“Imagination
is only intelligence having fun. A healthy mind knows how to switch between
worlds, and which one you need to eat and sleep in”.
TERRY PRATCHETT
Otricidio:
Los
mundos eran como cristales rotos, resquebrajados y borrosos que durante la
noche formaran un espejo perfecto. Era entonces cuando deslizarse entre ellos era
posible y era entonces cuando los héroes daban caza a temidos monstruos, fieras
y demonios, cruzando más allá del límite de la realidad.
La noche era la puerta y la magia
era la llave.
—No deberías estar aquí, es
peligroso —aseveró Alma, trepando por encima de las almenas con sus ocho patas
de araña, ajustándose las correas de su cota de cuero.
Tilman, un pequeño y rechoncho
niño humano de trece años, se abrazaba a sus piernas, cabizbajo, con papeles
alrededor llenos de dibujos y líneas escritas. La miró, tratando de contener
sus lágrimas.
Ella cubrió rápidamente la
distancia entre ellos y lo abrazó con fuerza.
—Llora, Til, tus lágrimas
significan que la abuela era importante y hay que honrar su memoria dejando al
dolor manar del corazón.
Ella también se dejó soltar la
carga y unos minutos más tarde, ya ambos secándose las lágrimas, le dijo:
—¿Quieres enseñarme qué le has
escrito?
Él dejó
escapar una sonrisa avergonzada entre el rubor y comentó, un poco a la
defensiva, que aún no sabía en realidad de qué género iba a ser la historia, ni
qué iba a ocurrir exactamente, ni cómo iba a tener aquello relación con la
abuela o qué aspectos de ella debería homenajear siquiera, de modo que
comenzaron a hablar acerca de la vida y la muerte, de los recuerdos y la
imaginación.
Markus avanzaba
agotado, la espalda había comenzado a dolerle hace unos minutos y había
empezado a jadear hacía unos segundos.
—¿Quieres
descansar? —preguntó Hilda, agotada, apoyando todo el peso de su cuerpo en su
bastón y sin tratar de ocultar su propio cansancio. Era mucho más joven que él,
pero también era una persona acostumbrada a usar conjuros para organizar su
escritorio o atarse los cordones.
—Sí —dijo él arrojado su pesada
mochila al suelo—, aún estoy intentando entender cómo una mujer araña ha “estado
aterrorizando” la aldea sin que haya ningún herido ni absolutamente ningún
desperfecto.
—Son peligrosas —dijo Hilda mirándole
de soslayo—. Lo sabes de sobra, también lo son los magos.
—Sí, pero la guerra ha acabado,
hemos ganado y tenemos a la mayoría de esos monstruos confinados en los campos
—alegó Markus—, no tiene sentido…
—Es nuestro deber salvar y
purificar sus almas —dijo Victor, su voz ya daba tantos escalofríos como la de cualquier
arconte aun siendo él tan joven como Hilda—, debemos ayudarles, alejarles de
ese sendero degenerado y acercarles al camino de los justos. Nuestros dioses
conocen una compasión sin límites.
A Markus no se le escapaba que la
pureza del camino de los justos estaba adoquinada con los cuerpos de todos
aquellos cuya salvación consistía en, básicamente, estar muertos.
—El último año ni siquiera era
ella —decía Tilman—, o… sí —siguió, pensativo y extrañado—, pero… muchas veces
no era ella, no sabía quién era nadie y me pregunto si… ¿sabía ella misma quién
era… ella?
—Has usado demasiados pronombres,
Til, me he perdido un poco —le confesó Alma—. Yo creo que sí sabía quién era y
aunque no nos reconociera ya al final, aunque no supiera inmediatamente
nuestros nombres o quiénes éramos, sí sabía que éramos un lugar seguro, que
podía confiar en todos nosotros, eso no lo había olvidado. Nunca tenía miedo
cuando estábamos con ella. Además, podemos recordarla por todos los años en los
que sus historias nos hacían reír toda la noche.
—A lo mejor el relato podría
consistir en ella viajando a un lugar especial, donde estamos todos, donde se
siente bien… Aunque supongo que tendría que haber algo de acción: quizás podría
no recordar qué lugar era y todo está convertido en piedra y cubierto de niebla
y ella tiene que hablar con extrañas criaturas, resolviendo acertijos y
venciendo a enemigos a base de inteligencia y rapidez mental. ¿Crees que es una
buena idea? —quiso saber Tilman.
—Cualquier idea es buena siempre que se desarrolle bien —asintió ella—. Todo el mundo dice que los adolescentes tenemos demasiada seguridad en lo que decimos y, mira, no me lo parece, y quizás me equivoco porque parece ser por lo visto que sólo por carecer de experiencia ya no puedo pontificar nada, un total absurdo, muchas frases categóricas las ha dicho gente que obviamente ni siquiera estaba sobria, yo qué sé, pero creo que cualquier idea es buena para un relato siempre que se desarrolle bien —le respondió la chica-araña.
—¿Sí? ¿Qué opinas de unos
calzoncillos malvados como concepto? —la retó Tilman.
—Olvida lo que he dicho.
—Lo único malo es que, para
escribir cosas verdaderamente inteligentes, sin hacer trampas, uno tiene que
ser tan inteligente como sus personajes y eso me obligaría a darle caña a mi
imaginación escribiendo, es un círculo vicioso, Alma.
—¿Darle caña a tu imaginación?
—curioseó ella.
—Dicen que aprendes mejor cuando
te diviertes y la creatividad hace que la inteligencia se divierta. Lo he leído
—aseveró él con rotundidad.
—Bien visto.
—¿Es aquí? —inquirió Marukus.
Se detuvieron ante las ruinas de
una torre solitaria sobre una colina, cubiertas por la maleza.
—Aquí hay un portal —dijo Hilda—
cubre la atalaya por completo y puedo activarlo.
Unas escaleras de caracol en muy
mal estado, semi derruidas, se aferraban al presente como podían, tratando de
escalar los tres pisos en los que se dividía la torre.
—¿Crees —comenzó Hilda a decir—
que podemos cubrir más terreno si cada uno vamos a un piso diferente?
—¿Y con qué iba el inquisidor a
defenderse, con su firme sentido de la moral?
—Participé en la guerra de Kerala
—puntualizó Victor—. La guerra nos descubre, nos quita la máscara que tenemos
que llevar puesta en sociedad. Nos libera.
—Lo cual es interesante porque
hay quien dice que Kerala, lejos de ser una guerra, fue una masacre —comentó
Markus.
—Sólo un hombre bueno es capaz de
sacrificar quien es, en qué cree, para hacer lo correcto —respondió el
inquisidor.
—La justicia no es más que relato
disfrazado de moral —dijo Markus a su vez.
—Por eso lo correcto debe ir un
paso por delante de la justicia —zanjó Victor.
—Me preocupa que puedan escapar
—dijo la cazadora de magos, intentando volver sobre la conversación.
—Prefiero que esta misión se
salde sin ninguna baja —aseguró Markus.
—Y sin embargo no puedes
desobedecerme —Victor ensayó la sonrisa dulce de quien detenta la autoridad y
sabe que puede castigar a otros a su discreción. Hilda y Markus se giraron
hacia él—. Nos separaremos: Markus, sube al tercer piso, Hilda, ve al segundo,
cuando tengamos nuestras posiciones aseguradas, abre el portal y envíanos al
otro lado.
Hilda y Markus se fueron a
despedir en el segundo piso.
—¿Realmente piensas que esto no
tiene sentido? —quiso saber la cazadora de magos.
—Nunca he sido el cuchillo más
afilado del cajón, pero tal y como yo lo veo todos esos monstruos han sido
expulsados a otro plano de existencia, se les culpó de romper el espejo a pesar
de que no tenían otra salida que huir, refugiarse y sellar el camino por el que
escapaban. Y aunque aquí los hemos exterminado o enviamos a los que quedan a
los campos, aún se les culpa de los males de este mundo y cruzamos entre planos
para seguir con la matanza. Y si se les culpa de los males de este mundo, pero
ellos ya no son un agente de cambio en él, hay alguien que sí es culpable y que
nunca será juzgado. Seguro que esto es tan simplista como confundir legalidad y
justicia, seguro que todo lo que ocurre se debe a muchas causas que no logro
entender, de las que nadie me ha hablado.
—Eres un cazador de demonios,
¿por qué no te limitas a serlo? Eres bueno haciéndolo —dijo ella, intentando no
parecer altiva, realmente pensaba que era un comentario positivo. Pero él no lo entendió
de ese modo:
—Porque entonces podría creerme
inteligente mientras me dedico a asesinar magos, siendo yo un mago y sin
preguntarme qué pasará conmigo cuando todos esos hechiceros que tengo que matar
se acaben —le reprochó él.
—Estamos desmantelando un sistema
de poder opresivo, tal vez no recuerdas los pogromos de la época Norvell.
—¿Alguna vez has ojeado en un
libro de historia qué clase de gente lleva a cabo pogromos? ¿Nunca has estado
en los campos de concentración, verdad? —interrogó él, cortante—. Supongo que
el mundo es mucho mejor ahora —respondió con cinismo mientras se marchaba irritado
en su ascenso por las escaleras. Últimamente entendía cada vez menos las cosas,
y desde luego no comprendía que alguien se aliase con un poder que en última
instancia le iba a destruir. ¿Pero qué sabía él? Sabía que estaba furioso y
sabía que la ira es una carta de amor a uno mismo ante la injusticia.
Sólo un tipo de humano podía castigar
a otra criatura para vencer en la lucha del bien contra el mal. Markus se
preguntaba dónde demonios quedaba esa lucha y, sobre todo, dónde demonios se
encontraba él en esa lucha.
—¡Ya estoy en posición! —gritó
Markus desenvainando su espada, con su escudo en ristre.
—¡Abro el portal! —respondió
Hilda.
—Mierda —masculló Markus arrojando su
espada al suelo, negando con la cabeza en silencio y dándose por vencido. El
portal se cerró a sus espaldas. Ante él sólo había un par de críos, uno de
ellos, humano.
Alma había desenvainado dos
espadas, con una expresión de desafío genuina pero algo avergonzada, ahora sin
embargo dudaba.
Hilda subió por las escaleras,
preparando alguna clase de hechizo de fuego.
No obstante, el hechizo se
desvaneció de entre sus manos.
—¡No puede ser! —exclamó
frustrada, tras intentarlo de nuevo un par de veces. Trató de utilizar otros
conjuros, pero no había magia en su interior y llegó a ella la incomprensión y
con la incomprensión, el miedo.
Una ola de calma se llevó todo su
temor.
—Lo siento —se lamentó Tilman,
mientras pagaba el precio por usar su poder y la sangre comenzaba a manar de la
herida que comenzaba a cruzar su ojo derecho, dejándolo tuerto, y una cicatriz
comenzaba justo después a cubrir el desgarro—, no me gusta meterme en la mente
de la gente.
—¿Recuperaré mi magia? —quiso
saber Hilda aterrorizada, desplomándose en el suelo.
—No, lo siento mucho —sentenció
Tilman.
—Vámonos de aquí, Hilda —pidió
Markus envainando su espada después de recogerla.
Se escucharon unos pasos
ascendiendo pausadamente por los escalones de piedra, Alma se apresuró a cubrir
la apertura que daba paso a las escaleras con su tela.
—¿Cuántos sois? —interrogó,
apresurada, la chica-araña.
—Hay un inquisidor —consiguió
decir Hilda en un hilo de voz, parecía a punto de romperse. Se sentía ya rota
en cualquier caso, una parte importante de lo que era, que daba forma a quien
era, su misma esencia, su propósito, había desaparecido.
—Cuida de ella —le dijo Alma a
Markus.
Tilman activó el portal, que
volvió a abrirse, separando la torre en dos mitades.
—No creo que Victor cruce el
portal sin haberos dado muerte —aclaró Markus, ayudando a Hilda a que se
apoyara en él para dirigirse al portal.
—Entonces podemos abandonarle
aquí —concluyó Alma, asomándose por las almenas—. Seguramente tiene la tela a
un lado y al otro el portal, o si no estará atrapado entre dos portales. Esto…
¿No tendrá fuego? —quiso saber pensativa.
En respuesta a su pregunta
escuchó el sonido de alguna clase de frasco de cristal haciéndose añicos e inmediatamente su
tela de araña comenzó a arder.
—Markus, conoces la pena impuesta
por traición —le recordó Victor con una voz en perfecta calma—, pero aún puedo
ser magnánimo. Debemos erradicar al monstruo, arrancar de él al humano —exclamó.
Dos espadas atravesaron su tórax,
Alma había cubierto con suma rapidez la distancia que le separaba con el
inquisidor. Extrajo de él las hojas ensangrentadas e intentó no mirar a ese
cadáver que golpeaba secamente contra el suelo de piedra machado de rojo.
—Se conoce que sabía pelear
contra gente desarmada —afirmó Markus con aire casual—. Lo siento —dijo después,
tras pensarlo unos instantes, haciendo un gesto vago como si quisiera señalar a
todo cuanto les rodeaba.
Hilda y Markus cruzaron el
portal.
A cada lado del mismo sólo había
supervivientes llenos de heridas.
—Deberían empezar a vivir un poco
—señaló Tilman—. Nos dejaría vivir a nosotros.
—Debe de ser terrible superar la adolescencia
y aún así pensar que hay gente que nace en la especie equivocada o de la forma
equivocada, y que deben ser castigados por ello. Lo malo de ese razonamiento es
que, por supuesto, si buscas bien, siempre hay alguien que es lo
suficientemente diferente por un lado y que, por otro, también se puede ahorcar
de un árbol.

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