Intentó
levantar un brazo, pero en respuesta solo escuchó un zumbido mecanico y
molesto. En alguna parte de aquel robot en el que estaba metido algo se estaba
quemando.
—¿Puedes
moverte? —preguntó.
—No —respondió
Emily. Él no podía siquiera mover la cabeza, de modo que sólo veía el robot de
Emily en una imagen estática, rodeada de escombros—. Pero quiero hacerlo. Desgraciadamente
todos los sistemas están dañados.
—La última
comunicación que me llegó fue acerca de un ataque a gran escala sobre este
planeta en veintisiete minutos.
—De modo que
vamos a morir —comentó Emily con tranquilidad, como si a ella no le atañera en
lo más mínimo aquella situación.
—Siempre que
me subo a uno de éstos —empezó él—, me ocurre que no recuerdo nada del
exterior, sólo fogonazos de memoria, inconexos.
—A mí también
me pasa. Supongo que también has llegado a la conclusión de que eso no tiene
sentido.
—Me temo que
voy a necesitar que seas más específica. ¿A qué te refieres?
—¿Qué interés
tiene nadie en enviar un soldado a la guerra que no recuerda lo que ha
aprendido?
—No lo sé…
¿has llegado a más conclusiones?
—Sí: que no
hemos aprendido.
—Pero yo tengo
una vida.
—En realidad
no tenemos nada aparte de esto —aseveró Emily—. Al menos no cuando estamos
aquí, de modo que no, ni siquiera tenemos evidencia suficiente para afirmar que
tenemos una vida.
—Tengo un
cuerpo, lo sé porque ahora mismo siento un dolor indescriptible, como de
costillas y huesos rotos.
—Sin duda.
—Me estoy
empezando asustar… —dijo él.
—¡¿Ahora?!
¡¿Quieres decir que esa flota que va a arrasar el planeta en el que estamos
atrapados en veintisiete minutos te parece algo anecdótico?! —Emily esbozó una
sonrisa triste—. No creo que seamos humanos. Desafortunadamente tenemos el
sentido estético de uno, de modo que no pienso mirarme en un espejo, por lo que
pueda pasar.
—¿Qué dices?
¿Si no fuéramos humanos, qué sentido tendría darnos conciencia y dolor?
—Ésa parece
una pregunta perfecta para Dios.
—No creo que
nadie sepa contestarla —se resignó él.
—A lo mejor en
lugar de una razón lógica hay sólo crueldad.
—Eso es
absurdo.
—Estamos en un
campo de batalla, si puedes explicármelo razonadamente te invito a unas copas
en ninguna parte —le desafió Emily—. Me encantaría ponerme filosófica acerca de
la amoralidad del universo, pero —soltó un gruñido de esfuerzo— voy a abrir la
escotilla.
—¡No! ¡Los
gases te derretirán la piel! ¡Dicen que el dolor es indescriptible! —exclamó él
aterrado.
—Ya estamos
muertos y nada de esto tiene sentido —aclaró Emily—, ¿qué hacemos dos personas
como nosotros aquí? Como ficción ni siquiera es creíble. Al menos quiero la
verdad.

La guerra by Marta Roussel Perla is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International License.
Based on a work at https://martarousselperla.blogspot.com/.