No, caballeras y caballeros, no se alarmen, mi cerebro es bastante más inteligente que yo.

viernes, 14 de febrero de 2014

Sangre de demonio

A Iñaki, porque no dedicarle esto probablemente supondría que el universo se replegara sobre sí mismo o algo…

Sangre de demonio:

            Ellos siempre habían dormido plácidamente en primavera.
Hubo una semana en la que el pequeño Shinta tuvo pesadillas y ella le pidió a su padre, señor de la aldea de K… situada en tierras del clan de los Toyotomi, que le acogiesen en su casa aunque aún fuera invierno. Pero Shinta ya tenía once años y sus pesadillas infantiles hacía mucho que se habían desvanecido en el olvido.
La joven Haruko había cumplido diecisiete años aquella semana y paseaba bajo los cerezos en flor junto a él, bajando el curso del río. Hablaban sobre la madre de Haruko, la cual era en realidad un diablo rokurokubi que se hacía llamar Annaka Itsuki, casada con un samurái para el cual las normas no significaban mucho y que no temía a los demonios.
Shinta y Haruko caminaban bajo los pétalos rosados, siguiendo el sendero junto a los meandros del río y su fluir.
–¿Tu madre se ha comido alguna vez a alguien? –preguntó Shinta.
–Ha vivido mucho, desde mucho antes que mi padre –respondió Haruko.
Siguieron andando.
–Ta-kun –interpeló ella–, ¿te preocupa la sangre de demonio que corre en mi interior? –quiso saber Haruko sorprendida.
–No –respondió él, que gracias a ella no temía a ninguna criatura.
Eran amigos desde que Shinta tenía memoria y estaban prometidos.
Su padre le dijo un día de fiesta en la aldea de K… a Haruko –que por entonces contaba apenas trece años– que podría casarse con quien quisiera. El mercado, iluminado por faroles y luciérnagas cantaba y bailaba. Ella dijo “Shinta”, aguardó unos instantes, “pero él debe estar de acuerdo” sentenció y su madre le dijo a Haruko que hablara con el pequeño y que cuando lo deseara ella misma se presentaría en casa de la familia de Shinta –amigos también de la familia Annaka y tolerantes con sus extravagantes maneras– y tendría una conversación con sus padres.
Sin duda los Annaka no eran como el resto de familias.
–Si no hubiera demonios, ¿cómo podría haber dioses? –preguntó Haruko observando el río bajo los cerezos, quieta como la superficie de un estanque.
–¿Qué son los dioses? –inquirió Shinta deteniéndose–. El río, las piedras... –se respondió a sí mismo pensativo, como si el resto de palabras que había en el mundo fuesen sólo un sueño atrapado antes del amanecer.
–Los dioses son demonios –le dijo Haruko decidida, dándole un beso en la mejilla, sincero, sencillo.
La sonrisa de Shinta viajaba feliz en medio de su rubor.
Reanudaron la marcha por la orilla del río y el camino se bifurcó, internándose en el bosque, siguiendo un nuevo curso bajo innumerables toriide color rojo, en silencio.
Siempre hablaban. Solían hablar durante horas cada día y eso jamás había cambiado en años al contrario de lo que parecía que la vida ofrecía, pero también era cierto que se sentían cómodos en ese silencio que –aunque fuera en raras ocasiones– creaban juntos.
Haruko estaba dispuesta a ser el acero que defendiera a Shinta de todos los demonios, pero sabía que el pequeño necesitaba sabiduría para comprender aún, para luchar por sí mismo, porque nadie debía salvar a nadie. Por otro lado no había nadie como Shinta, Haruko lo sabía y no era tan tonta como para renunciar a él. Él tenía una mente libre, hasta tal punto que casi parecía de su propia e indómita familia. Era joven, sí, pero ya era único.
–Tú me tratas como a una persona, Shinta, no como a una mujer… –comenzó a decir Haruko para detenerse de pronto, observar lo que le mostraba el bosque y comenzar a correr.
Shinta se detuvo desconcertado, hacía tiempo que había dejado de pensar que Haruko desperdiciaba las palabras –como tanta gente le había insistido– y que, tras la obviedad, al escucharla uno podía sumergirse en la más sencilla sabiduría. Y pese a todo no podía evitar sentirse confuso cuando la escuchaba, porque ella tampoco le trataba como a un hombre ni como a un niño, y la escuchaba como si desenvolviera un regalo.
Salió de su estupor y se echó a correr.
Haruko observaba el pequeño templo sintoísta que se hallaba a las afueras de la aldea de T… el sacerdote Heihachi y su ayudante Sakura estaban muertos. Desde fuera se podían apreciar rastros de sangre que habían teñido las paredes en el interior del edificio. Shinta llegó junto a ella.
–¿Habrán sido demonios? –interrogó él considerando el sacrosanto lugar mancillado.
–Los demonios nacen del miedo, de los espíritus perdidos de los hombres débiles, sin ellos no habría hombres fuertes… –comentó Haruko, guardándose el final de la frase para sí “…hombres fuertes como tú”.
La samurái se dirigió al interior del templo, cuidando de no rozar la sangre ni los cadáveres de que manaba, llevando automáticamente la mano a su katana mientras su dedo pulgar la retiraba de la vaina, sólo un ápice, al tiempo que la otra mano se asentaba, apoyada con una cauta suavidad sobre el puño de su espada. Una vez dentro se cercioró de que el templo estaba vacío y relajó su postura. Después se acuclilló y tocó el suelo con la mano conjurando los poderes prohibidos que se escondían en ella.
Sintió la energía palpitando con suavidad en su cabeza, como una corriente cálida tras las orejas, y cerró los ojos para ver.
Vislumbró entre ráfagas de imágenes la figura de un hombre empuñando una katana por un segundo, después un fugaz rostro acerado, el brillo del metal al amanecer, gotas carmesíes salpicando la madera y el papel.
–No ha sido un demonio, Ta-kun –le informó Haruko–. Ha sido un guerrero.
–Tenemos que ir a T… –afirmó Shinta, que ahora se veía más resuelto.

Atravesaron el bosque y llegaron a la aldea de T…, más allá de las tierras de su padre. Era un nido de cuervos alrededor de un pozo de piedra y casas vacías y muertas. Los cadáveres estaban siendo devorados por las plumas negras en el interior de los hogares, en los umbrales de las puertas, uno incluso estaba tendido en medio de la calle y había otro apoyado en la piedra del pozo. Shinta contempló aquel cementerio sin ocultar el asombro que sentía.
–Tú, ¿quién eres?, responde –ordenó Shinta al reparar en que el que estaba junto al pozo era un hombre vivo aunque en sus ojos se hubiese desvanecido todo brillo.
–Mi nombre es Kanaa, ya sabéis quién soy –respondió el hombre arrodillándose ante ellos. Llevaba una espada y unas pobres ropas de viaje desgastadas, estaba mal afeitado y muy sucio.
–¿Has matado tú a todas estas personas? –le interrogó Shinta.
–No. Cuando he llegado ya estaban muertos –Haruko creía que decía la verdad, al menos no era el hombre aparecido en sus visiones.
–¿Por qué no te has marchado? –siguió Shinta.
–Porque he venido a esta aldea desde tierras lejanas.
–Eres de Ryukyu, ¿verdad? –intervino Haruko–. Tienes un fuerte acento y tu nombre es extraño.
–Será mejor que os marchéis –repuso el hombre.
–Soy Annaka Haruko, hija de Annaka Ishinari, mi padre luchó en la batalla de Nagashino, en el bando de Oda Nobunaga –dijo Haruko–, y no veo por qué habría de abandonar este lugar si no fuera más que por los dictados de mi espíritu.
El hombre se alzó, era más alto de lo que parecía y se agitaba turbado.
–Sin duda habéis venido aquí buscando la muerte –dedujo Haruko. Cualquier otro samurái ya le hubiese cortado la cabeza.
–No atacáis –reflexionó el hombre, pronunciando sus pensamientos en voz alta–. Pero la muerte ya me ha encontrado.
–Explícate –dijo Shinta.
–Efectivamente –comenzó a decir Kanaa– soy de Ryukyu pero me casé con una japonesa y fui a vivir a su aldea. El hijo del daikan de la aldea y unos samurái entraron en mi casa una tarde y se llevaron a mi esposa, no pude impedirlo –aunque hasta ese momento Kanaa había mantenido la vista desviada al suelo, les miró–. Al día siguiente volvió el hijo del gobernador, en esta ocasión solo, y la tomó allí mismo, delante de mí y ante mis hijos –Haruko envolvió la mano de Shinta en una caricia y le cubrió con sus brazos, con un cariño que disipaba la impresión, Kanaa prosiguió su relato–. Yo le clavé un cuchillo en la sien. Cogí su espada y me marché pensando que quizás perdonarían a mi familia. Huyendo llegué hasta estas tierras, muy al norte, y hace unas horas he escuchado rumores de que un hombre de Ryukyu había masacrado una aldea después de matar al hijo de un importante daikan. He venido porque mi destino me espera y mi familia está muerta. No puedo seguir segando las vidas de los inocentes.
–¿Por qué no regresaste a tu hogar en el reino de Ryukyu? ¿Por qué robaste una katana? –quiso saber Shinta. Haruko posó su mano en el pecho de Shinta, pidiéndole silencio para aquel hombre destrozado.
El bosque se onduló en una reverencia a la brisa de la tarde.
–Sólo he visto esos ojos –comenzó a decir Haruko– en una cabeza cortada y sólo he visto ese corazón en un niño –esperó uno instantes–. ¿Deseas que te mate y te ahorre la tortura a la que te verás sometido cuando seas capturado?
Kanaa sopesó la cuestión.
–No es justo que también cargues con eso –añadió Haruko con convicción.
–¿Sois dioses? –inquirió de repente el hombre de Ryukyu, desbordado por aquella consideración hacia su persona.
–Como tú –repuso Shinta.
–Hacedlo pues.
Haruko se preparó alzando los brazos.
Descendieron en un movimiento exacto.
La cabeza cayó con un sonido apagado y rojo.
–¿Sabemos lo que es justo, Haru-chan? –quiso saber Shinta, necesitado de una respuesta que ya conocía.
–No a ojos de los demás, Ta-kun –dijo ella mientras limpiaba su katana.
–Cada noche sueño con otro mundo…
–Yo también, mientras duermo contigo.
Shinta cogió la espada robada, para devolverla más tarde a su dueño y aparentar que eran gente normal, y se marcharon.
El crepúsculo se internó bajo los cerezos, acompañándoles junto al río mientras hablaban sin parar.

6 comentarios:

  1. Me ha costado seguir el ritmo de los nombres, y eso que he tenido mi época friki en la que yo misma me inventaba nombres combinando diferentes términos. Que quede entre tú y yo.
    Si no hubiera demonios, ¿cómo podría haber dioses? Curiosa reflexión extrapolable a la vida misma. ¿Cómo podríamos vivir sin la muerte de nuestros antepasados? Premiar sin castigar. Justicia sin injusticia. Basamos comportamientos y situaciones a través de las contraposiciones. Comparamos, al fin y al cabo. Algo que has dicho, no debería hacer conmigo misma, por ejemplo. Sin alguien que represente todo lo que yo no quiero ser, yo no sería. Tal y como soy, tal y como he aprendido a ser. Igual que el resto de la humanidad. Aprendemos de la observación, en un alto grado.
    Justicia. Qué bonita palabra. Me ha acompañado durante cinco largos años de estudios y aún sigo sin encontrar una definición adecuada para ella. Aún sigo sin encontrarla en ningún lugar. Tal vez no exista. Puede que sea un término subjetivo, que nosotros mismos la inventemos en cada problema al que nos enfrentamos o del que tenemos conocimiento.
    ¿Cómo podría ser el mundo injusto si existieran los Dioses? ¿Es que acaso los Dioses sí son Demonios y por ello la injusticia decora nuestros caminos?
    Vaya usted a saber. A lo mejor somos nosotros los Demonios.
    Y silencio. A veces más importante que las palabras. Te dedico un silencio. Uno bonito. De los que no importa tener.
    Buenas noches :):)

    Miss Carrousel

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    1. Quizás sea una utopía necesaria (o tan sólo posible, el significado sólido podría pervertirla), al menos para que el Derecho no pase demasiado tiempo mirándose el ombligo. Y para recordarnos a nosotros mismos que podemos imaginar... He de confesar que leyendo el relato antes de que se publicara como estaba programado, me pareció que podía resultar un tanto complicado, sobre todo al inicio, que aparecen varios nombres seguidos (un par de ellos históricos incluso: Nobunaga Oda y el clan Toyotomi, cortesía de mi hermano Iñaki, que yo del tema sé lo justo y necesario). Pero mi reflexión (espero que tan curiosa como la tuya) va más bien por unos dioses que son simultánea y efectivamente demonios, contemplando y condensando ambas caras de una polaridad (¿imposible?) y, por ello, haciéndola desaparecer. Por otro lado la idea de justicia está presente porque Haruko y Shinta, pese a no poder escapar lógicamente de su cultura, son disidentes, son esa clase de gente que (dentro de unos límites dados por su entorno) se mueven con una libertad impensable para los demás y que deben, por lo tanto, buscar y tal vez encontrar otra ética para darse a sí mismos y junto a otra ética, otra justicia, un poco más justa desde mi punto de vista (ellos hacen lo que pueden, que no es poco). Por otro lado, hoy me ha dicho mi abuela (he ido a ver a mis abuelos esta tarde, curioso) que cada persona es justo como quiere ser, ni más ni menos (creo que los disidentes olvidan a los demás para según qué cosas y son conscientes de este hecho: que ellos se reconstruyen a cada segundo, que tienen la última palabra). Por cierto, ¿haces derecho, por casualidad? No hace falta que respondas, que a fin de cuentas es información personal y en sitios públicos... ya sabes.
      Y, he de darte una vuelta de hoja con mis propias ideas, a lo mejor nosotros somos dioses.
      Doy gracias por tus pensamientos, doy gracias por tu silencio.
      ¡Duerme bien y un abrazo! ^_^

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  2. Bueno, Jorge, no tengo tanto para decir, no soy filósofa y no creo ni en dioses ni en demonios más que como metáforas de lo bueno y lo malo que hay en el ser humano. Si nos remitimos a ciertas mitologías, hay dioses que son peores que demonios, pero es otro tema.
    Me gustó el relato porque sabés imprimirle a tus textos algo que no sé como definir, es medio paradójico, suelen estar acompañados por muerte, sangre, sin embargo se respira algo limpio (o que limpia) entre todo ese despliegue sangriento.
    No sé si es justicia, tampoco creo en ella ni en lo abstracto y menos en lo concreto. ¿Somos capaces de ser justos, sabemos lo que es? Todo termina siendo un gran invento y una especulación intelectual.
    También me resultó un poco confuso tanto nombre y que de pronto al niño ella lo llamaba de otra forma. Pero eso es menor y solucionable.
    No creo que te haya aportado demasiado con mi comentario, así que me retiro en silencio, que es algo que opera muy poco en estos tiempos rumorosos.
    Un gran abrazo, Jorge.

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    1. Pues tú podrás creer que no has aportado demasiado, pero yo no estoy nada de acuerdo, para empezar por que me vas a hacer hablar un montón. =)
      Con respecto a lo de los nombres hay un par que son históricos: el clan de los Toyotomi, la batalla de Nagashino o el del señor feudal Nobunaga Oda (al que por cierto llamaban "El rey demonio" o algo así debido a sus iconoclastas maneras en un país férreamente tradicionalista). Por otra parte un daikan es una especie de gobernador de una aldea. Conviene recordar que en japonés se utilizan mucho los postfijos aplicados a un nombre propio a la vez que (en algunos casos) se combinan con una o dos sílabas del nombre en cuestión o con el nombre completo (esto depende del tipo de partícula que se emplea), de forma que de Shinta, podemos construir, por ejemplo el nombre de Ta-kun tomando la última sílaba del nombre completo. La terminaciones -kun para chicos y -chan para chicas denota una relación de estrecha familiaridad y amistad entre dos personas (algo que no está al alcance de cualquiera en Japón). De hecho, aunque uno no se lo aplicaría a sí mismo, todo nombre japonés cuando uno habla de o se dirige a otra persona, debe acabar en -san, por ejemplo, Haruko-san (empleando el nombre completo). Tienen una compleja red de postfijos como -sempai (que hace referencia a aquél que tiene más experiencia en el mismo trabajo que uno desempeña). Si Kanna se hubiera referido a Haruko o a Shinta, hubiera tenido que emplear el nombre complejo y añadirle la partícula -sama (que señala que alguien está en un estrato social superior) o, con más exactitud y dado que es la época de los samurái, -dono, es decir, se debería referir a ellos como Haruko-dono o Shinta-dono (que yo sepa). Sin embargo, yo apenas conozco nada de este tema ni de la historia de Japón, todo sea dicho. Si lo piensas sucede lo mismo en ruso, cuando leemos Tío Vania de Chéjov, Sofía pasa súbitamente a ser llamada Sónechka para sorpresa del lector extranjero que bien puede desconocer las abreviaturas y diminutivos tan frecuentes de la lengua rusa. Y con eso y con todo recorté (haciéndome caso y haciéndole caso a miss Carrousel) un poco el tema de los nombres a lo que considero imprescindible, te aseguro que antes de ayer era peor el asunto.
      La justicia quizás sea relativa, al menos está encorsetada en hábitos culturales, de hecho tanto Haruko como Shinta están limitados por la muerte como justa solución o, más bien, como única salida a una situación que, por otra parte no deja de ser injusta ni siquiera para ellos. Pero ambos (que hacen lo que pueden) deciden saltarse unas cuantas leyes y convenciones muy profundas, arraigadas en códigos morales propios del Japón, porque creen que eso es más justo y ahí radica su disidencia. A mí me parece horrible el desenlace pero ellos son unas personas extraordinarias y excepcionales en su propio contexto y por eso me parecen, a su manera y aunque yo no pueda aprobar algo así, buenas personas. Al menos tienen un corazón que no les cabe en el pecho. También creo que, hombre, que uno puede ser un rebelde, pero es un rebelde en un determinado punto de la historia, en un determinado espacio, en una atmósfera sociocultural concreta, que además puede ser más o menos permisiva o permeable. Es difícil adelantarse al propio tiempo.

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    2. Para terminar yo tampoco creo en dioses ni demonios, pero curiosamente el demonio del cristianismo castiga a los malos y el dios nos dice que todos somos pecadores y debemos sentirnos culpables. Una religión basada en la culpa y el castigo me parece bastante autodestructiva. Aunque rompamos una lanza a su favor, mensajes tan poco respetados como que todos somos hermanos (y mira que para algunos cristianos unos son más hermanos que otros) son cojonudos y edificantes y hay gente que tal vez debido a la religión rebosa bondad y, aunque no sea una condición necesaria, algo que hace a alguien más feliz nunca estará de más. Para terminar matizaré esta última afirmación diciendo que de entrada desconfío de las personas que quieren hacernos mejores personas. No sé... pa mí que sí has aportado, ¿eh? =) Ni siquiera me cabía todo en el espacio destinado a un comentario.
      ¡Un abrazo, Mirella! ^_^

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    3. Muy interesante toda tu explicación, Jorge. A medida que leía me fui dando cuenta del significado de ciertas palabras o apodos. Los rusos también tienen esa costumbre y al principio uno se dispersa en la lectura.
      A veces no es necesario suprimir esas expresiones, pero al final se puede agregar un glosario para que el lector más despistado se entere de qué se trata.
      Lo hice en algunos relatos en los que usaba palabras en lunfardo, una especie de "slang" típicamente porteño, que gente de otros países desconoce y que me gusta usar en ciertos personajes.
      Con respecto a tu opinión sobre la religión la comparto totalmente.
      Abrazo grande, guapo.

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