ve a casa de Umma, él te protegerá”.

Pues bien, ésta era la casa de Umma, que como la suya propia también había sido marcada.

Los humanos que aún no le habían dedicado miradas de asco, comenzaban a reparar en ella, suspicaces: llevaba demasiados segundos quieta observando esa puerta. Se puso en movimiento, sin embargo no sabía a dónde ir.

Los humanos reanudaron su ajetreo matinal. Su cerebro le dijo que se tomara unos minutos para llorar, notaba su pecho lleno de dolor y a punto de derrumbarse, esa máscara de serena indiferencia no aguantaría mucho, pero si iba a dejar que el miedo rompiera las grietas del bloqueo emocional, no debía ocurrir en público.

La habían educado para sobreponerse al miedo de las personas de mente estrecha, que embiste a todo cuanto es diferente.

Comenzó a caminar casualmente, sabía que junto al río, cerca del puente de la Basílica de las Estrellas, había una serie de sinuosos callejones poco transitados por gente que solía ocuparse de sus propios asuntos, y a veces del dinero de otros.

¿Se habrían llevado a su madre y a Umma al gueto del norte de la ciudad? ¿Los habrían llevado directamente al campamento de refugiados de Astora? Sabía que nadie volvía de allí. ¿Por qué los humanos habían entrado al barrio de los sastres? Ellos ni siquiera tenían dinero… ¿No era eso lo que buscaban, dinero? ¿Estaría viva su madre? ¿Estaría sufriendo? ¿Estaba ella sola? Quizás era una pregunta estúpida pero la respuesta vino a darle una puñalada de realidad en el corazón. La soledad, la certeza de la soledad, estaba tomando forma y ese rechazo al inhumano que tantas veces había sentido aparecía de nuevo, esta vez inevitable, ubicuo, palpable.

Ella no sabía casi nada de leyes, pero sí sabía que había nuevas leyes que significaban más separación, más violencia y más miedo.

Su vista perdió enfoque, se sentía ajena al mundo, la existencia cubría cada cosa allí a lo lejos…

¿…tás bien? alguien había estado diciendo cosas enfrente de ella.

Miró, un humano en su treintena, ya avanzada, le dirigía una mirada preocupada.

¿Estás bien? repitió él. ¿Te has perdido?

Fue entonces cuando rompió a llorar. Ella no quería, de verdad, pero la tristeza era el caudal de un río destrozando la presa de la supervivencia.

Ella tiritaba, no era frío, sino terror, él la abrazó. Pero Anna había dejado de estar allí de nuevo y tardó largos minutos en volver.

En algún momento se fijó en que la mano de él estaba ante su cara, sosteniendo un trozo de manzana, era para ella, la cogió.

Estaban sentados, mirando a la nada frente a ellos, él a lo concreto, ella a través.

Si una niña puede ser una criminal, sin duda todo está permitido. Se nos habla de una guerra en la que sólo un bando pone muertos y encarcelados bufó él con una sonrisa de incredulidad cínica, recordando la propaganda, después se quedó pensativo un rato, para soltar de pronto. ¿Alguna vez has pensado cuál es el peor insulto?

¿Hijo de puta? se aventuró ella, con la boca llena. Casi aprecía despreocupada.

Es potente, es patriarcal… sopesó él. Pero tal vez traidor sea el peor insulto, porque un traidor es aquél que ha puesto a la venta lo que daba significado a su propia vida.

Eso no se puede hacer dijo Anna.

¿Y eso? quiso saber el hombre.

Si alguien te miente, no quiere decir que seas tonto o que la otra persona sea distinta a lo que fue, espera… no entiendo lo que he dicho… Si alguien te miente… se ha aprovechado de tu… pensó un momento en la palabra adecuada. Tu honestidad. se decidió.

 ¿Te gusta leer?

Sí.

¿Puedes volver a tu casa?

No.

¿Tus padres están vivos?

Mis madres, y no.

¿Tienes a donde ir?

No.

La luz del sol descansaba sobre todas las cosas en aquel atardecer plateado de fines de invierno. A apenas daba calor, pero aun así se sentía como un regalo.

A Anna siempre le había gustado ver las partículas de polvo posándose sobre el escritorio de madera oscura que había al lado de la biblioteca de su casa. Sobre él había una ventana circular y los rayos de sol que se colaban a través eran el lienzo sobre el que se dibujaba el vaivén del espacio en calma.

Recordaba días largos de verano, días de soñar, aburrirse, leer, ver amigos y familia, no hacer nada.

Sus recuerdos zozobraron y se partieron al chocar en el presente.

Y las astillas de la memoria se le incrustaron en todo el cuerpo.

Tenemos que sacarte de aquí dijo él, mientras ella sollozaba de nuevo.

 

Unos minutos más tarde cogieron un tranvía: tenían que alcanzar las murallas de la ciudad y la salida que había sido más segura de cruzar, al menos durante los últimos meses, era la llamada de los mercaderes. Allí los guardias más codiciosos solían pedir un jugoso traslado a fin de custodiar de la forma más diligente posible las puertas, interrogar a los comerciantes, amén de examinar y, en caso de ser necesario, requisar mercancías que razonablemente hayan sido declaradas ilegales. O no hacerlo, por supuesto.

Me llamo Matteo le dijo a Anna cuando se sentaron.

Algunos humanos miraban a la niña-araña con suspicacia. Otros con miedo. Otros abiertamente con asco. Había un denominador común: sin duda, todos coincidían en el hecho de que no conocían a Anna.

Yo soy Anna.

El tranvía se detuvo inesperadamente, en medio de una calle, lejos de cualquier parada.

El conductor, un hombre afable, carraspeó y les invitó a que se bajaran.

No se dijo el por qué, porque lo obvio no hace falta reseñarlo cuando atenta contra las buenas maneras.

Toda esa gente de bien estaba esperando, algunos parecían tener prisa y estar molestos por la escena causada.

Es peligroso que una araña se suba en uno de éstos le sonrió a Anna una señora mayor, con la amabilidad de quien en el fondo está haciendo un favor. Anna la miró con desconfianza, ya conocía la palabra hipocresía.

Anna dijo Matteo mientras la ayudaba a bajarse del vehículo, no hay nada más terrible ni potencialmente cruel que un grupo de gente buena y convencida de que hace lo correcto.

 

Anduvieron durante largos minutos, ya estaban cerca de las murallas de la ciudad, y sin embargo había más oficiales que de costumbre. También los inquisidores habían hecho su aparición.

¡Eh, eh, usted! le gritó alguien a Matteo.

Él se giró, le hablaba un muchacho joven, vestido con esa gabardina negra que llevaban los oficiales. Hubiera aparentado ser una persona sencilla de no ser por el atuendo.

Su expresión de alerta cambió ligeramente, una cierta preocupación difícil de interpretar se abría paso.

Están reuniendo a esas bestias en el barrio de Charna, para evitar mayor degeneración les advirtió, clavando una mirada acerada contra Anna. Vengo con una patrulla miró hacia atrás, unos pasos se aproximaban.

Se dispusieron a correr, pero otros pasos se aproximaban por el otro lado.

A veces la vida es una cuestión de suerte dijo el muchacho, aproximándose a ellos, dispuesto a que la suya fuese buena. Lo siento.

Su patrulla se detuvo al verlos, sopesando la situación, evaluando los acontecimientos con cuidado.

La patrulla que tenían en frente contrastaba con este espíritu analítico: claramente estaban de fiesta y no parecían tener intención de que parara.

Se abrazaban, contaban chistes y se reían, algunos atronadoramente.

Uno de ellos vio a Anna, que trataba de hacerse chiquitita y esconderse tras Matteo. Tenía las patas curvadas hacia dentro, tenía miedo.

Su mirada imploraba paz.

El que la vio se empezó a reír, empezó a desenfundar, la culata apretada, la bala dispuesta.

Matteo, intentó decir algo.

Sólo es una niña… balbució. Seguramente no era inteligente, no era ningún mensaje lleno de astucia diplomática.

Era el oprimido apelando a la veleidosa magnanimidad del opresor.

Pero no había tiempo.

Matteo, tal vez de tener más claridad mental, le hubiese preguntado si creía que matar a una niña pequeña no sería uno de esos errores que cambian el curso de una operación militar, con la convicción que tiene un necio en que cualquier persona tiene a su vez principios o corazón.

Quizás perdió unos segundos vitales en pronunciar su ruego, pero se decidió.

El oficial no se detuvo y apuntó a Anna a la cabeza.

Las manos de Matteo se iluminaron con las llamas de su fuerza.

Era demasiado tarde.

El muchacho que había tratado de advertirles, otro mago, le disparó cerrando el puño una descarga eléctrica en el pecho que lo derribó y lo hizo convulsionar.

Escuchó un tiro.

Un tiro que le robó el sonido al resto del mundo.

Sobre ese estruendo negado fueron emergiendo unas risas de euforia genuina.

Los puñetazos y las patadas se abalanzaron sobre él.

Durante varios minutos.

Cuando se aburrieron también se aseguraron de que no sobreviviera.

No se preocupe, sargento, en seguida se llevarán los cuerpos y no tendrá que ver usted a estas alimañas muertas. Han ensuciado toda la acera.


Las puertas de la vergüenza © 2024 by Marta Roussel Perla is licensed under Attribution-NonCommercial 4.0 International 

miércoles, 31 de enero de 2024

Rape me, my friend

Rape me, my friend:


Cuando tu pareja te viola a veces tienes que fingir el orgasmo, para que acabe rápido.

Un amigo de mi pareja me decía: "SI TE DUELE, TE JODES".

Por supuesto, ni siquiera sabía que me estaban violando como tampoco supe que me estaban maltratando.

Ni siquiera cuando me obligaban a decir que yo era una persona distinta y peor, ni siquiera cuando estaba tirada en el suelo e intentaba cubrirme de las patadas que me daba en el pecho y la espalda.

 Los años de pesadilla ya pasaron y sin embargo hay algo que permanece: "SI TE DUELE, TE JODES".

 

lunes, 15 de mayo de 2023

Othercide

 “Imagination is only intelligence having fun. A healthy mind knows how to switch between worlds, and which one you need to eat and sleep in”.

TERRY PRATCHETT


Othercide:

 

            The worlds were like broken glass, shattered and blurry, but forming a perfect mirror during the night. It was then when sneaking between them was feasible and when heroes hunted down fearsome monsters, beasts and demons, crossing beyond the boundaries of reality.

            The night was the door and magic was the key.

 

            “You shouldn’t be here”, Alma stated, clambering over the battlements with her eight spider legs, adjusting those belts on her leather armour.

Tilman a chubby thirteen years old human child was hugging his knees, downcast, surrounded by papers full of doodles and written lines. He looked at her, trying to keep his tears.

She swifty covered the distance between them and hugged him tightly.

“Cry, Til, your tears mean your granny was important and we need to honour her memory letting your pain flow from your heart.”

She also let herself drop her burden off and some minutes later, when both of them were wiping away their tears, she told him:

“Do you want to show me what you have written?

He let an embarrassed smile slip away amid his blush and commented, a bit on the defensive, that he didn’t know yet what genre the story was going to be, nor what was he going to write about exactly, how would that all of that have any connection with his granny or even what aspects of her should he pay homage to, so they began speaking about life and death about memories and imagination.

 

Markus went on, exhausted, his back started aching some minutes ago and he had started panting some seconds ago.

            “Do you want to take a break?”, Hilda asked, leaning her weight on her staff, not trying to hide her own fatigue. She was ay younger than him but she was also a person accustomed to use spells to organise her desk or tying her shoelaces.

“Yes”, he said while dropping his heavy backpack on the floor, “I’m still trying to understand how a spider woman has been terrorising that village when there’s been no harm or damage done.”

“They’re dangerous”, Hilda said, squinting at him. “You know it very well, mages are dangerous too.”

“Yes, but the war is over, we won and we have most of those monsters confined in camps” Markus reasoned, “it makes no sense…”

“It is our duty to save and purify their souls”, Victor said, his voice made people shiver as much as the voice of any archon even when he was as young as Hilda, ”we must help them, put them away from that degenerate path and make them come closer to the path of the just. Our gods know an infinite compassion.

Markus didn’t miss that the purity of the path of the just was paved with the bodies of all of those whose salvation consisted on, basically, being dead.

 

“During the last year, she wasn’t even herself”, Tilman said, “or…was she…?”, he went on, pensively and bewildered, “but… often she wasn’t her, she didn’t who anybody else was and I wonder whether… did she know who she was?”

“You used a lot of pronouns there, Til, I got lost a bit”, Alma confessed, “I believe she did know who she was and even though she didn’t recognise us in the end, even when she didn’t know what our names were o who we were, she knew we were a safe place, that she could trust us, that she had not forgotten. She was never afraid when we were by her side. Plus, we can remember her for all those years of her stories making us laugh all night long.”

“Maybe this tale could consist of her traveling to a special place, where we all are, when she feels good… But I guess some action would be needed: maybe she could not remember which place was and everything is turned into stone, covered by fog and she has to speak with strange creatures, solving riddles and beating enemies by using her intelligence and wit. Do you think it’s a good idea?”, he wanted to know.

“Any idea is a good one if well developed”, she nodded—. Everybody says teenagers are too confident in whatever we say and, look, I don’t think so, and maybe I’m wrong because it seems that only because I lack experience, I am not allowed to pontificate anything, totally absurd, a lot of categorical statements were said by people who wasn’t even sober, I don’t know, but I do believe any idea is good for a tale provided it’s well developed”, the spider girl answered.

“Oh, yeah? What do you think about evil underwear as a concept?”, Tilman defied her.

“Forget what I’ve just said”

“The only bad point is, to write truly intelligent stuff, no tricks, one must be as intelligent as their characters and that would force me to train my imagination by writing, it’s a vicious circle, Alma.

“Train your imagination?”, she was curious.

“They say you learn better when you’re having fun and creativity makes your intelligence have fun. I’ve read it”, he firmly affirmed.

“Good point.”

 

“Is it here?”, Markus enquired.

The stopped before the overgrown ruins of a lonely tower upon a hill.

“There’s a portal here”, Hilda said, “it totally covers the watchtower and I can activate it.”

Some almost demolished spiral stairs in a very poor condition clang to the present as tight as they could, trying to climb the three stores the tower was divided in.

“Do you believe”, Hilda started to say, “we can cover more ground if each one of us goes to a different floor?”

“And how would the inquisitor defend himself, with his firm moral sense?”

“I took part in Kerala’s war.” Victor pointed out, “War uncovers and takes of that mask we have to wear in society. It frees us.

“Which is interesting because there’s who claim Kerala, far from being a war, was a massacre”, Markus commented.

“Only a good man is able to sacrifice who he is, what he believes in, in order to do what’s right”, the inquisitor answered.

“Justice is nothing else than a tale disguised as moral”, Markus replied in turn.

“That’s why what’s right must be one step ahead justice” Victor resolved.

“I’m concerned about them being able to escape” said the mage hunter, in an attempt to go back to the main topic.

“I would rather have this mission accomplished with zero casualties”, Markus claimed.

“However, you cannot disobey me”, Victor rehearsed the sweet smile of who holds the power and knows he can punish other at his discretion. Hilda and Markus turn towards him. “We will take separate ways: Markus, go to the third floor. Hilda, go to the second, when we have our positions secured, open the portal and send us to the other side.”

Hilda and Markus went to part their ways on the second floor.

“Do you truly believe this doesn’t make sense?”, the mage hunter probed.

“I’ve never been the sharpest knife in the drawer, but as I see it all those monsters were expelled to another plane of existence, they were blamed for breaking the mirror, even when they had no other way to flee, take shelter and seal the way they escaped from. And even when we have exterminated them here or we send them to the camps. And if they are still blamed for this world’s evil, but they’re not an agent of change in it anymore, there’s someone who is guilty but will be never judged. For sure this is not as simplistic as conflating legality with justice, for sure everything that happens is due to many causes I am not able to understand, of which nobody told me.

“You’re a demon hunter, why don’t you just be it? You’re good at it.”, she said, trying not to look haughty, she really thought it was a positive comment. But he didn’t understand it the same way:

“Because then I could believe I’m intelligent while I’m engaged in killing mages, being myself a mage, without wondering what will happen with me when all those other wizards that I have to kill run out.”, he reproached her.

“We are dismantling an oppressive system of power, perhaps you don’t remember Norvell pogroms.”

“Have you ever checked in history books; what kind of people carry out pogroms? You haven’t been in those concentration camps, right?”, he sharply interrogated, “I guess the world is much better now”, he cynically answered as he irritated went upstairs. He lately understood everything less and less and, of course, he didn’t comprehend anybody ready to ally with a power that ultimately would destroy them. But what did he know? He knew he was furious and he knew anger was a love letter to oneself before injustice.

Only a type of human being could punish another creature in order to win the fight of good against evil. Markus wondered where the hell that fight was and where he was within it.

“I’m in position!”, Markus yelled, unsheathed his sword and raised his shield.

“I’m opening the portal!”, Hilda responded.

 

“Fuck”, Markus mumbled, throwing his sword to the ground, silently shaking his head and giving up. The portal closed behind his back. Before him there was only a couple of children, one of them, human.

Alma had unsheathed her twin sword, with an embarrassed but genuine expression of defiance, now, however, she doubted.

Hilda went upstairs, preparing some kind of fire spell.

Nevertheless, the spell vanished between her hands.

“It cannot be!” she exclaimed in frustration after a couple of further attempts. She tried other hexes but there was no magic left within her, and to her incomprehension arrived and with incomprehension, fear.

A wave of tranquillity washed her fear away.

“I’m sorry”, Tilman apologised, while he paid the price for using his power and blood started flowing from the wound that was opening and crossing his right eye, rendering him blind as scar tissue began to cover that tearing just afterwards, “I don’t like entering people’s minds.”

“Will I recover my magic”, Hilda wanted to know, collapsing on the floor and frightened.

“No, I am truly sorry”, Tilman sentenced.

 

“Let’s get out of here, Hilda”, Markus asked, sheathing his sword after picking it up. Steps were heard slowly ascending the stone stairs, Alma hurried to cover up the stair’s opening with her web.

“How many of you are there?”, the spider girl hastily interrogated.

“There’s an inquisitor”, Hilda managed to say with a tiny voice about to break. She felt already broken either way, an important part of who she was, that shaped who she was, her very essence, her purpose, was gone.

“Take care of her”, Alma told Markus.

Tilman activated the portal, which opened again, dividing the tower by half.

“I don’t think Victor will cross the portal back without killing you first”, he clarified, helping Hilda to lean on him to go towards the portal.

“Then we can abandon him here”, Alma concluded, peeking over the battlements. “He probably has the portal on one side, my cobweb on the other, otherwise he will be trapped between two portals. By the way… he hasn’t any fire with him, right?”, she pensively questioned.

As an answer she heard the sound of some sort of glass jar breaking into pieces and immediately afterwards her web started burning.

“Markus, you are well aware of the sentence imposed for treason”, Victor reminded him with a perfectly calmed voice, “but I can still be magnanimous. We must eradicate the monster, pull the human out of it”, he shouted.

Two blades pierced his thorax, Alma had quickly covered the distance separating her from the inquisitor. She extracted her bloodstained swords off him and tried not to look that corpse slamming that stone floor turning red.

“Apparently he knew how to fight against unarmed people”, Markus confirmed casually. “I’m sorry”, he said after thinking for a moment, vaguely gesturing everything around him.

Hilda and Markus traversed the portal.

On both sides of it only wounded survivors were left.

“They should start living a bit”, Tilman pointed out. “That would let us live”.

“It must be terrible overcoming adolescence and still think there are people who are born in the wrong species or the wrong way, and they must be punished for that. A bad point about that reasoning is that, of course, if you thoroughly search, there’s always someone who is different enough from you and who can be hanged from a tree at the same time.”

 


 

Creative Commons Licence
Othercide by Marta Roussel Perla is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International License.
Based on a work at https://martarousselperla.blogspot.com/.

lunes, 10 de abril de 2023

A veces

A veces siento un amor que me desborda y lo desborda todo. No puedo predecir cuándo ocurrirá y nada puede prepararme para ello y aunque a veces va ligado al amor romántico y éste me ayude a recordarlo, no siempre es así. Simplemente aparece en mí.

Es tan grande que lo llena todo, me hundo y siento que mi corazón está a punto de estallar. Esta intensidad no me pertenece a mí, es más bien como si el mundo entero me abrazara y me mostrara la belleza encerrada en cada pequeño detalle y en cada segundo de existencia.
Y por algún motivo, aunque pueda parecer una especie de escapismo al contemplar todo aquello que nos rodea, tengo la impresión de que estoy atada a la realidad como si las mismas raíces del mundo fueran las mías propias.
En esos momentos todo es demasiado y no hay forma de poderlo contener, es como si yo desapareciera y sólo quedara esa riada de emoción. Y sólo puedo llorar y sentir felicidad. 🥰🥰🥰

viernes, 17 de marzo de 2023

Otricidio

“Imagination is only intelligence having fun. A healthy mind knows how to switch between worlds, and which one you need to eat and sleep in”.

TERRY PRATCHETT


Otricidio:

 

            Los mundos eran como cristales rotos, resquebrajados y borrosos que durante la noche formaran un espejo perfecto. Era entonces cuando deslizarse entre ellos era posible y era entonces cuando los héroes daban caza a temidos monstruos, fieras y demonios, cruzando más allá del límite de la realidad.

La noche era la puerta y la magia era la llave.

 

—No deberías estar aquí, es peligroso —aseveró Alma, trepando por encima de las almenas con sus ocho patas de araña, ajustándose las correas de su cota de cuero.

Tilman, un pequeño y rechoncho niño humano de trece años, se abrazaba a sus piernas, cabizbajo, con papeles alrededor llenos de dibujos y líneas escritas. La miró, tratando de contener sus lágrimas.

Ella cubrió rápidamente la distancia entre ellos y lo abrazó con fuerza.

—Llora, Til, tus lágrimas significan que la abuela era importante y hay que honrar su memoria dejando al dolor manar del corazón.

Ella también se dejó soltar la carga y unos minutos más tarde, ya ambos secándose las lágrimas, le dijo:

—¿Quieres enseñarme qué le has escrito?

            Él dejó escapar una sonrisa avergonzada entre el rubor y comentó, un poco a la defensiva, que aún no sabía en realidad de qué género iba a ser la historia, ni qué iba a ocurrir exactamente, ni cómo iba a tener aquello relación con la abuela o qué aspectos de ella debería homenajear siquiera, de modo que comenzaron a hablar acerca de la vida y la muerte, de los recuerdos y la imaginación.

 

            Markus avanzaba agotado, la espalda había comenzado a dolerle hace unos minutos y había empezado a jadear hacía unos segundos.

            —¿Quieres descansar? —preguntó Hilda, agotada, apoyando todo el peso de su cuerpo en su bastón y sin tratar de ocultar su propio cansancio. Era mucho más joven que él, pero también era una persona acostumbrada a usar conjuros para organizar su escritorio o atarse los cordones.

—Sí —dijo él arrojado su pesada mochila al suelo—, aún estoy intentando entender cómo una mujer araña ha “estado aterrorizando” la aldea sin que haya ningún herido ni absolutamente ningún desperfecto.

—Son peligrosas —dijo Hilda mirándole de soslayo—. Lo sabes de sobra, también lo son los magos.

—Sí, pero la guerra ha acabado, hemos ganado y tenemos a la mayoría de esos monstruos confinados en los campos —alegó Markus—, no tiene sentido…

—Es nuestro deber salvar y purificar sus almas —dijo Victor, su voz ya daba tantos escalofríos como la de cualquier arconte aun siendo él tan joven como Hilda—, debemos ayudarles, alejarles de ese sendero degenerado y acercarles al camino de los justos. Nuestros dioses conocen una compasión sin límites.

A Markus no se le escapaba que la pureza del camino de los justos estaba adoquinada con los cuerpos de todos aquellos cuya salvación consistía en, básicamente, estar muertos.

 

—El último año ni siquiera era ella —decía Tilman—, o… sí —siguió, pensativo y extrañado—, pero… muchas veces no era ella, no sabía quién era nadie y me pregunto si… ¿sabía ella misma quién era… ella?

—Has usado demasiados pronombres, Til, me he perdido un poco —le confesó Alma—. Yo creo que sí sabía quién era y aunque no nos reconociera ya al final, aunque no supiera inmediatamente nuestros nombres o quiénes éramos, sí sabía que éramos un lugar seguro, que podía confiar en todos nosotros, eso no lo había olvidado. Nunca tenía miedo cuando estábamos con ella. Además, podemos recordarla por todos los años en los que sus historias nos hacían reír toda la noche.

—A lo mejor el relato podría consistir en ella viajando a un lugar especial, donde estamos todos, donde se siente bien… Aunque supongo que tendría que haber algo de acción: quizás podría no recordar qué lugar era y todo está convertido en piedra y cubierto de niebla y ella tiene que hablar con extrañas criaturas, resolviendo acertijos y venciendo a enemigos a base de inteligencia y rapidez mental. ¿Crees que es una buena idea? —quiso saber Tilman.

—Cualquier idea es buena siempre que se desarrolle bien —asintió ella. Todo el mundo dice que los adolescentes tenemos demasiada seguridad en lo que decimos y, mira, no me lo parece, y quizás me equivoco porque parece ser por lo visto que sólo por carecer de experiencia ya no puedo pontificar nada, un total absurdo, muchas frases categóricas las ha dicho gente que obviamente ni siquiera estaba sobria, yo qué sé, pero creo que cualquier idea es buena para un relato siempre que se desarrolle bien —le respondió la chica-araña.

—¿Sí? ¿Qué opinas de unos calzoncillos malvados como concepto? —la retó Tilman.

—Olvida lo que he dicho.

—Lo único malo es que, para escribir cosas verdaderamente inteligentes, sin hacer trampas, uno tiene que ser tan inteligente como sus personajes y eso me obligaría a darle caña a mi imaginación escribiendo, es un círculo vicioso, Alma.

—¿Darle caña a tu imaginación? —curioseó ella.

—Dicen que aprendes mejor cuando te diviertes y la creatividad hace que la inteligencia se divierta. Lo he leído —aseveró él con rotundidad.

—Bien visto.

 

—¿Es aquí? —inquirió Marukus.

Se detuvieron ante las ruinas de una torre solitaria sobre una colina, cubiertas por la maleza.

—Aquí hay un portal —dijo Hilda— cubre la atalaya por completo y puedo activarlo.

Unas escaleras de caracol en muy mal estado, semi derruidas, se aferraban al presente como podían, tratando de escalar los tres pisos en los que se dividía la torre.

—¿Crees —comenzó Hilda a decir— que podemos cubrir más terreno si cada uno vamos a un piso diferente?

—¿Y con qué iba el inquisidor a defenderse, con su firme sentido de la moral?

—Participé en la guerra de Kerala —puntualizó Victor—. La guerra nos descubre, nos quita la máscara que tenemos que llevar puesta en sociedad. Nos libera.

—Lo cual es interesante porque hay quien dice que Kerala, lejos de ser una guerra, fue una masacre —comentó Markus.

—Sólo un hombre bueno es capaz de sacrificar quien es, en qué cree, para hacer lo correcto —respondió el inquisidor.

—La justicia no es más que relato disfrazado de moral —dijo Markus a su vez.

—Por eso lo correcto debe ir un paso por delante de la justicia —zanjó Victor.

—Me preocupa que puedan escapar —dijo la cazadora de magos, intentando volver sobre la conversación.

—Prefiero que esta misión se salde sin ninguna baja —aseguró Markus.

—Y sin embargo no puedes desobedecerme —Victor ensayó la sonrisa dulce de quien detenta la autoridad y sabe que puede castigar a otros a su discreción. Hilda y Markus se giraron hacia él—. Nos separaremos: Markus, sube al tercer piso, Hilda, ve al segundo, cuando tengamos nuestras posiciones aseguradas, abre el portal y envíanos al otro lado.

Hilda y Markus se fueron a despedir en el segundo piso.

—¿Realmente piensas que esto no tiene sentido? —quiso saber la cazadora de magos.

—Nunca he sido el cuchillo más afilado del cajón, pero tal y como yo lo veo todos esos monstruos han sido expulsados a otro plano de existencia, se les culpó de romper el espejo a pesar de que no tenían otra salida que huir, refugiarse y sellar el camino por el que escapaban. Y aunque aquí los hemos exterminado o enviamos a los que quedan a los campos, aún se les culpa de los males de este mundo y cruzamos entre planos para seguir con la matanza. Y si se les culpa de los males de este mundo, pero ellos ya no son un agente de cambio en él, hay alguien que sí es culpable y que nunca será juzgado. Seguro que esto es tan simplista como confundir legalidad y justicia, seguro que todo lo que ocurre se debe a muchas causas que no logro entender, de las que nadie me ha hablado.

—Eres un cazador de demonios, ¿por qué no te limitas a serlo? Eres bueno haciéndolo —dijo ella, intentando no parecer altiva, realmente pensaba que era un comentario positivo. Pero él no lo entendió de ese modo:

—Porque entonces podría creerme inteligente mientras me dedico a asesinar magos, siendo yo un mago y sin preguntarme qué pasará conmigo cuando todos esos hechiceros que tengo que matar se acaben —le reprochó él.

—Estamos desmantelando un sistema de poder opresivo, tal vez no recuerdas los pogromos de la época Norvell.

—¿Alguna vez has ojeado en un libro de historia qué clase de gente lleva a cabo pogromos? ¿Nunca has estado en los campos de concentración, verdad? —interrogó él, cortante—. Supongo que el mundo es mucho mejor ahora —respondió con cinismo mientras se marchaba irritado en su ascenso por las escaleras. Últimamente entendía cada vez menos las cosas, y desde luego no comprendía que alguien se aliase con un poder que en última instancia le iba a destruir. ¿Pero qué sabía él? Sabía que estaba furioso y sabía que la ira es una carta de amor a uno mismo ante la injusticia.

Sólo un tipo de humano podía castigar a otra criatura para vencer en la lucha del bien contra el mal. Markus se preguntaba dónde demonios quedaba esa lucha y, sobre todo, dónde demonios se encontraba él en esa lucha.

—¡Ya estoy en posición! —gritó Markus desenvainando su espada, con su escudo en ristre.

—¡Abro el portal! —respondió Hilda.

 

—Mierda —masculló Markus arrojando su espada al suelo, negando con la cabeza en silencio y dándose por vencido. El portal se cerró a sus espaldas. Ante él sólo había un par de críos, uno de ellos, humano.

Alma había desenvainado dos espadas, con una expresión de desafío genuina pero algo avergonzada, ahora sin embargo dudaba.

Hilda subió por las escaleras, preparando alguna clase de hechizo de fuego.

No obstante, el hechizo se desvaneció de entre sus manos.

—¡No puede ser! —exclamó frustrada, tras intentarlo de nuevo un par de veces. Trató de utilizar otros conjuros, pero no había magia en su interior y llegó a ella la incomprensión y con la incomprensión, el miedo.

Una ola de calma se llevó todo su temor.

—Lo siento —se lamentó Tilman, mientras pagaba el precio por usar su poder y la sangre comenzaba a manar de la herida que comenzaba a cruzar su ojo derecho, dejándolo tuerto, y una cicatriz comenzaba justo después a cubrir el desgarro—, no me gusta meterme en la mente de la gente.

—¿Recuperaré mi magia? —quiso saber Hilda aterrorizada, desplomándose en el suelo.

—No, lo siento mucho —sentenció Tilman.

—Vámonos de aquí, Hilda —pidió Markus envainando su espada después de recogerla.

Se escucharon unos pasos ascendiendo pausadamente por los escalones de piedra, Alma se apresuró a cubrir la apertura que daba paso a las escaleras con su tela.

—¿Cuántos sois? —interrogó, apresurada, la chica-araña.

—Hay un inquisidor —consiguió decir Hilda en un hilo de voz, parecía a punto de romperse. Se sentía ya rota en cualquier caso, una parte importante de lo que era, que daba forma a quien era, su misma esencia, su propósito, había desaparecido.

—Cuida de ella —le dijo Alma a Markus.

Tilman activó el portal, que volvió a abrirse, separando la torre en dos mitades.

—No creo que Victor cruce el portal sin haberos dado muerte —aclaró Markus, ayudando a Hilda a que se apoyara en él para dirigirse al portal.

—Entonces podemos abandonarle aquí —concluyó Alma, asomándose por las almenas—. Seguramente tiene la tela a un lado y al otro el portal, o si no estará atrapado entre dos portales. Esto… ¿No tendrá fuego? —quiso saber pensativa.

En respuesta a su pregunta escuchó el sonido de alguna clase de frasco de cristal haciéndose añicos e inmediatamente su tela de araña comenzó a arder.

—Markus, conoces la pena impuesta por traición —le recordó Victor con una voz en perfecta calma—, pero aún puedo ser magnánimo. Debemos erradicar al monstruo, arrancar de él al humano —exclamó.

Dos espadas atravesaron su tórax, Alma había cubierto con suma rapidez la distancia que le separaba con el inquisidor. Extrajo de él las hojas ensangrentadas e intentó no mirar a ese cadáver que golpeaba secamente contra el suelo de piedra machado de rojo.

—Se conoce que sabía pelear contra gente desarmada —afirmó Markus con aire casual—. Lo siento —dijo después, tras pensarlo unos instantes, haciendo un gesto vago como si quisiera señalar a todo cuanto les rodeaba.

Hilda y Markus cruzaron el portal.

A cada lado del mismo sólo había supervivientes llenos de heridas.

—Deberían empezar a vivir un poco —señaló Tilman—. Nos dejaría vivir a nosotros.

—Debe de ser terrible superar la adolescencia y aún así pensar que hay gente que nace en la especie equivocada o de la forma equivocada, y que deben ser castigados por ello. Lo malo de ese razonamiento es que, por supuesto, si buscas bien, siempre hay alguien que es lo suficientemente diferente por un lado y que, por otro, también se puede ahorcar de un árbol.

 


 


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